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Teletrabajo: ¿soportable o tedioso?, ¿paraíso o infierno?, ¿novedoso o rutinario?, ¿costumbre o caos?, ¿absorto o ¡anda, una mosca!? Quizás la facilidad o la dificultad a la hora de currar en casa sea una cuestión de hábito, aunque algunas personas que llevan haciéndolo desde hace tiempo, antes del coronavirus, reconocen que terminan quemados y echan en falta desempeñar su actividad en un entorno laboral con otra gente pululando a su alrededor. No es fácil, explican, prescindir de las pantuflas y rebuscar en el armario una alternativa al chándal.
Dos voces explican cómo teletrajaban antes de la COVID-19 y los efectos del encierro total, pues currar en casa no significa que desconociesen que más allá de su escritorio hay vida exterior y, en ocasiones, hasta inteligente. Otras dos, que trabajaban en un despacho y en una oficina, relatan el cambio producido desde que deben quedarse en sus hogares, donde la producción y el rendimiento se han resentido debido a varias razones, si bien la fundamental es atender a sus hijos. Algo que afecta de la misma manera a los teletrabajadores tradicionales, que disponían a su antojo del horario escolar para sacarle jugo a la jornada sin niños a su alrededor.
Pedro: "¿Ver a la gente? Echo de menos hasta los atascos"
"Echo de menos hasta los atascos, así que imagínate". Pedro trabaja como abogado y su modo de ejercer su profesión ha cambiado por completo. No sólo añora a sus colegas de despacho y a los clientes, sino también la vida que discurre por el asfalto de su ciudad, incluso cuando se para, pero no con su vaciado. "Los plazos y actuaciones judiciales han quedado suspendidas, por lo que las tareas que voy haciendo son las que tenía atrasadas y pendientes. Además la empresa ha aprovechado para cambiar el programa informático, así que tengo que amoldarme a esta nueva herramienta", apunta el letrado.
Los juzgados, añade, están paralizados, al menos para él. "El motivo son los casos que llevo porque, evidentemente, la actividad judicial no puede quedar totalmente inmovilizada, pues siempre hay asuntos urgentes que necesitan de la Administración de Justicia", matiza Pedro, quien aprovecha para sacar adelante el papeleo en trámite. "En cuanto termine, empezaré a repasar expedientes para actualizarlos si veo que hay que darles un impulso", se consuela este abogado, quien reconoce que la primera semana de encierro no resultó provechosa.
"Los resultados me provocaron cierta inquietud. Todo cambio precisa un tiempo de adaptación y creo haber conseguido un ritmo aceptable. Es más, siempre he sido un defensor del teletrabajo", asegura, no sin antes matizar en qué consistía para él antes del confinamiento. "Desde casa había currado solo a ratos, fuera de la jornada laboral. No creo que las circunstancias actuales sean idóneas para comparar el trabajo desde casa con el presencial en el despacho, porque entre otros motivos mi niño no está en la guardería, sino revoloteando a mi alrededor", comenta entre risas.
Pedro: "Trabajo en un despacho de abogados, por lo que para mí es necesario compartir los asuntos con los compañeros para enfocarlos mejor y adquirir conocimientos. En cambio, no es idóneo trabajar en casa y con el niño revoloteando a mi alrededor"
Pedro además se ha dado cuenta de lo enriquecedor que resulta para él trabajar codo con codo. "En mi caso, es necesario compartir los asuntos con los compañeros para enfocarlos mejor y adquirir conocimientos". Ahora, en cambio, aprende de su hijo y el pequeño, de casi tres años, aprende de él: "Hoy haremos pan juntos, aunque espero que no la líe mucho con la harina...". Al menos, no ha perdido el sentido del humor, pese a que los primeros días se le acumularon las tareas. Con el crío en casa, había que prestar atención no sólo a los códigos legislativos, sino también a alguien que antes no existía durante varias horas al día.
