La crisis energética intensificada por la invasión rusa de Ucrania ha puesto patas arriba el frágil y delicado acuerdo climático de la COP26, de hace ahora un año y vuelve a poner en jaque, una vez más, otro intento de impulsar una auténtica hoja de ruta verde en otra cumbre, la número 27, en el balneario egipcio de Sharm El-Sheikh, a las orillas del Mar Rojo.
Una constante desde 1992, cuando Naciones Unidas reconoció el cambio climático como una emergencia internacional y se inauguraron las COP. Desde entonces, ha intercalado fracasos con citas emblemáticas como la de Kioto, en 1997, donde se cinceló el protocolo con el que los países signatarios se comprometieron a supervisar sus esfuerzos de reducción de CO2 a la atmósfera.
Otro encuentro más reciente, el de 2015, se saldó con los Acuerdos de París. De allí surgió el objetivo de limitar el alza de la temperatura global a 2 grados centígrados en relación a la era preindustrial. Ante la reivindicación de la comunidad científica, dicho objetivo fue modificado casi de inmediato y sustituido por una meta aún más exigente: un aumento incluso menor, de 1,5 grados.
Sin embargo, en apenas un año -el tránsito entre la 26 y la 27- el mundo parece haber virado de rumbo en una cuestión transcendental como la lucha contra la crisis climática. La última vez que los líderes se reunieron en torno a una COP, la pandemia había diezmado los presupuestos nacionales y los países pobres clamaban por unas vacunas que habían inoculado ya a la mayoría de la población de las naciones más ricas. Estas últimas son las mismas que, con su consumo de energía fósil, protagonizan las mayores emisiones de gases de efecto invernadero.
Mientras tanto, las dos potencias globales -EEUU y China-, y principales focos contaminantes del planeta, habían cincelado un pacto de suma cero, que ahora queda en un limbo por su choque geopolítico en torno a Taiwán.
El contexto geopolítico, pues, ha cambiado y la diplomacia internacional se ha vuelto demasiado precaria desde que la guerra en Ucrania ha dividido al mundo en una guerra fría con alto riesgo de fragmentación en dos bloques. El primero es el liderado por Washington y en segundo lugar está el dirigido por Pekín.
Este último ahora atenta contra la globalización y ha situado a la energía en el centro neurálgico de poder entre Occidente y Rusia, lo que ha dejado en el disparadero los logros de la COP26. ¿Está amenazado el consenso para recortar las emisiones fósiles del plantea? Seriamente. A juzgar por movimientos telúricos previos a la cita egipcia.
1.- La COP26, punto de inflexión en un ciclo de negocios ya superado
Glasgow dejó un retazo de optimismo. Su comunicado final incluyó un doble compromiso: uno, dirigido a reducir la extracción del carbón de cualquier planta que no capturase sus emisiones, y otro, para acabar con los "ineficientes subsidios" a los combustibles fósiles.
Pero la rampante espiral inflacionista surgida un año después y las crecientes tensiones geopolíticas surgidas del conflicto bélico en Ucrania dejan un escenario completamente transformado.
La mencionada inflación ha pasado de ser tildada de transitoria por los bancos centrales a convertirse en el enemigo público número uno de las autoridades monetarias, económicas y del espectro inversor.
A ella hay que sumarle una crisis energética que, según Fatih Birol, director ejecutivo de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), no solo es "auténtica", sino la "primera global y de consecuencias inciertas" en una economía mundial que se precipita hacia una nueva recesión sincronizada (como la de 2008 entre potencias del G7) y de repercusión universal, como la surgida en 2020 a causa de la pandemia.
Un año más tarde de la COP26 ha irrumpido de nuevo la demanda de carbón, así como su producción entre potencias de rentas altas y mercados emergentes. Además, las ayudas a los combustibles fósiles han vuelto a las agendas gubernamentales. Todo ello con el objetivo de capear los inaguantables precios de la energía.
2.- Las inversiones para proteger el clima se desvanecen
La AIE lo acaba de consignar en las más de 500 páginas de su último diagnóstico de situación, donde la palabra trillions -billones en la jerga financiera europea- es una constante.
Brillan por su ausencia los cuatro billones de dólares de inversiones anuales que se necesitarán para avanzar en la senda de las energías renovables para consumar la meta intermedia de 2030. Sigue sin saberse de dónde procederán ni cómo se inyectarán en los distintos sistemas productivos.
Por supuesto, tampoco hay ni rastro de los 62 billones que se requerirán para alcanzar las emisiones netas cero en 2050.
3.- Las energías limpias, arrinconadas por las fósiles
El cambio de paradigma energético se ha aplazado. Asimismo, el capital y la innovación tecnológica se han esfumado y el esperado ahorro de costes futuro de las energías solar y eólica tendrá que esperar otro episodio de indefinición.
Las inversiones en criterios ESG siguen ocupando un lugar residual dentro de las carteras de inversión, a pesar de su fulgurante puesta en escena durante la gran pandemia. Estas fueron el valor-base del mercado durante el bienio 2020-21, cuando movilizaron cada año unos 35 billones de dólares, según cálculos bursátiles.
