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BILBAO.- De nada valieron las continuas denuncias, tanto en formato de cartas privadas como de comunicados públicos. Tampoco sirvieron los gritos de sufrimiento, lanzados desde los centros de exterminio más terribles que conoció la historia de América Latina. Distintos documentos obtenidos por Público revelan que el rey Juan Carlos mantuvo una estrecha relación con la dictadura argentina (1976-1983), que asesinó a aproximadamente 700 ciudadanos españoles –entre autóctonos y descendientes-. En la mayoría de los casos, sus cadáveres jamás aparecieron. A pesar de todo esto, el monarca trató al régimen como si se tratase de un gobierno legítimo, al punto de denominarlo como un “leal amigo”.
Este periódico ha tenido acceso al acta original de la reunión mantenida entre el rey Juan Carlos y el entonces embajador de Videla en España, Leandro Enrique Anaya, el 1 de julio de 1976. El encuentro –en el que también estuvo presente el entonces ministro de Exteriores español, José María de Areilza- tuvo lugar en La Zarzuela, a raíz de la designación de Anaya como máximo representante del régimen militar en este país. En un documento enviado a sus jefes en Buenos Aires, el diplomático describe con pelos y señales la charla que había mantenido con el jefe de estado. Todo un regalo para la dictadura, que andaba necesitada de amigos en el ámbito internacional.
“Durante mi intervención expresé mi profunda satisfacción por tener la oportunidad de representar al Gobierno Argentino ante un país tan caro a nuestros afectos y que era portador, entre otras cosas, de un mensaje de reconocimiento hacia Su Majestad por haber sido España uno de los primeros Estados que reconocieran al Gobierno Argentino el 24 de marzo de 1976”, expresó Anaya. En efecto, la monarquía española había sido la primera institución del mundo en otorgar su reconocimiento oficial al régimen, un detalle que Videla jamás olvidaría.
Por su parte, Juan Carlos de Borbón se deshizo en elogios hacia la figura del dictador. Según consta en este documento, ambos habían mantenido una amable conversación telefónica algunas semanas antes, en el marco del histórico viaje que el monarca había realizado a Estados Unidos. “Su Majestad me señaló que él también había experimentado una profunda emoción cuando pudo escuchar una voz argentina que en la persona de su Presidente, tuviera un gesto tan comunicativo y de afecto hacia España y hacia su Gobierno”, relató el diplomático.
En ese contexto, Anaya le transmitió la invitación de Videla “para que visitara la Argentina en oportunidad de un nuevo viaje a América, porque tal era el deseo del Gobierno de las Fuerzas Armadas y del pueblo de mi país”. “Su Majestad el Rey me señaló que ese había sido su deseo desde muy joven, pero que por distintas razones nunca lo había podido concretar, y que ahora estaba decidido a hacerlo. Si bien expresó su complacencia por la invitación y el honor que para él y para España representaba tal circunstancia, no precisó la fecha ni la oportunidad en que concretaría tal episodio”, destacó. El viaje de Sofía y Juan Carlos a Buenos Aires se haría realidad casi dos años y medio después, en noviembre de 1978.
También hablaron sobre la visita que ese mismo mes de julio iba a realizar a España el ministro de Economía de la dictadura, José Alfredo Martínez de Hoz. Tal como ya reveló Público en un reportaje publicado en octubre de 2014, el rey tuvo “expresiones de beneplácito” por el “éxito” con el que la dictadura de Videla afrontaba “los problemas económicos coyunturales”. “Como nota personal, es de destacar que expresó con justeza el nombre y apellido de Su Excelencia el Ministro de Economía de nuestro país y se refirió con términos de ponderación respecto de la gestión que éste acababa de realizar en los Estados Unidos”, remarcó.
Además, el rey prometió la “mejor acogida y disposición de banqueros, inversores e industriales, para concurrir al encauzamiento y solución de los problemas que pudieran plantearse y/o proponerse”. “En tal sentido, dijo que España estaba en el mejor estado anímico para concretar operaciones comerciales y financieras con la República Argentina”, agregó.
