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Diez segundos antes del 14 de diciembre de 1988, los trabajadores de todos los centros de Radio Televisión Española iniciaron al unísono una cuenta atrás. A las 12 en punto de la noche, la emisión del único canal de televisión de este país se fue a negro. Era el presagio, también origen, del éxito de la mayor movilización sindical de nuestra historia reciente: la huelga general del 14D secundada, según los convocantes, por un 90%. Apolinar Rodríguez (Toledo, 1950) fue uno de sus arquitectos.
Es un tímido de los que lo disimula con una sonrisa fácil de ojos achinados. Y un rojo templado, vacunado contra los totalitarismos, quizás por su origen: “una familia producto de la Guerra Civil”. Cuenta que su madre era conservadora y su padre un oficial del ejercito republicano. “Así que me crié con las historias a la lumbre de la Guerra Civil y de su inmensa crueldad por ambos bandos”, y repite lo de “ambos bandos”.
Huérfano desde muy pequeño, la ausencia del padre le deparó una adolescencia y una juventud de dificultades económicas, que Poli dominó a golpe de codos y becas de estudios. Cómo tendrá las articulaciones el licenciado en Económicas, Derecho e Ingeniería de Caminos, estudiante de Políticas, aficionado a la filosofía, al que la Universidad procuró algo más que pan para la familia y un futuro.
“Era paradójico. Vivíamos bajo un régimen totalitario y fascista y, sin embargo, el ámbito universitario era de hegemonía comunista”. Militante temprano de la Federación Universitaria Democrática Española (FUDE) –“un movimiento nostálgico de la república”- lector incansable de Marx, con 20 años fue expulsado de su colegio mayor por un artículo sobre Hegel y Lenin; con 22, unas cartas enviadas a un amigo procesado por el Tribunal de Orden Público lo llevaron a prisión.
“Un policía, el muy canalla, fue a mi casa y le dijo a mi madre que era mi amigo. Yo no estaba. Al día siguiente volvió y me enganchó. Después tuve la suerte de que me tocó un juez que, con mucho respeto, me dijo: ‘Lo siento, don Apolinar, pero tengo que mandarle a prisión”. Y allí estuvo unos meses “amargos”, que le complicaron el fin de su primera carrera.
Convertido en ingeniero entró a trabajar en el proyecto de la central nuclear de Almaraz. Y en el año 73 en RENFE, en la que no hace mucho puso fin a su vida profesional y laboral. Porque, a pesar de su trayectoria sindical, Apolinar entiende el sindicalismo como compromiso: “Siempre he tenido esta tensión entre sindicalismo y profesión; siempre traté de evitar convertirlo en una forma de vida que, por desgracia, sí lo es para muchos; los que ven en el sindicalismo una manera de mejorar su estatus, sin atisbo de compromiso ni sacrificio, que es lo que debería ser”.
Frente a la hegemonía de CCOO de la época, que “rechinaba” al joven ingeniero “por el enmascaramiento del proyecto ideológico propio”, Poli entró en contacto en RENFE con la UGT, “un proyecto mucho más nítido, de gente socialdemócrata, normalizadora, de vocación europeísta y patrocinadora de la libertad sindical”. Y a pesar de que afirma que “en ocasiones fue una pesadilla”, a la UGT regaló dieciocho años de su vida, los ocho últimos bajo las directrices de su admirado Nicolás Redondo.
“Le quiero muchísimo, babeo”, y se ríe después de describir al histórico secretario general de UGT como “el único baluarte ético y socialdemócrata de este país”. “Es genuinamente moderno, tiene la modernidad a la cabeza. Tras la renuncia de José Luis Corcuera, Nicolás me dijo que me necesitaba y allí fui. No tanto por el proyecto, como por el afán de trabajar con él”.
La unidad de acción sindical y el 14D
En el 86, Rodríguez llega a la Secretaría de Acción Sindical en un momento en el que se produce uno de los grandes logros del sindicalismo en este país: la unidad de acción. “Ahora parece una perogrullada, pero fue un paso de gigante para el impulso social, para la descarga ideológica, para hacer organizaciones propositivas, no defensivas; fue el periodo más rico en cuanto a propuestas. Y fue mérito de la UGT, pero también de CCOO, de gente como Antonio Gutiérrez, de Agustín Moreno”.
