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Un día como hoy, hace tres años, la vida de Ester Quintana cambió de forma radical. Ahora tiene una discapacidad del 69% y una incapacidad permanente. Y todo, por acudir a una manifestación y ser una víctima de la represión policial. Su ojo izquierdo explotó por el impacto de una bala de goma disparada por Mossos d' Esquadra durante la huelga general del 14N, en 2012. Tres años en los que ha tenido que aprender a convivir con dolor y limitaciones físicas, pero también tres años de lucha. Cada día supone para Ester un reto. Cada día es un paso más hacia el juicio que espera con miedo, pero con ganas. Primero, para pedir justicia y, sobre todo, para dar un paso definitivo en su recuperación. Aún llora cuando recuerda lo sucedido, medita y reflexiona sus respuestas, y sus padres y amigos siguen siendo el apoyo donde sostenerse. Ha aprendido a solventar las dificultades y a ser más fuerte. A tener nuevas esperanzas e ilusiones. Para ella, su sufrimiento merece la pena sólo por el hecho de que nadie más pase por su situación. Y ha aprendido a mirar de nuevo, pero desde el corazón, sin venganza ni remordimientos.
¿Cuánto ha cambiado Ester Quintana?
Soy la misma persona de antes con la diferencia de que ahora soy pública. Tampoco sabía que era tan fuerte como he llegado a ser porque las operaciones y la recuperación han sido muy dolorosas. Y muy diferente porque ahora sé que no volveré a ver. Eso lo pienso cada segundo. A cada segundo del día. Me levanto y ya lo noto… Tengo una prótesis y no veo todo. Las mañanas son muy duras. Es volver a la realidad, mirarte al espejo y no reconocerte.
¿Piensa mucho en aquel día, en los motivos que le llevaron a ese momento?
Yo era una persona precaria. En enero de ese año había perdido mi empleo y me intentaba buscar la vida con otros proyectos. El dinero se estaba acabando y no podía pagar el alquiler. Pensé que no íbamos a salir de esta, que había que hacer algo. Y fui a esa huelga general impulsada un poco por todas estas inquietudes. Y al final, todo fue peor. Tuve que dejar la casa e irme con mis padres con lo que eso se supone. Y me refiero que además de lo que supone volver a casa de tus padres, es estar a su cargo siendo ellos mayores, en una situación de vulneración, donde no te puedes volver a valer por sí misma.
Supongo que de aquel día tendrá infinidad de recuerdos…
Tengo muy registrado los comienzos. Cuando quedé con un amigo y mi pareja, Lluis, y fuimos andado como una hora hasta paseo de Gracia. Lo recuerdo todo muy pacífico. Había gente que iba con panderetas, otros con timbales, otros coreaban frases… pero todo pacífico incluso, a veces, lúdico. Tuvimos que esperar a unos amigos, y de esperar tanto casi cuando nos incorporamos a la manifestación, casi había pasado, pero aún así seguimos. Y a la altura de la calle Aragó había obras porque arreglaban la estación nos vimos en un callejón muy agobiados, casi no se podía respirar. Yo, que soy bajita, iba con la cabeza levantada. Pasé algo de miedo, porque había mucha gente y muchas obras. Decidimos volvernos caminando y, en el camino, recuerdo el sonido de un helicóptero de la policía, llegada de furgonetas, y notamos que había demasiado movimiento. Recuerdo aquel grupo de gente corriendo, desde plaza Cataluña, perseguidos con la policía, que les pegaba con porras. Recuerdo cómo me asusté y subí hasta Gran Vía. Llegaron unas furgonetas y eché a correr cruzando el paseo de Gracia. Cuando crucé la calzada, me giré para ver si Lluis venía detrás, vi a la policía y recibí el impacto.
Y cambió su vida…
Recibí el golpe y dejé de ver para siempre. Di un traspié, unos dos pasos hacia delante provocados por el impacto del golpe. Y en todo momento supe lo que me estaba pasando. Avisé a Lluis de que me habían dado. Él se quedó parado. Le pregunté cómo tenía el ojo, porque me lo notaba entumecido y no veía. Y me respondió… “no se ve nada”. Su cara me desveló la verdad. Iba sangrando, pidiendo ayuda. Había dolor, pero la tensión y el entumecimiento casi me hacían no sentir el ojo en ese momento, hasta que llegué al hospital. Todo estaba machacado.
¿Se sigue preguntando el por qué?