"Después de estas semanas de cuarentena, las aguas han vuelto a su cauce. Nos hemos organizado y todo fluye con relativa normalidad, pues lamentablemente seguimos sin salir de casa, compaginando la actividad profesional con las labores domésticas y la atención a la familia", explica Pedro, cuya mujer espera otro hijo. "Ellos se levantan a las diez y yo casi cuatro horas antes para poder trabajar ininterrumpidamente hasta el mediodía, cuando toca echar una mano hasta la hora de comer. No perdono la siesta y luego le doy el relevo a mi mujer. Por la tarde juego con mi niño hasta que lo baño, le doy la cena y lo acuesto".
Dan las diez, Pedro se ha levantado hace unas quince o dieciséis horas y la jornada doméstico-laboral toca a su fin. "Entonces mi esposa y yo tiramos de manta y sofá para despedir el día". Qué menor premio que disfrutar de una película, sea cuál sea el género. Como si trata de un abogado que vive en un país obligado a estar en cuarentena por un virus que cada día se cobra más vidas y se cierne sobre su familia. Ahora habría que encasillarla: ¿tragicomedia familiar costumbrista o filme de terror apocalíptico protagonizado por un temido virus?
Roberto: "La clave es planificar el trabajo con detalle"
Roberto Noguerol es socio de una pequeña empresa de comunicación y gestión de proyectos. Cotiza como autónomo, al igual que su compañero, quien vive a media hora de distancia si no se complica el tráfico, esos taponamientos que Pedro echa de menos. Ambos teletrabajan desde que comenzaron a volcarse en la producción de contenidos educativos y culturales, si bien editan además revistas y otras publicaciones. Antes vivía en una casa con jardín, aunque el piso donde se instaló después le resulta suficientemente espacioso, dado que vive con su pareja y no tienen hijos. "Ella está en el paro, la profesión actualmente más extendida en el Estado español", ironiza.
Roberto: "No empieces el día sin un plan claro de tareas que encajen en una planificación semanal o mensual. Así vas a resolver mejor un imprevisto que mueva tu cronograma"
"El mayor desafío para mí es teletrabajar en un mundo donde sigue siendo algo muy extraño para la mayoría, pues el porcentaje de teletrabajadores sigue siendo reducido. Yo puedo optimizar al máximo mi organización personal, pero tengo que adaptarme a un sistema donde quien se adapta siempre es el teletrabajador", se lamenta Noguerol, pues cree que el cliente, el amigo y la familia no suelen entender sus circunstancias. "En todo caso, no es tan extremo como hace veinte años".
Para ilustrarlo, se remite a una anécdota de su etapa en un diario digital. "Tenía un casero que presumía de que cuando estaba emigrado en Brasil mataba cocodrilos con machete. Lo que de verdad le daba miedo, aseguraba, eran virus como el dengue. Hasta que un día me comentó alarmado que había oído en el telediario que había un virus de las computadoras, preocupado por si me infectaría a mí, pues estaba a menudo trabajando con el ordenador en casa… Lo que le angustiaba, en realidad, era que yo contagiase a todo el edificio. Entonces parecíamos extraterrestres y ahora hemos avanzado".
Sin embargo, Roberto es convocado a reuniones a ciento cincuenta kilómetros de distancia que podrían resolverse tirando de móvil en un par de minutos. "Y, al revés, a veces lo que requiere ese encuentro se aplaza en infructuosas e interminables conversaciones telefónicas", se queja Roberto, cuya carga de trabajo no se ha reducido porque los encargos que tiene entre manos son anteriores al encierro provocado por el coronavirus.
"Estamos terminando proyectos que nos mantendrán ocupados durante unas semanas. El problema reside en que una parte de nuestro trabajo es establecer contactos personales, reuniones con gente y, sobre todo, una fundamental labor comercial que ahora no puede hacerse". O sea, que si no puede vender sus proyectos a empresas e instituciones, es posible que dentro de un mes tenga que quedarse con los brazos cruzados y, claro, pagando la cuota de autónomos, afrontando los costes y no ingresando ni un euro.
Roberto cree que lleva mejor el confinamiento que los "teletrabajadores sobrevenidos", aunque eso no le genera ningún consuelo. "Me levanto a la misma hora de siempre y —prohibido trabajar en pijama— aplico las rutinas y estrategias habituales. Pero juro que no frecuentaba tanto mi balcón como ahora... Teletrabajes o no, los proyectos, como la vida, necesitan del contacto con las personas", deja claro este pequeño empresario, quien da algunos consejos para los empleados forzados a trabajar desde casa.
