madrid
La Caída del Muro de Berlín fue un acontecimiento inesperado. El más trascendental de los hitos de la historia reciente, el detonante del desmantelamiento de los países del Telón de Acero y de los regímenes comunistas, se produjo por azar. O, para ser más exactos, fruto de un accidente, de un error de comunicación del régimen de Erich Honecker para salir del paso a las crecientes reivindicaciones sociales en demanda de la libertad de movimiento entre los territorios del este y del oeste de las dos Alemanias, divididas en el escenario postbélico de la II Guerra Mundial.
El 9 de noviembre de 1989, Günter Schabowski, portavoz del Gobierno de la RDA, compareció para aplacar las protestas con el anuncio de una nueva regulación, más laxa, para poder viajar al otro lado de la Puerta de Brandeburgo. Sin embargo, superado por las circunstancias, y a preguntas de la prensa, que le interpeló sobre cuándo entraría en vigor la aplicación de los visados de larga duración que acababa de explicar, se turbó y espetó: Ab sofort. Es decir, Right away. En español: inmediatamente. En cuestión de horas, decenas de miles de berlineses se congregaron ante las proximidades del muro de la división. El resto ya es historia. Porque nadie, ni los halcones del régimen comunista de Honecker, ni los más acólitos de los agentes de la Stasi, la temida policía política oriental, se atrevieron siquiera a tratar de contener la oleada ciudadana.
Treinta años después de aquellos acontecimientos, que no sólo cambiaron la faz de Europa, sino el orden mundial, con el inicio de tratados de desarme nucleares y las desmilitarizaciones en los poderosos y fuertemente armados ejércitos de las dos superpotencias (EEUU y la todavía URSS), el deseado ensamblaje socio-económico entre los wessis (alemanes occidentales) y los ossis (sus parientes orientales) está lejos de ser una realidad. Y lo que es peor: ha perdido fuelle. Porque, en los años de la reunificación, durante la larga siesta geoestratégica, de pax mundial, que vivió el planeta desde el 9-11 de 1989 hasta el 11-9 de 2001 -fecha de los ataques a las Torres Gemelas y el Pentágono-, el salto hacia la armonización entre las dos Alemanias fue patente. Pero, ¿qué ha ocurrido para que se haya interrumpido esta convergencia? Y, sobre todo, ¿de qué magnitud es la brecha entre alemanes en la actualidad? También subyace otra cuestión: ¿ha contagiado esta parálisis a la necesaria integración de la UE?
La Ostpolitik fue la semilla de la primera convergencia social y económica
1.- El germen de la reunificación. La Ostpolitik. El viraje político impuesto por el SPD con su gran triunfo en las urnas en 1969 -con el que accedió a la presidencia de la RFA con Gustav Heinemann y la cancillería con Willy Brandt, hasta entonces alcalde de la parte occidental de Berlín- propició la apertura de un diálogo con el Este. Hasta entonces, tras 20 años de poder entre la CDU y su formación hermana de Baviera, la CSU, la consigna fue no tener contactos con socios del bloque soviético del Pacto de Varsovia. Brandt y su socio de coalición liberal Walter Scheel abrieron las espitas de las relaciones diplomáticas. Frente al peligro que, desde las filas conservadoras, decía que era un error conceder legitimidad a regímenes autoritarios. La Ostpolitik, sin embargo, fue la semilla de la primera convergencia social y económica. La capacidad crediticia de los wessis y los permisos de visitas a la zona oriental, generaron negocios e incrementaron la productividad de los ossis. Con la caída del muro y la promesa del canciller Helmut Kohl a la URSS de Gorbachov de ayuda financiera, se instauró la convertibilidad monetaria de los marcos de ambas latitudes. En julio de 1990. Pero antes, las políticas de reconciliación, la Ostpolitik, había sentado las bases de las sinergias económicas y sociales. Hasta tal punto de que Honecker no logró tener éxito en su intento de recentralización de la economía del Este, cuando accedió al poder, en 1971 por el dedo del Kremlin, en sustitución de Walter Ulbricht, quien emprendió una tímida propagación de la riqueza hacia los länders orientales y una incipiente, aunque modesta, iniciativa privada. El cordón umbilical entre las dos Alemanias mellizas estaba conectado, dice la Enciclopedia Oxford.
