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Actualizado:Corría en el parque de la calle Jorge Montemayor una ligera brisa, impropia del mes de julio en Sevilla. Un nutrido grupo de personas departían entre cables y altavoces mientras el sol se ocultaba detrás de los edificios rasos. Las escasas sillas estaban todas ocupadas. Al lado, unos chavales jugaban al fútbol. Al otro lado, unos niños y unas niñas se subían a unos columpios. Varios agentes de la policía nacional vigilaban a las puertas del parque.
Bea Mateo, micrófono en mano, vecina del distrito Macarena, abrió el acto en el que se congregaron unos 300 vecinos y vecinas para preguntar, compartir inquietudes y darse vigor y ánimo después de que Vox alimentase la xenofobia y hubiese participado en las protestas contra el centro de menores en el que hoy residen 17 adolescentes.
Vanesa Medrano, de la oficina del Defensor del Menor, José Manuel Román y Alejandro Cala, de la Fundación Samu, que gestiona el centro en nombre de la Junta de Andalucía, Pepe Medina, de la Asociación vecinal de La Barzola, y Baba, un camerunés de 21 que estuvo dos años en un centro de inserción cuando era menor de edad, compartieron impresiones, información y preocupaciones con los vecinos y vecinas.
La reunión se convirtió en un coro de voces a favor de la integración, de la convivencia, en un barrio en el que casi el 10% de la población ha nacido fuera de España. En el encuentro se escucharon frases como estas: “Lo que estamos haciendo es pagar lo que debemos atendiendo a estos niños. No hacemos más que pagarle a la humanidad lo que hicieron con nosotros, que tuvimos que emigrar con Franco”, dijo una vecina.
“El miedo es humano. Nuestros chicos también tienen miedo. Ellos tienen miedo a que su proyecto fracase”, dijo Román, de la Fundación Samu.
“La Macarena es de todos. También lo es es el miedo. Hagamos una bonita difusión de lo que estamos aprendiendo”, dijo otro vecino. “La Macarena es la ONU de Sevilla. Eso hay que celebrarlo. Es muy difícil encontrar en este barrio a alguien que no tenga la mente abierta”, añadió otro vecino.
“Puedo entender, compartir incluso la incomodidad. Todos vivimos en una burbuja. Somos egoístas. Y lo que nos saca de la burbuja causa estrés. Hay que ver hasta qué punto nuestra ideología, nuestro odio, nuestra frustración se vuelca sobre el centro de inserción sociolaboral”, reflexionó Román.
“Hemos vivido situaciones de rechazo, pero ninguna como la de este centro. Nuestra experiencia es de plena integración”, añadió Lara, de la Fundación Samu.
El amor vence al odio
“La mayoría son chicos. Casi todas las chicas que vienen son víctimas de trata y se las atiende por otro lado. No es habitual que lleguen niñas que no han sido víctimas de trata”, informó Medrano, de la Oficina del Defensor.
“Me llena de emoción que venza el amor al odio. Esto tiene que ver con el racismo. Preservemos este centro con nuestra lucha”, dijo otra vecina.
“¿Se puede colaborar con vosotros? No sé. ¿Jugar al fútbol con ellos?”, preguntó un vecino. “Me alegra tu ofrecimiento. Después concretamos. Nos gustaría hacer deportes. Son chavales de 16-17 años”, respondió Román.
“Tengo 21 años. Soy de Camerún. Todos me llaman Baba. Es un apodo. Mi nombre es Mohamed. Llegué hace seis años. Primero empezamos con el idioma, luego, la clase. Tercero, cuarto de ESO. Cuando cumplí los 18, fui a un piso, una residencia de estudiantes en Pino Montano. Ahora tengo un grado superior de FP en instalación de paneles solares”, narró, nervioso, Baba.
“Son niños. Es un reto difícil. Es muy importante que lo asumamos”, dijo Medrano.
El acto, que contó con una intérprete de signos y al que acudieron ediles de Adelante Sevilla, se cerró con un cante de Carmen Lara, quien se arrancó con unos versos del autor Juanjo Téllez, escritos para la ocasión.
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