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Actualizado:No piensen que me estoy insinuando si reconozco que Santiago Abascal, el intrépido líder de la ultraderecha, que igual te monta un caballo como Curro Jiménez que te invade Gibraltar para llevarse un bloque de hormigón, tiene un punto griego, con su barba recortada y su aire a estatua clásica. Pónganle unas cuantas cicatrices en la cara, siéntenle en una piedra mirando a la derecha –adónde si no- y tendremos casi una réplica en carne y hueso de ese Púgil en reposo, de bronce todo él, encontrado hace más de un siglo en las ruinas de lo que fue en su día las Termas de Constantino. Abascal es como una escultura helenística que, tras ser desenterrada, sigue luchando contra sus fantasmas, un caudillo marmóreo que pretende reverdecer viejos laureles que ya no se sostienen en ninguna corona pero dan sabor a la salsa.
No es el único parecido posible. El pasado mes de marzo se dejó fotografiar asomado a un balcón con un casco de los Tercios de Flandes y era la viva estampa de Pizarro antes de partir a la conquista del Perú. Lo único claro del personaje es que vive fuera de su tiempo.
A Abascal le hizo no hace mucho una hagiografía Sánchez Dragó, que debía de estar tieso y con problemas para mantener familias y patrimonio, de la que no salía muy bien parado. Si los objetivos eran dulcificar su imagen y borrar de ella cualquier vestigio de fascismo, homofobia, machismo, racismo y xenofobia, lo conseguido fue justamente lo contrario. Lo que se nos presentaba era un tipo con menos lecturas que un párvulo, con escasas referencias culturales y con un nulo conocimiento de la política, de la que reconoce que le aburre profundamente pese a que lleve viviendo de ella desde que tiene uso de razón.
Al de Vox le viene a ocurrir lo mismo que a algunos países que necesitan imperiosamente un enemigo y, en su delirio, pierden la perspectiva e inventan amenazas que sólo habitan en sus alucinaciones. El de Abascal fue ETA, y nadie tiene por qué dudar de que el acoso de los terroristas a su familia y que el asesinato de algunos de sus conocidos le marcaron profundamente. Nieto de un alcalde franquista e hijo de un dirigente del PP vasco, de niño, como él mismo ha contado, se liaba a puñetazos contra los que insultaban a sus padres. El mismo teniente general de la Guardia Civil que le apodó “pequeño saltamontes” fue el que le consiguió la pistola que aún lleva al cinto, la Smith & Wesson que nunca se deja en la mesilla.
"Abascal es un tipo con menos lecturas que un párvulo, con escasas referencias culturales y con un nulo conocimiento de la política"
Derrotada ETA, Abascal se buscó nuevos enemigos pero se le fue la mano. Todo y todos eran susceptibles de adquirir esa condición. Podía serlo Rajoy, por blandito y por traicionar la memoria de los caídos; o los inmigrantes, especialmente los musulmanes, que amenazan Occidente; o los homosexuales, que han montado un lobby muy sectario y están siempre en la tele haciendo proselitismo; o los animalistas, que son muy fanáticos y quieren acabar con los toros y con el jamón de pata negra; o las mujeres, algunas de ellas feminazis que entienden el aborto como un método anticonceptivo y que son como los mayas y sus sacrificios humanos; o los separatistas que quiere acabar con España; o los de Podemos, bolivarianos todos, comunistas, villanos en definitiva; o los socialistas, profanadores de tumbas y carroñeros.
Este maniqueísmo radical entre buenos y malos, entre españoles de bien y demonios emboscados en las tinieblas, es bastante infantil. Pero es que Abascal parece no haber llegado a madurar nunca. Sigue siendo un niño con sus juguetes, con sus tres motos clásicas, una de ellas idéntica a la que montaba James Bond en El mañana nunca muere, siempre protegido por escoltas o por su revólver, feliz en su dependencia paterna, que hasta su muerte seguía extendiéndole cheques porque con los 3.500 euros que recibía de Vox no le llegaba para la pensión de los niños y vivir dignamente. Es lo que se podía esperar de un apasionado por los pájaros que admite que se matriculó en Geología porque le sonaba a campo y que, tras comprobar que no todo el monte es orégano, acabó en Sociología porque era una de las opciones que le había indicado su madre.