"Hay mil trucos de gestión del tiempo que todos acumulamos al cabo de los años. No obstante, yo reduciría la clave a una cuestión: planifica tu trabajo con el mayor detalle que puedas. No empieces el día sin un plan claro de tareas y horas, que deberías tener listo desde el día anterior y que encaje en una planificación semanal o mensual. Si lo haces así vas a resolver mejor cualquier imprevisto que mueva tu cronograma. Eso impedirá que te devoren los grandes problemas de cualquier teletrabajador. O sea, distraerte y procrastinar.
Por ello, Roberto considera que "hay que hacer pedagogía sobre cómo puedes ayudar mejor a los demás desde tus telecircunstancias". Según él, quien lleva tiempo currando en su vivienda, "las piezas encajan mejor si todos conocemos las oportunidades y ventajas y construimos una confianza mutua, tanto el que pide como el que resuelve".
Marta: "Los días de teletrabajo son infernales"
Marta trabaja en la administración local, donde ha asistido a víctimas de violencia de género, aunque ahora desempeña el cargo de técnica de empleo. Su horario laboral comienza a las siete de la mañana y termina a las tres de la tarde. O terminaba, porque la pandemia del coronavirus ha trastocado la organización del departamento de servicios sociales. "El teletrabajo me ha cambiado la vida. No sólo a mí, sino también a mis compañeras, pues nos han modificado tanto las funciones como las jornadas".
Los problemas que acarrean el confinamiento y la imposibilidad de trabajar han aumentado las necesidades de la población en riesgo de exclusión, cuyo número según ella se ha incrementado desde el estado de alarma. Por ello, ahora se encarga del reparto de alimentos a las familias que lo precisan, tapando agujeros como bien puede. Para garantizar que lleguen las ayudas, han establecido dos turnos. "Así no estamos juntos todos los empleados y, en el caso de que alguno dé positivo por coronavirus, evitamos que se deje de prestar el servicio", explica Marta, quien trabaja presencialmente en días alternos.
Marta: "Los niños saben que papá está trabajando, por lo que tienen claro que no se le puede molestar, como ha ocurrido siempre. Sin embargo, no entienden que mamá, aunque esté en casa, también está currando"
"Las jornadas de teletrabajo son infernales, porque debes compaginar la vida familiar con la laboral: ejerces de mamá, de profe y, al mismo tiempo, de trabajadora". Una pluriempleada que debe compartir un espacio reducido con sus dos hijos, de siete y nueve años, y con su pareja, quien lleva años teletrabajando como autónomo después de estar en nómina de varias empresas privadas. "Los niños saben que papá está trabajando, por lo que tienen claro que no se le puede molestar, como ha ocurrido siempre. Sin embargo, no entienden que mamá, aunque esté en casa, también está trabajando".
Marta enumera las tareas que debe llevar a cabo al margen de su empleo, cuyos ritmos acusan la presencia de los críos. "No sólo usan los ordenadores y tabletas, que resultan insuficientes para todos, sino que requieren tu atención continuamente: tengo una duda, explícame esto, hazme aquello... Insisto, los días de teletrabajo son un caos, mientras que cuando me toca acudir a mi puesto habitual son más productivos porque puedes centrarte en tu labor". Lógicamente, el horario laboral en casa no finaliza a las tres. Después de comer, toca ponerse de nuevo manos a la obra para resolver los flecos pendientes.