2.- El Impuesto de la Solidaridad. El carburante de la convergencia. Instaurado por Kohl en 1991, aplicaba inicialmente un tipo único del 7,5% sobre todas las rentas personales. Su cometido, en los primeros estadios de la unificación, fue dotar del capital necesario para la integración de los distintos estamentos administrativos. Duró un año. Aunque el canciller demócrata-cristiano lo volvió a restablecer en 1995, con objeto de acelerar el desarrollo del Este. Tres años más tarde, rebajó su presión fiscal al 5,5% de las declaraciones de empresas y personas físicas. Fue cuando se empezó a hablar de Impuesto de Solidaridad, sobre el que siempre pesó la losa de ser tildado de anticonstitucional. Este verano, el titular de Finanzas, el socialdemócrata Olaf Scholz, desveló una iniciativa legislativa por la que se excluye de su pago al 90% de los contribuyentes. La CDU de la canciller Angela Merkel aboga por su total desaparición. En 2018, recaudó 18.900 millones de euros. La austeridad ha llegado a Alemania, sumergida en una contracción económica, y cuyo gobierno de Gran Coalición sopesa emplear estos recursos para tapar agujeros presupuestarios y encarar con ellos programas de estímulo económico. Sin embargo, desde los años posteriores a la crisis, desde 2011 en concreto, los ingresos por esta vía tributaria han superado con creces a los desembolsos con destino a los länders orientales. El pasado ejercicio, por ejemplo, apenas recibieron 4.300 millones. Aunque los cálculos oficiales hablan de 19.100 millones de recursos procedentes de este impuesto para este año, según el Gobierno federal germano.
3.- El efecto reformista de Schröder. Las acusaciones de arrogancia y de falta de sensibilidad de los ossis hacia los wessis arreciaron en el doble mandato del socialdemócrata Gerhard Schröder, si bien ya surgieron durante la época de Kohl. Sus reformas, enfocadas a adelgazar el Estado del Bienestar, con medidas como el aumento de las cotizaciones sociales y subidas fiscales, generó un descontento interno en el SPD y precipitó su salida de la escena política en 2005, tras perder, por escaso margen en las urnas, frente a la alianza CDU-CSU. Merkel, figura ascendente de las filas conservadoras del Este, se convirtió en la primera mujer que tomaba las riendas alemanas. Era época de vacas flacas. A la locomotora europea le pasó factura la crisis de las punto.com, el dinamismo económico se frenó y el desempleo emergió; sobre todo, en el Este, donde irrumpió entonces el populismo de extrema derecha. Después una década de reconversión industrial, la de los noventa, que condujo al colapso de las economías de los länders orientales, y de la dura adaptación al euro de los años precedentes.
4.- El doble rasero de Merkel. La mujer más poderosa del mundo, según un par de ediciones de la revista Times, tampoco ha servido para engrasar la convergencia. En el primero de sus cuatro mandatos -no se presentará a una nueva reelección- defendió la aceleración de los ambiciosos programas de integración entre alemanes y entre socios de la UE. Además de apoyar sin matices la expansión de la OTAN, para ofrecer seguridad al Este europeo. Incluso aceptando a naciones del antiguo bloque soviético y ajenos al club comunitario. En un contexto óptimo. Alemania se había desperezado de la recesión y, en los años que precedieron al crash de 2008, los frutos de la sutura de la brecha económica en Europa aparecían por doquier. España superaba en renta per cápita a Italia, socio del G-7, y hacía varios ejercicios que Irlanda disfrutaba de tener mayores ingresos individuales que Reino Unido. Pero la crisis de la deuda en Europa y la austeridad que se recetó desde Berlín a los socios europeos consumó el retroceso. Junto a la mecha encendida desde los movimientos de extrema derecha europeos contra la inmigración. La vuelta del relato nacionalista ha insuflado aliento a los defensores de los Estados-nación, que sufren conatos de desaparición cuando el modelo de supranacionalidad europeo logra avances substanciales. En Alemania, el debate sobre la recuperación de soberanía cedida a la UE ha calado. Y Merkel se ha desmarcado del lema de más Europa. También de sus antiguos vecinos del Este alemán.
5.- El calibre de la brecha. The Economist se ocupaba la pasada semana de esta cuestión. Y lo achaca, además, a los rigores de un capitalismo que privatizó o liquidó 8.500 empresas del Este a través de Treuhand, la agencia gubernamental creada para este objetivo, con semejanzas a la SEPI española. La Hartz IV, la cuarta ronda de batería de reformas estructurales de Schröder, dio la puntilla a los beneficios a los desempleados. En una sociedad, la del Este, que tenía un 30% menos de productividad a finales de los noventa, cuando surgió el boom tecnológico, que elevó la desigualdad. Según algunas estimaciones, hasta un 80% de ossies ha perdido en algún periodo más o menos prolongado su puesto de trabajo desde 1989. La desintegración se ha ensanchado con Merkel. Y en la sociedad germana. En la actualidad, la mitad de los wessis considera que la reunificación ha sido un éxito. Pero dos terceras partes de los ossies cree lo contrario. El abono en el que ha germinado en torno a Alternativa para Alemania (los neonazis del AfD) y la batalla demagógica por plantar batalla al inmigrante que accede a subsidios y beneficios alemanes.
