Es en un parque, lejos del centro, que serpentea en cuesta en la falda de una colina ateniense. Son las tres de la tarde y en ese mismo momento Alexis Tsipras está tomando posesión como primer ministro "sin crucifijo y sin corbata". En un lateral hay un muro de piedra que rodea un monumento. Se trata de un memorial dedicado a 200 griegos que murieron luchando contra la ocupación del ejército nazi. Allí irá el nuevo responsable del gobierno griego, inmediatamente después de asumir el cargo.
El parque está casi vacío, apenas un equipo de televisión local sentado en un banco señala que va a ocurrir algo que puede ocupar a los medios de comunicación. Una anciana, que camina despacio, se acerca a la puerta cerrada del memorial y tras intentar abrirla tres veces, se retira a esperar a que pueda acceder. Con ayuda, cómo intérprete de una ayudante de cámara, la mujer cuenta que en ese lugar fueron ahorcados uno de sus tíos y su cuñado. Habían abatido a un soldado alemán pero fueron capturados por los nazis que allí mismo los ahorcaron.
Llega más gente; un hombre de 87 años con unos enormes ojos claros. Siendo un adolescente se echó al monte para combatir la ocupación. Fue hecho prisionero y detenido en la isla de Makronisos.
El hombre habla poco y entonces un periodista que lo conoce relata cómo torturaban a los presos. Los desnudaban, les ataban las manos y los pies y los tiraban al mar dentro de una bolsa de plástico en la que metían un gato. Cuando el gato enloquecido trataba de salir, despellejaba a arañazos al preso que no podía ni moverse.
Mientras se escucha ese terrible relato, el hombre que se mantiene ágil, dobla un poco la pierna, baja el calcetín y muestra una larga cicatriz que se extiende por su tobillo. El relato y el gesto construyen un denso silencio que por unos segundos sólo es roto por la llegada de más gente.
Alexis Tsipras ha elegido que la visita a ese monumento sea su primer acto tras la toma de posesión. Se trata de un gesto que aglutina varios mensajes, aunque por la presencia casi exclusiva de periodistas griegos podría interpretarse como algo eminentemente interno.
Por un lado, es un mensaje a la militancia comunista de Syriza, tras un pacto con la derecha nacionalista griega que puede causar discrepancias en el interior de su partido. También es un mensaje a la "ocupación financiera alemana", recordando ese pasado del ejército nazi, la víspera del 27 de enero, día en que se conmemora la memoria del holocausto. Por otra parte, es un mensaje contra las privatizaciones; Nueva Democracia había puesto en venta casi todo el patrimonio público, incluido ese parque.
Cada vez hay más gente en el parque y el periodista que contó las torturas nos dice que ese lugar es como el Gernika griego. Habla de García Lorca, de la dictadura franquista, de la trágica década de los treinta y cuarenta en Grecia y de cómo fueron maltratados los brigadistas internacionales helenos, que participaron en la guerra civil española, al regresar a su país. Y añade que nos fijemos en la ropa de las personas mayores que irán al acto y veremos que son "lo más honesto y humilde de Grecia".
A las cuatro y cuarto de la tarde, recién llegado de su toma de posesión, Alexis Tsipras llega al recinto del memorial. En un momento, se separa de la gente y camina sólo hacia una placa que recuerda a los 200 griegos muertos en su lucha contra el nazismo. En una mano lleva un sencillo ramo de flores. La emoción en sus compañeros de militancia es intensa. Gritan al verle pasar y en un gesto fugaz él pide silencio en lo que quiere que sea un acto solemne.
Tras depositar las flores da un paso atrás y guarda silencio unos segundos, colocando su mano derecha sobre el corazón. Inmediatamente regresa hacia la salida, seguido por un efusivo remolino que quiere felicitarle y darle ánimos. En un gesto calculado, su seguridad permite cierto descontrol y una cercanía vigilada.
Cuando Tsipras abandona el memorial, permanece en el ambiente la sensación de que ha sido un momento extremadamente intenso. Ojos con lágrimas, gente que se abraza como si aún no creyera que forme parte del partido que gobierna, relatos de ese pasado en el que cuentan que el reciente primer ministro hizo una visita similar en el año 2011.
La joven ayudante de cámara que hizo de intérprete responde ahora a la pregunta de si en los colegios de Grecia se estudia esa historia. Responde que sí, pero poco; y añade que en el relato escolar de la ocupación nazi no se cuenta que hubo muchos griegos que colaboraron y lamenta que los responsables de esa cooperación con el nazismo nunca han sido juzgados.
Son cosas que remiten al caso español, a su impunidad, a su pacto de silencio y olvido, al poder como el arte de esconder. La joven termina diciendo que Grecia ha estado gobernada por los hijos de los colaboracionista y de los dirigentes de la dictadura de los coroneles, "pero eso se acabó". Otra mujer añade que con la victoria de Tsipras acababa la guerra civil griega (que históricamente se desarrolló entre 1946 y 1949).
Ese primer acto como responsable del gobierno es el último como responsable del partido, una temporal despedida, un adiós pasajero en el que Tsipras tendrá que combinar una realidad que encorseta sus posibilidades económicas y por una emergencia social a la que tiene que demostrar que comienza a dar respuesta en cuanto nombre a su gobierno.
La historia y el presente griego producen una repetitiva sensación de deja vu; el pasado trágico sembrado de dictaduras, el gobierno de una élite capaz de aliarse con lo peor del país, o de fuera de él, para defender sus intereses, mientras desgasta, de tanto pronunciarla, la palabra patriotismo o el poder de la iglesia que conserva un enorme nivel de influencia, para lo que deberíamos considerar un estado moderno, y que ha intentado convertir la toma de posesión de Tsipras, sin ningún símbolo religioso, en uno de sus primeros escándalos.
España y Grecia are different. El país heleno ha creado una respuesta que es la esperanza de amplios sectores de la ciudadanía europea. Especialmente de los que han sufrido al ver cómo el europeísmo se convertía en el envoltorio de una gigantesca e inhumana operación financiera y no en el sueño de todos los hombres y mujeres que sufrieron lo peor de nuestro siglo XX para construir una Europa en paz, democracia, libertad y bienestar.
Hoy es 27 de enero, el Día Internacional de la Memoria del Holocausto. Algo más de 14.000 republicanos españoles llegaron a los campos nazis de concentración y otros miles murieron a manos del ejército de Hitler, en territorio español. Los antifascistas griegos que estaban construyendo lo mejor de esta Europa tienen un ramo de flores que ha dejado en un memorial que los recuerda su primer ministro.
Los antifascistas españoles, los miles de desaparecidos que permanecen en las cunetas, los miles de deportados a Mauthaussen que no tienen una calle dedicada en sus pueblo, esperan una democracia que ancle sus raíces en la tierra que ellos sembraron. Europa ha cambiado, como decían en un eslogan las juventudes de Syriza: el mañana es ahora; un ahora del que Tsipras ha querido tomar como punto de partida a quienes tanto hicieron por la libertad.
*Emilio Silva es sociólogo y periodista
Fotografías de Clemente Bernad: visite su web
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