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David M. Peña-Guzmán, el investigador que conoce las pesadillas de tu perro: "Que los animales puedan soñar pone presión ética a los seres humanos"

David M. Peña-Guzmán, autor de 'Cuando los animales sueñan. El mundo oculto de la consciencia animal'.
David M. Peña-Guzmán, autor de 'Cuando los animales sueñan' y profesor de la Universidad de San Francisco  Errata Naturae

David M. Peña-Guzmán es profesor de la Facultad de Humanidades de la Universidad Estatal de San Francisco (EEUU). Durante años ha tratado de estudiar el comportamiento y la consciencia animal. El académico publica ahora Cuando los animales sueñan (Errata Naturae), un ensayo rompedor que recorre el mundo onírico de los seres no humanos. Para él, demostrar que un perro o un pájaro puede soñar es, por sí mismo, un acto ético que permite reconocer que los animales disponen de imaginar.

El mundo somnoliento del reino animal es, sin embargo, una red compleja de interpretar. El olfato, por ejemplo, ausente en la narcosis humana, puede ser el hilo conductor de los sueños perrunos y el sonido, quizá, sea el elemento sensorial que fluya en la mente dormida de las aves. Peña-Guzmán habla con Público de todo ello; de las pesadillas que afloran de los traumas que los seres humanos provocan a los animales; y de cómo el onirismo animal revela cualidades importantes como la capacidad de imaginar. 

¿Por qué es tan importante que los animales sueñen?

En términos humanos, hay que entender que los sueños han jugado un rol importante en la historia. Ya en tiempos prehistóricos, si vemos los dibujos y pinturas de las cuevas, nos damos cuenta de que los orígenes de la creatividad están ligados al hecho de soñar. En la cueva de Lascaux, por ejemplo, vemos figuras humanas cazando y haciendo otras actividades, pero también durmiendo. El hecho de soñar, desde el punto de vista arqueológico, se ha considerado la apertura a otro mundo, a un mundo que nos dice mucho acerca de la creatividad del ser humano. Esa creatividad tradicionalmente se ha utilizado para marcar una línea que distingue a los seres humanos de los animales, según la cual solo los seres humanos tenemos las capacidades mentales, emocionales o sociales para producir ese mundo onírico.

A través de la historia humana vemos que los sueños nos dicen algo acerca de nosotros y de nuestra mente. También se han interpretado como evidencia de la existencia de otro mundo, un mundo metafísico desde el punto de vista religioso o espiritual. Los sueños muestran que nuestra mente es capaz de producir un mundo sin la ayuda del mundo real, nos indica el poder que tiene nuestra mente a la hora de crear por sí misma escenarios. Todo ello nos ha situado en una posición determinada en el reino animal. Sin embargo, en el libro lo que trato de demostrar es que los sueños también se encuentran en las vidas no humanas.

En su libro dice que la mayor parte de la ciencia no ha querido reconocer a los animales la capacidad de soñar a pesar de que cada vez existen más evidencias de ello. ¿Por qué?

Bueno, hay científicos que simplemente rechazan la posibilidad de que los animales puedan soñar. Aquí encontramos, principalmente, a psicólogos o neurocientíficos que sostienen que para atribuir a los animales esa capacidad deben existir ciertas habilidades lingüísticas. Hay una teoría que viene a decir que los sueños se definen por la posibilidad de hablar en ellos, y de esa forma se excluye a los animales. Hay otra teoría que considera que para soñar se requiere de una capacidad mental y de un nivel de abstracción mucho más sofisticado. Yo, en el libro, lo que hago es argumentar que nuestros límites cognitivos y lingüísticos no son necesarios para soñar. Es decir, cada animal tiene un contexto que influye su forma de soñar. Supongamos que un perro, por sus cualidades, tendrá un mundo onírico marcado por el olfato, a diferencia de lo que ocurre con los seres humanos. 

Además de estas posturas de rechazo, hay también un grupo científico que es más escéptico. Es donde está la mayoría de los expertos que no niegan que los animales tengan esas capacidades, pero sí aseguran que no hay opciones de saberlo porque no tienen esa capacidad de narrar el suelo. Entonces, el tema se convierte en tabú y la única reacción que podemos tener cuando tratamos de hablar sobre la posibilidad del sueño animal es simplemente el silencio. 

Reconocer que ellos pueden soñar les otorga una capacidad de imaginar que, hasta ahora, solo dábamos al ser humano.

Desde el punto de vista cognitivo, podemos decir que la imaginación es una de las facultades mentales más complejas que tenemos como seres humanos. No hay una sola parte del cerebro que esté únicamente especializada en el acto imaginario, sino que es algo que involucra a varias áreas cerebrales. Desde el punto de vista neuronal el hecho de imaginar es algo muy diverso que va desde pensamientos y proyecciones hacia el futuro hasta el uso de la memoria y la experiencia. La facultad de imaginar tiene un elemento de sofisticación muy elevado, por lo que si reconocemos que los animales sueñan, y por tanto imaginan, se abre una puerta inmensa.

Hay que decir, además, que tenemos dos formas de interpretar la relación entre el sueño y la imaginación. A veces nuestros sueños son imaginarios. Es decir, podemos soñar con algo que nos ha ocurrido hace una semana y lo repetimos en nuestra mente de una forma subjetiva y fluida, pero eso es una especie de repetición del pasado. Pero hay otras veces en la que los sueños llevan numerosos elementos imaginarios que añadimos. Pero, independientemente del contenido, el hecho de soñar es fundamentalmente un acto de imaginación, aunque se reconstruya un recuerdo, puesto que la mente tiene que regresar al pasado y es evidente que hay una conexión entre memoria e imaginación.