“Su mejor amigo”
El resto de la conversación giró en torno a la vida del embajador Anaya, quien ya había prestado servicios en España en representación de la dictadura de Alejandro Agustín Lanusse. “(El rey) tuvo recuerdos particulares para mi familia y expresó su deseo de una muy pronta visita del suscripto acompañado de su esposa a su palacio, donde tendría oportunidad de conversar con Su Majestad la Reina”.
Los halagos continuaron hacia la figura de Videla y sus compañeros: “Expresó Su Majestad su reconocimiento y agradecimiento hacia el Presidente de la Nación y Junta de Comandantes Generales, por la presencia de todos ellos en la Embajada de España en Argentina, con motivo de recordarse allí la fecha de su onomástico”. El monarca se refería a un acto que se había celebrado una semana antes en la representación diplomática española en Buenos Aires, donde Videla y otros militares habían acudido a una celebración por el día de San Juan. Tras agradecer ese homenaje, el rey envió al dictador Videla “el más caro de sus afectos y el deseo del gobierno, Fuerzas Armadas y pueblo de España para que nuestro país alcance cuanto antes el lugar que Argentina debe tener en el concierto de las naciones, particularmente en América”.
A modo de conclusión, el embajador incluyó en su informe una semblanza de Juan Carlos. “Jefe de Estado joven en cuanto a su aspecto, afectuoso y conocedor (a grandes rasgos) de cuanto hace al quehacer argentino, ya sea en la persona de su presidente, de los Comandantes Generales de las Fuerzas Armadas o de nuestro Ministro de Economía. Demostró conocer diversos aspectos sobre la persona del Embajador y su familia, así como las actividades que aquél había desarrollado durante su permanencia en España en su condición de Agregado Militar. Se preocupó por recordar las cordiales relaciones que siempre han existido entre ambos países y por la necesidad de que, a través del mantenimiento de las mismas, tanto España cuanto Argentina tengan en el marco de cada uno de sus continentes su mejor, más claro y leal amigo. Para España es Argentina y desea que para Argentina sea España”, describió.
Aquel encuentro solo fue el inicio de las cordiales relaciones entre la monarquía española y la dictadura argentina. Durante los siguientes meses, Videla hizo llegar varias cartas al rey a través de la embajada en Madrid, que se convirtió en el principal centro de operaciones del régimen militar en Europa. El contenido de esas misivas –firmadas de puño y letra por el dictador- jamás fue revelado. De hecho, ni siquiera figuran en el archivo del ministerio de Relaciones Exteriores de Argentina, donde se alojan la mayoría de los documentos relacionados con la actividad diplomática de la dictadura.
Entre carta y carta, las relaciones entre el monarca y la dictadura siguieron cultivándose. Mientras arreciaban las denuncias sobre las gravísimas violaciones a los derechos humanos que se registraban en ese país, Juan Carlos I no dudó en recibir a distintas delegaciones de militares argentinos que llegaban a Madrid. Coincidiendo con las campañas que realizaban los colectivos de exiliados argentinos en España para dar a conocer las atrocidades que sufrían sus compatriotas, el rey abrió las puertas de su despacho a personajes tan siniestros como Emilio Eduardo Massera, máximo responsable de la Armada e integrante de la Junta Militar que aterrorizaba a la población.
Juan Carlos I atendió a los jefes, pero también a los aprendices. Así ocurrió el 11 de octubre de 1977, cuando recibió en La Zarzuela a una comisión del Colegio Militar Argentino encabezada por el general de brigada Adán José Alonso, uno de los represores que varios años después acabaría recorriendo los juzgados por su vinculación con el terrorismo de estado. En aquel otoñal día de octubre, Adán era un reputado militar que cumplía el sueño de muchos de sus compañeros: atravesar los muros del Palacio Real, respirar el aire de sus salones y estrechar, por fin, la mano de Juan Carlos.
