sevilla
Todas las encuestas dicen lo mismo: Juanma Moreno, el presidente y candidato del PP, se llevará este 19J las elecciones autonómicas de Andalucía de calle. La euforia es máxima en el partido, que, hasta ahora, solo ha ganado una vez las autonómicas, en 2012 con Javier Arenas al frente, aunque no pudo gobernar, porque PSOE e IU conformaron un Gobierno de coalición.
Entonces Arenas sacó 50 escaños, a cinco de la mayoría absoluta. Esa es una cifra que ha perseguido a Moreno desde que es presidente: él lo fue con apenas 26 diputados, a los que sumó los 21 de Ciudadanos y los 12 de Vox para romper la hegemonía de la izquierda en Andalucía. Esos edípicos 50 escaños, Moreno los puso como un deseo, como un objetivo, hace unos días. Desde las primeras elecciones en 1982, que se celebraron después de masivas manifestaciones que permitieron abrir candados bien oxidados y acceder a la autonomía por la misma vía que las llamadas comunidades históricas, hasta precisamente ese año 2018, Andalucía ha votado a la izquierda mayoritariamente.
Esa línea histórica, cuya quiebra se insinuó en 2012, llegó a su fin seis años después, tras la prórroga que el PSOE logró con Susana Díaz. Después, la excepción andaluza terminó. Moreno entró en la Junta de Andalucía, acompañado de Juan Marín, como líder de Ciudadanos, y Vox decidió apoyar ese cambio con tres presupuestos.
Diversos factores han contribuido a consolidar la posición de Moreno para que hoy, a las puertas de las elecciones, el que siempre fue el principal granero de votos de la izquierda vaya a pasar a ser, según los sondeos, un feudo de las derechas.
Ahí van algunos de los temas que diferentes dirigentes políticos, de derecha y de izquierda, consultados por Público en esta campaña, analizan como relevantes para explicar la posibilidad –se vota el 19J– de que se confirme el vuelco en Andalucía: la pandemia le permitió presentarse como una referencia para todos los andaluces, cerrando y abriendo localidades y provincias con un mínimo sentido común; la lealtad de la oposición, que en ese tiempo no practicó una política de tierra quemada; la habilidad de entrar piano, piano en la Junta sin cargarse ninguna de las principales medidas sociales generadas por los socialistas a lo largo de sus años de Gobierno –universidad gratis para quien apruebe, libros gratis, complementos a las pensiones...–; las peleas de la izquierda a lo largo de esta legislatura, tanto en el PSOE como en Adelante Andalucía, que han lastrado la tarea de oposición a pesar de que hay serios motivos para hacerla fuerte: cambios en las leyes educativas; atención primaria muy tensionada; leyes urbanísticas que buscan un nuevo ladrillazo; insensibilidad medioambiental; llegar después de años convulsos en la Junta por la corrupción y el intento de Díaz de acceder a la secretaría general del PSOE federal; el control de los medios públicos y las encuestas a través del Centra...
El propio Moreno lo resumió así este viernes: "Esto ha sido mucho más profundo. Ha sido un cambio en la manera de entender la política. Los jefes de uno son todos y cada uno de los ocho millones de andaluces. A ellos me debo. Es un cambio de mentalidad".
Vox
Tras la desintegración de Ciudadanos, que juega otro match-ball en Andalucía, Santiago Abascal, jefe de Vox, decidió jugar duro y ocupar su lugar en la mesa. Rechazó aprobar las cuentas de 2022 y con ello sentenció la legislatura. Moreno se resistió unos meses, con la idea de profundizar en su imagen centrista y desvincularse de la ultraderecha, y una vez que el PP cambió su liderazgo y defenestró a Pablo Casado para traerse desde Galicia al laureado Alberto Núñez Feijóo, Moreno decidió no esperar más y convocó a las urnas.
La única piedra que se ha cruzado en este camino aparentemente triunfal de Moreno es Vox. En el debate se vio con claridad –libro de texto, masturbaciones, racismo, negacionismo de la violencia machista...– que un Gobierno del PP con Vox en Andalucía nada va a tener que ver con la balsa de aceite que ha sido estos años el Ejecutivo de Moreno y de Juan Marín.
El órdago fue público. Una sola abstención de Vox vale entrar en el Gobierno, resumió Macarena Olona en el debate del lunes. La apuesta ha marcado la última semana de las elecciones. Y el PP la ha aprovechado para tratar de someter a la izquierda, en una especie de interesado chantaje –si no queréis a Vox, absteneos– y también para atraer hacia Moreno más y más electores moderados: si queréis evitar que Vox entre en el Gobierno, este PSOE no sirve, hay que votarme a mí.
