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Politólogo y estudiante del Máster de Economía Internacional y Desarrollo de la UCM
Tres candidatos para llegar a la Moncloa, ese panorama es el que esbozan todas las encuestas publicadas en los últimos meses, evidenciando unos resultados electorales muy ajustados. Sin duda alguna, nos encontraremos ante una circunstancia excepcional, que romperá la hegemonía del PP y el PSOE y multipolarizará las Cortes Generales.
Asimismo, parecen claros cuáles serán los nombres en liza, si no hay sorpresas, con Rajoy apoyado públicamente por los miembros de su partido, Pedro Sánchez afianzando su liderazgo en el PSOE, y Pablo Iglesias monopolizando el liderazgo en Podemos. Son tres actores políticos con estrategias distintas, algunas aún por definir, con el objetivo claro de alcanzar una mayoría que les permita situarse en la presidencia.
Dicho lo cual, el Partido Popular y Mariano Rajoy parecen seguir una senda inalterable, pese a las muchas incidencias durante su gobierno. Mientras el emergente Podemos comienzan a cambiar de viraje desde su estructuración interna, a la par que el Partido Socialista intenta marcar una complicada línea que les distinga de los otros contrincantes.
De esta forma, el presidente del gobierno ha mantenido una forma de actuación muy peculiar, desemejante de sus predecesores en el cargo, caracterizada por su temporización a la hora de tomar decisiones, excesiva para muchos, que ha llevado comúnmente a asociarle con: “el tiempo solucionará los problemas”, rehuyendo solventarlos de forma directa.
Igualmente, Rajoy se singulariza por su forma de ejercer el poder, ya que la mayoría de las veces el enfrentamiento ante la opinión pública y oposición ha sido protagonizado por sus subordinados. Las leyes vienen marcadas con el apellido del subyacente ministro, críticas e impopularidad recaen sobre el segundo, mientras el presidente rehúye el polvo.
Del mismo modo, el PP ha desarrollado formas complementarias de maniobrar. Primero de todo, aludir recurrentemente a la herencia recibida, justificando medidas que no venían en su programa. Por otro lado, individualizar casos de corrupción y nunca dejar que se relacionarán directamente con el presidente, a la vez que se recurre con asiduidad a estudiados victimismos.
El gran triunfo de Podemos no es aparecer en las encuestas, sino marcar en numerosas ocasiones la agenda política de este país.
Por último, como prescribiría cualquier manual de política, el gobierno y el PP han ido cambiando la orientación de las políticas según se acercan elecciones, además se apoyan constantemente en interpretaciones positivas de datos económicos, se critica la ambivalencia del PSOE y se juega con el miedo a lo novedoso con respecto a Podemos.
En esta línea, el PSOE parece estar esforzándose en proyectar dos imágenes de su organización. Primero, existe el empeño de distinguirla de las figuras pasadas y de los últimos años del gobierno de Zapatero. Haciendo hincapié en una estampa que ensalce su renovación interna.
También, quieren evitar que sus siglas queden ligadas al PP u otras concepciones negativas. Al mismo tiempo se presentan como alternativa fiable ante una propuesta desconocida como podría ser la fuerza dirigida por Pablo Iglesias. En definitiva, intentan responder a las circunstancias de crisis con la misma marca pero rejuvenecida e innovada.
Por último, está Podemos y Pablo Iglesias, quienes a parte de demostrar saber conjugar la política del siglo XXI, parecen mostrar un camino bien estudiado y determinado. Su gran triunfo no es aparecer en las encuestas, sino marcar en numerosas ocasiones la agenda política de este país.
Sin duda alguna, el nuevo partido político explota la ventaja simple, pero no menos valiosa, de no estar salpicados por los últimos cuarenta años. La inocencia de lo novedoso les concede una ocasión única de canalizar expectativas que otros anteriormente no han sabido atraer.
Más aún, Podemos ha sabido desarrollar un discurso que ha dado forma lingüística al hartazgo y desesperanza actual. Pero el papel de vocero de las “injusticias” del sistema no le asegura alcanzar el poder, por ello, llevan a cabo una calculada rotación que les asegure la confianza de más ciudadanos que buscan gobierno y no meros titulares.
Así, entramos en el 2015 con tres actores situados en un mismo tablero, pero en posiciones distintas. Todos poseen a su disposición recursos ventajosos, aunque cuentan con otros tantos elementos negativos. La estrategia victoriosa no sólo debe llevar al candidato a la Moncloa, sino que debe asegurarle una cierta mayoría con respecto a otros partidos que le permita maquinar en la próxima legislatura.
Comentarios
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