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El ascensor social está averiado

Reivindicada por los progresistas como garantía de igualdad y por los conservadoras para fomentar la competitividad que suministra las élites, la educación ostenta una responsabilidad quiza excesiva en la mitigación de la desigualdad social.

Dos personas estudian en una biblioteca.
Dos personas estudian en una biblioteca. Carlos Pardellas

Un niño uniformado va camino de la escuela. Lo acompaña, presumiblemente, la empleada del hogar, uniformada también, pero con la casaca blanca de faena.

—Carmen, ¿tú tienes hijos?

—Sí. Además, tengo una niña de tu edad.

—Pues qué bien, así cuando crezca podrá ser la cuidadora de mis hijos.

Ambos caminan de la mano, pero entre ellos se yergue un muro invisible. En la escena siguiente, Carmen acompaña a otra niña hasta puerta de la escuela. Ya no es la hija de otros, es la suya. No lleva uniforme. "Corre hija, corre", piensa Carmen para sí, en off, mientras la observa perderse en el interior del centro público.

La campaña (o carrera) hasta a Moncloa del pasado 23 de julio destacó por muchas cosas, entre ellas, por la búsqueda incansable de paralelismos con comicios pretéritos. Del reciclaje de algunos marcos discursivos de aquella campaña de 1982 que llevaron a Felipe González al Gobierno del Estado con una abrumadora mayoría, obtenida la costa de hacer desfilar el monstruo de una extrema derecha pujante, dispuesta a desandar lol andado, a la recuperación de la figura de José Luis Rodríguez Zapatero, reconvertido en maestro druida con el encargo de recorrer plaza tras plaza, llevando el mensaje de lo que había que preservar frente a lo que podíamos perder.

Dentro de esa estrategia de recuperación concebida al amparo de una amenaza casi tangible, a juzgar por las encuestas, el PSOE tiraba de archivo propio y volvía a emitir, en los actos de campaña, un spot propagandístico, que el partido había hecho público en la recta final de la campaña de las Elecciones Generales de 2011. El anuncio llamaba a salvaguardar, como llave para un futuro más horizontal y menos elitista, la que es una de las grandes cuestiones sobre las que pivotan los programas electorales progresistas, con perdón de la sanidad. Hablamos de la educación como llave primera y garantía única de una sociedad igualitaria.

Un spot perfecto, impecable, reivindicado y vigente aún hoy y que llama a proteger la educación pública como garantía de igualdad apelando a algo tan humano como individualista: las aspiraciones.

Hoy, el anuncio sigue inspirando la misma emoción entre los espectadores, pero ya no estamos en 2011, y hace tiempo que esa panacea milagrosa, ese ascensor social capaz de hacer que la posición de partida no importe, comenzó a chirriar.

"A medida que las desigualdades sociales fueron incrementándose, fuimos atribuyendo a la educación un papel cada vez más central en la mitigación de esas desigualdades. Lo tenemos tan asimilado que, al final, ya ni nos enteramos, pero parece que es la única institución social responsable de llegar a las dinámicas de estratificación social es la educación obligatoria», reflexiona el sociólogo, filósofo y ensayista César Rendueles, autor de Contra la igualdad de oportunidades. Un panfleto igualitarista (Seix Barral), un ensayo en el que desmonta el mito de la meritocracia y reflexiona sobre el rol de la educación en la concepción de la igualdad de oportunidades.

Papel central de la enseñanza

El papel excesivamente central que la enseñanza ostenta en la mitigación de las desigualdades sociales está tan asimilado y reivindicado por la población que, en los últimos años, ha ido oscureciendo a otras instituciones o ámbitos competentes en la cuestión.

Rendueles sostiene que es "imposible" que la escuela, o incluso la universidad, puedan deshacer procesos que anchean la brecha social, como la propiedad inmobiliaria, la situación financiera o las propias dinámicas del mercado de trabajo. La situación de partida atasca el ascensor social. "La educación seguro que tiene algo que ver respecto a que vivamos en sociedades más igualitarias, pero algo tendrá que decir también el Ministerio de Hacienda o el de Trabajo"

"En una sociedad democrática no deberían hacer falta ascensores, porque no debería haber pisos", reflexiona Rendueles. La utilidad, o el fin mismo de la escuela, queda desaparecido por el peso excesivo que se le viene imponiendo en la mochila al sistema educativo, pasando de ejercer de lugar de aprendizaje y conocimiento a ostentar, en el imaginario, el único camino para la justicia social, como si el resto de actores sociales, políticos o institucionales no tuvieran competencias en la materia. O como se la sociedad hubiera renunciado a reclamárselas.

