Madrid
Actualizado:El que tuvo, retuvo. Y ninguna fuerza política ha tenido tanto en la historia reciente española como el PSOE y el PP. Antes de la irrupción de los partidos de la "nueva política" en 2015, populares y socialistas venían dominando la Cámara Baja casi en su totalidad y alternándose el Gobierno durante casi cuatro décadas. Tras años en declive arrinconados por estas fuerzas políticas alternativas, una crisis económica y una pandemia, el pasado 23J, el bipartidismo recuperó parte del músculo que le caracterizaba.
En estas elecciones generales, el apoyo a populares y socialistas sumó 15,8 millones de votos. Es decir, casi dos tercios del total de las candidaturas presentadas a la cita electoral: un 64,75%. Se trata del mejor resultado para el bipartidismo desde 2011, cuando 17,8 millones de ciudadanos españoles (78,41%) apoyaron a alguna de estas fuerzas. En el caso del PSOE, el resultado electoral del domingo 23 de junio supuso su mejor resultado desde 2008, cuando José Luís Rodríguez Zapatero aglutinó el 44,36% de los votos.
En aquel momento, la burbuja inmobiliaria ya había estallado, tambaleando los cimientos del sistema de partidos español. Las devastadoras consecuencias de la crisis económica y el descontento social que provocaron fueron canalizadas por nuevos grupos políticos nacidos al calor del movimiento 15M.
En las elecciones de 2015, 8.727.239 millones de españoles mostraron su apoyo a fuerzas alternativas (incluyendo Ciudadanos) y evidenciaron la necesidad de acabar con un sistema de partidos que dejaba fuera las propuestas de la "nueva política". Tras 37 años de democracia, el bipartidismo cayó.
Desde entonces, ni PSOE ni PP han logrado recuperar los valores máximos obtenidos en 2008 y 2011 respectivamente. Por el contrario, las últimas cuatro citas electorales han estado marcadas por una tendencia descendente, con ligeros repuntes en las repeticiones electorales de 2016 y 2019, en las que el porcentaje de voto de ambos partidos se vio favorecido por el aumento de la abstención.
Hasta este 23J. El recuento de papeletas del domingo pasado ha invertido la tendencia, a la par que ha reducido el mosaico de partidos que componían la Cámara Baja en las últimas legislaturas.
El principio del fin: la crisis financiera de 2008
Las elecciones generales de 2008 fueron las primeras celebradas tras el estallido de la burbuja inmobiliaria, aunque sus consecuencias más nocivas no comenzarían a notarse hasta meses después. El 20 de febrero de aquel año Zapatero revalidó su cargo en las elecciones en las que más españoles ejercieron su derecho al voto: 21,5 millones de personas.
España estaba a punto de entrar en uno de los momentos laborales y económicos más duros de su historia reciente, con una tasa de desempleo que rondaría el 26% en 2012, según la Encuesta de Población Activa de aquel año. Cuatro años después, en la cita electoral de 2011, el rodillo de las políticas de austeridad iniciadas por el presidente socialista al final de su mandato y los lesivos efectos sociales de la crisis mermaron el ánimo del electorado.
La abstención superó los 11,07 millones de ciudadanos, la cifra más alta registrada hasta el momento. Esto suponía el 30,33% del electorado censado en España. A la par, el apoyo al bipartidismo iniciaba su declive. El ritmo al que lo hicieron PP y PSOE fue diferente. El de los socialistas comenzó en aquellas elecciones, mientras que el del PP, que en aquellos comicios recogió el descontento social cosechado en los últimos años de Gobierno del PSOE, comenzaría en las siguientes.
Aun así, entre 2008 y 2011, el porcentaje de votos al bipartidismo en su conjunto cayó un 17,14% en todo el territorio español. En algunas regiones, este declive se dejó notar más que en otras. Principalmente en aquellas en las que el bipartidismo nunca había tenido una gran acogida, a razón de las pulsiones nacionalistas o regionalistas existentes en estos territorios.
Partidos como PNV, Eusko Alkartasuna (EA), en Euskadi, Convergència i Unió (CiU), Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) en Catalunya y Nafarroa Bai (NaBai) en Navarra encarnaban y capitalizaban estos sentires. Algunos de ellos continúan con una importante cuota electoral en estos territorios.
Ni siquiera en 2008, año en el que el apoyo a socialistas y populares había alcanzado su cifra récord, el porcentaje de voto a estos partidos en Gipuzkoa y Bizkaia superó el 55%. En las provincias catalanas de Girona y Lleida, ambos partidos acapararon un 51,73% y un 52,28% del total de votos respectivamente.
2015 y la ruptura del bipartidismo
En 2012, con el Partido Popular liderando el Gobierno gracias a la mayoría absoluta alcanzada en las generales de 2011, la emergencia social en España tomaba formas hasta entonces desconocidas. A los desahucios, el paro y los recortes en servicios públicos se sumó un agresivo retroceso en derechos sociales.