Lo cierto, sin embargo, es que el órdago de Olona ha asustado y preocupa en el PP andaluz, partido en el que hay quien cree que un resultado por encima de esos 50 escaños permitiría a Moreno mantenerle el pulso a Vox, aunque hubiera que darle alguna cosa, como la presidencia del Parlamento. Ya pasó en Madrid: Rocío Monasterio también quería gobernar y al final se allanó. Sin embargo, después de Castilla y León, el gran objetivo de Vox es homologarse como fuerza de Gobierno y para eso Andalucía cumple un papel estratégico en la ruta que Santiago Abascal se ha fijado hacia La Moncloa.
Ese es en el fondo el dilema andaluz: o feudo de las derechas –con Vox o sin Vox, he ahí el dilema de Moreno– o vuelta a los orígenes.
Rebeldía y sentido común
La apuesta parece decidida. El estado general de la izquierda es de extrañeza y de escepticismo, con gente desmoralizada. Es difícil encontrar estos días a alguien que no se llame Juan Espadas, candidato del PSOE, o Inma Nieto, de Por Andalucía, la coalición en la que se han reunificado Más País, Podemos e IU, que crea realmente en una victoria de las izquierdas. "Igual que los andaluces se han pasado 37 años votando al PSOE, se pueden pasar otros 30 votando al PP", resume una fuente del ámbito sindical el temor en el patio andaluz de la izquierda.
En esta legislatura en Andalucía es posible afirmar sin temor a equivocarse que la izquierda –por primera vez en minoría en la Cámara andaluza– no ha encontrado el rumbo y se ha pasado demasiado tiempo en cuitas internas, cuyas consecuencias, que no bromean, se han visto en la precampaña y la campaña.
Por un lado, en el PSOE, la no participación de Susana Díaz –que sacó un 38% de votos en las primarias– en la campaña, con quien Juan Espadas –que las ganó con el 55%– no ha querido contar, según manifestó él mismo en una entrevista reciente, implica de algún modo no movilizar a todo el partido. Y, por otro, el accidentado nacimiento a contrarreloj de la coalición de izquierdas Por Andalucía no le ha puesto nada fácil a Nieto la disputa del partido en condiciones.
Espadas, exalcalde de Sevilla, cuyo nivel de conocimiento en las provincias orientales es aún reducido, ha fiado la campaña a los nuevos equipos provinciales, a los alcaldes –que son de su padre y de su madre– y a Ferraz y a las políticas del Gobierno de España.
Sin embargo, estas elecciones llegan con los precios disparados –gasolina, suministros, fruta...– , lo que, en una comunidad de rentas por debajo de la media nacional, es un problema muy serio para el día a día de muchas familias. Y eso los votantes lo computan en el debe de Sánchez. Además, los pactos del Ejecutivo con Bildu y ERC, según consideran en el cuartel general del PP, hacen mucho daño a los socialistas, y, además, les permiten reivindicar, sin ningún tipo de cautela de tenor moral, afirman, los posibles acuerdos con Vox de cara a los suyos.
A pesar de los esfuerzos de Espadas y de Sánchez por remontar el vuelo en la campaña, para muchos votantes de toda la vida del PSOE en Andalucía, el mitin del pasado 15 de junio del expresidente José Luis Rodríguez Zapatero, en el que reivindicó, con nombres y apellidos, y con orgullo, a todos los expresidentes socialistas, incluidos los hoy condenados –a la espera de la sentencia del Tribunal Supremo sobre el caso de los ERE– José Antonio Griñán y Manuel Chaves, fue emocionante y, hasta cierto punto, catártico, según ha podido recabar Público. Todo un síntoma del estado de ánimo del PSOE andaluz. ¿Lograrán con ese mensaje de orgullo socialista recuperar votos que se fueron a la abstención? El PP cuenta, de hecho, con ganar por primera vez en 40 años en unas elecciones en la provincia de Sevilla.
Voto oculto, corrientes desconocidas a la demoscopia: todo es posible. Las encuestas han fallado estrepitosamente dos veces en Andalucía en fechas recientes: una vez en 2012, cuando Arenas se quedó con un palmo de narices, y otra en 2018, cuando Susana Díaz perdió por sorpresa el Gobierno.
Y si uno se va más lejos, el 28F, Día de Andalucía, tampoco existiría si la ciudadanía no hubiera volteado, en la calle, lo que estaba preparado para la comunidad. La historia se escribe día a día. El presente es, con el tiempo, historia.
En Andalucía ha desembarcado una ultraderecha con una candidata de fuera de la comunidad, Macarena Olona, que pretende, como se vio en el debate, imponer, desde fuera, un marco muy diferente al que se vive en la comunidad.
Una cosa en este contexto parece clara, si se atiende a la historia –al presente– de Andalucía, la ultraderecha tiene un techo: en el ADN de su ciudadanía están la rebeldía, las ganas de justicia y el sentido común.
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