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Actualizado:La presidenta madrileña y candidata a la reelección, Isabel Díaz Ayuso, pulsó el botón del adelanto electoral en el mes marzo con el objetivo de librarse de un socio incómodo, Ciudadanos, y obtener un contundente resultado para gobernar en solitario. Sin embargo, la mayoría absoluta que pronosticaba el PP a inicios de la precampaña electoral se fue diluyendo con el paso de las semanas y la práctica totalidad de los dirigentes de la formación presidida por Pablo Casado —tanto en la dirección nacional como en la Comunidad de Madrid— asumen que necesitarán el apoyo de la extrema derecha, representada por Vox.
La candidata del PP quiere doblar el resultado que obtuvo en 2019, cuando logró los peores resultados del PP en Madrid, con tan solo solo 30 escaños. En estos dos años ha sido incapaz de sacar adelante unos presupuestos ni aprobar ninguna ley de calado, pero ha sabido aprovechar la exposición mediática durante la pandemia, erigiéndose como la cara visible frente al Gobierno central, e incluso del resto de autonomías que han apostado por medidas más restrictivas para hacer frente a la covid-19. A esa política aperturista, que ha llevado a la Comunidad de Madrid a situarse en las primeras posiciones en los rankings en incidencia acumulada, la ha llamado "libertad".
La presidenta madrileña espera absorber por completo a Ciudadanos y minimizar el impacto de Vox. Todo ello gracias a un discurso duro, plagado de guiños al partido ultra. "No soy equidistante entre Vox y Podemos, no he visto en Vox las barbaridades que están cometiendo muchos líderes de Podemos", dijo recientemente. Una estrategia que también atañe riesgos, ya que ese buen resultado que pronostican los sondeos para el PP puede quedar completamente eclipsado ante una suma del bloque progresista.
La peor pesadilla de Génova sería perder el gobierno regional. Pero el segundo peor escenario es que la derecha sume y que Vox demande entrar en el Gobierno para apoyar la investidura. Casado se niega a compartir gobierno con la ultraderecha y en su entorno se muestran convencidos de que Vox apoyará desde fuera porque "sus votantes no entenderían que no lo hiciera". Sin embargo, en el equipo de la presidenta madrileña lo matizan y afirman que el partido de Santiago Abascal "tendrá la influencia que le den las urnas".
Ayuso y su pacto de no-agresión contra Vox
Ayuso ha evitado deliberadamente aclarar si integraría al partido ultra en un futurible Ejecutivo, sin llegar a descartar esa opción. "Quiero contar con gestores de Vox y de Cs", llegó a decir. Como parte de esa estrategia de no agresión, la presidenta madrileña eludió la crítica a la misma ultraderecha que dinamitó campaña al tachar de "montaje" las amenazas de muerte recibidas por el candidato de Unidas Podemos, Pablo Iglesias, el ministro del Interior Fernando Grande-Marlaska y la directora general de Guardia Civil, María Gámez. Asimismo la dirigente popular escurrió el bulto con el cartel xenófobo en la Puerta del Sol, en el que Vox criminalizaba a los menores migrantes tutelados por el Estado.
Es más, al PP no le preocupó tanto el contenido de esos mensajes sino sus efectos sobre el electorado. Varios dirigentes populares temían que el votante de izquierdas se movilizase por la agresiva campaña de Vox. Por ese motivo se dio la orden de minimizar la cuestión de las amenazas de muerte dirigidas a varios representantes públicos, más allá de condenarlas de manera genérica y atribuir parte de la culpa a Iglesias, como hizo tanto Ayuso como el alcalde de Madrid y portavoz del PP nacional, Jose Luis-Martínez Almeida.
Los 'populares' también llegaron a temer que el partido ultra capitaneado por Rocío Monasterio en Madrid se quedara fuera de la Asamblea, por lo que trataron de darles aire. Ahora calculan que obtendrán el 8% de los votos, a diferencia de Cs, a los que Ayuso criticó abiertamente en su último mitin. "Las personas que eran mis socios me abandonaron porque es verdad que tenían siempre una querencia, como el carro de la compra, irse siempre a la izquierda".
Una campaña personalista ajena a Génova
Lo cierto es que Ayuso ha tenido autonomía plena para planificar su agenda y mensajes —después de que la elaboración de las listas creara ciertas fricciones entre la dirección nacional y el gabinete de la presidenta madrileña— y ha protagonizado una campaña profundamente personalista, evitando cualquier tutela de la dirección nacional, en la que las siglas del PP han quedado desplazadas por la figura de Ayuso, como bien se ha encargado ella de repetir.
La presidenta madrileña tampoco ha querido contar con la presencia de ningún barón autonómico del PP en sus mítines y ha limitado la presencia de Casado a un acto por semana, a excepción de los dos actos consecutivos del cierre de campaña. Según confirman fuentes populares, el andaluz Juanma Moreno Bonilla pidió participar en algún acto, como hizo la propia Ayuso en Catalunya, pero finalmente se decidió no contar con él.
Sí le acompañaron en diversos actos algunos dirigentes históricos del PSOE, como Joaquín Leguina o Nicolás Redondo, entre otros. Los populares apelan a convencer a esos "socialistas desencantados" con la "deriva sanchista" del Gobierno. En este sentido, la presidenta madrileña ha tratado de apelar al votante del cinturón rojo del sur de la región, que según la dirigente conservadora, ya no se debería llamar así tras el 4M.
Ayuso marca a Sánchez como su rival a batir
Una de las obsesiones de Ayuso ha consistido en dar la batalla cultural contra la izquierda, fomentar los choques entre conservadores y progresistas en torno a la moral, las costumbres y los estilos de vida. Precisamente, Ayuso ha hecho de ello su leiv motiv de campaña, en el que todo gira en torno a la "libertad" que supuestamente da el PP frente a otras autonomías socialistas, pero también aquellas gobernadas por el Partido Popular.
Siguiendo esta lógica no es extraño que el principal adversario de Ayuso durante toda la campaña no haya sido el candidato socialista Ángel Gabilondo sino el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, al que directamente retó a principios del mes de abril. "Nos vemos en las urnas", le dijo. En el mitin de cierre el líder del PP acusó a Sánchez de "invadir" La Moncloa y la presidenta madrileña pidió "una alternativa al sanchismo" desde Madrid.
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