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Hay una foto donde el Viejo Profesor apunta con el dedo hacia arriba, como señalando un peligro que se cierne sobre quienes lo acompañan en la mesa: la cólera de un dios nacionalcatólico, el boicot de los estudiantes independentistas, tal vez un nubarrón reaccionario e inclemente que amenaza con descargar de un momento a otro. A su lado, José Doldán, Jorge Enjuto y Santiago Pazos. De pie, llevándose las manos a la cabeza, el profesor José María de la Viña observa la platea del salón de actos del Instituto Alfredo Brañas de Carballo. Parece que se tira de los pelos, aunque los nervios estarían justificados: es diciembre de 1976 y el fantasma de Franco todavía lava más blanco. Para la celebración de la conferencia, a cargo de Tierno Galván, los organizadores han tenido que pedir permiso al Gobierno Civil de A Coruña, que también autorizaría la exhibición de una pancarta con el lema: "Las ideas tienen que hacerse prácticas para que el pueblo luche por ellas".
Los cuadros locales del Partido Socialista Popular sacan pecho. Han conseguido traer al líder del PSP, quien meses más tarde será elegido diputado y, tras las primeras elecciones democráticas de 1979, investido alcalde de Madrid. Todavía no ha integrado la sigla marxista en el PSOE de Felipe González, encargado de fagocitar las formaciones políticas a la derecha del PCE. En la foto no sale Jesús Rodríguez Conde, el abogado que abandera la causa de Tierno en Carballo, firmante de la petición a las autoridades gubernativas y cuya mediación ha posibilitado la visita. Bajo su paraguas progresista, un puñado de adolescentes había convertido las juventudes locales en unas de las más pujantes del partido. La imagen da fe de su implantación en la localidad coruñesa, aunque sólo habría pasado a los anales de la historia política municipal si no fuese por el tejerazo, que mantuvo en vilo al país el 23 de febrero de 1981.
Aquella benemérita tarde, Santiago Pazos esperaba a Raúl Morodo en su despacho de la calle Eduardo Dato de Madrid. El estudiante carballés financiaba sus estudios de Sociología en la Complutense echándole una mano al rector de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, quien no acudiría a la cita. Una llamada suya advirtió a su secretaria de que tanto ella como su ayudante debían refugiarse en un lugar seguro, pues un enjambre de guardias civiles había tomado el Congreso al asalto. Morodo, cofundador del PSP y diputado del Congreso entre 1977 y 1979, ya había puesto pies en polvorosa. Pazos se cobijó en la casa de un amigo en Fuente el Saz del Jarama, un pueblo dormitorio a treinta kilómetros de la capital, donde aquella madrugada fue incapaz de conciliar el sueño pese al mensaje televisivo del rey Juan Carlos I, quien durante su intervención lució el uniforme de capitán general de los Ejércitos.
Las medidas de precaución parecían suficientes, sin embargo Pazos no sería consciente del peligro que había corrido hasta 1991, cuando se celebró el décimo aniversario del golpe. “Me quedé toda la noche pensando en cómo huiría si triunfaba la asonada. En Madrid no me conocían, pero en mi pueblo, sí. Era consciente de que podían venir a por mí, por lo que tenía miedo a las represalias”, recuerda el sociólogo, quien había comenzado a militar en el PSP en 1974, con sólo dieciséis años. “Poco después, Carballo ya era un bastión nacional de las juventudes del PSP”, añade Pazos, entonces residente en el Colegio Mayor San Juan Evangelista, una incubadora de rojos a la vanguardia de la lucha antifranquista. Los estudiantes que permanecieron en sus instalaciones todavía recuerdan el eco de los disparos en el Congreso. “Había un concierto y no teníamos con qué probar el sonido, así que utilizamos la radio. Oímos el tiroteo amplificado en todos los altavoces del salón de actos", relató tiempo después el colegial José Carlos Tuderini a la periodista de El País Anaís Berdié. "Algunos escaparon, otros fueron a esconderse en su casa. Aquí nos quedamos pocos".
