BARCELONA
Actualizado:Era finales de los ochenta cuando un grupo de chavales comenzó a jugar a fútbol en la parroquia de Sant Sebastià, en el barrio barcelonés del Verdum. Eran tiempos duros e imprevisibles, y Txus Lahoz, vecino del barrio, pensó que el deporte podría servir para algo más que pasar el rato. Fue así como nació la Associació Esportiva Babar, un club de fútbol sala en el que hoy juegan alrededor de 130 niños y jóvenes. Una entidad que combina el fútbol y el refuerzo escolar, y acompaña a familias atravesadas por realidades convulsas. "Comenzamos a darle patadas a un balón para darle una patada a un entorno complicado. Yo lo he vivido en mis propias carnes. La mayoría de mis amigos de la infancia ya no están", relata Lahoz.
Miriam Campillo fue una de las primeras niñas que cruzaron la entrada del Babar. Sus padres fallecieron cuando tenía seis años y ella fue a parar a un colectivo de la zona, donde conoció al impulsor de la iniciativa. "Txus metió en el fútbol a mi hermano mayor para sacarlo de la calle, y yo siempre lo acompañaba, así que me empezó a gustar el fútbol. Primero jugaba con los niños, y después hicimos un equipo de niñas que nos iba súper bien", cuenta una tarde de principios de junio, durante un entrenamiento.
Pronto el club se le quedó pequeño, al menos en un sentido futbolístico, y Campillo siguió jugando fuera de casa hasta llegar a la Primera división. Casi dos décadas más tarde, es en el Babar dónde entrena su hijo, de siete años, un niño tímido que desaparece dentro de la camiseta azul oscuro del equipo. "El año que viene por fin comienza el refuerzo escolar", dice su madre. Y anota: "Aquí se ofrece una ayuda, luego tú decides tu camino".
El club acompaña a algunos niños que van apurados en la escuela, o que tienen dificultades para afrontar un cambio de ciclo. También se asegura de que asistan a clase. De esbozar una lista mínima de objetivos, encarrilar la agitación interna. "Y que entiendan que una expulsión, una falta de asistencia, tiene consecuencias aquí. Que lo sabremos", señala Marc Frochoso, educador social y coordinador del área social de la entidad. "Intentamos intervenir aprovechando que es la única actividad que hacen por voluntad propia, porque algunos están rebotados en todos sitios". Aunque no todo se reduce al colegio, aclara. Enlazan a familias con servicios sociales, ayudan a solicitar becas, o los trámites de regularización de personas recién llegadas.
Esta tarde, la entrada del polideportivo de la Guineueta, en el distrito de Nou Barris, acoge más ajetreo del habitual. Lahoz atiende a voluntarios, a padres, a una servidora. Hay quien resopla y se abanica; hay quien lamenta el calor prematuro sobre la grada de cemento. Con todo, se respira alegría. En tres días será la diada del club: una jornada en la que los vecinos se reúnen para celebrarse. Mientras unos rematan preparativos de ese encuentro, dos equipos entrenan con chicos de camiseta amarilla que han venido a probar el juego.
Pero es probable que no todos puedan vestir los colores del Babar. "Las paredes son las que son y son las que nos aguantan", señala Javier López, exjugador y coordinador del club.
El proyecto echó a andar con el apoyo del Pare Manel, conocido por su labor en estos barrios
En estos momentos, en la asociación participan alrededor de 40 personas, de las cuales el 98% son voluntarias. Dos de ellas están empleadas a jornada completa. El proyecto echó a andar con el apoyo del párroco Manel Pousa, el Pare Manel, conocido por su labor en estos barrios, especialmente en la cárcel. Ya fallecido, su nombre se entona con devoción. Él fue la primera vía para conseguir recursos. Al principio, a través del Centre Obert Muntanyès, después con la fundación que lleva su nombre. Pero no hay mucho más a lo que agarrarse.