Laura: "Levántate pronto, dúchate y organiza tu trabajo"
Laura es profesora de joyería, una de sus pasiones junto a la arquitectura, que abandonó cuando tras la crisis económica de 2008 comenzó a flaquear el sector inmobiliario. Montó un taller y empezó a dar clases de soldadura, esmalte o metal a personas que, como ella, decidieron reciclarse a tiempo. Es autónoma y da empleo a otras tres formadoras, por lo que después de tener a su primera hija empezó a realizar algunas tareas desde casa. Ahora se ha visto forzada a echarle el candado a su local por la emergencia del coronavirus y, de nuevo, se ha reinventado. Si la montaña no va a Mahoma…
"Como tuve que suspender todas las actividades, estoy grabando vídeos para hacer cursos online. La idea surgió hace tres años, pero entre la niña, el bebé y las clases presenciales fue imposible sacarlo adelante hasta la cuarentena, que estoy aprovechando para acelerar el proyecto", explica la fundadora de Lalabeyou, quien posa ante la cámara que le hace la foto mientras otra registra sus lecciones sobre materiales, del metacrilato a las resinas. "Voy despacito porque no me queda otro remedio que aprovechar la siesta de la pequeña para grabar".
Su hija mayor tiene cuatro años y se entretiene con la tele, mas cuando la bebé está despierta no para quieta. "Esto parece el camarote de los hermanos Marx", comenta entre risas. "El confinamiento lo ha complicado todo, porque las niñas son quienes reclaman más atención. Debes adaptarte a sus horarios, porque al mediodía están muertas de sueño o caninas, pues están acostumbradas a comer antes que nosotros y se les abre pronto el apetito". Una jornada laboral organizada en función de la benjamina, a punto de celebrar su segundo cumpleaños.
Sin embargo, Laura está encantada de trabajar en su hogar. O, al menos, lo estaba antes del coronavirus. "Desde que soy madre empecé a hacerlo, organizando los cursos y gestionando las actividades, si bien impartía clases en el taller dos días a la semana. Pero como soy autónoma debo ocuparme de todo, aunque no es necesario salir para comprar materiales, llevar la contabilidad, coordinar la programación, comisariar las exposiciones, alimentar las redes sociales y encargarme de la publicidad".
Laura: "No seas desordenado, porque eso te desconcentra. Y luego debes fijarte un horario para rendir, pero es necesario trabajar de manera continuada durante ese tiempo"
El teletrabajo, para ella, es una experiencia "fenomenal", pese a que tenga que ejercer de "mujer orquesta". Las horas le cunden más, porque en el taller está de cara al público y debe atender a quien entra por la puerta. "Si no voy con una tarea expresa, hecho la mañana sin poder sacar adelante un trabajo productivo, porque hay muchísimas interrupciones". Laura habla en presente: se sobreentiende que se refiere a los tiempos antes del coronavirus.
Durante sus años como teletrabajadora, ha ido aprendiendo algunos trucos para aprovechar el tiempo al máximo. "Aunque parezca un cliché, cuando trabajas en casa corres el riesgo de no separar las horas laborales de las personales. Sí, es cierto: levántate pronto, quítate el pijama, dúchate y organiza tu rincón de trabajo, porque el desorden provoca que te desconcentres. Luego debes fijarte un horario para rendir, pero resulta crucial currar de manera continuada durante ese tiempo", sugiere la profesora de joyería. Ella, por ejemplo, se encierra a trabajar durante dos o tres horas y luego la releva su pareja.
No para completar su tarea, sino para dedicarse a lo suyo. También está habituado a teletrabajar, por lo que la situación le resulta llevadera. El relevo, lógicamente, es para cuidar de las criaturas, de modo que siempre estén bien atendidas. "Así puedes trabajar al cien por cien, porque si sales de la habitación donde desempeñas tu actividad al final terminas poniendo la lavadora o preparando la comida". Por la tarde, vuelta a empezar, porque las niñas no tienen un interruptor para poder desconectarlas.
En su casa, en la de Pedro y en la de Marta, hasta que llega la noche y los angelitos se quedan dormidos no termina la jornada laboral. Entonces, si no les vence el sueño, pueden permitirse una escapada, aunque no queda otra salida que la de una pantalla, la página de un libro, un balcón y, con suerte, una terraza. Ahora sí, con permiso de Roberto, está permitido ponerse el pijama, al menos hasta que suene el despertador, los llame un cliente, los críos aporreen la puerta del dormitorio, el Whatsapp empiece a pitar como un poseso o su jefe les pregunte por Slack qué están haciendo.
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