Melilla
“[Los israelíes] piensan que me cortaron de raíz, pero mis raíces son fuertes. Nunca he estado en Palestina porque nací en el exilio, pero mi sangre es palestina y me gustaría volver algún día a la tierra que vio nacer a mi padre”, asegura Abdellah, un joven veinteañero que llegó a Melilla hace algo más de seis meses en busca de un futuro que en su país le niegan. Su padre era un niño cuando abandonó Palestina de la mano de sus abuelos en el 1948 y desde entonces no ha vuelto a pisar su tierra. “Cada vez queda menos de Palestina y la comunidad internacional mira para otro lado. Israel es un Estado poderoso, tiene el apoyo de Occidente y el silencio de los países árabes”, lamenta este palestino que sigue buscando la forma de reencontrarse con su mujer y su hija, que permanecen en un pueblecito libanés al sur de Beirut.
Este palestino considera que desde Estados Unidos y Europa se está llevando a cabo un blanqueamiento de Israel por razones económicas, mientras hacen vista gorda a la “sistemática vulneración de los Derechos Humanos que viven los ciudadanos de Gaza y Cisjordania”. “Israel es un Estado terrorista. Está masacrando a los palestinos, robándoles sus tierras y sus recursos. Es muy triste que el pueblo hebreo que sufrió el Holocausto esté haciendo lo mismo con los palestinos”, afirma sin titubear.
La ONU ha conmemorado este viernes el Día Internacional de Solidaridad con el Pueblo Palestino, una jornada que se celebra desde el año 1977 y cuya intención es recuperar del olvido mediático el conflicto palestino-israelí. La fecha no es casual. El 29 de noviembre de 1947, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la resolución 181, conocida popularmente como “la resolución de la partición”, la cual establecía la creación de un Estado judío y un Estado árabe en Palestina. Hasta la fecha únicamente se ha creado Israel: el 14 de mayo de 1948 se declaró oficialmente su independencia. Un día después comenzó la Nakba, el exilio de 700.000 palestinos. A día de hoy, 71 años después, hay más de cinco millones de refugiados palestinos distribuidos en diferentes campamentos de Siria, Líbano, Cisjordania, Gaza y Jordania, según la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina (UNRWA).
Abdellah es uno de esos jóvenes palestinos nacidos en el exilio y uno de los 36 palestinos que a día de hoy residen en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) tras solicitar protección internacional en la Oficina de Asilo y Refugio (OAR) de la Policía Nacional en el paso fronterizo internacional de Beni Enzar, en la ciudad autónoma de Melilla. La cifra de palestinos que buscan cobijo en España varia muchas veces en función de la estabilidad de los países que acogen a los refugiados palestinos. Según los datos facilitados por la Delegación del Gobierno a Público, el año pasado había 125 palestinos en el CETI. En lo que va de año, la cifra se ha reducido un 72,2%. Abdellah, hijo de padre palestino y de madre siria, nació hace 24 años en Damasco. Hace medio año llegó a España en un intento desesperado de forjarse un futuro lejos de la guerra.
Un doble exilio
Abdellah siente que está destinado a vivir en el exilio. Hace ocho años, cuando era un adolescente, se vio forzado a abandonar Damasco cuando estalló la guerra de Siria. Puso rumbo junto a su familia hacia Líbano, donde se instalaron en un pueblo al sur de la capital. Allí se casó y tuvo una hija hace seis años. Sin embargo, la vida en Líbano no es fácil: “Solicitamos el estatus de refugiados, ya que huíamos de un país en guerra, pero nunca llegaba, el trámite es eterno. A ello se suma que no teníamos papeles, por lo que en muchos trabajos no me contrataban o si lo hacían era sin contrato y pagándome muy poco en comparación al sueldo real de los libaneses”, relata con entereza Abdellah. A pesar de que se desvivía en los múltiples trabajos que tuvo como peón de obra o en una fábrica de tela, difícilmente llegaba a final de mes para mantener a su mujer e hija, aunque también vivía con sus padres y varios hermanos. “A ello suma la discriminación y el racismo de los libaneses y el hecho de tener que pedir ayuda a ONG”.
Hace año y medio puso punto y final a esta situación. Tras hablarlo con su familia tomó la decisión de dejar Líbano y poner rumbo a la Unión Europea con la intención de poder establecerse en un lugar donde realmente tuvieran oportunidades. Ante las trabas documentales que le impedían cumplir con las condiciones para obtener un visado, decidió iniciar su “aventura” por la Frontera Sur de Europa. Acompañado por su hermano Omar (nombre ficticio por ser menor de edad), de 13 años, cogió un vuelo hacia El Cairo, desde donde partieron hacia Libia. Abdellah es escueto en su relato del viaje. No entra en detalles, pero habla y se le eriza la piel. Se limita a enumerar los países por los que pasó: Egipto, Libia, Argelia, Marruecos. Países en los que dilapidó todos sus ahorros para sobrevivir, mantener a su hermano pequeño y poder alcanzar la frontera europea con él.
ADN para reencontrarse
Hace algo más de medio año que entraron a la ciudad autónoma de Melilla a través de la frontera de Beni Enzar. Primero lo hizo Omar, que en cuanto apareció ante los agentes de policía de la Oficina de Asilo y Refugio lo derivaron a un centro de menores tutelados, donde mostró la foto de su hermano mayor para que lo llevaran con él. Abdellah entró un día más tarde y logró solicitar asilo con todas las garantías. Contó con abogado y traductor y una vez realizado el trámite lo trasladaron hasta el CETI.
"Ya podemos seguir nuestro camino. Hace diez días que trasladaron a mi hermano al CETI. Ya estamos juntos"
Ahí empezó su lucha para conseguir reencontrarse con su hermano pequeño. Después de mover cielo y tierra mostrando la fotografía de su hermano menor, la consejería de Bienestar Social, responsable de la tutela de los niños acogidos, les realizó hace tres meses una prueba de ADN para comprobar el parentesco entre ambos. El abogado especializado en Derecho Internacional y miembro del Ilustre Colegio de Abogados de Melilla (ICAME), Antonio Zapata, considera que este margen de tiempo desde que se solicita protección internacional además de la reunificación familiar y se realiza la prueba de ADN es “demasiado extenso”, ya que “es un trámite que suele ser mucho más ágil”, aunque reconoce que la Oficina de Asilo y Refugio “está saturada” y faltan recursos humanos para hacer frente a tantas solicitudes.
El resultado oficial todavía no ha llegado a Abdellah, pero hace diez días que está contento: “Ya podemos seguir nuestro camino. Hace diez días que trasladaron a mi hermano al CETI. Ya estamos juntos. Ahora solo nos queda esperar a que nos deriven a algún centro de la península y ahí ya barajaremos si nos quedamos en España o seguimos hacia Francia”. Aunque el futuro de Abdellah todavía es incierto, tiene claro que en cuanto se asiente lo primero que hará será buscar trabajo como pintor. “Me gusta pintar casas”, asegura entre risas. Y una vez lo consiga no solo enviará dinero a su familia, sino que espera poder reencontrarse con su mujer y su hija, a las que hace año y medio que no abraza. “El ADN, las raíces palestinas se entrelazan más allá de la distancia”, concluye.
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