Las atenciones dispensadas por el rey y otras autoridades a las delegaciones militares argentinas fueron consideradas por la dictadura como una reafirmación de las relaciones con la Corona y el gobierno, a lo que se sumaba otro hecho relevante: en octubre de 1977, el canciller argentino, Oscar Montes, se había reunido con el ministro de Exteriores español, Marcelino Oreja –tío del dirigente del PP Jaime Mayor Oreja-. El encuentro tuvo lugar durante la Asamblea General de Naciones Unidas en Nueva York, una ocasión que Montes aprovechó para plantearle a Oreja el mismo reclamo de siempre: el general Videla quería que Juan Carlos I. Según se revela en la memoria anual de la embajada argentina en Madrid correspondiente a 1977, esa improvisada reunión entre los dos ministros resultó clave para concretar el viaje del monarca a Buenos Aires, que aún tardaría un año en producirse.
Un caballo para Sofía
La ansiada visita de los reyes a Argentina se produjo el 26 de noviembre de 1978. Hasta entonces, la dictadura sólo había recibido las visitas de dos tiranos: el chileno Augusto Pinochet y el boliviano Hugo Bánzer. Por tanto, el régimen quería sacar todo el provecho posible a este evento, y no escatimaría esfuerzos… ni obsequios. En los días previos, Videla había enviado un particular regalo a la reina Sofía: un caballo de raza, bautizado como Petiso, que llegó en barco hasta el puerto de Cádiz y desde allí fue trasladado a La Zarzuela. El animal compartiría espacio con el pony que algunos meses antes había sido obsequiado al Príncipe Felipe por parte de un ciudadano argentino de apellido Gramajo –así figura en otro documento- , quien fue recibido en el Palacio Real junto a representantes de la embajada argentina.
Mientras Petiso llegaba a Cádiz, representantes de Madrid y Buenos Aires negociaban el contenido de la declaración conjunta que emitirían Videla y Juan Carlos de Borbón al término de la visita oficial. Según ha podido comprobar Público, España cedió ante cada una de las sugerencias que realizaron los funcionarios argentinos para conseguir que el texto sirviese como espaldarazo al régimen. Curiosamente, ambas partes habían acordado que “la entrega del proyecto de declaración” se realizaría “en mano y sin nota oficial de remisión”.
Entre otros aspectos, la cancillería española –que tuvo a su cargo las negociaciones para definir el contenido del documento- aceptó que la declaración resaltase que el Rey Juan Carlos y el dictador Videla habían encontrado “un amplio acuerdo” en distintas cuestiones y que ratificaban “la necesidad de mantener un ágil intercambio de informaciones en todos los niveles de decisión”. Además, a petición de la parte argentina se incluyó una mención a un posible viaje del presidente Adolfo Suárez a Buenos Aires, algo que finalmente no se concretó.
Uno de los párrafos más polémicos –en el que también hubo una cesión española- hacía alusión a los habituales argumentos esgrimidos por la Junta Militar para llevar adelante sus planes genocidas. “Al respecto, expresaron su preocupación por la propagación del terrorismo en el mundo en sus diversas manifestaciones y declararon que sus gobiernos aunarán esfuerzos encaminados a la lucha contra ese flagelo, que vulnera la distensión y el equilibrio internacionales”, señalaba el texto que había sido añadido por los enviados de Videla.
Las muestras de afecto hacia la dictadura también estuvieron presentes en el discurso realizado por Juan Carlos de Borbón nada más aterrizar en Buenos Aires. “Como rey de España vengo a agradecer el recibimiento que siempre ha dispensado la Argentina a todo español. Habéis sabido hacer de nuestra hermandad un hábito de convivencia nacional, ganando para siempre nuestro agradecimiento y nuestra admiración”, exclamó. A lo largo de su intervención, se refirió a Videla como “señor presidente”, un cargo al que habitualmente se llega mediante las urnas. Aquel militar, por el contrario, lo había hecho mediante un sangriento golpe de estado.
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