Hasta ahora, que se presenta como el hombre providencial de la segunda Reconquista ante el que pueden echarse a temblar moros, oenegés, europeístas y cobardicas de todo pelaje, Abascal no era sino un chico desvalido incapaz de saltar más allá de la sombra que le proporcionaba el partido o Esperanza Aguirre, que le acogió como un huérfano y le puso a dirigir primero la Agencia de Protección de Datos de Madrid y luego una fundación cuyos únicos fines eran netamente altruistas: suministrarle 82.000 euros al año.
"Este maniqueísmo radical entre españoles de bien y demonios emboscados en las tinieblas, es bastante infantil. Pero es que Abascal parece no haber llegado a madurar nunca"
Luego llegó Vox, donde se situó como lugarteniente de Vidal-Quadras. Hasta que la tocata y fuga del fundador tras no conseguir escaño en el Parlamento Europeo le puso a los mandos. De haber aceptado Albert Rivera su oferta, Vox se hubiera disuelto en grupos impares menores de tres –y no hubieran sido muchos grupos- para integrarse en Ciudadanos. Tras la negativa de Alberto Carlos, y quizás porque los paraguas se habían terminado, Abascal y los suyos se mantuvieron en la irrelevancia, donde aún seguirían si el conflicto en Cataluña no hubiera hinchado sus velas.
Hace un par de años, cuando se dejaba entrevistar y no hacía listas negras de medios porque no le importaba tanto mostrar sus carencias, explicaba sus verdaderas aspiraciones: “Nosotros tampoco hemos tenido la fortuna de ser estigmatizados de verdad, convertidos en enemigo público número uno como sí lo ha sido el Frente Nacional. Todavía no hemos pasado del nivel de las bromitas y chanzas del Gran Wyoming, todavía no hemos llegado a la fase de demonización en las grandes tertulias (…) Todavía no nos toman en serio y ya dejaremos de dar risa para dar miedo a unos y ser vistos como la salvación por otros”.
En esa fase está, en la de salvador de la patria y en la del miedo. El único consuelo para los atemorizados es que cualquier parecido entre Abascal y Marine Le Pen, a la que venera, es pura coincidencia. El suyo es un fascismo cañí, ultraconservador, católico, apostólico, de andar por casa. La francesa se hace escuchar en los barrios obreros y el de Amurrio entre la chavalería burguesa de la madrileña calle de Serrano con la rojigualda en la muñeca. Abascal es como ellos.
Aún así, astros y momias parecen haberse conjurado para que su suflé hiperventilado no se venga abajo. A Abascal le favorece la política del intestino en sus dos vertientes: la que llega a las vísceras y la que es consecuencia de la diarrea mental de sus adversarios y/o socios. Vox vive de los retortijones y de los detritus, de la supuesta indulgencia del Supremo con los líderes del procés y la agitación callejera en Catalunya, de la necrofilia neofranquista y de su inesperado blanqueamiento como partido, una gigantesca cagada de la teórica derecha civilizada que ha sido decisiva en su normalización.
Estos factores han hecho posible que, tras el declinar que inicialmente le auguraban las encuestas, los herederos de Don Pelayo se haya aupado como tercera fuerza en algunos de los pronósticos más recientes. Fuertemente movilizada en torno a una unidad de España que los “inútiles” del PP, los “oportunistas” de Ciudadanos, los “traidores” del PSOE y los “criminales” secesionistas han puesto en peligro, la ultraderecha puede beneficiarse de la fidelidad de los suyos y del hartazgo provocado por una repetición electoral innecesaria con la que Sánchez y su vendedor de crecepelo querían epatar a Maquiavelo.
Al gran antisistema de orden en el que se ha convertido Abascal ni siquiera le haría falta sumar nuevos adeptos a su involución patriótica. Su gran aliada es la abstención y la estampida desatada en el rebaño de Rivera, que empieza a contar las ovejas que le quedan y no le dan para conciliar el sueño. Vox nos ha enseñado su recetario: los conflictos territoriales se arreglan con tanques, estados de excepción, supresión de las autonomías e ilegalizaciones; la inmigración con muros muy altos y deportaciones masivas; las crisis económicas con menos impuestos; y la baja natalidad prohibiendo el aborto. Abascal ofrece soluciones sencillas a problemas muy complejos. Es un tipo muy simple, el asa del cubo de nuestra ingeniería política.
Nota: Originalmente este perfil fue perpetrado en abril y ha sido actualizado por su autor en los albores de ese día de la marmota en el que repetimos las elecciones generales. A la manera del Gatopardo se han cambiado y añadido cosas para que todo parezca exactamente igual.
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