Los alemanes del Este superen en renta per cápita a la práctica totalidad de los socios de la UE del antiguo bloque soviético
6.- Baile de cifras. Pero no todo es blanco o negro. Algunas regiones del Este han aprovechado el impulso convergente inicial y registran menores tasas de paro que algunas comarcas del oeste que han sufrido fuertes reconversiones industriales, como Saarland o el valle minero del Ruhr. O de las transferencias financieras desde Berlín, de casi 2 billones de euros, que han corregido el déficit de infraestructuras. También los salarios. Los del Este ya están al 85% del nivel de los de sus vecinos del Oeste, con costes de vida inferiores en la mayor parte de sus ciudades. Incluso el 53% de los ossies se considera satisfecho con su situación económica. Este salto ha permitido que los alemanes del Este superen en renta per cápita a la práctica totalidad de los socios de la UE del antiguo bloque soviético. Excepto a Polonia, que rebasa con creces a la actual capacidad de ingresos de los germano-orientales. Con fondos estructurales y de cohesión, como los länders alemanes, pero sin el arsenal financiero directo de la mayor economía del euro. Sin embargo, sólo el 7% de las 500 empresas con mayor valor de Alemania -y ninguna incluida en el DAX30- tienen su sede en territorio oriental. Mientras la mayor parte de los activos liquidados por la Treuhand fueron a parar a manos de compañías del Oeste o de firmas foráneas, lo que redujo la clase empresarial del Este. La productividad entre ambas latitudes presenta un decalaje del 20% en los últimos veinte años. En perjuicio del Este, donde la población está más envejecida -y, por tanto, requiere de mayores gastos federales en materia de pensiones- y donde se ha acentuado el fenómeno de la despoblación rural. El mandato constitucional de “lograr condiciones de vida equivalentes” no parece haberse alcanzado, denuncia el semanario británico, que achaca esta persistente anomalía a “debilidades estructurales” que no sólo deben achacarse a los flujos de inversión en infraestructuras o al prestigio o habilidad técnica de sus universidades.
7.- Distintas mentalidades. Christian Hirte, el comisariado para Alemania del Este, incidía hace una fechas a Financial Times que los alemanes “debemos dejar de usar un tono negativo sobre la reunificación, porque, objetivamente, la situación en la parte oriental es objetivamente mejor que nunca; hay múltiples motivos para enfatizar los logros con orgullo”. Sin embargo, el deseo colectivo está lejos de ser unitario. Los alemanes del este y del oeste no sólo votan diferente, también piensan y sienten de forma distinta. Y la divergencia va en aumento. Los ossis se sienten más identificados con su región que con su país (el 47%), aunque la tendencia crece también en los länder occidentales. Nada que ver con la percepción de los primeros años de la unificación, fruto de años de frustración y decepción. Han perdido, también, el sentimiento de júbilo por la libertad. Sólo el 31% juzga a la democracia como la mejor forma de gobierno. Frente al 72% de los wessis. Son mayoría -47% frente al 44% quienes se identifican más como alemanes del Este que como simplemente germanos- y más de la tercera parte de ellos se consideran ciudadanos de segunda clase. Es, además, donde más ha sufrido el bipartidismo del SPD y la dupla CDU-CSU. Se decantan por las posiciones más extremas de los nuevos partidos, la Izquierda y el AfD. Señal que apunta a un subsconsciente colectivo de abandono. Pese a la lluvia de fondos, el desempleo en niveles históricamente bajos y el mayor crecimiento económico respecto del Oeste, el salario y las pensiones medias resultan todavía inferiores.
8.- Otros indicadores divergentes. La promesa de un “paisaje floreciente” de Kohl o la histórica sentencia de Brandt de “lo que nace junto, crecerá unido” no parece haber arraigado después del primer cambio generacional. The Guardian ha buceado en estos rasgos diferenciales. El nivel de riqueza es mayor en el Oeste. De los 500 alemanes más ricos, sólo 21 son del Este y, de ellos, 14 residen en Berlín. Porque de las 20 ciudades más prósperas, sólo una (Jena) es oriental. Los 2.800 euros de salario medio es aún las dos terceras partes del promedio occidental y el ahorro neto de riqueza de los wessis es de 153.200 euros per cápita. En el Este, quienes superan los 110.000 euros se autodenifen como pertenecientes al 10% más rico. Un occidental tiene el doble de probabilidades de tener un BMW y un oriental de conducir un Skoda. A su vez, el riesgo de que un ossie entre en un escenario de pobreza es un 25% más alto que el de sus vecinos wessis. Aunque el Este también tiene sus datos sociales relevantes. El 75% de sus mujeres tiene acceso al mercado laboral, cinco puntos más que las de la parte occidental. Y sus länders encabezan los rankings académicos, con la única excepción de Baviera, entre las 16 regiones del país. El elevado nivel del sistema educativo de la extinta RDA en disciplinas como las matemáticas, la biología, la química o la física les permiten mantener el listón tan alto.
