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La activista que rescata a las jóvenes sirias del Estado Islámico

Las refugiadas sirias de Gaziantep, en Turquía, se organizan para rescatar a las jóvenes de Daesh y de los matrimonios con ciudadanos turcos mayores.

Maryam Shamdin, en Siria.

GAZIANTEP. (TURQUÍA)- “Sus vidas son una guerra permanente, no hay tregua al salir de Siria”, deplora Maryam Shamdin. La activista siria ha conseguido liberar a siete mujeres que habían sido secuestradas por el DAESH. “Vivían como esclavas. Han necesitado pasar cuatro meses entre médicos y psicólogos para poder regresar a la vida”, explica. Las chicas, de entre 14 y 30 años, han vuelto con sus familias gracias a la organización White Hats, que compró su libertad a cambio de dinero. El secuestro de mujeres es una fuente de ingresos para las milicias del DAESH.

Para liberarlas tuvieron que contactar con un intermediario que negoció con el DAESH la reventa de las chicas. “Las volvemos a comprar por 100, 200 dólares o mucho más. Si es una chica joven y guapa, el precio que te piden es alto”, explican desde White Hats.
En Turquía, White Hats proporciona a las mujeres rescatadas apoyo médico y psicológico para que puedan recuperarse del trauma vivido: “Tenían miedo a todo. Cualquier rutina les resultaba violenta, incluso salir a la calle a caminar. Hemos necesitado una red que les ofrezca protección física, ayuda psicológica, una vivienda segura y cuidados para que puedan vivir sin este miedo permanente. Sólo tras esta recuperación física y psíquica, se ha contactado con sus familias en Siria”.

Maryam no quiere dar más detalles sobre las vidas de las chicas. Temen a los miembros del DAESH que circulan por Gaziantep, ya que muchos activistas se han convertido en un blanco de las células del Daesh. A diferencia de sus antiguas colegas de la guerrilla YPG, Maryam ha cambiado su forma de lucha, no quiere recordar las armas. Batalla por las mismas causas, pero quiere romper el círculo de las armas. “Las mujeres deben ir a la escuela, no a la guerra. Hay que hacer política sin las armas”. Explica que en Siria, muchas chicas kurdas deciden empuñar el fusil y unirse a la guerrilla a cambio de un sueldo (es una de las pocas fuentes de ingresos estables en todos los bandos) o por la pérdida de un ser querido.

Desde su ordenador asoma una antigua foto suya donde aparece con el fusil en la mano. “Archivo dañado”, se ríe. La cambia por las fotos de las escuelas que han montado en Qamishli: "Queremos incidir a nivel político. Estamos en contra del reclutamiento de las chicas menores en la guerrilla, contra los matrimonios con menores, y educamos a las mujeres para la lucha política". El campo de batalla de esta activista es el norte de Siria, las zonas cercanas a Qamishli y los alrededores de Alepo. Y se extiende a Turquía, donde la guerra no ha acabado para muchas chicas sirias que llegan solas. Aquí las amenazas no son las bombas, sino la supervivencia.

La guerra invisible de las mujeres

Nour Othman estaba sola. Llevaba con ella los pedazos de su antigua vida, guardados en el teléfono. Ni familia, ni domicilio, ni dinero. Apenas tiene veinte años y su marido podría ser como mínimo su padre. El amor traspasa las barreras de la edad, pero en el caso de Nour, su vida diaria depende de este amor. Ninguna persona le ha obligado a unirse a su marido, explica que ha sido su elección. O como añade: “Mi única opción”. Nour se ha quedado sola en Turquía, sin trabajo. En estas condiciones debe luchar por la supervivencia y contra las amenazas que la rodean.

Su familia residía en Alepo y se desplazaron a Turquía hace más de dos años a causa de los bombardeos del régimen. Su padre ha sido el primero en llegar a Alemania, donde ha conseguido la residencia como refugiado. Su madre, junto con sus dos hermanos menores, ha logrado acceder a la reagrupación familiar. Sin embargo, ella no, porque es mayor de edad. “Me ha dado miedo coger el barco para llegar a Grecia. La vida aquí es cara. Es difícil conseguir una casa o un trabajo y sólo me queda el dinero que mi familia me envía de vez en cuando desde Alemanía”, explica. “Él me quiere”, repite varias veces durante la entrevista. Reconoce que su caso no es aislado: “Muchas mujeres que viven solas acaban casándose”.
 