Seiscientos kilómetros al noroeste, Anselmo Varela se mantuvo firme y decidió pasar la noche con su familia. “¿Y ahora?”, le preguntó su suegra, preocupada por los efectos del tejerazo. “No va a pasar nada”, le respondió el ex jefe de mantenimiento de Cerámica Campo. La angustia de la señora no era infundada. Su marido había implantado en Carballo las Juventudes Socialistas y se vio forzado a huir tras el golpe del 36. Un primo falangista dio el aviso: “Dile que se marche como pueda, esta noche lo van a buscar”. Genaro Castiñeiras se subió al techo del Guillén, se ocultó bajo las lonas del bus y tiró millas. “Nunca pensé que fuese a triunfar”, explica Varela, quien el 23-F durmió a pierna suelta y no volvió a concederle más entidad a la asonada hasta que, diez años después, un tabernero le espetó: “Te tienen en una lista”. No entendía nada: ¿su nombre, en el periódico? “Varela Becerra, Anselmo. Ceramista de Carballo, militante socialista”. Junto a él, una enumeración de políticos, sindicalistas, intelectuales, profesores, obreros y, en general, cualquier persona sospechosa de estar a la izquierda de Don Manuel.
“En parte fue hecha por la Alianza Popular de Fraga y los correligionarios de Blas Piñar”, cree el ex secretario general del PSP en Carballo y entonces líder comarcal de UGT. Entre las quinientas personas que figuraban en ella, pudo contar a sus vecinos y compañeros de partido: “Dopazo Fernández, Víctor. Comerciante socialista”, “Rey Grande, José. Socialista”, “Doldán Conchado, José. Abogado socialista”, “Pazos Iglesias, Santiago. Militante socialista” y, por supuesto, “Rodríguez Conde, Jesús. Abogado, militante socialista”. No podía salir de su asombro. Eran los ciudadanos controlados por la extrema derecha susceptibles de ser depurados en el caso de que el teniente coronel Antonio Tejero se saliese con la suya. “Me sorprendió mucho, aunque también me extrañó que no hubiera gente del PCE o del PSOE, entre ellos, mi suegro”. Anselmo Varela, además de militar en un partido de izquierdas y ocupar el número tres en la candidatura del PSP a las elecciones municipales de 1979, no había hecho nada malo para engrosar la lista. Si acaso, participar en la fiesta de la democracia justo cuando la carcunda amenazaba con parar la música y apagar las luces.
El registro, que seguía un orden alfabético y no por localidades, se publicó en la tercera entrega de un especial que Carlos Fernández publicó en La Voz de Galicia con motivo del décimo aniversario del asalto al Congreso. Bajo el epígrafe El 23-F en Galicia, el historiador y periodista había revelado que ninguno de los militares de mayor graduación quiso involucrarse en el golpe, a excepción del general Torres Rojas, y que Milans del Bosch le había dicho al capitán general de A Coruña que su solución estaba avalada por el rey, si bien posteriormente éste se lo había desmentido. El domingo 24 de febrero era día de feria en Carballo y las tabernas estaban de bote en bote. Mientras los clientes trasegaban ribeiros y riojas, Pepe, el dueño de O Mexillón, le señaló a Varela un titular del periódico: “Izquierdistas, nacionalistas y sindicalistas figuraban en la lista de las personas a controlar por los implicados en el golpe”. El antetítulo de la noticia advertía de que existían “numerosos errores en la catalogación ideológica de los fichados”. Al menos, con él no se habían equivocado: era un “militante socialista”, aunque no especificaban si del PSOE o del PSP.
