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"El primer presidente negro en EEUU y, ahora, la primera mujer presidenta". Así de simplistas eran los titulares que celebraban por adelantado la victoria de la candidata demócrata, Hillary Clinton, frente al republicano-denostado-por-republicanos, Donald Trump, en un país que no ha dejado de ser racista con Obama al frente y con una mujer ya excandidata que no representa, ni de lejos, la lucha feminista.
Hace tiempo que concibo como un mal menor y como parte del camino a la igualdad la presencia de mujeres testosteronizadas en puestos de responsabilidad, ya sea en el sector público como en el privado, pero eso no significa que la batalla por la igualdad deba terminar ahí. Dijo hace tiempo la presidenta de Chile, Michelle Bachelet, que "cuando una mujer entra en política, la política cambia a la mujer, pero cuando muchas mujeres entran en política, son las mujeres las que cambian la política". Poco más cabe añadir.
Las mujeres hemos ido abriéndonos paso con mucha dificultad en un mundo copado por hombres e impregnado de testosterona (literalmente, "la hormona sexual principal masculina, que juega un papel clave en el desarrollo de los tejidos reproductivos masculinos como los testículos y la próstata") y, por el camino, nos hemos dejado muchas cosas, no sólo los estrógenos.
"Cuando una mujer entra en política, la política cambia a la mujer, pero cuando muchas mujeres entran en política, son las mujeres las que cambian la política"
Clinton (Hillary), por ejemplo, se dejó por el camino la dignidad mínima que debe exigirse, en mi opinión, a una mujer que quiere presidir EEUU por primera vez, y se cubrió de testosterona apoyando incondicionalmente al presidente Clinton (Bill) cuando fue sometido a un proceso de impeachment histórico desencadenado por mantener relaciones sexuales con la denostada Lewinsky y en el que confluyeron intereses republicanos, geoestratégicos y testosterona, mucha testosterona hedionda y cruel con todas las mujeres implicadas.
Clinton (Hillary) se refirió a la relación que mantuvo su marido con Lewinsky en su libro Historia viva (2003) asegurando que no pidió el divorcio de Clinton (Bill) por "el amor que ha persistido durante décadas (...) Nadie me entiende mejor y nadie me puede hacer reír de la manera en que Bill lo hace. Después de todos estos años, él sigue siendo la persona más interesante, enérgica y plenamente viva que he conocido". Ésta fue y es la opinión pública de una mujer engañada por su marido, pero además -y sobre todo-, éste sigue siendo un atisbo de la visión del mundo de quien buscó incansablemente ser la primera mujer presidenta de EEUU, aunque fuera a costa de sí misma.
Es verdad; con Trump perdemos mucho las mujeres, pero con Clinton (Hillary) no habríamos ganado nada.
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