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Esto de la corrección y de la incorrección política es un lío. Hermann Tertsch fue presentado ayer en el Club Financiero Génova de Madrid como un perseguido en —y por— las redes sociales y como el verso suelto de un periodismo secuestrado por la izquierda, que no sólo ha tomado las televisiones españolas, sino también Sillicon Valley, cuyos cachorros fueron amamantados por la loba de Gramsci y por la escuela de Fráncfort antes de convertir Twitter en un ingenio con un “sesgo progresista” que acalla las voces críticas, entre ellas la del columnista del ABC.
Las comillas son del periodista Javier Benegas, autoproclamado víctima de un linchamiento por sostener que la corrección política es una fuente de opresión y discriminación. El artículo en cuestión señalaba que “la sociedad occidental ha sido infectada por un terrible virus de puritanismo, intolerancia y censura”, advirtiendo de que “una nueva ideología, la corrección política, se ha impuesto de forma silenciosa pero implacable”. La derecha —si se le puede llamar así—, acosada y contra las cuerdas.
Isabel Díaz Ayuso, vicesecretaria de comunicación del PP y encargada de presentar a ambos participantes en el debate Contra la censura, apeló en cambio al participio para allanar el terreno. “Somos una mayoría silenciada”, en la que incluyó a Tertsch —“un periodista independiente”, frente a los tertulianos de pesebre— y a tantos otros españoles sometidos al yugo de lo políticamente correcto. “Nos van arrinconando y, si no nos defendemos, nos van a silenciar”, insistió la portavoz del PP en la Comunidad de Madrid.
“La censura es una realidad que está perjudicando a la libertad de expresión y llegando a España de una forma atroz”, abundó la maestra de ceremonias, quien consideró que en los medios de comunicación “triunfa un solo relato, el de la izquierda extrema, que deslegitima al adversario”, al tiempo que en las redes sociales “la izquierda más sectaria no le permite decir la verdad, que es lo que defiende” Hermann Tertsch: “Es perseguido por la dictadura mediática y le suspenden temporalmente su cuenta en Twitter”.
La situación, si nos atenemos al parte meteorológico, amenaza con nubarrones, aunque en el exterior llevaba todo el día sin llover y parecía que el cúmulo sólo permanecía suspendido sobre la planta catorce del club financiero y sobre las cabezas de los presentes, antología de esa mayoría silenciada que tomará la palabra para referirse a la “superioridad moral de la izquierda”, como señaló el director de la patriótica Fundación Denaes, Iván Vélez, para quien “transigir con Girona es perder” —imaginamos que la e de España—.
Sorprende la visión apocalíptica y tan poco integrada de los participantes en el acto, que destila un oficio acorralado por empresarios con rabo, hoz y martillo, una imagen tenebrosa que contrasta con los gráficos que reflejan las ramificaciones de los grupos mediáticos, de la raíz a la copa, así como sus propietarios y accionistas. Sin embargo, Díaz Ayuso alude al “miedo a ser criticados” y plantea un escenario externo de “debates obscenos” y “feminismo exacerbado”. O sea: “Nos imponen un vocabulario de lo más ridículo, que llaman inclusivo”.
Su tono se eleva y la predicción del tiempo se torna parte de guerra: “A través de falsos referéndums y de la falsa necesidad de que España sea una república, buscan dividirnos”. Discursos que, según ella, apelan al “odio” o a que “la transición fue un horror”, por lo que “debemos protegernos a favor de la libertad, porque si no afrontamos estos miedos nos van a llevar a una dictadura”, señaló con el dedo apuntando a Podemos y al PSOE.
Luego dirá que “lo que nos está sucediendo es culpa de todos”, cuya “inacción” ha alentado el procés y la “hispanofobia”, aunque “muchos hemos despertado porque nos preocupa y no nos callamos porque las libertades están en juego”. También, según la portavoz autonómica, “nos jugamos que el motor económico del país caiga en manos de esta gente”, en referencia a la Comunidad de Madrid, actualmente en manos del PP.
Si el alegato de Díaz Ayuso se conjugó en presente y en futuro, el de Tertsch remitió al pasado. Así, antes de denunciar las “presiones” que reciben algunos periodistas “para no publicar noticias” a través de un sobrecogedor doble mecanismo —“el del miedo percibido o el de la amenaza del miedo”—, hizo un poco de historia: “En España tenemos genios que ya cobraban sobres de Carrero Blanco y todavía nos dan la matraca en los medios explicándonos qué bien lo hace Pedro Sánchez”.
Y, pese a criticar que en el periodismo español perro no come perro porque antes estaba mal visto —“aquí no nos pisamos la manguera”—, se abstuvo de poner nombre al blanco de sus críticas: “El gran adulador, ya con Adolfo Suárez, le lamió el trasero a Aznar y, cuando ganó Zapatero, dijo: ¡Al fin la libertad!”. Por ello, abogó por romper ese “consenso terrorífico entre periodistas” y significarse aun a riesgo de salir “malparado”.