Codo con codo con Moreno, su homólogo en CCOO, Apolinar diseñó la huelga general del 14D que, según explica, no fue la gran victoria, sino la celebración festiva de otro logro. “El detonante fue el Plan de Empleo Juvenil del PSOE; trabajo precario bajo el principio del gran propagandista de aquello: ‘¿Qué preferís: 300.000 empleos fijos o 600.000 eventuales?’, preguntaba Felipe González. Era octubre del 88. Manuel Chaves, ministro de Trabajo, decía: ‘Lo vamos a poner en marcha; tenemos encuestas que aseguran que lo apoya el 80% de la población’. Nicolás no quiso entrar a enmendar aquello. Iniciamos una campaña de explicación en todos los pueblos de España, los sábados, los domingos… Y fuimos ganando poco a poco al falso dilema de cantidad y calidad. En diciembre las encuestas se habían invertido. La victoria no fue la movilización. El 14D ya no era necesario. Habíamos ganado la batalla cultural que condujo al cambio social”.
Y no sin las presiones del desencuentro entre UGT y el Gobierno del PSOE, que Rodríguez justifica en el “abrazo aristocrático”, en palabras de Nicolás Redondo. “Entonces faltaba alma; faltaba el saber digerir. Cuando llegaron al Gobierno, los socialistas se fascinaron con banqueros, empresarios… frente a la tosquedad del obrero. En Suecia, Olof Palme siempre se reunía con el sindicato antes de los consejos de ministros para no perder nunca el engarce con los trabajadores. Aquí no fue así”.
Un déficit que Apolinar hace extensivo hoy a toda la izquierda, “partidos que no nacen del mundo del trabajo, que han perdido el sentido reformista, que exacerban las críticas al Gobierno sin proyectos alternativos. Las propuestas se hacen en el plano de la redistribución, no de la distribución; se atienden las consecuencias en lugar de las causas”. Y pone como ejemplo las propuestas de exención contra la pobreza energética y se pregunta retóricamente: “¿Pero que a un trabajador no le da para pagar la luz y el agua?. ¡Hostias, hostias!”, exclama irónico.
Rodríguez, que llegó a la secretaría de Acción Sindical para un mandato de cuatro años, se mantuvo ocho en el puesto, acompañando a Nicolás Redondo, que tampoco quiso abandonar el barco cuando estalló el escándalo de la cooperativa PSV, “el fracaso de un ejercicio de absoluta decencia”, dice. “Se dejó en manos de un gestor independiente, en el que UGT estaba en minoría, el proyecto de vivienda social. La cooperativa se administró de forma poco ortodoxa. Y, cuando el Banco de España, en un momento de desencuentro con el Ejecutivo, decidió cortar los créditos, el sindicato asumió el 100% de la responsabilidad, dio la cara. Fue el diseño de la estupidez”.
En el 96, con la salida del histórico secretario general, Poli volvió a Renfe, a la Dirección de Relaciones Internacionales en la que se prejubiló hace un par de años. Salvo la redacción en 2002 del Programa Fundamental de la UGT que le encargó Cándido Méndez, ha decidido retirarse de los saraos de la Internacional y el puño en alto, para devolverle a su hijos las horas que les robó durante los 80 -cuando el sindicalismo era otra cosa- a través de dos nietos.
“Los recojo en el cole; los llevo a sus clases de música…y, sí, soy optimista en torno a su futuro”, dice rotundo. “Hace faltan propuestas de la España que tenemos; no de la España en negro, que no existe. Es una broma decir que no hay libertad, que la democracia está secuestrada”, afirma. Y pone una serie danesa de televisión como ejemplo para la cura de desigualdad, pobreza y resto de males que nos aquejan, incluido la ausencia de gobierno: “¿Has visto Borgen? Pues igual. Frente a la visión ideologizada y la épica del asalto al castillo, la propuesta y el consenso”.
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