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Cuando Barcelona dejó de pagar los alquileres: la huelga de inquilinos de 1931 que resuena en plena crisis de la vivienda

La iniciativa tuvo seguimiento en dos de cada tres hogares de familias trabajadoras. Los expertos reconocen que sería "factible" repetirla, aunque "hace falta una estrategia de desobediencia civil no violenta para llevarla a cabo".

Imagen de archivo de una protesta contra la subida de los alquileres en Mallorca.
Imagen de archivo de una protesta contra la subida de los alquileres en Mallorca. Cati Cladera / EFE

Barcelona recibió a miles de familias andaluzas, extremeñas, murcianas y gallegas tras la Primera Guerra Mundial. La Ciudad Condal fue una de las que más creció durante el período de entreguerras, fruto del "importante desarrollo industrial, cultural y social" de la época. En 1930, más de la mitad de los vecinos de la capital catalana habían nacido fuera de la ciudad. Muchos, fuera de Catalunya. La crisis económica y la desestabilización, sin embargo, frustraron los planes de los trabajadores y cambiaron sustancialmente el escenario: hambrunas, desahucios y revueltas sociales

La falta de vivienda fue la gota que colmó el vaso, sobre todo, teniendo en cuenta el aumento "desproporcionado" de la demanda. En agosto de 1931, 90.000 familias barcelonesas se declararon en huelga y dejaron de pagar sus alquileres. "Las condiciones de las rentas no eran precisamente buenas. Los gobiernos y los ayuntamientos de la dictadura de Primo de Rivera tampoco habían hecho gran cosa para evitar su deterioro, ni para frenar los desahucios. Una vez proclamada la Segunda República, los grupos libertarios y vecinales se organizaron y vehicularon una serie de reivindicaciones", recuerda Martí Marín, profesor de Historia Contemporánea en la Universitat Autònoma de Barcelona. 

La huelga de alquileres fue un episodio "importante" en la historia de Barcelona, pero "bastante desconocido" para el grueso de la población. La Ciudal Condal prácticamente duplicó su censo durante los años 30, pasando de tener 600.000 habitantes a más de un millón. Las familias migrantes, recién llegadas a la capital catalana, vieron que no había trabajo ni vivienda para todos. El crac estadounidense de 1929 llamaba a las puertas de Europa y los inquilinos sufrían para pagar sus rentas. La situación era crítica y los alquileres crecían por encima de los salarios –como ocurre ahora, casi 90 años después–.

"La huelga tuvo seguimiento en dos de cada tres viviendas obreras de Barcelona"

"Esto sucede en plena ola migratoria y tras un período de fuerte desarrollo económico, marcado por la posguerra y la Exposición Universal. Barcelona prosperó a golpe de acontecimientos. El crecimiento demográfico provocó tensiones en el mercado inmobiliario. Las empresas buscaban trabajadores, pero no preveían servicios para todos", señala Jaume Claret, historiador y profesor en la Universitat Oberta de Catalunya. El docente pone el foco en el contexto sociopolítico de la época y el fin de la dictadura de Primo de Rivera: "La represión sobre los sindicatos era brutal. En 1931 se produce un estallido de la libertad y las tensiones ocultas empiezan a expresarse públicamente". 

El éxito de las protestas no fue absoluto, pero dejó entrever que el activismo vecinal tenía garra y podía servir para algo. "La huelga tuvo seguimiento en dos de cada tres viviendas obreras de la ciudad. Los inquilinos no dejaron de percibir ingresos, como en las protestas típicas de las fábricas, así que ahorraron el importe correspondiente al alquiler durante los casi cuatro meses que duró la iniciativa. Es cierto que muchas familias fueron desahuciadas, pero no tardaron en encontrar otra alternativa. Las mudanzas por aquel entonces eran totalmente normales", explica José Luis Oyón, catedrático honorífico de la Universitat Politécnica de Catalunya y autor del libro La quiebra de la ciudad popular: Espacio urbano, inmigración y anarquismo en la Barcelona de entreguerras. 