Claro que los algoritmos, se lamentó, "te tumban", porque según Tertsch "se cierran siempre las mismas cuentas", entre ellas la suya. "A los bárbaros que atentan contra la derecha o la familia real no les pasa nada, mientras que si sucede al contrario [ese simpatizante conservador] es señalado", por no decir censurado. Ahora bien, el columnista se encargó de marcar distancias con el PP de Rajoy y pareció dejarse llevar por la fuerza extrema de los vientos de la derecha.
“Tras morir Franco, en la transición se decía eso es facha para callar la boca a la gente, como si ser facha fuese una ordinariez”, añadió Tertsch, quien tras esa “porra” para mantener el pico cerrado de los españoles de orden enumeró otras fustas que siguieron a la precursora: “Machista, homófobo, xenófobo, torero…”. Y, tras criticar a Susana Díaz por el discurso que pronunció tras la debacle del PSOE en las elecciones andaluzas, mentó a la bicha: “Vox ha articulado esas incorrecciones”.
Entonces, si “cada vez hay más gente que sólo dice la verdad en la intimidad”, argumentó el periodista, Santiago Abascal ha encontrado eco en esa minoría supuestamente silenciosa porque es un partido que expone públicamente “esas cosas” que sólo se escuchan en casa, en el bar o con los amigos, “verdades que son ciertas, como los problemas de la inmigración en El Ejido”. El título del encuentro, Contra la censura, quedaba claramente reflejado en sus palabras: la memoria histórica y ley contra la violencia de género son una “aberración inaudita”, mientras que "la izquierda pretende imponernos en las redes sociales su arbitrariedad, cuna de la tiranía, a los que no pensamos como ellos".
Enfrentarse a ello, añadió, “se castiga con la pena de la desaparición”, si bien al periodista se le ha visto, escuchado y leído en medios como El País, Onda Cero, ABC o Telemadrid. Pero, según él, “los izquierdistas lo van ocupando casi todo gracias al PP”, el mismo partido que organizó el debate, aunque quizás se refería a la ejecutiva previa de Rajoy. “El anterior jefe del Gobierno fue un drama para este país, como nefasto fue su predecesor. Gente desasistida, mediocre, sin habilidades, que necesitan palancas para sujetarse e instrumentos para hacer daño al adversario”, afirmó.
Javier Benegas, quien se define como liberal, no le fue a la zaga. Aludió a la “batalla de opinión” en las redes sociales y a la censura en Twitter, que a su juicio “está sesgando la opinión” hacia la izquierda, por lo que afecta a “ideología concreta” y “el caso de Hermann es paradigmático”. Poca broma, según el editor de Disentia, pues “el sesgo de la corrección política afecta a los legisladores y, cuando las leyes se dictan a favor de unos, ya no son leyes sino privilegios”.
En resumen, “el sectarismo que vivimos en la sociedad española se ha trasladado a Twitter”, abundó el exjefe de opinión de Voz Pópuli, quien cargó contra el “feminismo corporativo” que lleva a situar a mujeres en los puestos directivos de empresas, una opinión por la que aseguró haber recibido “insultos y amenazas de muerte”. Una corrección política, insistió, que divide a la sociedad entre buenos y malos, entre víctimas y verdugos, lo que le hizo preguntarse si la bondad depende del sexo: “Se está convirtiendo a las mujeres en una clase social. Han llevado la lucha de clases al feminismo, donde la mujer sería el proletario y el hombre, el explotador”.
Catorce plantas más abajo, lejos de los nubarrones que parecen haberse instalado sobre el Club Financiero Génova, el frío es tolerable y no se esperan lluvias, pese a que las goteras interiores todavía repican en algunas cabezas: “La corrección política se ha convertido en una mordaza omnipresente con unas posibilidades inmensas” (Tertsch); “si eres una mujer de derechas, critican tu capacidad intelectual: son los más machistas” (Ayuso); “vivimos una inflación de politólogos” al tiempo que ya “no hay ningún debate, con o sin datos” (Benegas); “la televisión es un medio de adoctrinamiento brutal” y “los medios son una plaga con una una capacidad tóxica infinita” (Tertsch).
Aunque el portal del edificio está a escasos metros del límite del área central restringida al tráfico privado de los no residentes, no extraña que todavía se escuche el eco de las pullas a la alcaldesa de la capital, Manuela Carmena, ejemplo del “adoctrinamiento perfecto”, sentenció el columnista amordazado: “Nos quieren enseñar a obedecer. Todos los días nos recuerdan quién manda”. Falta casi medio año para las elecciones municipales del 26 de mayo y todavía está por ver cuánto alzará su voz la mayoría silenciada y la minoría silenciosa. Es decir, esa gente que sólo dice la verdad en la intimidad, como aquel que se limitaba a hablar catalán en la distancia corta.
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