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Fernando Miramontes, el escayolista del Día da Clase Obreira

Dirigente del PC durante los sucesos del 10 de marzo de 1972 en Ferrol, Miramontes relata para 'Público' aquella jornada en la que fueron asesinados dos trabajadores de la Bazán y las torturas a las que fue sometido por la policía del tardofranquismo.

Fernando Miramontes, Dirigente del PC durante los sucesos del 10 de marzo de 1972 en Ferrol / FOTO: SUSO PAZOS

10 de marzo de 1972, siete de la mañana. Cerca de 4.000 trabajadores de la Bazán de Ferrol se reúnen en las puertas del astillero. El día anterior, tras el despido de nueve trabajadores por el rechazo al convenio colectivo, la policía del tardofranquismo se había empleado a fondo en desalojar a los 6.000 empleados de la Bazán que reclamaban la readmisión de los represaliados. Ocho de la mañana, tras comprobar el cierre patronal de la planta, los 4.000 concentrados comienzan a marchar hacia el polígono de Caranza.

La ciudad queda desierta, cierran los colegios, paran comercios y empresas en solidaridad con los trabajadores de la Bazán que avanzan por la Avenida de las Pías. Los dirigentes de CCOO negocian con Capitanía Marítima para evitar la intervención del ejército, mientras la Policía Armada se sitúa en la carretera de Castilla. Y allí son interceptados. Comienzan los enfrentamientos. A las cargas se suceden los palos y las piedras de los manifestantes y la siniestra orden de disparar de los grises.

A pesar de los dos trabajadores muertos, Amador Rey y Daniel Niebla, y los más de 40 heridos, la resistencia consiguió forzar la retirada policial y convertir aquel 10 de marzo en motivo de orgullo obrero frente a la brutalidad del fascismo. Desde 2006, Galicia lo conmemora como el Día da Clase Obreira. También lo celebra Fernando Miramontes (A Coruña, 1935), escayolista y dirigente del PC, con el regusto amargo de un día que para él también supuso el primer paso de un viacrucis de detenciones, humillaciones y torturas.

“Ya me habían detenido antes, ya había pasado antes tiempo en prisión, pero lo que pasó después de aquel día fue lo peor”, recuerda el gallego, nacido en la II República en una familia de peixeiras de la coruñesa Plaza de San Agustín. Huérfano de madre desde niño, el padre, escayolista, afilado a la CNT, montó un taller en Ferrol en el que Fernando se empleó con sólo 14 años. Su militancia rebelde se la debe a una anécdota cuando se despedía de su primer y único amor: una guapa joven de Bilbao.

“Fue mi primer ataque de desesperación. Tenía que volverme a Ferrol a la mili que no quería a hacer. En la estación de Bilbao, cuando iba a sacarme el billete de tren, un señor con careta de facha de toda la vida me dijo: ‘Son tantas pesetas y me tiene que dar usted el dinero justo’. Yo me puse loco y vino un guardia. Fui a por monedas y cuando volví, al vendedor tampoco le servían las monedas que le di. Fue la primera vez que me sentí maltratado, quizás por ser gallego”.

Una de las pocas imágenes de los sucesos de Ferrol. / Archivo histórico de la Fundación 10 de Marzo.

Una de las pocas imágenes de los sucesos de Ferrol. / Archivo histórico de la Fundación 10 de Marzo.

Intolerante a las injusticias, con las escasas noticias que llegaban a España sobre la Guerra de Corea, a Miramontes le dio por aprender el comunismo de la mano de un comisario político de la República, Baltasar Goiriz. Ya casado con Josefina, su chica bilbaína, estalló la crisis de los misiles en Cuba y Fernando, “convencido de que se avecinaba la III Guerra Mundial”, huyó a Francia donde fue captado por el aparato del PC.

“En el 67, decidí vender todo lo que tenía y volví a España, a trabajar con mi padre en Ferrol. Me puse en contacto con los compañeros comunistas y fundamos una célula nueva, la mayoría con trabajadores de la Bazán y de Astano. Distribuíamos octavillas, yo me encargaba de la multicopista de la que salía el Mundo Obrero, nuestra bandera…. Era un hombre feliz pero estaba fichado y, en el 70, durante el estado de excepción del Proceso de Burgos, caí”.

Fernando Miramontes.

Pasó cinco meses en la prisión de A Coruña; más de dos semanas en huelga de hambre, encerrado en una celda de castigo, con un agujero en el suelo para hacer sus necesidades, un grifo y un colchón. En el año 70, tras volver a la lucha sería detenido una vez más y pasaría dos meses más en la cárcel gallega “por nada, por una tontería”, comenta. No sabía lo que le esperaba cuando estallaron los acontecimientos del 10 de marzo del 72.

