MADRID
La presa política del franquismo María Salvo había sido una de las protagonistas de la histórica huelga de hambre de las presas políticas en Segovia en 1949. Estaba presa desde 1941, cuando fue condenada bajo la acusación de haber conspirado contra la seguridad interior del Estado. No sería hasta un 16 de abril de 1957, hace ahora 63 años, cuando salió de prisión en libertad condicional. Era Jueves Santo. Tenía 36 años y llevaba desde los 21 en prisión. Las ex-presas Consuelo Claudín y Consuelo Alonso la recibieron en la puerta.
"Lo difícil fue adaptarse a un nuevo mundo. Había perdido el hábito de comer con cuchillo y tenedor; no sabía el valor de la moneda en curso. Todo me resultaba diferente, incluso la conversación con mi familia y los amigos más próximos. Era como si entre nosotros existe un muro que yo tenía que derribar poco a poco", señaló Salvo a Público.
Pero llamar libertad a lo que había recibido María Salvo aquel Jueves Santo de 1957 era mucho decir. La presa política, como otras y otros miles de represaliadas republicanos, había sido desterrada. No tenía un lugar al que volver. Tampoco tardaría mucho en descubrir —tal y como relata el catedrático de la Universidad de Barcelona Ricard Vinyes— que su antigua pareja había construido un hogar en
el exilio mejicano, que su propia familia había cambiado, "o que quizá había
cambiado ella porque no pertenecía al nuevo mundo en que vivía". Y tampoco tardaría en comprobar que hablar de la prisión resultaba incómodo, cuando no incomprensible para la gente que le rodeaba. Era una especie en extinción en la nueva España franquista.
El caso de María Salvo no es excepcional. Sólo en 1943 llegaron a Barcelona 318 ex-presas políticas que habían sido desterradas de sus lugares de origen. Así lo establecía la legislación penitenciaria franquista con el fin de "evitar que su presencia reavive el dolor de quienes ofendió" e "impedir la reincidencia del liberto a restablecer conexiones con amistades que impedirían completar su rehabilitación".
Se ha escrito mucho de la estancia de las presas políticas en prisión. No tanto de qué sucedió con sus vidas una vez recuperaron una libertad que no era tal. Lejos de sus casas, con maridos fusilados, hijos robados, pobreza extrema y con la total certeza de que la dictadura franquista continuaría su labor de destrucción de su biografía e identidad política que había iniciado años atrás con sus detenciones, encarcelamientos y largas condenas.
"Nadie te pregunta por tu vida después de la cárcel y es, sin duda, uno de los periodos más duros. No es que te acostumbres a la cárcel, uno nunca se puede acostumbrar a eso, pero allí dentro no te sentías sola, y fuera sí", narró Salvo en el libro El daño y la memoria, de Vinyes.
Las presas políticas del franquismo habían construido en las cárceles auténticas comunidades de resistencia. Desde las celdas habían luchado por mantener su identidad de presas políticas que la dictadura les negaba. Se habían mantenido organizadas, se habían formado políticamente y habían plantado cara al régimen desde sus cárceles. Concha Carretero, miembro de las Juventudes Socialistas Unificadas, explicó por qué "la calle era peor" que la prisión. "No podías decir cómo pensabas. Mi hija Berta, por ejemplo, le dieron una beca para estudiar, pero como yo era comunista pues se la quitaban". La también ex-presa política Angustia Martínez señalaba en el documental Presas de Franco que "la vida en la calle no era mejor". "¿Sales de la cárcel y qué haces? Necesitas para todo un informe de La Falange, de la Iglesia o del portero de la casa en la que vives en el caso de Madrid".
Tomasa Cuevas explicó ese sentimiento generalizado de las presas políticas que habían recuperado una teórica libertad de la siguiente manera: "Con todo lo grave que es estar en la cárcel algunas decían: ‘Se está mejor allí que sufriendo esta vejación social en la calle, desterrados, sin familia y sin hogar’. Dormían como podían en los portales, por cualquier sitio".
El caso de María Salvo no fue diferente al resto. Además, cada poco sufría graves hemorragias hasta que un médico descubrió que Salvo tenía los ovarios destrozados, la matriz aplastada y el riñón dañado. Eran las consecuencias de las torturas que había sufrido en la Dirección General de Seguridad, diecisiete años antes. La solución fue la extirpación y la siguiente consecuencia no poder tener hijos. "A Tomasa Cuevas le rompieron las cervicales y la cadera; yo sólo fui una de tantas maltratadas", señaló a Público cuando fue preguntada por las torturas que sufrió.