Claro, siempre. Y aquel día me decía… por qué me tiene que pasar a mí. ¿Por qué? Si soy una persona pacífica y sólo ha sido por ir a una manifestación, que estoy en mi derecho. Sigo sin entender ese disparo. Tenía rabia, dolor, impotencia, incapacidad. Tuvimos tal shock que gritábamos ayuda, cuando podíamos haber llamado desde nuestro móvil a la ambulancia, pero no podíamos asumir que aquello nos estuviese ocurriendo.
Es la pérdida de visión, de un sentido.
La pérdida de un órgano muy sensible. Piensa que cuando entra algo de jabón o champú en el ojo estás un par de horas o hasta días con el ojo tocado. Pues imagina una bola de 85 gramos, de una goma que es plástico duro, a 720 kilómetros por hora, el doble de la velocidad de un AVE. Si te chocas con un AVE, ¿qué te pasa? Imagínate lo que me hizo en la cara.
En aquel momento, ¿cuál fue su mayor preocupación?
Mi preocupación era que no me hicieran fotos. No por mí, sino por mi madre. No quería que me viera en la tele. Luego, claro, me ha visto por todos lados. Pero yo pensaba en mi madre, en que no me viese en directo. Esa era mi angustia, más allá del ojo. Y mientras venía la gente a ayudarnos, y después la guardia urbana, yo seguía escuchando a la gente decir que la policía seguía cargando. Aquello parecía no tener fin.
Supongo que en aquel día, aunque fuese tarde, llegaría un momento en el que se quedaría a sola. Un instante en el que se daría cuenta de la realidad.
Fue en esa noche. Lluis bajó a cenar algo, y en ese momento, en la soledad, arranqué a llorar de rabia, de impotencia. De impotencia por saber que esa situación no volvía atrás, que no había solución. Y pensé que la única solución era ir hacia delante. Siempre he afrontado todo con valor, sin huir ni poner excusas, pero pensé que estaba viva. Estar viva era un gran motivo, a pesar de que sabía que perdería el ojo. Después vinieron muchas noches de llorar a solas. (Ester comienza a llorar). Porque me tuve que ir a vivir con mis padres y no quería llorar delante de ellos. Ya era bastante doloroso que me viese así, así que ya era demasiado que me viese hecha una piltrafilla. No lo tengo superado porque si no, yo no estaría así, llorando ahora mientras te lo cuento. Pero tengo que respirar mucho, respirar, y exteriorizar. A mi familia no se lo quería explicar porque no quería que ellos se llevasen la carga, que no se llevasen a su casa otro peso más añadido a la tragedia que ya teníamos encima. Sólo he llorado delante de mi madre, cuando me he visto superada.
¿Cómo fue el proceso de la ayuda psicológica?
La pedí varias veces a los doctores y enfermeras, y me respondieron que no había una unidad de psicología que me pudiera ayudar en todo el hospital. Y yo no me lo creía. El protocolo oftalmológico no contempla esas ayudas, no la tuve. Al final, días después me dieron cita con un psiquiatra en el mismo hospital, que me recetó sólo pastillas y que lo llamase por teléfono diez días después porque no me iban a abrir expediente para tratarme allí. Hasta que tuve que ir al médico de familia. Sin trabajo, sin poder reincorporarme… no podía pedir a mis padres que pagaran un psicólogo particular, son pensionistas. Pero había cotizado muchos años a la Seguridad Social y me debían atender ahora que lo requería. La doctora de cabecera me ayudó y me dio un par de servicios. Ahora mismo tengo una psicóloga y otro más en el Centro de Atención a la Víctima, que me hará acompañamiento en el juicio. Hasta que el juicio no pase, no lo dejaré porque aunque yo lo intente y sonría a la vida… todo sigue ahí.
¿Se ha sentido como un daño colateral en este tiempo?
"Aún estoy esperando que los Mossos aporten sus pruebas y que demuestren que esa policía no lo hizo. De momento no lo han hecho"
Sobre todo por las palabras de la consejería de Interior, sin hacer una investigación exhaustiva y dando la primera versión que se les ha ocurrido, desde el principio. Siempre diciendo que ellos no habían sido y que no dispararon balas de goma, que no hubo cargas policiales al principio. Ahora parece que cambian las cosas, pero hay que esperar a juicio. Y, según el director de la policía (ya ex director), Manuel Prat, él no dio la orden de disparar balas de goma. Vale, a lo mejor no dio la orden, pero ese cuerpo está bajo su responsabilidad. Yo quiero hechos, no palabras. Hay que aprobar pruebas. Yo aún estoy esperando que los Mossos aporten sus pruebas y que demuestren que esa policía no lo hizo. De momento no lo han hecho.