Entre los objetivos de los ultras, estaban Xosé Manuel Beiras (“profesor de la Universidad de Santiago, nacionalista radical, posee armas, ha ayudado a terroristas del Grapo, de gran predicamento entre la masa estudiantil”), Alfredo Conde (“escritor y profesor, militante socialista”), Xerardo Estévez (“dirigente socialista de Santiago”), Isaac Díaz Pardo (“director de Cerámicas del Castro y Sargadelos, galleguista radical, ha dado albergue a muchos perseguidos”), Manuel María (“escritor y poeta nacionalista radical, de Monforte”), Pilar García Negro (“profesora de economía, nacionalista radical”), Fernando González Laxe (“profesor de Economía, militante socialista coruñés, candidato al Senado”), Camilo Nogueira (“ingeniero, profesor de Universidad, nacionalista radical”), María Xosé Queizán (“feminista comunista revolucionaria viguesa”) o Manuel Rivas (“periodista, militante del nacionalismo radical”). Imagínense la limpia: Estévez no daría esplendor al casco histórico compostelano, Díaz Pardo vería truncada la utopía de la Bauhaus atlántica, Rivas nunca contaría un millón de vacas, Beiras jamás atizaría el escaño con su zapato...
La lista no sólo incurría en errores de bulto, sino que evidenciaba la paranoia de la trama civil del golpe. Además del exlíder del BNG, hoy enrolado en el partido En Marea, poseían armas Bautista Álvarez, Salvador Fernández Moreda, Anxo Guerreiro o Valentín Paz Andrade. Merece la pena reproducir las descripciones de Moncho Valcárcel (“sacerdote agitador campesino, partidario de la lucha armada, muy peligroso, utiliza las iglesias como depósito de armas y explosivos”), de Xosé Fortes (“excapitán de la UMD, profesor en Pontevedra, comunista peligroso, posee armas en varios depósitos”) y de Manuel Soto (“ha organizado un verdadero sóviet en el Ayuntamiento, tiene un depósito de armas y explosivos”). Es decir, un líder agrario, un militar demócrata y el responsable de la ciudad más poblada de la comunidad autónoma. Claro que había para todos: el moderado Xosé Ramón Barreiro, futuro presidente de la Real Academia Galega, pasa aquí por “galleguista radical”; y el primer alcalde coruñés elegido en las urnas tras la dictadura, Domingos Merino, es tratado como un individuo “peligroso”. Hasta figura Paco Vázquez, con los años azote del nacionalismo, españolista a muerte y embajador ante la Santa Sede; y, quién lo habría visto, ¡Pío Moa! (“periodista vigués, dirigente de los Grapo”).
“Es un totum revolutum que refleja el odio a todo lo que se movía más allá de la derecha y el franquismo”, explica el historiador Justo Beramendi, quien considera la lista como “una chapuza a juego con la tejerada, propia de auténticos incompetentes”. El autor de Historia mínima de Galicia pone, además de los citados, otros ejemplos para ilustrar el despropósito: “Tachan de peligroso a Ramón Villares, cuando nunca se mojó el culo con ninguna organización política, y también a Barreiro, una chaladura. Incluyen al pobre de Manteiga Pedrares sólo por ser concejal de Unidade Galega, cuando en realidad es de centro-derecha. O sea, aquello que sonaba a galleguismo, incluso el más light, representado por Carlos Casares”. De alguna manera, son todos los que están, pero no están todos los que son, aunque la elección de los eventuales paseados tiene una explicación: la lista de los 500 no existía como tal, sino que es una recopilación de nombres realizada por Carlos Fernández a partir de varios directorios más breves que circulaban por los ambientes ultras, lo que provocó que muchos dirigentes políticos y sindicales no estuviesen presentes en ella. Bastaría con hacer una criba de las listas electorales para eliminar las impurezas.
Treinta y cinco años después del golpe, el periodista que la difundió sólo desvela las fuentes off the record. En público, se limita a citar como gargantas profundas a “organizaciones ultraderechistas”, con las que estaba bien relacionado, lo que le permitió con el paso del tiempo acceder a sus registros, cuyos inscritos duplicarían los quinientos iniciales. “No llevaban el sello de los autores, porque nadie firma esas cosas”, añade Fernández, coruñés e hijo de militar. “Siempre he hilado fino y todavía no puedo dar nombres concretos. Pese a que ya lo tengo olvidado, entonces me expuse demasiado. Por esta y otras publicaciones, sufrí amenazas de todos los órdenes y hasta me llegaron a mandar una ambulancia”, explica el autor de Franquismo y transición política en Galicia, quien también ha dedicado libros a Castelao, Casares Quiroga y Carrillo. Él tampoco se sorprendió con la inclusión de moderados y centristas. “Las hacían al tuntún, aunque los que salen estaban en la mente de sus responsables, que cometieron muchas equivocaciones: decían que algunos eran comunistas cuando no lo eran y que otros poseían armas cuando, en realidad, las tenían ellos mismos, para quienes la izquierda comenzaba en el PSP y acababa en la UPG”.