El catedrático Ricard Vinyes explica que María Salvo y la mayoría de aquellas mujeres que habían sido detenidas y encarceladas por su defensa de la II República no volvieron a ejercer una acción política clandestina activa ni tampoco ocuparon ningún tipo de responsabilidad política en las estructuras de sus respectivas organizaciones y el reducido número de ellas que prosiguió en contacto con su organización y actuó, lo hizo en tareas de mantenimiento logístico y sin capacidad de decisión política.
"Esas tareas logísticas eran sin duda esenciales para mantener a salvo la actividad política, al fin y al cabo deberíamos admitir que la actividad clandestina eficaz tiene tanto de burocrática como de épica. Y aunque la logística burocrática pueda ser exaltada como imprescindible y heroica en los grandes discursos conmemorativos y laudatorios realizados con posterioridad, en los que se apela repetidamente a "la-tarea-callada-e-imprescindible-de-las-mujeres", en realidad conllevó un retroceso, y me atrevería a decir que sucedió con todas ellas".
De hecho, Vinyes también recoge cómo algunas excarceladas, como Carme Cases del PSUC, expresaron una "matizada incomodidad por la opción discriminatoria de su organización a favor de sus compañeros cuando deseaban incorporarse a las tareas políticas de la acción clandestina".
La consecuencia de esta serie de factores fue "el hundimiento de una generación política femenina". "El beneficio de su experiencia, el sentido de su ruptura, la capacidad de la generación republicana para sobrevivir, su capital moral e histórico, la vivencia del dolor causado por el fascismo, quedó en suspenso durante décadas. La verdad de su brutalidad murió con ellas a medida que desaparecían mientras el país seguía su propio cauce, alcanzaba la democracia y nadie con autoridad política preguntaba sobre la procedencia de las libertades instauradas desde las elecciones generales de 1977 y la Constitución de 1978".
No sería hasta mucho más adelante cuando la sociedad comenzó a escuchar los testimonios de estas mujeres. Tendrían que pasar décadas hasta ese momento y el impulsor del proceso no fue la propia democracia interesada en recuperar las vivencias de los que habían luchado y sufrido contra la dictadura. Fueron las propias presas. En concreto, fue Tomasa Cuevas, quien se recorrió el país con su grabadora durante cuatro años recuperando los testimonios de las que habían sido sus compañeras de lucha en las cárceles franquistas. Sus testimonios fueron publicados entre 1982 y 1986. Pero entonces casi nadie quiso escuchar tampoco.
La ex-presa política Maria del Carmen Cuesta describe en este libro de Cuevas la sensación de que la democracia también les había robado ese papel, el de testimonios de la barbarie franquista. La reflexión surge a raíz de visionar la película Farenheit 451, basada en la novela de idéntico nombre en la que se narra una distopía en la que los libros están prohibidos, existen funcionarios que queman cualquiera que encuentren y donde la resistencia consiste en memorizar y compartir las mejores obras de la literatura.
"Pensé que éramos cientos, más que cientos, miles de mujeres que, como en esa película guardábamos también en nuestras mentes unos profundos testimonios; unos testimonios que también esperábamos confiadamente que pudieran salir en un momento determinado y poder llenar todas las páginas de la historia. Hace exactamente cuatro semanas que pusieron la película en TVE y pensé que cuando la vi por primera vez teníamos una mordaza tremenda que nos impedía que todos esos testimonios saliesen a la luz. Pero cuando vi ahora esa película, la vergüenza, la impotencia y el dolor me consumían más aún porque no era una mordaza, era una imponente losa que pesaba sobre nosotros, que parecía imposible de levantar, que esta losa pudiera ser la llamada 'estrategia política', una especie de vergüenza colectiva, (...) que presionasen para que no se hablase demasiado de la Guerra Civil y represiones subsiguientes".
Sus relatos, sus testimonios, en cambio, siguen vivos en la actualidad. Los escritos de Juana Doña, las memorias de Neus Català, de Mercedes Núñez o los testimonios recogidos por Tomasa Cuevas. María Salvo, de hecho, todavía vive. Tiene 99 años. Hace unos años, preguntada por la Universidad de Barcelona por el mensaje que le gustaría dejar a las futuras generaciones, contestaba que hay que luchar por los derechos de la clase desvalida "para que haya igualdad y todos puedan tener la oportunidad de escoger su camino". "En todas partes se puede luchar para que mejore la clase que no tiene nada frente a los que tienen mucho. La lucha no se acaba nunca", sentenció.
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