Su marido es uno de los vecinos de su antigua casa, el edificio donde vivía su familia antes de que escaparan a Alemania. Aclara que su matrimonio no es legal, en Turquía no se acepta la poligamia y su marido ya está casado con una mujer turca: “Este matrimonio no va a durar, no está registrado y yo soy la segunda mujer”. Es una unión sólo con reconocimiento religioso. La condición para las chicas es que no tengan hijos, que no serían reconocidos y que llevarían a una separación.

El amor traspasa las barreras de la edad, pero en el caso de Nour, su vida diaria depende de este amor

Maryam busca a chicas que se han visto abocadas a estos matrimonios y que se encuentran en una situación de indefensión económica y psicológica. “Hablamos con la gente que está en Siria para advertirles sobre los matrimonios con menores de edad, que también existen. La mujer, dentro de estas uniones, acaba en un estado de dependencia absoluta, y su autonomía desaparece con el tiempo. Aquí nos constan más de 500 casos de mujeres que estás expuestas a abusos debido a su situación de desamparo”. Maryam es para muchas chicas el único apoyo; alguien que pica a puerta, les pregunta cómo están y, sobre todo, les ofrece información acerca de los trabajos que pueden encontrar, en la mayoría de los casos, temporales, por días. Una especie de teléfono de emergencia dedicado a un amplio grupo de mujeres que batallan por sobrevivir en Turquía, donde no tienen ninguna protección y ningún estatuto legal.

Fatma Hassan vive la misma indefensión e incertidumbre. Además, en su caso ha tenido un bebé, con lo cual piensa que se va a separar: “Me casé por primera vez en Siria, soy de Alepo. Llegamos juntos a Turquía y más tarde nos separamos. Mi marido se quedó con mi hija. Durante tres años he estado sufriendo en Turquía, porque perdí a mi hija y costaba mucho sobrevivir, todo es caro”. Su actual marido turco es un antiguo amigo: “Una sola persona estuvo a mi lado en este periodo y me ayudó sin pedir nada a cambio. Lo quiero mucho. Para mí, él ha sido mi única familia en este periodo difícil”. Este hombre, casado ya con otra mujer en Turquía, no reconoce legalmente al niño que acaban de tener. “Ansiaba tener un niño por la pérdida de mi primera hija. Ahora creo que es importante que yo tenga salud y trabaje. No quiero perder este bebé”, reitera Fatma.

La esperanza para las mujeres es poder alcanzar Europa, pero no tienen el dinero suficiente para pagar a los traficantes

Maryam también alerta sobre los maltratos que sufren las mujeres: “Nos encontramos con relaciones en las que los hombres extranjeros abusan de la extrema vulnerabilidad de las chicas y también denunciamos las redes de trata. Existen redes que facilitan el matrimonio de las jóvenes sirias con extranjeros a cambio de sumas de dinero. Las mujeres se encuentran luego abandonadas, han sido vendidas”. La esperanza para las mujeres es poder alcanzar Europa, pero no tienen el dinero suficiente para pagar a los traficantes: “La situación de las chicas sirias solas en Turquía es dramática. Desde Siria queremos construir una red, porque la guerra ha destrozado la infraestructura de lo que era una vida normal. Estamos trabajando sobre todo en Hasaka y luchamos contra el reclutamiento de los niños menores para las milicias y de las niñas para los matrimonios. En Turquía somos más bien un equipo de emergencia psicológica para las chicas que no tienen ninguna protección ante los abusos”.

Maryam tampoco se libra del miedo: las incógnitas sobre los recursos de su organización, la lucha diaria para recuperar a las chicas y, sobre todo, la incertidumbre en la que viven todas. Pero ella tiene claro que no va a tirar la toalla. “Me refugio en la batalla por rescatarlas para no caer. Puedes luchar por un ideal político, como hacía yo en Siria, o para que estas mujeres puedan comer, tener una casa y una vida sin abusos. Es la misma causa”. 

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