El 7 de junio de 1968, en Europa todavía se oían los ecos del mayo francés, aunque en España la música de fondo era el eurovisivo La la la de Massiel. El 7 de junio de 1968, ya hacía más de un mes que el Real Madrid se había adjudicado su decimotercer título de Liga. Mientras, el Gobierno de Franco comenzaba a barruntar que antes de que acabase el año tendría que hacer frente a la independencia de Guinea Ecuatorial, una de sus últimas colonias en África. El 7 de junio de 1968, un guardia civil de 25 años nacido en Malpica (A Coruña), José Pardines Arcay, se esforzaba por regular el tráfico a la entrada de Villabona (Guipúzcoa), afectado por unas obras, cuando cinco disparos lo convirtieron en la primera víctima mortal de ETA, una organización que había nacido nueve años antes.
Eran las cinco y media de la tarde de aquel día de junio. El sol anunciaba el tórrido verano que se avecinaba. Pardines observó algo sospechoso en un coche Seat 850 Coupé de color blanco y matrícula de Zaragoza –que resultó ser falsa– en el que viajaban dos jóvenes y les dio el alto. Éstos no hicieron caso de la señal y el agente tuvo que montar en su motocicleta y darles alcance para que se detuvieran. Tras saludarles marcialmente, el guardia civil les pidió la documentación del vehículo y, con ella en la mano, se dirigió hacia la parte trasera del automóvil para comprobar los números del motor y el bastidor. Aún se encontraba de cuclillas mirando éstos cuando dijo a aquellos dos jóvenes que “esto no coincide…”. No pudo añadir nada más. Uno de ellos sacó una pistola y le disparó en la cabeza. Cuando Pardines cayó al suelo, volvió a apretar el gatillo: cuatro balas le impactaron en el pecho.
La premonición del etarra
Sus asesinos eran dos jóvenes que pertenecían a ETA, que hasta entonces se había responsabilizado únicamente de unas pocas bombas –la banda nunca asumió como propio el artefacto que en 1960 causó la muerte en San Sebastián de la niña de 22 meses, Begoña Urroz, y que la Policía atribuyó entonces a grupos anarquistas–. El que empuñó la pistola era Javier Etxebarrieta Ortiz, Txabi, bilbaíno, de 23 años, licenciado en Económicas y poeta que entonces ya era miembro del Comité Ejecutivo de la banda. Txabi, como una premonición de lo que ocurrió aquella tarde, había escrito poco antes en un boletín interno de la propia ETAque “para nadie es un secreto que difícilmente saldremos del 68 sin ningún muerto”.
Su compañero era Iñaki Sarasqueta, quien a sus 19 años ya era responsable de la organización en Guipúzcoa y en aquellos días se afanaba en recopilar información para atentar contra un comisario de Policía de Irún con fama de torturador, Melitón Manzanas, quien en agosto se convertiría en la segunda víctima mortal de la banda. Sarasqueta, el único de los protagonistas de aquel atentado que sigue vivo, no quiere hablar de aquel día. “Me prometí a mí mismo que no iba a decir nada de ello. Se me hace muy duro. Lo siento”, dice desde el otro lado del teléfono.
“Fue un error”
Sin embargo, hace diez años, cuando se cumplió el 30 aniversario del atentado, Sarasqueta sí recordó para un medio de comunicación aquella jornada: “Nos pidió la documentación y dio la vuelta al coche para comprobar si coincidía con los números del motor. Txabi me dijo, ‘si lo descubre, le mato’. ‘No hace falta, contesté yo, lo desarmamos y nos vamos’. ‘No, si lo descubre le mato’ (...). Txabi sacó la pistola y le disparó en ese momento. Cayó boca arriba. Txabi volvió a dispararle tres o cuatro tiros más en el pecho (...) Fue un día aciago. Un error (...). Era un guardia civil anónimo, un pobre chaval. No había ninguna necesidad de que aquel hombre muriera”.
