Antoni Gutiérrez-Rubí
Asesor de comunicación
Grave torpeza de Miguel Arias Cañete. Justificar su insuficiente actuación en el debate de ayer con Elena Valenciano como una decisión benevolente y condescendiente para no parecer machista es tan inoportuna como insultante. Cañete, que ya dio muestras de subestimar el debate con su falta de preparación, dedicación y reflejos, acaba de autoinflingirse un golpe muy duro a su ya deteriorada imagen en relación con sus opiniones y declaraciones sobre las mujeres. Cañete perdió el debate ayer a los puntos, pero hoy está KO.
Un debate se valora en tres partes: antes, durante y después. La opinión pública se forma durante estas tres fases y, en cada una de ellas, existe una estrategia específica que reclama ideas y acciones diferentes. Los debates no acaban cuando el programa finaliza, como estamos viendo. Hoy Cañete ha empezado otro debate y veremos si no ha cambiado el discurrir previsible de esta campaña introduciendo un factor de movilización inesperado.
Antes. Es el momento de las expectativas. De crearlas y gestionarlas. Los espectadores llegan al debate siempre con ideas previas sobre la capacidad de los candidatos, sobre sus puntos fuertes y débiles y sobre el posible desenlace final del mismo. Los resultados de las encuestas y la polémica en relación a su celebración (temas y días) presuponían que la ventaja demoscópica del PP (asociada a un posible efecto Cañete) se vería reflejada con una superioridad del ex ministro en un debate europeo y sobre temas europeos que, en parte, son su especialidad. No fue así. Cañete parece que se autopreparó, fruto de una visión superior frente a su contrincante o de un exceso de vanidad intelectual, que enmascara un prejuicio indisimulado que aparece bochornosamente cuando deja correr su instinto.
Durante. Elena Valenciano tuvo más claro cuál era su objetivo. Confrontó la cascada de datos de Cañete con los rostros del los colectivos y sectores de la población que, a su jucio, son perjudicados por las políticas del PP. En este sentido, su propio rostro (y su look), reflejaron bien su discurso. Sobria, sencilla, sin distracciones visuales (sin pendientes, collares, complementos...) pudo centrar su mensaje en la expresión de su rostro, que contrastó con la falta de expresividad y matices de Cañete.
Preparada a conciencia, supo controlar su impulsividad y su actitud, muchas veces excesivamente beligerante, ofreciendo un registro mucho más convincente y directo, sin parecer hostil y «nerviosa», tal como la describió Cañete, en una muestra más de sus tics machistas y misóginos. Fijó los temas, acertó en los ataques más directos (siempre al final de cada bloque para impedir la réplica de su oponente) y fue de menos a más, centrando en el tema de las mujeres los efectos de las políticas del PP y poniendo en evidencia la falta de sensibilidad (escasa o burda, como hemos visto antes y después) de su contrincante. Las percepciones previas y las expectativas de antes jugaron su papel. Cañete salió peor de lo que entró. Y Valenciano, mejor.
Después. Las declaraciones de Cañete, hoy en la radio, han sido tan desafortunadas como reveladoras por reincidentes. No ha sido un error. Es un defecto que aflora cada vez que se relaja o argumenta. Cuando bromea («el regadío hay que utilizarlo como a las mujeres») o cuando pretende justificar su deficitaria actuación de ayer («el debate entre un hombre y una mujer es muy complicado»).
Pero aquí no ha quedado la autoinmolación, ya que, después, ha dado paso a la revelación definitiva: 'Si soy yo mismo, me temo, entraría a matar'. Así se autodefine Cañete para justificarse. Esta explicación todavía le hunde más, ya que descubre, sin pudor ni rubor, que hay dos Cañetes: el que se muestra y el auténtico. Cañete se ha sincerado. Y ahí empieza el desastre. Pedro Arriola, asesor áulico del PP y de Rajoy, tenía razón en su recomendación principal: 'Cañete no debería exponerse en exceso'. Pues eso. Se expuso y se excedió.
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