"Lo primero que hacen los ciudadanos en momentos de crisis es mirar a sus instituciones de referencia buscando cobijo. ¿Qué es lo que pasó en la Gran Recesión? Que las instituciones políticas no resolvieron lo que necesitaban los ciudadanos", explica Pablo Ferrándiz, director de opinión pública y estudios políticos de IPSOS.
Como respuesta, en 2015, partidos de nuevo cuño como Podemos, fuerzas cercanas a este (las cuales terminarían siendo engullidas por los morados) y, en menor medida, Ciudadanos, comienzan a acaparar escaños. No sólo eso, sino que el apoyo de estos partidos terminaría siendo imprescindible para formar gobierno.
Podemos sumó el 20,66% de los votos aquel año e irrumpió en el Congreso con 69 diputados. Menos de medio millón de votos lo separaban del PSOE. Ciudadanos, con una propuesta liberal y "de centro", alcanzó el 13,93% de las papeletas, que le dieron 40 diputados en el Congreso. PSOE y PP quedan así arrinconados con un apoyo del 28,92% y el 22,16%. Vox, fundado dos años antes, era todavía un lejanísimo eco proveniente del rincón más a la derecha del tablero político.
Naranjas y morados habían logrado saltar la barrera del 10%, que había impedido a Izquierda Unida y UPyD tomar un papel más relevante en la política nacional. Para Ferrándiz este hecho fue una de las pruebas del quiebre del bipartidismo de aquel año.
El apoyo a Podemos y Ciudadanos despegó en grandes ciudades como Barcelona, Madrid, Valencia o Zaragoza. En estas circunscripciones, el retroceso del bipartidismo fue mayor. También en los territorios en los que ya existían partidos nacionalistas. La repetición electoral de 2016 mejoró las cifras del bipartidismo y el líder del PP, Mariano Rajoy,terminó siendo investido presidente con el apoyo de Ciudadanos.
Un nuevo multipartidismo (disfrazado de bipartidismo)
En lo que duran dos legislaturas y media, la nueva política se ha desinflado. Las razones varían según a quién se dirija la pregunta. Algunos análisis señalan las disputas internas de Podemos o la connivencia de Ciudadanos con el PP como parte de las causas.
Sumar, liderado por la ministra de Trabajo y Economía Social en funciones, Yolanda Díaz, ha venido a cohesionar los pedazos de las batallas a la izquierda del PSOE. A la derecha ha sido Vox quien ha aprovechado el espacio liberado por el PP en sus desplazamientos estéticos hacia el centro. Además, los de Abascal han logrado empujar el marco político y discursivo hacia postulados más conservadores. Estos movimientos en sus extremos han permitido al bipartidismo restablecer su imagen de mesura, estabilidad y confiabilidad.
"Hemos pasado del 1-2-1 de 2015 (PP, PSOE-Podemos, Ciudadanos), al pentapartidismo 1-3-1 (PSOE, PP-Cs-UP, Vox) de 2019", ahonda Ferrándiz. De ahí, a un multipartidismo "con forma 2-2 (PSOE-Sumar y PP-Vox), en el que los principales partidos tienen un mayor peso".
Por ello, el politólogo prefiere no calificar el resultado electoral del 23J como una vuelta al bipartidismo, sino como una nueva reconfiguración del multipartidismo. Si bien reconoce que desde la ruptura del bipartidismo "estas son las elecciones en las que los principales partidos han reunido mayor porcentaje de votos".
A pesar de ello, "sigue siendo muy necesario el apoyo de otras formas políticas para conformar gobierno". Esta es la principal diferencia del actual multipartidismo de bloques con el tradicional bipartidismo. Mientras que antes del 2015 "no era descartable una mayoría absoluta", ahora "parece imposible gobernar sin el apoyo de otros partidos", razona Ferrándiz. Aunque aquí también existen diferencias territoriales.
Si bien en todas las circunscripciones la suma de los partidos tradicionales ha revertido la tendencia decreciente que venían acusando desde 2011, lo han hecho de forma más explícita en sus feudos históricos. Así, las circunscripciones gallegas son, junto a La Rioja, en las que más apoyo existe al bipartidismo.
El 80,66% de voto al PP y al PSOE en Ourense ha igualado el porcentaje que lograron en el de la provincia gallega en el año 2000. Sólo seis puntos porcentuales le separan del mejor resultado del bipartidismo en esta circunscripción en 2008. Le siguen Lugo y A Coruña, con valores también cercanos al inicio del milenio.
También en las provincias castellano leonesas de Salamanca y Zamora, el apoyo al bipartidismo alcanza el 77% de los votos. Tras las autonómicas de Extremadura, en la que el PP ha cerrado un acuerdo de gobierno con Vox, el refuerzo del PSOE en las generales ha disparado el apoyo al bipartidismo en la región, que también se sitúa por encima del 77%.
Destaca también Santa Cruz de Tenerife, la única provincia de España en la que las fuerzas del bipartidismo han logrado su mayor cuota electoral en lo que va de milenio, con el 68,93% de los votos. En su conjunto, España continúa albergando en sus entrañas el germen del bipartidismo, que ha logrado adaptarse a un contexto social y electoral que muta cada vez a una mayor velocidad.
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