9.- Europa abre los brazos a la nueva Alemania. La UE arropó la idea de la unificación con una celeridad inusitada. El Parlamento cinceló la idea de que era “el primer paso hacia la expansión al Este”, hacia la unidad de Europa. En la década siguiente, se completa el mercado interior, se firma el Tratado de Maastricht, desde donde se da carta de naturaleza al consenso entre Kohl y el presidente francés, François Mitterrand, de crear una divisa europea y adherir a los países de Europa del Este bajo las normas de seguridad del club comunitario, a la espera de sus entradas en la OTAN. Austria, Finlandia y Suecia se unen también en 1995. Se acuerda Schengen, el pacto de libre tránsito de personas. Millones de estudiantes salen de Erasmus y el mercado se inunda de móviles. Es el decenio de esplendor europeo. De 1989 a 1999. Robert Zoellick, negociador de los Acuerdos Dos más Cuatro (las dos Alemanias más las cuatro potencias que liberaron el país del régimen nazi: Francia, Reino Unido, la URSS y EEUU) que restablece la soberanía a la unidad alemana, recuerda en una carta a FT “la astucia de la diplomacia del momento” ante la vorágine de los acontecimientos. En agosto de 1990, Irak invadió Kuwait; en diciembre, cesan a Eduard Shevardnadze como ministro de Exteriores soviético, un socio clave de la reunificación, antes de la disolución de la Unión Soviética, precisa. “La acción exterior de los estados exigió entre 1989 y 1990 movimientos rápidos, pero no precipitados”. Nace la Europa sin fronteras. Aunque no sin fisuras. El Reino Unido de Margaret Thatcher y la Francia de Mitterrand temían que la unidad de Alemania generara inestabilidad internacional. Ambos llegaron a decir, en 1989, que no querían una nación germana integrada.
"La UE empieza a considerarse como un bloque de leyes impulsadas y sostenidas por una élite política"
10.- La crisis de la deuda lo cambia ‘casi’ todo. Almut Möller, analista del European Council on Foreign Relations (ECFR) lo explica de forma telegráfica. Maastrich -afirma- alumbró una Europa económica a la que se le fue dotando, sin prisa pero sin pausa, de una cooperación común en justicia, asuntos internos, diplomacia y seguridad exterior. A través de sucesivas reformas y tratados -Amsterdam o Niza- y un proyecto constitucional que, tras ser rechazado por Holanda y Francia, llegó edulcorado a 2007, cuando se firmó el Tratado de Lisboa. Mientras la UE saltaba a 27 socios. Möller resalta que, en Alemania, “la UE empieza a considerarse como un bloque de leyes impulsadas y sostenidas por una élite política”. Se pierde el espíritu integrador. Berlín deja de impulsar convergencia. De repente, ya no ve el futuro como próspero y empieza a apreciarlo como sombrío. Desde la perspectiva germana, por culpa de “los otros”. Alemania va perdiendo su liderazgo político y económico. Sus políticos y la opinión pública “están en estado de shock” tras descubir que la arquitectura del euro “es tan vulnerable que puede provocar su dramático colapso en tiempos difíciles”. Möller lo ejemplifica en Merkel. La canciller “no duda en ejercer su poder para tratar de mantener unida a Europa y al euro, pero su gestión a la hora de poner en marcha o acelerar planes de integración ineludibles está lejos de ser elogiada”. ¿Riesgo de desintegración? El brexit es un mal augurio. Pero con Alemania en el limbo y la extrema derecha antieropeista acechando, la idea no es descabellada. Sobre todo si Merkel sigue dispuesta a exigir contraprestaciones de índole monetario a la prioritaria tarea de cerrar la integración del euro. Y nadie, en Alemania, de su clase política intenta restablecer la ilusión por una Europa alejada de la actual politización y toma de posiciones nacionales en asuntos que, por el contrario, requieren del entusismo y de la complicidad social de los años que antecedieron y sucedieron a la Caída del Muro de Berlín. Y lo que es peor: se avecinan tiempos de recesión. Desastrosos para restablecer el orden integrador.
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