¿Cree que su caso, al final, sirvió al poder para amedrentar a la sociedad en las manifestaciones?
Sí, pero incluso antes. Ya lo estaban imponiendo antes con su política represiva. Pero es importante que la gente siga acudiendo a las manifestaciones siempre de una forma pacífica. La protesta es una forma de diálogo porque hasta dentro de cuatro años no puedo volver a votar. La ley Mordaza sí tiene importancia, y pienso que es muy restrictiva porque cambia cómo se hacen las cosas. Es muy importante que la gente siga documentando casos de violencia que ocurran en las calles para que en casos como el mío o el de Juan Andrés Benítez, o el de muchos otros, se pueda demostrar que las víctimas tienen razón.
¿Piensa mucho en el juicio que vendrá?
Lo afrontamos con paciencia, con la paciencia de que vamos para tres años y sin fecha… pero el juicio llegará. Y con la tranquilidad de saber que digo la verdad y tengo la razón. No estoy diciendo ninguna mentira y no me lo he inventado. No me ha volado el ojo porque sí. Hay una explicación. Y es que la policía cargó y disparó de forma desproporcionada, no actuaron bajo los protocolos del uso de las balas de goma, tenían que haber avisado por megafonía… Esas son mis sensaciones a día de hoy. Los días que tenga el juicio estaré muy nerviosa, impaciente porque suceda, pase de una vez y acabar con este tema. Cuando termine, podré tener un poco más de paz. Sólo cuando termine el juicio, daré un paso más en el proceso de superación.
¿Y tiene miedo?
Tengo miedo de que alguna cosa no suceda como pueda imaginar, pero con el miedo no se vive, ni te da de comer, ni te arregla nada. Así que hay que ser valiente y afrontar las cosas con dignidad y la cabeza bien alta. Pero sí, sí tengo miedo.
¿Y ha tenido en algún momento sentimientos de venganza o resentimiento?
No, no entra dentro de mi vocabulario. Nunca, para nada. Pienso que el mal que uno hace, tarde o temprano, te vuelve y te repercute. Les pasará factura, por su conciencia o porque otros lo puedan juzgar o valorar. Sí he tenido rabia, impotencia. Esto no se puede volver a atrás. Y es por más doloroso. Aún siento esa impotencia, pero qué alternativa me queda. Ninguna. Por eso, siempre me he esforzado para que esas palabras no estuvieran dentro de mi vocabulario.
¿Qué ha cambiado en usted?
"Hemos conseguido la prohibición de las balas de goma, que ninguna otra persona y familia sufra lo que he sufrido yo"
La forma de ver el futuro. Soy una persona discapacitada y me ha hecho pensar en personas que están en una situación parecida a la mía y cómo afrontan su vida. Yo quiero vivir con una sonrisa y que esto no me llegue a vencer. Cada día, que es muy duro. He aprendido a que hay que ser más valiente todavía. Y también ha cambiado la solidaridad, aunque para mí ya era importante, porque antes ya hacía cosas altruistas. Sin mi familia todo hubiese sido bastante peor, sin tener personas que me respalden, que me den fuerzas, o que me hicieran la comida cuando yo no podía. Lo mejor es mi familia y el entorno de mis amigos que se ha movilizado, y han creado ‘Ojo con tu ojo’. Hemos conseguido la prohibición de las balas de goma, que ninguna otra persona y familia sufra lo que he sufrido yo. Que unos padres no tengan que volver a ver a su hijo tuerto por una bala de goma. Eso me hace estar tranquila. Ese ha sido nuestro logro.
Cada día debe vivir con limitaciones…
Todavía no puedo masticar por el lado izquierdo. Estuve muchos meses sin poder comer la corteza del pan. Tampoco podía respirar por el lado izquierdo de la nariz. El maxilar lo tengo fuera de su sitio, por lo que no me hace fuerza. Tengo todo muy sensible. No podía ni bostezar. Cuando salí del hospital no podía ni andar por la calle porque perdía el equilibrio, ni veía bien e iba mareada. Estuve mucho tiempo sin reírme. Hay mucha gente que me ve y me dice que me ve bien y me pregunta si he recuperado la vista. Y yo respondo… ¿Perdona? ¡No existe esa posibilidad! Te pueden poner un brazo, pero no un ojo. Pierdo el equilibrio. Tengo un vértigo que antes no tenía. Sigo sin ir en bicicleta, ni tampoco conducir por la perspectiva perdida y el cálculo de la distancia.
