BARCELONA.- Mediodía del primer sábado de julio. Cientos de personas buscan la salida de la parada de metro de la Barceloneta. Se forma un pequeño tapón. Casi todas -mayoritariamente turistas que pasan unos días de vacaciones en la capital catalana- tienen el mismo destino: la muy concurrida playa situada a poca distancia. La estampa es habitual, pero estos días al llegar al paseo de Joan de Borbó -el camino más corto desde la salida del metro hasta el mar- lo que llama la atención es el enorme mercado al aire libre que se ha establecido en la zona. Cientos de vendedores ambulantes se reparten a lo largo del paseo ofreciendo a precios muy reducidos una amplia gama de productos. Sombreros, camisetas deportivas -con un predominio incuestionable de las del Barça-, gafas de sol, monederos, bolsos, gorras, pulseras o pendientes llenan las mantas de los vendedores, que carecen de permisos para ejercer la actividad y que fundamentalmente son originarios de países del África Negra, como Senegal o Gambia, o del Pakistán.
Su presencia en la Barceloneta, sin duda muy numerosa, ha provocado el enésimo conflicto alrededor de los manteros en el escaso año de Gobierno de Ada Colau. Se trata de una las cuestiones que, sin duda, más está desgastando al ejecutivo local, ya que a las críticas feroces de la oposición de derechas y a la criminalización de los manteros que hacen parte de las patronales de comerciantes de la ciudad se le suma el rechazo a las soluciones policiales por parte de los grupos de apoyo a los vendedores.
La semana pasada fue especialmente intensa alrededor del tema. El miércoles, varias asociaciones de comerciantes de la ciudad presentaron un manifiesto en el que pedían medidas más duras para acabar con la venta ilegal en las calles de la ciudad. Detrás del texto había entidades como Barcelona Oberta, la Fundació Barcelona Comerç, Pimec Comerç -en muchos casos con poca o nula implantación en la zona- además de una de las asociaciones de vecinos de la Barceloneta. Entre otras cosas, el documento acusa al consistorio de pecar de un “buenismo ingenuo” y de tener una “falta de voluntad explícita para solucionar el problema”, lo que ha ocasionado un “efecto llamada” que se ha traducido en “concentraciones de más de 500 vendedores ilegales, ocupando, irrumpiendo y dificultando el paso de los viandantes en el espacio público”.
La respuesta del consistorio llegó el jueves, con una rueda de prensa del primer teniente de alcaldía, Gerardo Pisarello, y el comisionado de Seguridad, Amadeu Recasens, en la que el primero afirmó que el ayuntamiento “no permitirá la utilización del espacio público para la venta ambulante no autorizada, aún menos cuando se hace forma abusiva e invasiva”. Con todo, el gobierno ha reconocido que no es posible acabar con el top manta este verano. Lo que plantea ahora es intensificar una ofensiva en distintos frentes, desde una mayor presencia policial a ofrecer planes de ocupación para 40 vendedores que dejen la actividad, pasando por la colaboración con otros municipios y campañas de sensibilización y multas al comprador.
La apuesta policial es una estrategia de saturación, lo que significa situar a agentes en una determinada zona para evitar que los manteros se instalen allí. Ya se lleva a cabo en el Pla de Palau, donde ahora no hay vendedores, pero Recasens reconoció que no tienen suficientes efectivos para desarrollarla simultáneamente en todos los puntos en los que hay manteros, como el Paseo de Gràcia, el Parc Güell, la Avenida María Cristina y, por supuesto, el paseo de Joan de Borbó. Recasens no descartó que en última instancia se opté por desalojar a los vendedores, pero dejó claro que no es la actuación prevista en la Barcelona.
Largas jornadas para ganar menos de 20 euros
Durante la visita de Público, miles de personas cruzan el paseo de Joan de Borbó. La mayoría sólo utiliza la vía de tránsito hacia la playa -o de vuelta al metro-, aunque también son muchas las personas que optan por tomar algo o comer en los numerosos restaurantes y terrazas que hay en esta parte del barro marinero por excelencia de Barcelona. Sólo algunas se paran a mirar la mercancía de los vendedores ambulantes y pocas, muy pocas, deciden comprar algo. Todos los manteros consultados confirman que “las ventas son muy bajas” y que habitualmente un largo día de trabajo apenas les da para obtener unos “10 o 20 euros”, según confiesa Moussa, un senegalés que vende camisetas del Futbol Club Barcelona. “Ayer [el viernes para el lector] vendí tres camisetas, pero anteayer, ninguna”, comenta. Teniendo en cuenta que se lleva un margen muy reducido por cada venta, es obvio que el trabajo le da para un salario de miseria.
