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Actualizado:El sinfín de testimonios que salieron a la luz los días sucesivos al escándalo de Íñigo Errejón han vuelto a poner sobre la mesa diferentes debates en torno a la violencia machista y las formas de enfrentarla. Aunque el ambiente y el vuelco emocional que supuso el aluvión de denuncias en redes sociales contra políticos, periodistas, artistas –y otros tantos anónimos– parecen haberse calmado, quedan todavía abiertas varias y complejas cuestiones en el seno del movimiento feminista, así como en la sociedad en general. ¿Se puede aprender algo de una experiencia colectiva tan abrumadora, más allá del daño, el duelo y la victimización?
En un contexto donde la urgencia por hacer frente a la violencia sexual, y la rabia y la frustración están a flor de piel, uno de los desafíos principales es, tal y como apunta María Amparo Calabuig, especialista en Estudios de Género, "evitar individualizar la responsabilidad". La investigadora de la Universidad Miguel Hernández señala en una conversación con Público que, si bien responsabilizar a los agresores es fundamental, reducir el problema a "casos individuales" de agresión puede llevarnos a ignorar la dimensión estructural de la violencia y las causas sistémicas que sostienen el machismo. Cómo conjugar ambas condiciones sin caer en el esencialismo del "potencial violador" o del "hombre víctima del patriarcado" –como se autodefinió Errejón en su carta de dimisión– es uno de los retos que están sobre la mesa.
Repensar cómo se relacionan los hombres con las mujeres
Para Calabuig, este hecho obliga a repensar los perfiles de los agresores y a tomar conciencia de que "la idea del hombre agresor es muy diversa" y que todos, sin excepción, "debemos revisar nuestros comportamientos y reacciones en contextos de abuso o violencia sexual". La especialista enfatiza que es vital examinar en qué contextos existen asimetrías de poder y que estas revisiones se realicen no solo en relaciones sexo-afectivas, sino en todos los ámbitos, incluso dentro de los espacios laborales, familiares o de amistad. En este sentido, el caso Errejón representa "un antes y un después" para muchas, pues les ha hecho ser conscientes de que incluso "un hombre aparentemente igualitario y comprometido con el feminismo" puede tener "completamente normalizadas" conductas misóginas.
Fernando Herranz: "Hay trazas de Errejón, trazas de machismo, en todos los hombres"
La necesidad de un proceso de autocrítica –sobre todo entre los hombres y, en concreto, en lo que respecta a su relación con las mujeres– es, por tanto, otra de las cuestiones que esta tercera versión del #MeToo ha puesto en la palestra. ¿Cómo hacerlo sin caer en el victimismo y la autocomplaciencia? Cabe recordar que, tal y como apuntó en una columna Noelia Adánez –jefa de Opinión de Público–, el ya exportavoz de Sumar no manifestó "una comprensión profunda del alcance de su responsabilidad y del daño que por lo que vamos viendo ha ocasionado a muchas mujeres (...) Son sus contradicciones lo que le llevan a dimitir", su supuesta bifurcación "entre la persona y el personaje".
Para Fernando Herranz, doctor en Estudios de Género y experto en masculinidades, es "fundamental" no perder de vista –siguiendo a Octavio Salazar– que "hay trazas de Errejón, trazas de machismo, en todos los hombres". El discurso feminista "es factible de realizar desde un plano teórico, bastante complicado de aplicar desde el plano político y difícil de llevar a la práctica de este plano material", pero no imposible. El problema es, a su juicio, que la gran mayoría de las veces que se intenta trabajar la masculinidad "lo que se producen son cambios estéticos, de imagen o superficiales, con palabras que pueden estar muy bien armadas ideológicamente y conceptualmente, pero que no atacan las raíces del problema", explica en declaraciones para este medio.
María Amparo Calabuig: "En términos generales, las condiciones bajo las cuales tienen lugar las relaciones entre hombres y mujeres favorecen la asimetría"
"Desde el nivel pedagógico hay que hacer ver que el patriarcado también nos ataca a los propios hombres, que efectivamente nos provoca una serie limitaciones, pero no somos las víctimas. No hay que olvidar que es un sistema realizado desde, para y por los hombres. Al final, caer en el discurso victimista es muy sencillo. Por eso tenemos que revisarnos y conceptualizar también los privilegios, ser conscientes de que somos sujetos de vida desde una posición de prevalencia, agentes de nuestras acciones", añade Herranz. O, en palabras de María Amparo Calabuig: hay que "entender que, en términos generales, las condiciones bajo las cuales tienen lugar las relaciones entre hombres y mujeres favorecen la asimetría y la desigualdad; que esto ocurra así (o no) dependerá de que se introduzca la mirada crítica en cada vínculo concreto".
El sistema "ha puesto durante mucho tiempo todo a favor de que ellos fueran victimarios y para que nosotras fuéramos las víctimas, las histéricas, las intensas... Pero estamos hablando tan solo de una construcción social, se pueden crear otras maneras de vincularse". La cuestión será encontrar la imaginación suficiente para alumbrar esos nuevos modelos.
