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MADRID.- A Juan Luis Herrero le duele la pobreza. Se trata de un dolor intenso, una especie de pinchazo en un pequeño rincón de su interior que, poco a poco, se va extendiendo al resto del cuerpo y le complica respirar con normalidad. No es un dolor de los que matan, pero sí de los que marcan. Un dolor que Juan Luis Herrero ha entendido como una voz interior y que le ha empujado a recorrer medio mundo para ayudar a los más desfavorecidos y a protagonizar hasta cuatro huelgas de hambre en la década de los 90 para arrancar al Partido Popular y al PSOE la promesa de elevar al 0,7% el presupuesto destinado a la cooperación.
Ahora, a sus 80 años, ciego y cansado, se plantea comenzar una quinta huelga de hambre. "Me lo pide mi voz interior. Lo mismo me da morir con 81 años que con 80", asegura Herrero, que sabe que si se lanza a la aventura morirá en el intento. "Con los años que tengo que más me da vivir uno más o uno menos. Está claro que ya no voy a conseguir nada por las buenas. Así que me planteo volver a las andadas", insiste Herrero.
En la retina de este hombre se ha quedado grabado el apoyo que recibió durante los años fuertes del movimiento 0'7, que abogaba por aumentar el presupuesto destinado a las políticas de cooperación a ese tanto por cierto. Aquellas acampadas frente al Ministerio de Hacienda y frente a la sede del Partido Popular y aquellas huelgas de hambre salvajes a base de cigarrillos, un paquete diario, y una lucha que durante los 90 llegó a convertirse en promesa electoral de PP y PSOE e incluso en imagen del Ejecutivo de José Luis Rodríguez Zapatero en la década de los 2000. Sin embargo, la promesa nunca se convirtió en realidad. Otra más.
"No hicieron nada. Ni uno ni otro. Sólo prometieron cosas que no cumplieron y con la crisis ha sido peor: hemos ido para atrás", denuncia Herrero, que no sólo carga su verbo contra el bipartidismo por su falta de palabra y de compromiso con los más desfavorecidos sino también contra la Iglesia católica y contra la esencia misma del hombre. "La Iglesia negocia mucho con el Estado pero en esa mesa nunca está el tema de la ayuda al desarrollo", reflexiona Herrero a la vez que acusa al hombre de pecar de ambiguo: "Vivimos ofreciendo una vela a Dios y otra al diablo".
Juan Luis Herrero ha sido en esta vida ni más ni menos que seminarista, sacerdote, misionero en África, teólogo, político, profesor universitario en Nicaragua, criador de conejos, vendedor de bisutería, activista y escritor. Pero el fondo todo era lo mismo. En la esencia estaba la voz interior y ese maldito dolor que se ha ido acentuando con los años. El de un mundo que muere mientras el otro, el de una minoría cada vez más pequeña, vive en una abundancia mal entendida, en una democracia maltratada, en una humanidad reducida a caridad.
"La gran mentira del capitalismo se basa en querer tener siempre más; nunca terminamos de saciarnos y el ser humano actual vive constantemente insatisfecho", prosigue Juan Luis Herrero, que se define como una persona que "adelanta a la izquierda por la izquierda". "Cada vez soy más radical", asegura Herrero, que achaca este fenómeno a su ceguera: "Como no puedo leer ya lo único que puedo hacer es reflexionar sobre mis convicciones y fortalecerlas".
Retomar la lucha
La reflexión constante en la que vive Juan Luis Herrero le permite comprender que su lucha, a pesar de no haber conseguido el objetivo, no ha sido un fracaso. Se siente hermanado con los jóvenes que un 15 de marzo de 2011 decidieron acampar en la Puerta del Sol y con los movimientos que, aún hoy, continúan reclamando una política de cooperación seria y decidida cuyo objetivo "no sea la caridad y sí la transformación".
"No me arrepentí. Tampoco he revisado nunca mi postura. Era la buena, la correcta", prosigue Herrero, que sí se lamenta de haber abandonado la cuarta huelga de hambre cuando arrancó el compromiso a PP y a PSOE de incluir esta demanda en sus programas electorales y no haber aguantado hasta que se hiciera efectiva. "Pero usted podría haber muerto", le inquiere el periodista. "¿Y qué? ¿Qué es mi vida si gracias a ella hubiéramos aumentado la ayuda al desarrollo al 0,7%?", insiste el protagonista.
Esa ausencia de miedo a la muerte de Juan Luis le lleva a querer ahora retomar la lucha. Con 80 años. Es sólo un pensamiento. O como lo dice él una "exigencia" de su voz interior. "No puedo tirar la toalla", incide Juan Luis, que reconoce que ya ni sus cuatro hijas intentan quitarle la idea de su cabeza. "Saben que soy muy cabezón y que haré lo que tenga que hacer. Me siento muy libre para decidir. ¿Tiene sentido agotar el tiempo que me queda o merece la pena entregar la vida por el objetivo?", sentencia.
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