“Yo ya era entonces el responsable de Organización del Comité Central del PC en Galicia. La noche del 9, después de que entrase la policía en el astillero, nos reunimos para ver qué íbamos a hacer. Decidimos salir a pedir solidaridad con los trabajadores de la Bazán. Pero no nos dieron tiempo. Cuando nos disponíamos a iniciar la marcha, vimos como la gente salía corriendo, ensangrentada, despavorida. La ciudad se quedó vacía con las patrullas de la Policía y la Guardia Civil y una brigada especial que trajeron de Valladolid”.

Miramontes y otros se escondieron. Pero a los 10 días, la Político-Social dio con él en la casa de una hermana de la que lo sacaron como nunca antes: “Me hicieron lo que nunca me habían hecho antes. Me destrozaron el forro de la chaqueta en busca de papeles, me rompieron mis cigarrillos, me golpearon la cara y el estómago y me llevaron a la comisaría de Ferrol”.

La victoria del silencio

El panorama le confirmó que las cosas no serían como otras veces. “Había colchones en los pasillos, las celdas llenas de gente que llevaba más de 10 días allí. Me tuvieron sentado en un asiento de piedra hasta que a las 11 de la noche me subieron a interrogar. Había tres o cuatro policías jóvenes hasta que llego el jefe y dijo: ‘Nos vamos a tomar un cubalibre; ahí tienes papel y boli para que escribas tu historia desde que te fuiste a Francia hasta hoy; tienes un cuarto de hora”.

Pero Fernando no escribió. “Me esposaron en cuclillas para que no pudiera levantarme y me obligaron a caminar a saltitos. Les dije que mi dignidad de ser humano no me permitía hacer el ridículo, así que me llevaron al quirófano. Me tumbaron para arriba en una mesa, con las piernas sujetas por dos policías y la mitad superior del cuerpo en el aire. Uno me golpeaba con una toalla en la cara, otro me metía la cabeza en una palangana y un tercero me golpeaba con palos en los pies”.

No recuerda Miramontes el tiempo que pasó en aquella camilla improvisada de la comisaría de Ferrol pero sí lo que ocurrió cuando lo levantaron: “Perdí el sentido cuando me golpearon contra un rallador. Al despertar un hijo de puta empezó a darme golpes rítmicos en la cabeza con los nudillos; me clavaban la punta de un lapicero entre los dedos de la mano hasta que chillaba. Ya estaba medio muerto cuando me bajaron del nuevo al sótano agarrándome por las piernas mientras mi cabeza –pum, pum, pum, pum- iba bajando a golpes los cuarenta escalones. Al llegar al final escuché: ‘Me cago en Dios. Le hacemos igual que a Ruano. Que se vaya a tomar por culo”.

Enrique Ruano, estudiante de Derecho, falleció bajo custodia de la Brigada Político-Social en 1969. Fernando, aterrorizado, sobrevivió a los tres días de torturas que finalizaron cuando un juez, que encubrió a los verdugos, le envió a la enfermería de la cárcel de A Coruña en la que pasó meses. Destrozado, pero con un sentimiento heroico: “No hablé nada de nada; los había vencido”.

Miramontes, en el centro, en uno de los últimos homenajes a los asesinados el 10M. / FOTO: SUSO PAZOS

Miramontes, en el centro, en uno de los últimos homenajes a los asesinados el 10M. / FOTO: SUSO PAZOS

Era la España predemocrática. Durante los tres años anteriores a la muerte de Franco, al dirigente del PC volvieron a buscarle unas cuantas veces a casa. Tantas que cuando veía llegar a la policía –cuenta- “iba a por un abrigo y unas zapatillas cómodas porque ya sabía lo que me esperaba”. La penúltima tuvo lugar el mismo día en el que fue asesinado Carrero Blanco y de aquella ocasión recuerda la frase de uno de los represores: “Tú tranquilo que nosotros estamos esperando órdenes a ver qué hacemos con la gente como tú; si te echamos a la ría, con una piedra en el pescuezo, como hacíamos en el 36”.

Con el final de la dictadura, Fernando Miramontes se convirtió en primer teniente de alcalde de la primera corporación democrática de Ferrol. En las penúltimas elecciones municipales cerró la lista de Izquierda Unida. Hoy se queja: “Yo sigo pagando mi cuota, sigo siendo del PC. Pero, con todo lo vivido, me entristece ver como el PC se ha arruinado él solo. Los trapos sucios internos que somos incapaces de lavar en casa, las tarjetas black… Nos han destrozado el orgullo nuestro: nuestra honradez por encima de todo”.

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