"La administración era sensible a las demandas"

Las clases trabajadoras tomaron las calles de Barcelona con tres reivindicaciones básicas: contabilizar el mes de adelanto como una mensualidad, bajar los alquileres un 40% y liberar del pago a las personas en situación de desempleo. La huelga tuvo un gran seguimiento en los barrios pobres y migrantes, amparados bajo el paraguas de la CNT. "Las administraciones eran más sensibles a las demandas de la gente y respetaban los derechos de los trabajadores, sobre todo cuando había un sindicato tan potente implicado. Los inquilinos conocían a sus propietarios, podían negociar. Esto con un gran tenedor o un inversor sería imposible", reflexiona Jaume Claret. 

En 1931, un obrero no cualificado destinaba entre el 33% y el 38% de su nómina al pago del alquiler, mientras que un trabajador cualificado empleaba el 20%. El porcentaje actual supera con creces el de hace nueve décadas. "Esto no es lo único que ha cambiado. Los alquileres representaban durante el verano de la huelga el 95% del parque inmobiliario de Barcelona, es decir, había más inquilinos y un sindicato fuerte. La otra gran diferencia es que ahora muchas familias tienen una situación más precaria y les costaría sumarse a una iniciativa del estilo", advierte José Luis Oyón. 

Las fuentes consultadas por este diario coinciden al definir el problema de la vivienda como "algo cíclico" y derivado de la "falta de planificación" urbanística. La movilización de los inquilinos en la Barcelona de entreguerras no tuvo continuidad, "al menos significativa", pero vuelve a resonar en las asambleas y concentraciones provivienda. "En el tardofranquismo y durante la transición, hubo familias que dejaron de pagar los plazos de sus pisos de promoción pública porque estaban en mal estado. La huelga de alquileres es factible, pero hace falta un núcleo impulsor, una estrategia de desobediencia civil no violenta para llevarla a cabo", sugiere Martí Marín. 

¿Es posible otra huelga de alquileres?

España cerró 2023 con 26.659 desahucios y los precios han subido un 5,7% entre abril y junio de este año. Los sindicatos de inquilinas han echado la vista atrás y parecen tenerlo claro: la propuesta de una huelga de alquileres está encima de la mesa. "Estamos totalmente a favor, otra cosa es la viabilidad que pueda tener a la hora de conseguir que los inquilinos se sumen. La clave está en generar fuerza colectiva, conseguir que la gente vulnerable, las familias que dedican una parte desmesurada de sus ingresos al alquiler, apoyen la huelga. Esto tendría que ser algo a gran escala; estamos en ello", reconocen desde el Sindicat de Barri de Carolines en Alacant.

"La huelga podría servir como medida de presión a los poderes públicos"

Gema Rosado Iglesias, profesora de Derecho Constitucional en la Universidad Carlos III de Madrid, expone los límites legales de la propuesta. "El derecho de huelga que recoge la Constitución en el artículo 28 se refiere a los trabajadores asalariados, es decir, aquellos que tienen una relación laboral con una empresa o empresario. Es un derecho individual, pero de ejercicio colectivo. Cuando hablamos de huelga de alquileres, utilizamos los términos de manera inapropiada. Esto supone una dejación de funciones en la prestación de una actividad –abonar el alquiler– y no entra en el ámbito constitucional. Otra cosa es que pueda servir como medida de presión a los poderes públicos para intervenir la situación", detalla.

"La huelga no sé hasta qué punto puede tener recorrido. La gente tiene derecho a manifestarse, porque la situación no ha mejorado con la Ley de Vivienda, pero los propietarios pueden acudir a los tribunales si no reciben su dinero", añade Pedro Antonio Munar, catedrático de Derecho Civil en la Universitat de les Illes Balears. Los sindicatos de inquilinas insisten en la necesidad de "convencer a la población" para caminar hacia una huelga de alquileres y "presionar al Gobierno", que "debe sacar adelante medidas urgentes". 

Las vecinas y vecinos de Madrid tomarán las calles el próximo 13 de octubre para protestar contra la subida de los precios y la especulación inmobiliaria. Las movilizaciones se extenderán por otras ciudades españolas durante el resto del mes. El Sindicato de Inquilinas de Madrid reflexiona sobre la posibilidad de convocar una huelga de alquileres a gran escala: "El contexto ha cambiado, pero la crisis de la vivienda es igual de aguda que en 1931. Los precios están fuera de control y las condiciones de vida son insostenibles. La huelga puede ser una opción para cambiar las reglas del juego, pero somos conscientes de que hace falta solidarización vecinal y una estrategia clara para enfrentar las represalias del sector inmobiliario. La clave está en la lucha organizada".

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