En Carballo, sin embargo, no constaba nadie del BNPG, el germen del actual Bloque, el partido nacionalista de masas. “Es una lista muy aleatoria, porque faltan los militantes del PCE y los independentistas, que para los reaccionarios eran lo peor de lo peor”, explica el historiador local Xan Fraga. “Los servicios secretos de la Guardia Civil tenían otras, que incluían a los represaliados tras la guerra. Pero cuando investigué los informes policiales, vi que se habían destruido o enviado a Madrid. Luego estaban las del gobernador civil y las de otros sectores, como Falange”. Fraga evita dar nombres y cita a dos familiares que estaban fichados para reflejar las ausencias: su padre, Francisco, uno de los fundadores del PSOE en el pueblo; y su hermano Xosé Ramón, que tenía el carné número uno de los Estudiantes Revolucionarios Galegos (ERGA) y ejercía de conexión entre los círculos políticos y universitarios de Santiago y sus compañeros de Carballo. “En la clandestinidad, nuestra casa era la referencia entre los jóvenes independentistas y los viejos republicanos, quienes luego serían incluidos en las listas del BNPG a las municipales de 1977, por lo que podríamos decir que en ella nació el movimiento nacionalista”, recuerda el autor de Luís Suárez. Fútbol de seda.
Santiago Pazos también aprecia esas lagunas. “Estamos los del PSP, si bien del BNG no hay nadie, cuando la brigada político-social tenía controlado el pueblo y sabía perfectamente quién era quién. Todos luchábamos por lo mismo, pero cada uno iba a lo suyo”. El motivo se debía a que el origen de los inscritos no era sólo policial, algo de lo que el sociólogo carballés es consciente. “Probablemente, mucha información procedía del Gobierno Civil, donde había ultras y gente vinculada al régimen, aunque también de los cuartelillos. De hecho, yo estaba fichado porque, además de organizar la conferencia de Tierno, me detuvieron bajo la acusación falsa de haber cometido un robo con el objetivo de financiar al partido. Me dieron unas hostias y amenazaron con torturarme para que confesase con quién me reunía”. Ambos hechos le vinieron a la cabeza con el "¡Quieto todo el mundo!" de Tejero y, una década después, con la publicación de los nombres de los progresistas controlados por la extrema derecha.
“Esta lista es una mierda, yo no estoy”, llegó a escuchar entre militantes izquierdistas el periodista Xosé Manuel Pereiro, quien entonces también estaba al tanto de la existencia de registros. Tras pagar a finales de los setenta una multa de 50.000 pesetas (una fortuna en comparación con las 6.000 que le costaba el alquiler de un piso de estudiantes en el barrio madrileño de La Elipa), su abogado, “un facha redomado”, le advirtió: “Tened cuidado y no hagáis tonterías, que circulan unas listas por ahí”. La que nos ocupa revelaba, según el codirector de la revista Luzes, la ignorancia de los autores y en ocasiones rozaba el delirio: “Si Manuel Monge [“maestro radical, fue secretario de la ORT”] tuviese armas, se dispararía un tiro en el pie”, ironiza Pereiro, a quien le hace gracia la evolución ideológica de algunos, “que de poseer un arsenal pasaron a ser unos neoliberales”. Y, aunque duda de que se reeditase la represión de 1936 porque la democracia era “irremediable”, recuerda que el entonces presidente de la Deputación de A Coruña “comentaba avergonzado que hubo alcaldes que lo llamaron preguntando si se tenían que sumar al golpe”.