Desde compañías energéticas hasta bancos y, por supuesto, los big tech de Silicon Valley e inversores individuales se apuntaron a la moda de invertir en verde. Inversiones que tenían perspectivas halagüeñas.
En Bloomberg Intelligence elevaron el volumen de negocio hasta 50 billones de dólares en 2025, más de la mitad del PIB global. No contaron, no obstante, con el desplome de los mercados -el final de su etapa bull, de ganancias- ni con el viraje especulativo hacia valores con sello fósil.
4.- Malos tiempos para la lírica ecologista
El planeta se encuentra en un periodo de oscuridad en el que prevalecen los costes desorbitados y el dominio del petróleo y el gas frente al vehículo eléctrico, la reconversión de la industria del transporte. Además, se abre la incógnita sobre cómo impulsar las inversiones en liza, que apenas suponen una cuarta parte de los cuatro billones de dólares anuales calculados por la AIE.
Todo ello sucede pese a que solo el petróleo implica un gasto diario de más de 9.000 millones de dólares, al mismo tiempo que la OPEP + se afana en demostrar que su músculo geopolítico sigue a pleno rendimiento. Y lo hace a cabo abriendo y cerrando el grifo del crudo, como lleva haciendo desde hace medio siglo, con la crisis petrolífera de 1973.
En los tres escenarios descritos por la AIE crece la demanda del oro negro hasta 2030, en mayor o menor medida. Mientras, se desbordan los beneficios extraordinarios de las petroleras, que despliegan pingües dividendos entre sus accionistas por las ganancias caídas del cielo.
5.- La COP27 no parece el remedio inmediato
El ministro de Exteriores de Egipto, Sameh Shoukry, augura que el remedio no llegará de inmediato, pese a la COP27. Esto se debe a que la Cumbre del Clima tiene lugar en medio de una tormenta perfecta, en la que la comunidad global "se enfrenta a una crisis financiera y de deuda, otra energética, una más alimentaria y, por encima de todas, la climática", asegura.
Por ello, reconoce que "parece que la transición energética llevará algún tiempo más de lo previsto", a la luz de los acontecimientos y de las tensiones en el orden global.
6.- El auge temporal de los fósiles, ¿el mejor escenario posible?
El auge temporal de los fósiles es el escenario que defiende Europa, que se resiste a abandonar su taxonomía verde, en la que redujo gran parte de sus ambiciosos planes de convertir al viejo continente en el primer territorio libre de emisiones de CO2. Así lo hizo al incluir a la energía nuclear y al gas natural licuado como fuentes limpias.
Esta medida supone un intento de acabar con la dependencia exterior del gas y de terminar con un precio diez veces superior a las tarifas anteriores al otoño del pasado año, cuando emergió la escalada gasística.
Aún queda por ver si la UE establece nuevos incentivos a las renovables, como podrían ser los métodos de abaratamiento de las instalaciones de paneles fotovoltaicos o una mayor inserción de la eólica en sus distintos mixes energéticos.
El imperativo oficial en Europa persigue una fase temporal de la subsistencia con combustibles fósiles, una declaración de intenciones que debería rubricarse con alternativas limpias eficientes, menos caras y, sobre todo, lo más inminente posible.
En EEUU, el Green New Deal de la Administración Biden acaba de aprobar la pieza legislativa más ambiciosa hasta ahora en el combate contra el cambio climático. El gigante americano persigue la aceleración de las fuentes renovables, que ya reemplazan a las fósiles en la expansión inversora a medio plazo en generación eléctrica. Pero, como sucede con Europa, la teoría debe fructificar en una operativa real dentro de su mercado energético.
7.- El contagio fósil ha arraigado en África
El punto de regresión hacia los combustibles fósiles es general. En Europa, la potencia geopolítica en compromisos globales del clima, se ha desatado una carrera por construir nuevas terminales de gas natural licuado. También África, en teoría el continente donde arraigará con mayor severidad el calentamiento del planeta, sopesa retornar a las fórmulas de combustión.
"No necesitamos más debates sobre el gas", decía en septiembre el ministro de Hidrocarburos de la República del Congo, Bruno Jean-Richard Itoua, en presencia de sus homólogos de Mauritania, Senegal, Gambia, Guinea-Bissau y Guinea-Conakry, "sino, más bien, empezar a producir tanta energía como podamos".
El eco del sentimiento favorable a una recuperación de los combustibles fósiles retumba por todo África. "La mayoría de los países juegan con la hipocresía", porque "llaman a las fuerzas que generan las fuentes sucias" mientras se proclaman defensores de la sostenibilidad, explica Bill Hare, analista científico y director ejecutivo de Climate Analytics, un think-tank con sede en Berlín.
Añade el experto que "estamos viendo cómo se renuevan proyectos de petróleo y gas que habían sido defenestrados años atrás en África o Australia, hasta exceder muy por encima los niveles de producción y almacenamiento que exige la crisis energética europea".