Si reconocemos que los animales sueñan y, por ende, imaginan, se plantean algunos debates éticos sobre la forma en la que nos relacionamos con ellos, ¿no?

Desde el punto de vista ético, lo podemos ver de una manera general y de una manera muy concreta que depende de cada animal. Una de las justificaciones que el ser humano se da para dominar al resto de especies es que ellos no tienen nuestra sofisticación mental y que, por tanto, no entienden lo que les hacemos y no sufren de la misma manera que nosotros. Esto está en la base de todos los sistemas de violencia contra los animales. Ahora, si tu atribuyes estados mentales más complejos a otras especies, aunque no seas un activista por la liberación animal, ya estás teniendo un gesto ético importante.

Si vamos más allá de reconocer esa capacidad de sufrir dolor, de sentir alegría o tristeza y hablamos de la capacidad de soñar e imaginar, lo que hacemos es añadir un elemento más de profundidad. Es decir, los animales no están simplemente cautivados o esclavizados en el presente, sino que tienen la posibilidad de separarse de su propio mundo objetivo para imaginar cosas y recordar una vida anterior.

De una manera más concreta, una vez que consideramos que los animales tienen capacidad de soñar, imaginar o de tener memoria, se abre un diálogo mucho más concreto a cerca de sus derechos. Los animales en cautiverio, por ejemplo, podrían imaginar en sus sueños otro mundo. Un delfín en un acuario o unos ratones de laboratorio podrían estar imaginando un mundo diferente, aunque sea un mundo limitado y creado desde cierto nivel de pobreza. Que los animales puedan soñar nos pone una presión ética como seres humanos y nos hace preguntarnos por qué tenemos derecho a limitar sus mundos. 

La capacidad de soñar puede revelar también el poder comunicativo del mundo animal. Es decir,  ellos pueden imaginar mientras duermen escenarios en los que se comunican con otros animales, ¿no?

Revela la capacidad que tienen, por los gestos, de comunicarse. En el caso de los chimpancés que recojo en el libro, es algo muy evidente porque eran animales a los que se les había enseñado lenguaje de signos que, en algunos casos, lo utilizaban mientras dormían. También está el caso de los pinzones que cantaban mientras soñaban y, por lo que entendemos, el canto tiene un valor comunicativo importante para ellos. En ambos el lenguaje no es algo genético, sino algo que han aprendido a base de experiencia y esfuerzo. 

¿Podemos interpretar el sueño animal desde una posición general y desde la perspectiva de nuestras experiencias como seres humanos?

No. Una de las cosas que tenemos que evitar es la idea de que los animales sueñan como nosotros. Esa manera de pensar la relación entre humanos y seres no humanos es un problema ético. Cada animal tiene un mundo de experiencia que se constituye en base a sus sentidos y a sus actividades. En ciencia usamos la palabra alemana unwelt para referirnos al mundo subjetivo de cada animal y que hace referencia a las capacidades corporales y a la experiencia. 

Por ejemplo, una anguila tiene capacidades de recepción eléctricas, por lo que podremos deducir que esa experiencia marcará la forma en la que sueñan, que a su vez será diferente al mundo onírico de un pinzón. Hay que entender que los animales viven en mundos muy diferentes. Se trata de ver el planeta de una forma en la que hay muchas burbujas subjetivas que a veces se pueden entrelazar, pero otras no. Estos nichos ecológicos afectan al contenido de los sueños y a la forma en la que suceden. Sabemos, por ejemplo, que para los pájaros los sonidos son muy importantes en su vida social y eso repercutirá de alguna forma a sus mundos oníricos. En el caso de los seres humanos, hay sentidos que no aparecen en nuestros sueños, como por ejemplo el olfato, a diferencia del contenido visual y auditivo. En el caso de los perros, sí que podríamos interpretar que el olfato tiene una centralidad en sus sueños.

¿Qué hay de las pesadillas? ¿Hasta que punto nuestros actos sobre los animales pueden condicionar sus pesadillas?

Esto, desde el punto de vista ético, es muy interesante. Podríamos decir que las pesadillas de los animales pueden ser la crítica más fuerte del comportamiento del ser humano. Una pesadilla dice algo del impacto psicológico que tiene una experiencia concreta del pasado y cómo afecta, en este caso, a un animal. En este punto, no hay muchas evidencias empíricas publicadas en estudios, pero sí encontré una investigación sobre las pesadillas que tenían ratas de laboratorio y también referencias sobre cómo son estos sueños en los grandes simios –chimpancés, orangutanes o bonobos–, además de elefantes. Es decir, sólo se han encontrado algunas evidencias en mamíferos.

Las pesadillas nos enseñan acerca de la vida animal que el trauma se marca en ellos y se conserva para resurgir en el contexto de los sueños. Se preserva el trauma y el daño se mantiene de una forma tóxica y dañina. Está estudiado que estas experiencias suelen reprimirse, pero cuando dormimos, en el contexto de sueño, encuentra una salida porque es un momento en el que nuestra guardia mental está mucho más baja. Las pesadillas pueden manifestar un trauma de una forma feroz y llegar a desregular o destruir ciclos y procesos básicos del funcionamiento físico y mental de los animales. 

En el caso de las ratas de laboratorio que comentaba en el libro, sabemos que no sólo tienen un sueño negativo, sino que tienen sueños que son tan impactantes que sacan a los animales del proceso de sueño de una manera abrupta, despiertan de una forma que no se puede comprender física y fisiológicamente, es decir, tienen pesadillas. Por otro lado, cuando eso ocurre, cuando resurge una experiencia traumática, se produce una dialéctica que se retroalimenta, es decir, las pesadillas refuerzan el trauma y el trauma a su vez refuerza las pesadillas. Es un proceso que puede llegar a ser devastador para la psicología de los animales.  

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