MADRID
Actualizado:Con una vocación política nacida de la admiración por un padre cuya figura siempre ha rentabilizado en beneficio propio, Adolfo Suárez Illana regresa a la política como número dos en la lista del PP por Madrid en las elecciones generales, después de su fallida aventura como candidato del PP en Castilla-La Mancha en 2003.
Es prácticamente imposible encontrar una entrevista o declaración de Suárez Illana en la que no mencione a su padre, el expresidente Adolfo Suárez, fallecido en 2014, o en la que no reivindique su legado. Son constantes las referencias en público a su padre. Esa obsesión por la figura paterna parece ir más allá de la admiración o del cariño: como escribió en 2014 el periodista Juan Carlos Escudier, colaborador habitual de Público, en un perfil "a Adolfo Suárez Illana le hubiera encantado ser Adolfo Suárez González."
Ese deseo freudiano de ser su padre ha marcado la vida de un hombre que de no haber sido por las sucesivas tragedias familiares —su madre y su hermana murieron de cáncer; él mismo sufrió un tumor hace años— "podría decirse que la suya habría sido una vida fácil y de caprichos", dicho también en palabras de Escudier.
Su infancia y adolescencia —su vida entera de hecho— estuvieron marcadas por la época en que su padre fue presidente del Gobierno. Adolfo Suárez Illana (Madrid, 1964) tenía 11 años cuando murió Franco, 12 cuando su padre fue nombrado presidente del Gobierno por el Rey Juan Carlos, 13 cuando se firmaron los Pactos de la Moncloa y 14 cuando se aprobó la Constitución.
Parece lógico que, con su apellido y ese deseo de emular a su progenitor, la militancia política de Suárez Illana fuera temprana. El hijo se afilió con 14 años a las juventudes de la Unión del Centro Democrático (UCD) y después militó en el CDS, formaciones lideradas por su padre y con las que participó en varias campañas electorales.
Sin embargo, pronto se vio que Suárez Illana no tenía ni el talento ni el carisma de su padre. Sus primeros pasos en la política fueron muy discretos pese a que hizo todo lo que estuvo en su mano para sacar partido a la figura paterna.
De hecho, su bautismo político serio tardaría aún en llegar. Antes intentó ser muchas cosas, ya que no podía ser su padre. Así lo explicó Escudier en el perfil que le dedicó en 2014: "Suárez Illana quiso ser militar y no pudo. Hizo derecho y hasta estudio un máster en Harvard, pero la abogacía parece que tampoco era lo suyo. Le gustaba el arte de Cúchares pero no cuajó. Llegó a ser, en cambio, “el yerno de Samuel”, tras casarse con la hija de Samuel Flores y emparentar con el ganadero. Más tarde quiso ser literalmente su padre, e intentó abrirse paso en la política de la mano de su amigo Agag, que también terminó siendo yerno, pero de Aznar. En lo que más ha destacado ha sido en la caza, actividad en la que su escopeta llegó a ser reputadísima a la hora de abatir muflones".
Fue en los años del Gobierno de José María Aznar, a finales de los 90 cuando el hijo de Suárez comenzó a aparecer en actos del PP, los primeros para apoyar a Jaime Mayor Oreja en el País Vasco como candidato a lehendakari en las elecciones de 2001.
Meses después anunció su afiliación: fue el 25 de enero de 2002, el día del inicio del XIV Congreso del PP. Y de forma meteórica, tan solo 24 horas después, se convirtió en miembro del nuevo Comité Ejecutivo del partido propuesto directamente por José María Aznar, deseoso también de apropiarse de la figura política de Adolfo Suárez en su viaje al centro político.
Con la marca Suárez dentro de casa, el PP no dudó en proyectarle para un arriesgado reto: competir por la presidencia de Castilla-La Mancha en las autonómicas de 2003 con el incombustible socialista José Bono, que ya entonces atesoraba 20 años al frente del Gobierno regional y cinco mayorías absolutas a sus espaldas.
Suárez Illana fracasó en aquel intento y ni tan siquiera llegó a tomar posesión como diputado regional en el Parlamento autonómico de Castilla-La Mancha ya que decidió renunciar al escaño después de que Aznar denegara su petición de dirigir y reorganizar el PP en la región.
Por aquella, época, su padre, empezó a apagarse, víctima de un Alzheimer. La enfermedad avanzó lenta pero inexorablemente, y Suárez Illana se convirtió en el cancerbero del legado pero también de la vida de su padre. Aunque volvió a su profesión como abogado —o eso dice su biografía oficial—, Suárez Illana sobre todo se dedicó a estar junto a padre durante 11 años.
Ejerció como portavoz de la familia mientras duró la enfermedad de su padre. En ese periodo recibió el Premio Ortega y Gasset —y unos cuantos miles de euros— a la Mejor Información Gráfica (2009) por la fotografía que hizo a su padre y al rey Juan Carlos —ambos de espaldas y con el brazo del monarca sobre el hombro del expresidente— en el jardín del domicilio familiar de Suárez cuando el rey fue a entregarle a su padre el Toisón de Oro.
El acto, aunque íntimo, era oficial, pero Suárez Illana no dudó en sacarle partido con una foto hecha presuntamente por él y distribuida a todos los medios. "¿Acaso pidió permiso al Rey para utilizar su imagen? ¿Compartió el premio con el monarca o se lo embolsó él solito? ¿Habría captado la fotografía de no ser el hijo de Suárez?", se preguntó Escudier.
También fue él mismo quien comunicó públicamente el 21 de marzo de 2014 que la muerte del expresidente era inminente, en una comparecencia donde no ocultó ni su dolor ni las lágrimas y de la que salió entre un improvisado aplauso de los periodistas. El insólito gesto de anunciar la muerte de alguien cuando aún está vivo es poco habitual, pero en el caso de Suárez Illana no sorprendió que lo hiciera. "Difícilmente podrán encontrarse precedentes de algo semejante. ¿Le movió el dolor o el afán de protagonismo? ¿Era necesario que jugara a ser Arias Navarro?", se preguntó Escudier en 2014.
Se quedó sin ducado de Suárez
A Suárez Illana sólo se le quedó una espinita clavada. También lo contó Escudier en su perfil hace cinco años: "El hijo quiso ser duque. Tal y como avanzó Público, dirigió un patético escrito al rey en 2009 en el que le pedía que desposeyera a su sobrina Alejandra del título que le correspondía como heredera legítima y se lo concediera a él, tal era, según argumentaba, el deseo que su padre expresaría si el Alzheimer no se lo impidiera. No dudó en llevarse a varias personas al notario para que declararan solemnemente la ilusión que tenía el expresidente de que el próximo duque de Suárez también se llamara Adolfo. No menos patética ha sido su posterior declaración de que el ducado jamás le importó".
Ahora vuelve a la primera línea política reivindicando de nuevo el legado de su padre, el llamado espíritu de la Transición y la defensa de la Constitución de 1978. Esas referencias serán constantes en un discurso que sin embargo, es mucho más conservador del que podría atribuirse a su padre. Suárez Illana, por ejemplo, ha despreciado la Ley de Memoria Histórica o ha llegado a decir que la llegada de la democracia se debe en parte a Franco. Cosas que su padre jamás hubiera osado decir.
Si Suárez Illana ha sido algo en la política es por su padre. "Lo único que ha podido ser es el hijo de Suárez. Para algunos sería un estigma pero para él parece haberse convertido en una forma de vida".
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