De igual modo, Hare arremete contra las empresas. Asegura que por cada firma renovable que reclama una aceleración en la transición energética, aparece otra energética tradicional que exige subsidios e inversiones para abordar la crisis.
"Nunca había visto en los tiempos recientes, cuando se han activado los procesos de descarbonización, un esfuerzo concertado de la industria del petróleo y del gas para presionar tanto contra la agenda climática", zanja.
8.- Serias advertencias internacionales
El exvicepresidente estadounidense Al Gore, activista climático, alertó del momento transcendental en el que se hallan los gobiernos para evitar contratos de futuros a largo plazo en combustibles fósiles, debido a decisiones inminentes derivadas de la guerra de Ucrania.
Los fondos oficiales a los hidrocarburos fósiles han duplicado sus niveles de 2020, un ejercicio con bajo consumo energético por la hibernación económica y por los confinamientos sociales, según admite la OCDE. Hasta las instituciones conservadoras, como la AIE, admiten que el apogeo de los fósiles seguirá a lo largo de esta década y la siguiente.
En la industria ven este itinerario como una botella medio llena, pero el planeta no se puede permitir una transición tan lenta. "El sector energético tendrá más de un decenio por delante" para su reconversión. Este el mensaje con el que la AIE acude a la cita de Egipto, un país con riesgo de aumento de tres grados centígrados en su temperatura media si no se toman medidas drásticas.
En la Cumbre del Clima se encenderá de nuevo el debate de hasta cuándo se expandirá la dictadura fósil. Y lo hará en medio de beneficios extraordinarios de las supermajors. Según la AIE, el escenario más factible es que la demanda de carbón toque techo antes que la del gas natural, a finales de la década actual, mientras que el petróleo podría ampliar su hegemonía hasta mitad del próximo decenio.
9.- Los países pobres aún esperan la financiación de las naciones ricas
Sigue en el aire el compromiso firmado por las potencias de rentas altas en 2009 de aportar 100.000 millones de dólares para financiar a países en desarrollo y posibilitar la puesta en marcha de medidas que mitiguen los efectos del cambio climático. Aún se continúa sin acordar cómo emplear estos fondos, mientras se suceden las inclemencias de la meteorología y sus daños colaterales sin su despliegue. Otra incógnita sin resolver.
Además, hay un escollo añadido en el ámbito municipal: las ciudades tampoco reciben transferencias regulares ni fluidas desde sus ámbitos estatales. Solo el 4% de las 500 urbes más importantes en los países de rentas bajas tienen un acceso habitual a la financiación internacional.
Por su parte, las potencias industrializadas han pedido un aplazamiento hasta 2023. De este modo, pretenden solventar sus déficits de caja y así poder abordar la emergencia socioeconómica derivada de la espiral inflacionista. Esto último no invita al optimismo en una COP27 que quiere sellar una suma adicional para después de 2025.
Además, las necesidades de los países pobres para cumplir con las metas de 2030 se deberían ampliar a una escala alrededor de los seis billones de dólares, según estima la OCDE. En este sentido, Oxfam International incide en la "falta de honestidad" de las naciones ricas, que han concedido menos de 25.000 millones de sus finanzas públicas al combate climático de los países más pobres desde 2020, en lugar de los casi 70.000 millones anunciados.
10.- El sueño de un planeta limpio se torna en pesadilla
Los gases de efecto invernadero siguen en aumento, las catástrofes climáticas proliferan y los esfuerzos para contener el uso de fuentes fósiles no son adecuadas, explican en Foreign Policy el decano de Columbia Climate School, Jason Bordoff -director también del Center on Global Energy Policy-, y Meghan O'Sullivan, analista de la Harvard Kennedy School.
Ambos expertos lamentan que "es frustrante" comprobar la aproximación a la bancarrota de firmas europeas verdes, el intento de la Rusia de Putin de estrangular las reservas de gas de sus vecinos y de ganar competitividad energética en el mundo.
A ello se suma, sostienen, la encomienda del régimen de Pekín a sus empresas estatales para que aseguren el suministro energético a cualquier precio y la maniobra ilógica de Arabia Saudí para que la OPEP + recorte su producción en tiempos inciertos. Por no olvidar, afirman, la escasa ambición de las naciones occidentales para declarar la guerra a los combustibles fósiles e iniciar una cruzada verde que les saque de la dependencia del gas y del petróleo.
El logro de la transición energética reclama una transformación completa de la economía global que aporte 100 billones de dólares de gasto de capital adicional en las próximas tres décadas. Para ello es necesario un concierto ordenado de iniciativas público-privadas armonizadas y que dirijan la actividad a través de un sistema energético global e interconectado.
En caso contrario, no habrá emisiones netas cero. En este escenario, urge que los Gobiernos garanticen la seguridad energética, así como la realización de sus agendas sostenibles y el hecho de que las empresas movilicen sus recursos inversores y su habilidad innovadora y tecnológica para cumplir con el sueño verde. Esto, aclaran Bordoff y O'Sullivan, se puede convertir en un suplicio si se cambian las ambiciones climáticas o se entorpecen las rutas hacia la transición energética limpia.
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