En la zona los contrastes son evidentes y llegan al extremo ante el muro que separa el paseo de la marina de lujo del Port Vell. A un lado, cientos de vendedores que, sometidos a un sol abrasador, intentan ganar sacarse algo para malvivir en Barcelona. Al otro, enormes yates propiedad de multimillonarios que navegan bajo banderas internacionales y quedan amarrados en una zona exclusiva apenas transitada. Dos mundos radicalmente distintos separados, momentáneamente, por escasos metros. Karim, también nacido en Senegal y que vende bambas, explica que el año pasado vendía en el cercano Pla de Palau, pero que la “policía nos echó”. “Ahora aquí estamos más o menos tranquilos, pero somos muchos y vendemos muy poco. Hay tanta oferta que los clientes regatean. Si vendo cada par [de bambas] por 20 euros yo ganó seis, pero en muchos casos rebajo el precio. Normalmente vendo dos o tres pares al día, así que imagina lo que me queda”, detalla.
“Todo lo que ganamos lo gastamos aquí para comprar comida, para pagar el agua, la luz, la habitación y lo que queremos es poder trabajar tranquilos y ganarnos la vida”, añade Karim, que como muchos de los vendedores vive en el barrio del Besós, compartiendo piso con otros compañeros y utiliza el metro para llegar a la Barceloneta. Según cuenta junto a otros manteros, en la estación a veces tienen problemas con la policía, que en alguna ocasión los para y les requisa la mercancía. “Cuando pasa, nos ayudamos entre todos para que el afectado puede volver a empezar y comprar cosas que vender”, expone. “Al final si quieren acabar con la actividad tendrían que empezar por arriba, por quién distribuye a gran escala material falsificado y no por nosotros que somos los más débiles”, reivindica.
“Quiero que se vayan”
La concentración de manteros en la Barceloneta ahora mismo es incuestionable, pero las quejas no son tan unánimes. Es cierto que grandes comerciantes lideran la campaña contra los manteros, pero muchos de ellos ni tan siquiera tienen establecimientos en el barrio. Y entre los residentes, la Asociación de Vecinos de la Barceloneta se ha sumado en la campaña en contra, pero no la Asociación de Vecinos de la Òstia, también del barrio y muy combativa en cambio contra los pisos turísticos. Trabajadores de varios de los restaurantes de la zona afirman a Público que no están notando especialmente una merma en la caja por la presencia de los vendedores ambulantes aunque afirman que hay quién se queja “porque no queda espacio para pasar”.
Más duros son algunos de los comerciantes del mismo paseo Joan de Borbó. El responsable de una tienda de productos de playa es contundente: “Nos están jodiendo bien. Desde que están aquí vendo un 60% menos y quiero que se vayan”. El propietario de un tienda de calzado cercana también se queja y habla de “competencia desleal”. “Venden calzado mucho más barato que yo, que tengo que pagar impuestos y la seguridad social de mis trabajadores. No tengo dudas de que ha habido un efecto llamado por la permisividad del ayuntamiento y la solución sería una presencia policial mucho más intensa, pero ahora mismo ya no sé si es posible”, afirma.
Pape Diop, portavoz del Sindicato Popular de Vendedores Ambulantes -nacido hace unos meses-, detalla que su reivindicación fundamental es “tener un sitio en el que podamos vender legalmente, pagando impuestos”. “Nosotros no queremos dar problemas, pero necesitamos poder trabajar para comer”, añade. Según Diop, como para la mayoría de vendedores consultados, la propuesta de crear 40 planes de ocupación en actividades de dinamización y apoyo en espacios comunitarios, mantenimiento y rehabilitación de pistas deportivas y mantenimiento y limpieza de equipamientos públicos “va en la buena dirección, aunque es insuficiente”. “Somos mucho más de 40 y casi todos quedarían fuera de los planes, pero es cierto que parece que se nos tiene en cuenta”, concluye.
Lo que parece claro es que no hay una solución mágica para una problemática con muchos actores y en la que las medidas planteadas hasta ahora no contentan totalmente a ninguna de las partes.
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