"Las ayudas son justitas, esto es muy deficitario. Estamos haciendo cambios en los estatutos para tener opción a otras ayudas, porque a nosotros solo nos reconocían como una entidad deportiva", afirma Lahoz, quien también ha sido director formativo y manager de fútbol sala del Barça.
"En invierno aquí pasamos frío, todo está abierto, en las gradas ni siquiera han puesto bancos", denuncia López
Tampoco es fácil conseguir un espacio definitivo donde jugar. "Hay poca infraestructura. Muy poco invertido. Cuando hicieron obras, hace un par de años, nos pusimos a tocar puertas y estaba todo ocupado: Verdum, Roquetes, Guineueta, Trinitat Nova; barrios que de pabellones tienen poco y menos", explica López. "¿Cómo en un distrito con tanta población hay tan pocos espacios municipales? ¿Por qué no podemos tener una zona multideportiva bien hecha? En invierno aquí pasamos frío, todo está abierto, en las gradas ni siquiera han puesto bancos. Esto desgasta. Aunque, bueno, hasta ahora no teníamos ni techo", remacha.
Silvia Vaquero es educadora social en el Raval y ahora monitora en el Verdum. "Me vine a echar una mano y ya voy por la tercera temporada", cuenta. Vaquero entrena al único alevín femenino que hay. "De momento, solo podemos tener este equipo porque nos falta sitio", anota Jessica Pazos, encargada de la comunicación del club, cuyos hijos también juegan aquí. "Tampoco podemos irnos muy lejos porque entonces pierde la gracia, se pierde el contexto de lo que hacemos", añade Vaquero.
Nou Barris es la segunda zona de Barcelona con mayor riesgo de exclusión social. En 2020, el índice rondaba el 38,5%. Situado al norte de la ciudad, el distrito está a la cola de sectores según renta. Acopla cifras extremas, como que más de un 30% de la población ha sufrido en algún momento pobreza energética: retrasos en los pagos, cortes de luz. Una encuesta reciente de la Agencia de Salut Pública de Barcelona señala que hay tres veces más tentativas de suicidio en los barrios de Torre Baró, Vallbona y Ciutat Meridiana, el más pobre de Barcelona, que en el resto de la ciudad. Los desahucios se han convertido en rutina. La movilización en su contra, también.
Nou Barris es la segunda zona de Barcelona con mayor riesgo de exclusión social
Puede que no haya lugar donde la vida en segundo plano sea tan evidente como en la cárcel. Desde hace años, el Babar intenta jugar en Quatre Camins, una apuesta que pretende ampliar a otros centros penitenciarios. "Hemos montado una liga entre presos y equipos externos", apunta Lahoz. "Esto comenzó con el Pare Manel. Llevaban cartas, llevaban sellos para que escribieran a las familias. Facilitaban algunos temas. Ahora también intentamos que un monitor haga actividad allí cada semana, para hacer crecer la parte deportiva que tienen", explica López.
"Yo recuerdo entrar con dieciocho años y fue brutal". "El año pasado tuvimos la posibilidad de ir con un equipo de jóvenes. Les quita muchas películas y estigma", considera López. "Incluso ha venido un chico que estuvo en la cárcel y que ha hecho de monitor. Nosotros no lo hemos ido pregonando, pero la gente se ha enterado porque había chavales que habían ido a jugar a la cárcel y lo habían visto. Se le ha dado tanta normalidad que nadie nunca ha dicho nada", detalla Pazos. Y remata: "Está bien que los niños vean esto. Que sepan que cualquiera por un error puede acabar allí".
Hoy quedan lejos los días en los que Txus Lahoz, armado con poco más que las ganas, callejeaba para encontrar chavales que quisieran jugar a fútbol sala. Ya hace cuarenta años que un patio de la parroquia del Verdum fue "un Maracaná para nosotros", recuerda este hombre que ahora bordea los sesenta años. Poco a poco, aseguran sus defensores, el Babar se ha convertido en algo que no tiene techo previsto. Aunque, como siempre, buscarán y pelearán el techo entre las calles de los últimos barrios de Barcelona.
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