Fernández, sin embargo, cree que había “elementos suficientes” para cometer las represalias. “En 1981 no se había hecho ninguna purga. Si me apuras, ni se ha hecho ahora”, sentencia. El relato publicado en La Voz de Galicia sobre los días anteriores a la intentona de Tejero asusta: el 20-F, en A Coruña, un miembro del Ejército se apea de un coche con matrícula militar en la Praza da Palloza y le entrega un sobre blanco a un transeúnte. “Lo recoge un destacado ultraderechista que siente nostalgia del gatillo, pero el hecho pasa inadvertido”, explica el periodista e historiador. “Luego se reúne en su casa con otros camaradas para estudiar el contenido del sobre: encerrar en el Palacio de los Deportes a cuatrocientas personas de ideología contraria al alzamiento”. Acto seguido, se procedería al cierre de todos los periódicos, excepto Faro de Vigo y La Voz de Galicia, que pasaría a estar controlado “por un conocido ultra a las órdenes de un militar”, mientras que “las emisiones de radio quedarían limitadas a RNE”, que programaría música militar y comunicados de las nuevas autoridades. Según Fernández, el expresidente de la Xunta José Quiroga, cuando se enteró de la existencia de la lista años después, comentó: “Yo he llegado a ver cómo estaba formado en alguna ciudad de Galicia el comité de salvación pública y excuso decirle, échele guindas, los personajes que lo formaban y las consignas que tenían".
El trazo grueso de la lista a veces causa risa (diabólica), aunque maldita la gracia. “La autoría podría atribuírsele a los círculos de extrema derecha simplemente por las estupideces que dicen y los errores que cometen. Ese tipo de gente que ve fantasmas por todos lados y que sufre la típica paranoia de acusar a inocentes de tener armas escondidas”, explica Beramendi, quien la considera bastante completa, pues a su juicio, más que faltar, sobran nombres. “No sorprende su existencia, pues si el golpe tuviese éxito lo primero que harían los ultras sería una redada de contrarios”, cree el catedrático de Historia Contemporánea de la Universidade de Santiago, ya jubilado. Humor de brocha gorda que, en opinión del autor de O nacionalismo galego, borraría de las calles a los desafectos al nuevo orden. “Hacía poco que había terminado la dictadura y los que participamos en la lucha antifranquista habíamos sufrido en nuestras carnes el régimen, por lo que aquella noche todos tuvimos miedo y cada uno reaccionó de una manera diferente: los que salieron pitando, los que se escondieron y los que se quedaron esperando en casa, que al menos tuvieron la precaución de ocultar o destruir documentos comprometedores”, asegura Beramendi.
Dado que no era necesario un dios airado en las alturas (porque ya había guerrilleros de Cristo Rey acechando en las esquinas) y nunca se ha demostrado (pese a los dones que le han atribuido durante la Transición) que fuese vidente, lo más probable es que en aquella conferencia Tierno señalase con su dedo a los bachilleres nacionalistas que trataron de reventar el acto. No era nada personal: de hecho, algunos militantes del BNPG eran amigos de los cachorros del PSP. Simplemente, como recuerda Xan Fraga, querían denunciar que a ellos les impedían sistemáticamente organizar actividades, mientras que el aura del Viejo Profesor traía consigo el níhil óbstat para la celebración de un acto por todo lo alto del Partido Socialista Popular, al que seguiría una cena en el bar Poniente. En aquella mesa también se sentaría Santiago Pazos, que más de tres décadas después no quiere dramatizar, pero tampoco quitarle importancia a lo ocurrido el 23-F. “Era poco probable que triunfase el golpe, aunque el peligro estaba ahí. Porque cuatro años después de las primeras elecciones, nadie era franquista, todos eran demócratas de cuna…”, ironiza. “¡Mentira! Esa gente podría crecerse y, en un sitio pequeño, donde todo el mundo se conoce, haber tomado represalias. Ahora parece una batallita, si bien quienes estábamos comprometidos no teníamos buen cuerpo”, concluye Pazos. “El miedo era uno de los capítulos de la Constitución. Nadie lo había escrito, pero estaba ahí”.
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