Esas pequeñas cosas…
Sí, cosas básicas como llenar un vaso del agua. No lo puedo hacer porque no calculo la distancia entre el agua y el borde del vaso. Bajar escaleras, las puertas de cristal… Cosas que no son importantes para los demás pero en el día a día sí, porque las usamos muchos. O la primera vez que intenté abrir la puerta y con el ojo afectado quise mirar por la ventanilla y me dije… ¿pero qué haces Ester, si con este ojo no ves? Pero es la costumbre, que a veces es traicionera. Son muchas cosas. Y aún así, para no sufrir, otras las he normalizado. Por ejemplo, no ver en la oscuridad. Ahora sé que siempre tengo que llevar una luz, pero en la oscuridad no veo absolutamente nada. O cuando ando por un terreno con pendiente. Noto la elevación, pero no la veo, no puedo anticiparme. Ahora tengo una discapacidad del 69%, una incapacidad permanente. No puedo trabajar en nada que requiera agudeza visual, como antes trabajaba de gerente de un bar. Y esto será hasta el fin de mi vida.
La Generalitat la ha indemnizado con 260.000 euros, y reconoce que perdió el ojo en la huelga general por una actuación policial.
Sí, es un avance. No es suficiente dinero para lo que sufrimos. Hasta ahora yo tenía una paga de 400 euros al mes, por una paga de discapacidad. Tuve que aprender a vivir con menos recursos para sobrevivir. Estos tres años han sido muy duros. Junto al shock del impacto, era el económico, no tener lo suficiente para vivir. Como si fuera una víctima de segunda. Yo he aprendido a pasar sin muchas cosas. Por ejemplo, algo tan sencillo ir a cenar a un restaurante era imposible porque si eso suponía gastar el 10 o el 20% de mi pensión… cómo pagaba el alquiler, los gastos fijos de mi vida, la comida, el transporte… No era tan fácil como parece. Aún nos queda mucho por recorrer.
En ese camino por recorrer, ¿le quedan sueños a Ester Quintana?
Uno es estudiar una carrera universitaria, siempre quise serlo. Yo me estaba matriculando en la UOC cuando me pasó el impacto. Quería hacer audiovisuales, pero esa carrera tiene unas asignaturas en 3D. Yo eso ya no lo puedo hacer, igual que no puedo ir al cine a ver una película en 3D. Lo veo todo borroso. Y otra cosa era ser madre. En ese momento quería tenerlo aunque estaba ya en una edad crítica. Ahora tengo 44. No sé si se quedan operaciones pendientes del ojo y no sé si será ya posible. En estos tres años podría haberlo tenido, pero no son las condiciones más óptimas. No porque no pudiera cuidarlo, sino por el estrés psicológico que llevo, las alteraciones de emociones porque tengo subidas y bajadas. Cumplo 45 este año y ya no llegaré a tiempo.
¿Cómo afronta el futuro?
Sé que nunca me volverá la visión. Algunas veces tengo esperanza, como algunos chips para personas que son ciegas… Pero, en mi caso, el ojo no está y el nervio óptico está seccionado. Yo llevo unas placas de titanio en todo el suelo de la órbita del ojo y no hay posibilidad de reconstrucción del nervio, no se puede volver a conectar. Lo único que me queda es esperar que la ingeniería biomecánica evolucione y hagan ojos cibernéticos y poder tener uno. Me sometería a una operación de ese tipo porque lo más duro que he vivido en estos años es el día en el que me quitaron el ojo. Peor que eso, nada. Cuando fui al médico, me quitaron el ojo y al mediodía me llevaron a casa, porque era una cirugía ambulatoria. Fue llegar, la anestesia, quitarlo, preguntar si me mareaba, darme un zumo y para la casa. Así fue. Fue un día muy duro. También los días anteriores y posteriores. Aunque habían pasado ocho meses o diez desde que me explotó el ojo, pero tenía mi ojo, aun deteriorado, pero era mío. El día que ya supe que lo perdí, para siempre, fue durísimo. Ahí supe que ya no habría vuelta atrás. Sólo quedaba ir hacia delante.
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