El relato de los hechos que de aquel día hicieron los periódicos introdujeron en la escena a otros dos personajes. Uno era el camionero Fermín Garcés, que vio la escena e intentó detener a los jóvenes. Las crónicas de aquellos días aseguraron que, incluso, forcejeó con Txabi, pero que los etarras le apuntaron con sus pistolas y se fue del lugar a bordo del camión. Él fue quien avisó al quinto personaje, el compañero de Pardines, el agente Félix de Diego, que se encontraba dirigiendo el tráfico dos kilómetros más adelante.
De Diego dio la voz de alarma que inició la caza de los terroristas. Una caza que duró pocas horas. Los etarras abandonaron el Seat 850 cerca de Tolosa y acudieron a refugiarse a la casa de un colaborador, Eduardo Osa. El ex etarra Teo Uriarte, en su libro Mirando atrás. De las filas de ETA a las listas del PSE, apunta que “Txabi debía de estar lo suficientemente perturbado como para pedir temerariamente que les sacaran de allí. A los pocos kilómetros les pararon. Txabi no obedeció la orden de salir fuera del coche, y un guardia civil le mató”.
Ocurrió junto al restaurante Benta Haundi, en un cruce de carreteras a 25 kilómetros del Santuario de Loiola. Las crónicas de aquellos días aseguran que los terroristas “hicieron fuego sobre la fuerza. Uno de los guardias se abalanzó sobre ellos y, después de sostener una tenaz lucha cuerpo a cuerpo, los agentes se vieron obligados a hacer uso de las armas, consiguiendo herir a uno de ellos que, trasladado al hospital de Tolosa, falleció momentos después”. Era Txabi, aunque tardaron tres días en identificarle porque entre sus ropas, junto a la pistola, sólo encontraron un DNI falso con su foto a nombre de Lucas Agoes Zubeldia.
La huida de Sarasqueta
El colaborador fue detenido poco después enTolosa, mientras que Sarasqueta alargaba su huida. “Detuve un coche, amenacé a un conductor y le obligué a que me llevara en dirección a Regil (cerca de Zarautz). Resultó ser un pariente lejano mío. Yo sabía que la pistola me delataba y pensé en tirarla. El conductor me pidió que no lo hiciera. Si nos detenían, parecería más real que le estaba obligando. También se dio cuenta de que no tenía intención de hacerle daño, así que unos kilómetros más allá me pidió que bajara.. Y continué andando”.
A la mañana siguiente, “una pareja (de guardias civiles) que prestaba servicio por los alrededores del pueblo de Regil observó que un joven intentaba entrar en la iglesia; el templo estaba cerrado, pero él intentaba forzar la puerta. Al verse descubierto trató de huir; sin embargo, cuando se dio cuenta de que no tenía posibilidades de escapar se entregó sin resistencia”, describía su captura la agencia de noticias Pyresa. La versión de Sarasqueta difiere. Él asegura que el párroco le escondió en el templo aquella noche y que, a la mañana siguiente, el sacristán lo delató. Intentó huir, pero “ya estaba la iglesia rodeada”.
Dos días después, Pardines fue enterrado en Malpica. El sepelio fue “una auténtica manifestación de duelo” al que acudieron numerosas autoridades. Cuarenta años después, la escena se ha repetido otras 822 veces.
'Txabi’ Etxebarrieta
Él y su hermano Joseba dan nombre a una calle de Leoia (Vizcaya). El pasado miércoles, el juez de la Audiencia Nacional Santiago Pedraz archivó una querella contra su alcalde por este motivo al considerar que no estaba acreditada la militancia etarra de ambos.
Iñaki Sarasqueta
Sometido a dos consejos de guerra, fue condenado a pena de muerte, aunque se le conmutó por la cadena perpetua. La amnistía de 1977 le sacó de la cárcel. Marchó a Latinoamérica y, más tarde, a Oslo (Noruega), desde donde regresó a Euskadi. Para entonces ya se había desligado de ETA.
Félix de Diego
El compañero de Pardines siguió en la Agrupación de Tráfico de San Sebastián hasta que en 1977 sufrió un grave accidente de circulación. Declarado inútil, el 31 de enero de 1979 se encontraba sentado en el bar de Irún (Guipúzcoa) que regentaba la familia de su esposa cuando dos etarras le asesinaron a tiros.
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