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Profesor titular de Economía Aplicada en la UCM, miembro de econoNuestra
Si el pequeño Nicolás sale limpio de los tribunales y quiere dedicarse a la economía, su futuro está garantizado. En España no necesita hacerse más fotos para abrirse camino donde quiera. Pero su punto fuerte está en eso que muchas personas llaman la economía real, es decir, las conexiones del mundo empresarial con los centros del poder político y financiero. Los demás ámbitos de la economía no parecen entusiasmar a Francisco Nicolás, que optó por aprender de la vida misma lo que la universidad no podía enseñarle.
Ha aprendido tanto, que en cualquier momento podría convertirse en asesor económico, tesorero, relaciones públicas o ministro sin cartera del PP, el partido que le ha encumbrado hasta provocar la admiración de propios y ajenos. FAES y la Secretaría de Estado de Comercio se le han quedado pequeñas. Ha calado tan hondo la capacidad de Nicolás para desnudar al Estado que sus diagnósticos y recetas tendrán más credibilidad que las del gobierno de España. Basten tres ejemplos para ilustrar el potencial de la criatura como mano derecha de Cristóbal Montoro, de José Manuel Soria o de su adorada Soraya Sáenz.
Si Nicolás asesorara a Montoro seguro que lo haría sin edulcorar la realidad. Le aconsejaría reducir impuestos a las multinacionales, crear un distrito luxemburgués en su chalé madrileño de El Viso, o convertir la isla de Perejil en un Gibraltar español, lo que ayudaría a reconducir las tensiones con el Reino Unido, siempre que la comunicación entre territorios se hiciera en los códigos de la city londinense. Para hacer caja, también le recomendaría seguir vaciando el Fondo de Reserva de la Seguridad Social, porque la vida es breve y hay que vivirla con alegría, sin preocuparse de las pensiones y las cotizaciones de los demás.
Si Nicolás se convirtiera en el ojito derecho del ministro Soria la crisis dejaría de atormentarnos. España se llenaría de empresas petroleras que taladrarían aquí y allá, provocando movimientos sísmicos de tal magnitud que nuestras preocupaciones pasarían a ser otras. En medio del marasmo, alguno cobraría por las cláusulas estipuladas en los contratos, porque la economía tiene un claro componente redistributivo. Y no es cuestión de dar más a quien menos tiene, sino al revés, como mandan los cánones en los que Nicolás ha crecido a la sombra del poder, en un país demasiado habituado a los ‘pequeños hurtos’ y las ‘grandes estafas’. Aunque a menudo ambas modalidades coinciden, como pueden comprobar muchos ciudadanos cuando les llegan los recibos de suministros energéticos o de servicios de comunicaciones. Muchos pellizcos juntos hacen millonarios a algunos, aunque parezca lo contrario cuando les toca pagar impuestos. Así, no es extraño que la simbiosis del poder económico y político ejerza una capacidad de atracción tan selectiva.
Si de la noche a la mañana Sáenz de Santamaría decidiera compartir las tareas de gobierno con un diablo-listillo como Nicolás, caben dos posibilidades. Primera, que el propio gobierno se convirtiera en una maquinaria empresarial, al estilo de Arturo Fernández, cuyas empresas están en quiebra porque él prefiere hacer publicidad de la siesta, aunque solo se trate de una tapadera para enriquecerse mientras simula vender sofás y otros enseres domésticos muy útiles para vertebrar la senda del crecimiento económico cuando la construcción vuelva a ser lo que era.
Nicolás ha crecido a la sombra del poder, en un país demasiado habituado a los ‘pequeños hurtos’ y las ‘grandes estafas’. Aunque a menudo ambas modalidades coinciden, como pueden comprobar muchos ciudadanos cuando les llegan los recibos energéticos
La segunda posibilidad consiste en que los ministros con mayor fe religiosa tomen las riendas del ejecutivo y adopten como emblema el martirio de Gallardón por la defensa de la vida. De ese modo, el poder virginal combinado de Huelva y Valladolid asumiría la doble responsabilidad de combatir el desempleo y preservar el orden público. Esto último encaja muy bien en el perfil de la vicepresidenta, en cuya cabeza cabe el Estado, como ya sucediera tiempo atrás con Fraga, y así nos fue a todos. Ante tal combinación de destrezas divinas y terrenales las estadísticas se reconducirían por sí mismas hasta acabar con el paro y sus consecuencias.
Mientras tanto, nuestro gobierno y sus asesores reales e imaginarios no se distraen con las noticias cotidianas ni pierden el tiempo escuchando críticas, por abrumadoras que sean. De hecho, hemos pasado del enérgico “la calle es mía”, atribuido a Fraga, a una Ley Mordaza que hará muy difícil salir de casa confiando en esta democracia. Salvo que vayamos acompañados por Nicolasito, o que su avatar camine plácidamente por la vía pública arrastrando con una correa a los dóciles ciudadanos que estamos obligados a ser y parecer, si no lo remedia lo antes posible un nuevo gobierno.
Incluso la industria editorial y el IVA cultural pueden vivir momentos de gloria bajo el influjo dulcemente monstruoso del nuevo niño prodigio y sus entusiasmados mentores. ¿Se imaginan las estanterías repletas de manuales sobre cómo ganar competitividad siguiendo el ejemplo de Nicolás, o de libros de autoayuda para sonreír ante la adversidad empresarial, o de cursos on line sobre protocolo y relaciones públicas, o incluso de recetas de cocina, postres afrodisíacos y cócteles inspirados en sus andanzas y en sus múltiples lazos de amistad? ¿Será cierto que cada país tiene los famosos, los gobernantes y los corruptos que se merece?
Si nuestros literatos del Siglo de Oro estuvieran vivos el español avanzaría imparable como lengua universal gracias al éxito de sus nuevas novelas y al auge de las técnicas del marketing genuinamente ibérico. Nicolás sacaría buen provecho de ello porque tiene olfato para vender la corrupción sonriendo. Podría ser nominado incluso a algún premio ilustre. Contaría con el apoyo incondicional de quienes contribuyen a mantener las convenciones que han elevado el tótem nicolasiano en medio de un país deshilachado por la desigualdad, el mal gobierno, la codicia, la impunidad y la delincuencia de toda la vida, aunque ahora sea más mediática.
Nicolás existe porque muchos ilusos y corruptos le han dado vida. Conviene no olvidarlo, aunque haya que ponerle una estatua o estudiarlo como ejemplo lúgubre de lo que para algunos es la economía real… ‘Vientos sembrados a la vera del PP, convertidos en tempestades de destrucción masiva’… Algo que solo tendría gracia si fuera una inocentada propia del año fatídico que por fin concluye.
Quienes comparten la doctrina nicolasina de la economía no dudan en anunciar sin rubor el final de la crisis. Saben que la fe obra milagros y que el gobierno dispone de armas celestiales para combatir la tozuda realidad que nos rodea. Ellos desean formar parte del pelotón de los elegidos y quieren que los demás nos conformemos con su falsa y nefasta caridad. Quieren que comulguemos con la economía inhumana: pequeños hurtos y corruptelas, junto a grandes estafas y corrupción mayúscula. Nicolás no es el único apóstol de esa religión ni el que más alto predica, pero su caso refleja muy bien la necesidad de dar la vuelta a la tortilla española.
Comentarios
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