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MOSCÚ.- El momento más álgido del desafío ruso al orden mundial ha coincidido con el 70 aniversario de los acuerdos de Yalta, donde EEUU, la URSS y el Reino Unido acuñaron un orden mundial que el Kremlin considera ahora obsoleto.
El "nuevo consenso global" debe poner fin a la Guerra Fría, ya que "nunca se llegó a firmar la paz", proclamó el presidente ruso, Vladímir Putin. La creación de la ONU es sin lugar a dudas el resultado más perdurable de la conferencia celebrada en ese puerto de la península de Crimea, entonces territorio soviético y ahora ruso tras la reciente anexión, entre el 4 y el 11 de febrero de 1945.
Pero eso es lo único que quiere conservar Rusia, que tiene derecho de veto en el Consejo de Seguridad, ya que Alemania está ahora unificada y el reparto de esferas de influencia es papel mojado desde la Caída del Muro de Berlín.
Es un hecho histórico que el mandatario soviético Iosif Stalin no cumplió su palabra a la hora de celebrar elecciones democráticas en Polonia y el resto de países de Europa del Este, donde fueron instaurados regímenes comunistas autoritarios.
Pero casi todos esos países son ahora miembros de la Unión Europea y, lo que es peor para Rusia, de la OTAN, incluidas las tres repúblicas bálticas, parte integrante de la Unión Soviética durante casi medio siglo.
Rusia conserva la isla de Sajalín y el archipiélago de las Kuriles, la contraprestación de la entrada en la guerra contra Japón, pero con la desintegración de la URSS perdió Ucrania, Bielorrusia, el Cáucaso Sur y Asia Central.
"No se debe permitir que Rusia redibuje el mapa de Europa, que es exactamente lo que está haciendo", dijo el vicepresidente ruso, Joe Biden, esta semana en Bruselas.
Putin reniega del "reparto de esferas de influencia" heredado de Yalta, que benefició en gran medida al Kremlin hasta la caída del comunismo, y aduce que el mundo unipolar es un fiasco, como ha demostrado el incremento de los conflictos y la expansión del terrorismo.
No obstante, considera intocable su patio trasero, es decir, lo que él llama "el mundo ruso" -donde viven minorías rusohablantes- y, en particular, Ucrania, pero también Bielorrusia o Kazajistán.
"¿Significa que usted quiere que las autoridades ucranianas lo destruyan todo?. ¿A todos sus rivales y opositores políticos?. ¿Es lo que usted desea?. Nosotros, no. No lo permitiremos", dijo Putin a la prensa alemana durante la cumbre del G20 en Brisbane (Australia).
El nuevo dogma de fe del Kremlin son "los intereses nacionales", pero estos no se limitan a las fronteras rusas, sino que incluyen la negativa frontal a que los países de la zona acojan bases militares aliadas.
Otra de las claves para entender el nuevo capítulo de antagonismo entre Rusia y Occidente es la diferente interpretación de los acontecimientos de 1991 (la caída de la URSS), que en Washington y Bruselas consideran una victoria sobre el "Imperio del Mal".
El Kremlin no lo considera una derrota, sino una hecatombe, una humillación de la que se aprovecharon las potencias occidentales para castigar y arrinconar a Rusia, como ocurriera con Alemania tras la I Guerra Mundial.
Los analistas más críticos con el Kremlin consideran que el revanchismo y el resentimiento es lo que guía las acciones de Putin en política exterior y comentan que, paradójicamente, "Crimea es el fin de Yalta".
En realidad, el actual proceso comenzó en 2008 con el reconocimiento de la independencia de Osetia del Sur y Abjasia tras conceder durante años de manera soterrada la nacionalidad a los habitantes de esas regiones separatistas que se han convertido en protectorados de Moscú.
Putin replica que "la caja de pandora" de los separatismos la abrieron EEUU y la Unión Europea con la independencia de Kosovo, pero el caso es que las potencias occidentales no se han anexionado ningún territorio escudándose en un referéndum de reunificación.
En alguna medida, el líder ruso sigue los pasos de Stalin ya que ha recuperado la política de contención con un programa de rearme, que no será recortado ni siquiera durante la actual recesión económica.
La diferencia radica en que la Unión Soviética era una superpotencia con cerca de 300 millones de habitantes, ingentes recursos y una capacidad de influencia casi ilimitada en algunas partes del mundo.
Mientras, además del arsenal, Rusia ha heredado muchos de los defectos estructurales de su antecesor, especialmente en el ámbito económico, y ha cedido su lugar a China como alternativa al gendarme estadounidense.
Es verdad que Putin no está solo a la hora de exigir un nuevo orden mundial, pero apenas cuenta con cartas en la manga para lograr la firma de un nuevo acuerdo de Yalta.
La enfermiza desconfianza de Winston Churchill en el Kremlin es comparable a la de Barack Obama en Putin, pero Stalin partía con ventaja, ya que las tropas soviéticas estaban hace 70 años a punto de tomar Berlín.
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