"A medida que las desigualdades sociales fueron incrementándose, fuimos atribuyendo a la educación un papel cada vez más central en su mitigación"

Esta concepción "milagrosa" de la educación está profundamente amarrada en las premisas de las fuerzas de la izquierda del espectro político. El propio concepto de igualdad, como consecuencia, se transforma o se contamina. "Se parte de una visión de la igualdad finalista, que consideraba que ciertos niveles de desigualdad son aberrantes, y que da igual como se llegó allí, hacia otra visión de la igualdad, que considera que lo importante es que el punto de partida sea igualitario, que todo el mundo parta de condiciones aproximadamente similares, pero que después no debería haber ninguna limitación a la recompensa que cada quien obtiene", propone Rendueles.

Nace así la noción de meritocracia, una aspiración tramposa que establece que los merecedores de posición, riqueza y éxito, vengan de donde vengan, y siempre susceptibles de movilidad social, son los vencedores en una competición en la que siempre hay vencidos. Y los vencidos suelen ser siempre los mismos.

Una partida con las cartas trucadas

Pero la posición de partida nunca es a misma. Las aulas de los centros públicos homogenizan a un alumnado que deja en su casa situaciones económicas, culturales y sociales dispares, que determinan en gran medida cómo se desarrollan dentro de ellas.

Una de las grandes riquezas de la educación pública es también, en este ámbito, una rémora: la igualdad nunca es tal, porque no es posible ser tratados como iguales en un contexto de creciente desigualdad.

"Hay niños que tienen una doble mochila: la que llevan de casa con los libros, y la que viven sus padres, muchas veces en contextos de precariedad, en los que un niño con un entorno más normalizado, con una estabilidad económica, a lo mejor no tiene que sufrir", valora el educador social Rodrigo Gil, activista por la Renta Básica Universal y responsable de la Oficina de los Derechos de la Marea Atlántica, que brinda apoyo, asesoramiento e información a familias en situación de vulnerabilidad.

"Los espacios educativos deben dejar de ser competitivos. Eso implica hacer cosas que parecen radicales, como que no haya calificaciones en Secundaria. ¿Por qué tiene que haberlas, si es obligatoria?"

La familia influye en el expediente escolar y académico de diversas maneras, siendo la cuestión económica una de las que más intensamente condicionan el rendimiento del alumno. "El código postal influye más que el código genético. Hay cosas que para una persona con una situación normalizada son sencillas, como planificar que el niño estudie o ver que lleva los deberes hechos, pero que para una persona en situación de pobreza son más complejas. Ese niño parte en desventaja», señala Gil.

El ensayo Escasez. ¿Por qué tener muy poco significa tanto?, escrito por el economista Sendhil Mullainathan y el psicólogo Eldar Shafir, desgrana las fuertes correlaciones existentes entre pobreza y fracaso, así como la conexión entre la toma de decisiones y la administración de recursos para resolver problemas. "La situación de pobreza reduce el coeficiente intelectual en puntos. La pobreza nos hace tontos, dicho de otro modo", comenta el educador social.

22/1/24 César Rendueles, profesor universitario y sociólogo experto en desigualdades sociales y económicas.
César Rendueles, profesor universitario y sociólogo experto en desigualdades sociales y económicas. . Wilfredo Roman

El primer lugar en el que el punto de partida se confirma como determinante, por encima del esfuerzo personal o de las propias capacidades, es en las mismas aulas, donde el comportamiento de los hijos suele entenderse una vez los maestros y tutores conocen a los padres, y, sobre todo, sus coyunturas domésticas y financieras.

"Hay alumnos que ya ves que pueden ser brillantes, más espabilados que el resto, y con una debida orientación accederían sin problema a estudios universitarios, pero que están estancados en las calificaciones malas, mediocres o terminan repitiendo en los primeros cursos por falta de constancia. Eso suele explicarse en las casas", observa Laura Costas, maestra de Educación Primaria en un centro público de Ourense, el mejor termómetro para medir la desigualdad de aquellos que coinciden frente el mismo libro de texto.