¿Cómo generar lugares seguros donde denunciar?
Pero no son solo la falta de autocrítica o la impunidad lo que ha emergido con una gran claridad estas semanas: el debate sobre dónde y cómo denunciar las violencias machistas ha retratado los límites y riesgos de las opciones disponibles para las mujeres, en particular cuando el sistema judicial y los protocolos internos de empresas o partidos políticos no ofrecen suficientes garantías.
La falta de confianza que muchas víctimas sienten en la justicia penal les persigue. Así lo explica a Público Josefina L. Martínez, periodista y activista de la agrupación Pan y Rosas, quien se ha mostrado muy crítica con las respuestas "punitivas" como opción principal. Según Martínez, enfocar la denuncia exclusivamente en lo judicial puede acabar reduciendo el problema a una cuestión individual, centrándose en el castigo de un agresor, pero dejando intactas las causas estructurales de la violencia, como el patriarcado y las desigualdades de poder en los espacios laborales.
La reflexión de Josefina L. Martínez invita a cuestionar la dependencia del feminismo en las vías de denuncia atomizadas y a plantear una estrategia colectiva
En este aspecto, las redes sociales, aunque lejos de ser espacios seguros, ofrecen a muchas mujeres una alternativa para expresar su denuncia cuando otras vías institucionales fallan. Espacios como la cuenta de Instagram de la periodista Cristina Fallarás han logrado precisamente esto, visibilizar denuncias anónimas y colectivas, proporcionando una vía simbólica legítima para quienes temen represalias o desconfían de un sistema judicial les revictimiza.
Sin embargo, Josefina L. Martínez advierte a su vez sobre los riesgos de confiar exclusivamente en estos medios. Las redes sociales, mediadas por algoritmos y gestionadas por grandes magnates que promueven discursos de odio, "tienden a polarizar los debates y exponen las denuncias al escrutinio público, muchas veces con intenciones de manipulación o desacreditación de las víctimas y del feminismo". Un doble filo que revela que, aunque estas plataformas permiten a las mujeres encontrar eco en sus denuncias, no siempre brindan un entorno seguro para sus procesos de reparación.
La reflexión de Martínez y del colectivo Pan y Rosas invita a cuestionar la dependencia del feminismo en las vías de denuncia atomizadas y a plantear una estrategia colectiva, mediante la creación de espacios de organización. Para la activista, no parece coincidencia que estos canales que dependen de la acción individual de cada mujer hayan surgido a la par que se ha producido un proceso de institucionalización del movimiento feminista y desarticulación en las calles. Es por ello que busca recuperar la autonomía de las mujeres más allá de los sistemas de justicia o del escrutinio digital. Frente a la desconfianza en el sistema judicial y la manipulación en redes, destaca la importancia de construir espacios de conversación, comprensión y denuncia que combinen el respeto por la decisión de cada mujer con una visión crítica hacia las estructuras patriarcales.
"Es fácil caer en el conservadurismo sexual"
Otro elemento compartido entre muchas de las críticas que se han pronunciado a raíz de estos testimonios es el tipo de prácticas sexuales que se realizaban. El debate sobre si existen actos sexuales más o menos feministas, como casi todos los que ahora han vuelto a emerger, también viene de lejos. "Lo que hay que dejar claro en este punto –explica Fernando Herranz– es si estamos hablando de una práctica sexual o de una agresión sexual, y para eso hay que poner en el centro el consentimiento".
Fernando Herranz: "Lo que hay que dejar claro es si estamos hablando de una práctica sexual o de una agresión sexual, y para eso hay que poner en el centro el consentimiento"
Para el doctor en Estudios de Género, la moralidad que se proyecta sobre ciertas prácticas siembra un terreno en el que puede ser fácil que crezca el conservadurismo sexual, incluso desde posturas progresistas. Herranz considera que la mirada debe centrarse en los elementos de deseo y consentimiento, no en una categorización moral de las relaciones pactadas. Por su parte, la activista Josefina Martínez subraya que imponer estas categorías puede limitar la autonomía y la experimentación de las mujeres, y recuerda de nuevo que el consentimiento mutuo debe ser la única medida válida para legitimar las prácticas íntimas.
El riesgo de instrumentalizar a las víctimas
Entre tanto, mientras se dibujan nuevos caminos y se disputan viejos debates, las organizaciones sociales muestran su preocupación por la instrumentalización y el uso interesado del dolor de las víctimas con fines políticos. ¿Cómo evitarlo si oficializarlo en la orden del día es lo único que garantiza su visibilización? Para María Amparo Calabuig, lo primordial es prevenir "todo aquello que precede al daño", es decir, poner fin a la cultura de encubrimiento y revisar los protocolos de acoso dentro de cada institución para evitar que el dolor se transforme en una herramienta de confrontación a cualquier nivel.
En la misma línea, Josefina L. Martínez advierte que "tanto la derecha, desde una hipocresía evidente, como algunos sectores de la izquierda institucional, pueden aprovechar los casos de violencia de género para sus propias agendas, desviando el foco.
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