La carrera hacia el XIX Congreso del Partido Comunista de China (PCCh) discurre como una maratón que ahora vive algunos de sus tramos clave. El espejo de ese proceso es el reemplazo de líderes en los escalones intermedios de alto nivel, ya sea en las entidades centrales o en el poder territorial. En las últimas semanas, tras la sexta sesión plenaria del Comité Central de octubre del pasado año que encumbró al presidente Xi Jinping como “núcleo” de la dirección del partido, se han producido revelos significativos.
En el congreso previsto para otoño, al menos cinco de los actuales siete miembros del Comité Permanente del Buró Político, el máximo órgano de poder, deben ser sustituidos. Las especulaciones son de doble signo. Primero, la continuidad o no de Wang Qishan, leal a Xi, al frente de la lucha anti-corrupción; por razones de edad (69 años) debería jubilarse. Sin embargo, Wang ha acumulado mucho poder en estos años. El personal a su cargo se ha triplicado asumiendo prerrogativas especiales como sus propias unidades de propaganda o de policía. La lucha contra la corrupción le ha servido para crear su propia facción.
Segundo, la reducción o no del número de miembros de dicho órgano, que podría pasar de 7 a 5 para reducir el peso de los clanes rivales a Xi. Está fuera de duda la continuidad de Li Keqiang, protegido de Hu Jintao (al frente del país en 2002-2012), si bien podría no repetir en el cargo de primer ministro, pasando a presidir la Asamblea Popular Nacional, el legislativo chino. A mayor tamaño del órgano, más difícil será eludir la meritocracia y en esa escala son los afines a Hu Jintao los mejor posicionados. La renovación en la cumbre también afectará a una amplia mayoría de puestos en el Buró Político y en el Comité Central, órganos en los que Xi puede asegurarse ventaja para señalar a su delfín de cara a 2032. Así son los tiempos en la política china.
Xi Jinping aspira a completar en este congreso el proceso de acumulación de poder que inició en 2012, cuando asumió la secretaría general. Para ello ha creado comités diversos que preside personalmente y alterado reglas internas de larga data con el argumento de la lucha contra la corrupción, la exaltación de la lealtad o la oportunidad histórica que supone la culminación de la modernización iniciada en 1978. Todo ello le ha permitido diezmar el paso de sus rivales, especialmente de la facción próxima a Jiang Zemin (al frente del país entre 1989 y 2002) pero también a los afines a Hu Jintao. En una alocución reciente, Xi se refirió por primera vez a algunos de ellos como “conspiradores”, lo cual abunda en la idea de que no se trata de una pugna inocua para purificar el partido.
Como novedad, las reestructuraciones en curso ─y que seguirán tras el congreso─ operan bajo el signo de la tolerancia cero con el fraude electoral, hecho relacionado con la compra de votos, fenómeno relativamente común en el ámbito territorial (en la provincia de Liaoning, por ejemplo, se descubrió que en 2013 unos 523 diputados de un total de 616 habían sido sobornados).
Los nombres de Hu Chunhua (nacido en 1963, delfín de Hu Jintao) o de Sun Zengcai (nacido en 1963, próximo al ex primer ministro Wen Jiabao) figuran entre los más firmes candidatos al Comité Permanente y encarnarían la designación cruzada de los sucesores, que se remonta al XIV congreso del PCCh (1992). También es firme candidato el viceprimer ministro Wang Yang. Los tres son miembros del Buró Político pero ninguno de ellos de la cuerda del actual secretario general. Por eso, Xi tiene otra nómina. En ella figuran, por ejemplo, Cai Qi, alcalde de la capital nombrado en octubre; Huang Kunming, número 2 en Propaganda; Chen Xi, nº 2 en la Organización; He Yiting, nº 2 en la Escuela Central del Partido; Li Zhanshu, director de la Oficina General del Comité Central; o Liu He, nº 2 de la CNDR. Xi atrae a su entorno a otros viejos colaboradores como Ding Xuexiang (nacido en 1962, con quien trabajó en Shanghai) o Zhong Shaojun (nacido en 1968 y con quien trabajó en Zhejiang). Li Shuli, Chen Min`er o Li Qiang, todos ellos en la frontera de los cincuenta años, son firmes candidatos a puestos de relevancia.
En medio de todo ello, las especulaciones en torno a un posible empeño de Xi de aspirar a un tercer mandato operado por la triple vía de la recentralización del poder, repartiridización del Estado y la quiebra de las reglas que consolidaron el liderazgo colectivo en los años de denguismo pueden hacer zozobrar la estabilidad del PCCh, uno de los pocos partidos comunistas que en los últimos lustros había acreditado cierta institucionalidad para resolver los problemas de sucesión en el liderazgo.
Convertido en Comandante en Jefe y disponiendo de una base importante en el Ejército Popular de Liberación en proceso de consolidación en virtud de su amplia reforma militar, Xi podría hacer valer los activos adquiridos para retrasar la sucesión prevista en 2022 con el argumento de la inexperiencia, de lo delicado del momento -ciertamente crucial para culminar la reforma- y el temor a elegir a un líder de inspiración gorbachoviana que pueda hacer derrapar el “sueño chino”.
La gobernabilidad del Partido y del Estado así como la gestión de la economía en un contexto de incremento de las incertidumbres internacionales, ambos desafíos bien conocidos, tienen como respuesta discursiva el fortalecimiento del Estado de derecho y el que llaman “top level design”, una fórmula de gobernanza adaptada a las singularidades del país y que robustecería el papel del PCCh. No obstante, cierto renacer del culto a la personalidad y las resistencias internas que provoca este proceso sugieren pasos atrás y aventuran no pocos tropiezos en lo que otros vaticinan ya como un paseo triunfal.
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