"Tienes en una mesa al hijo del médico y, en otra, al hijo de migrantes marroquíes, cuyos padres no hablan español y son usuarios del banco de alimentos. La impresión es que como el sistema les brinda la posibilidad, o el deber, de formarse con el mismo currículo, parten de una igualdad de condiciones, y nada más lejos", advierte Costas.

La consecuencia es que la escuela pública termina por emplear los mismos mecanismos de segregación social que la privada o la concertada. "Repetir curso en Primaria no valle para nada; supone aislar al alumno problemático, entendiendo problemático como un obstáculo para un funcionamiento muy ágil del grupo. Es apartar las necesidades especiales; también las económicas, que de ahí vienen. Eso descarga a los docentes, pero condena al chico", advierte la profesora.

"Las escuelas deben dejar de ser espacios competitivos. Eso implica hacer cosas que parecen radicales, como que no haya calificaciones en Secundaria"

Para paliar la desigualdad de base, cada uno tiene su receta. Rodrigo Gil, activista por la Renta Básica, juzga que una prestación universal, incondicional, regular y suficiente ayudaría a quitar el pie del cuello de las economías precarias. "La renta básica eliminaría muchos factores estresores en las familias con menos recursos, con el que podrían mirar más por el desempeño educativo de sus hijos. La Renta Básica no es la panacea, habría que complementarla con otras medidas, pero tiene la potencialidad de quitar esa mochila de padres, madres, niños y niñas", propone.

Esa misma mochila que apuntala las dificultades de muchas familias para acceder a clases de apoyo escolar u otras actividades extraescolares, donde los chicos trabajan relaciones sociales fuera de sus respectivas burbujas. La red de contactos que una persona teje a lo largo de su período formativo es el otro ascensor social, invisible y tácito, del que las clases populares, a diario, se quedan fuera. Y aquí entra en juego otra pieza en el tablero de la meritocracia: la escuela concertada.

El filtro de la concertada y la competitividad 

La situación de partida no siempre es semejante para los que comparten pupitre en la pública, pero cada vez lo es menos para los que lo hacen en la concertada, una opción, con el paso del tiempo, más extendida, también, entre las familias de estratos populares. Estas tienen la opción de "huir" de los defectos propios de la enseñanza pública a través de una cuota accesible para las economías domésticas más humildes, donde la concertada tiene cada vez más implantación.

Hoy, los centros de enseñanza en sistema de concierto se reparten en distintos circuitos: unos, reservados a las élites, otros, low cost, en los que entran los que pueden. Todo, hasta conformar una concepción individualista del ascenso social que redunda en un proceso de individualización en el que la educación obligatoria se entiende como una lucha competitiva.

Sálvese quien pueda. "El discurso meritocrático siempre fue un discurso neoliberal, que negó las desigualdades de partida. Eso no quiere decir que la educación no sea un elemento favorable para situarte en la escala social, pero hay una desigualdad de oportunidades educativas muy fuerte entre hombres y mujeres, entre generaciones o entre situaciones económicas diferentes"”, ilustra la exdecana de la Facultad de Sociología de la Universidade da Coruña, la socióloga Raquel Martínez Buján.

El objetivo, de este modo, ya no es acabar con las élites, es formar parte de ellas: la idea de movilidad horizontal, en la que el hijo del médico y el del marroquí que no habla español puedan estudiar ingeniería en igualdad de condiciones, se confunde hoy con una suerte de legitimación del elitismo, del que todos aspiran a formar parte.

"La educación sirvió para estimular esa visión de la igualdad muy limitada, que no pone límites a las recompensas, que justifica los privilegios de los que más tienen, pero que también generó dinámicas muy elitistas dentro de la propia educación", analiza César Rendueles.

Las notas de corte para acceder la universidad pública o los arduos requisitos del examen MIR, que fomentan la competitividad entre los futuros profesionales desde antes de su entrada en el mundo académico son ejemplos de esto. El resultado son dinámicas fuertemente autodestructivas que transforman la enseñanza en un espacio competitivo donde la única intervención en favor de la igualdad está en el punto de partida.

"La inmensa mayoría de los empleos de élite son ocupados por personas cuyos padres tienen empleos de élite"

Un marco de acción asimilado por las fuerzas progresistas y promovido por las conservadoras, ideólogas de una visión de la educación donde la única intervención "igualitaria" es presumir de que se ofrecen las "armas suficientes" en la pelea por la prosperidad social y económica. Pero el mundo laboral, e incluso el académico, no viene siempre determinado por las calificaciones, el esfuerzo o los talentos individuales, sino, y en gran medida, también por las relaciones sociales de partida, que regulan las entradas y salidas en las élites laborales.

Esas relaciones en las que el ente público no tiene aún competencias reguladoras, y que son heredadas de padres a hijos, y con ellas, también la posición que estos ocupan en la sociedad. Un escenario que no ha cambiado con la consolidación del acceso a estudios superiores por parte de las clases populares. El hijo del carpintero va a la universidad, pero sigue quedándose fuera de los circuitos en los que el hijo del empresario entra por derecho.

"Seguimos teniendo educaciones desiguales en universidades privadas y públicas en ese contexto de competencia educativa, en el que estudiar un buen master, ir al extranjero, aprender idiomas, sigue formando parte de una élite. Ese nivel, que se demanda mucho, sigue formando parte de un grupo social muy concreto, que lo puede asumir económicamente, y puede entender que eso es relevante para colocarse en la estructura social", añade Martínez Buján.

"La inmensa mayoría de los puestos de trabajo de élite son ocupados por personas cuyos padres tienen puestos de trabajo de élite. La mayor parte de ellos no salen nunca a la luz pública, no los encuentras en Infojobs. Circulan por redes informales a las que solo tienen acceso círculos muy restringidos. La educación es una máquina de reproducción social, una manera de legitimación de la herencia que no cambió en siglos, se agravó", alerta el César Rendueles, que anima a "rebelarse" contra el endurecimiento de las dinámicas educativas y la recrudescencia de las exigencias de la enseñanza pública como filtro.

"Endureciendo la educación no vas a conseguir armar a las clases populares para competir en un campo de batalla trucado, pensado para reproducir las condiciones de partida", añade.

Un sistema de becas "costroso"

Los discursos reaccionarios suelen crecer como contraposición a contextos de avance de derechos. En un momento en el que la prioridad fue a suministrar los escudos sociales para paliar las consecuencias de la desigualdad en la población vulnerable, el sistema de prestaciones y ayudas sociales está más fiscalizado y censurado que nunca en el debate público.

Demandar herramientas como becas o ayudas para mitigar las disparidades de partida en la enseñanza pública parece una tarea con un añadido de penosidad, teniendo en cuenta la oposición frontal que suscita en determinadas fuerzas que agitan la bandera de la meritocracia casi como elemento programático.

Profesionales del ámbito educativo abogan por suministrar y otorgar un lugar prioritario al sistema de ayudas al estudiantado, a revisar los criterios y a emplearlo como herramienta útil para mitigar las desventajas previas.

"El sistema de becas y ayudas en España es tan increíblemente costroso que roza la indigencia"

"El sistema de bolsas y ayudas en España es tan increíblemente costroso que roza la indigencia. Precisaríamos un sistema infinitamente más generoso porque la educación obligatoria es precisamente un lugar donde la gente debería tener derecho a experimentar, a confundirse, a volver a empezar", propone Rendueles. Un sistema de bolsas que no se limite a un tramo educativo, y que acoja todas las posibles necesidades que puedan surgir durante la etapa formativa; de becas comedor a ayudas para asistir a actividades extraescolares, e incluso hasta salarios complementarios a la educación universitaria.

"No solo hablamos de cubrir las matrículas, sino de poder hacer estancias en el extranjero, tener contacto con otras lenguas, hacer viajes culturales. Esos son los niveles que te pueden permitir encontrar una posición. Yo crecí en una familia precaria, la beca fue fundamental para hacer la tesis de doctorado. En los 90, cuando yo accedí a la universidad, se promovía la política de igualdad a través de subvenciones a estudiantes, pienso que esa inversión debe continuar”, demanda Raquel Martínez Buján.

Sin embargo, no solo hace falta intervenir en las dinámicas socioeconómicas, sino también en la manera en el que concebimos los espacios educativos, hoy entendidos como campos de batalla darwiniana en el que un grupo desfavorecido pelea por los recursos escasos con la misma promesa de prosperidad.

Alterar las realidades materiales que tanto condicionan las perspectivas, mudar las correlaciones y las dinámicas socioeconómicas, cambiar el paradigma de manera radical son posibles enmiendas a un sistema que fomenta el individualismo: lo de coger un ascensor para huir, solos, hacia un futuro mejor, aunque eso pase por mirar desde arriba a los que antes eran iguales. Curiosa trampa.

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