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Resumen: El yihadismo, cada vez más complejo, mediático, extendido y terrorífico

Actuando de forma organizada en conflictos abiertos, como el de Siria o Irak, o como imprevisibles 'lobos solitarios', los yihadistas han logrado sembrar el miedo de forma global y constituirse en una amenaza para cualquier rincón del planeta.

Captura de un vídeo propaganda de yihadistas. CNN

EFE

MADRID.- Estado Islámico, Al Qaeda, Frente al Nusra o Boko Haram son nombres muy diferentes para aludir a organizaciones que tienen mucho en común: el uso del terror para hacerse visibles, algo que han logrado en 2015 con la ejecución de numerosos atentados en todo el mundo.

Actuando de forma organizada en conflictos abiertos, como el de Siria o Irak, o como imprevisibles 'lobos solitarios', los yihadistas han logrado sembrar el miedo de forma global y constituirse en una amenaza para cualquier rincón del planeta.

"El extremismo violento es una amenaza para la paz y la seguridad del mundo, daña sus valores (...) y pone en riesgo a nuestros pueblos", aseguró el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, en un foro antiterrorista celebrado en octubre en Madrid.

Grupos como "Al Qaeda, Dáesh (EI), Al Shabab o Boko Haram socavan los valores universales del respeto a la persona y rechazan la llamada de la Carta de Naciones Unidas en favor de tolerancia y por vivir en paz", subrayó el responsable de la ONU.

La participación de Ban en foros como este, de los que se han celebrado este año varios en todo el mundo, pone de manifiesto la preocupación que los líderes mundiales sienten por la extensión del terrorismo yihadista.

Un activismo que siembra de muertos a diario países como Siria, Irak, Afganistán, Nigeria o Pakistán, pero que pretende lograr aún un mayor impacto mediático mundial a través de ataques al corazón de los países más ricos y supuestamente más seguros.

El grupo terrorista Estado Islámico (EI).- EFE

El grupo terrorista Estado Islámico (EI).- EFE

Bajo esta estrategia se tejió el mayor ataque terrorista de la historia de Francia el pasado 13 de noviembre, cuando varios yihadistas del EI sembraron el terror en París con armas automáticas y explosivos en ataques coordinados.

Más de un centenar de muertos, cientos de heridos, la capital de Francia paralizada y el ejército en la calle. El mundo enmudeció y el país galo declaró definitivamente la guerra al yihadismo.

Francia había vivido otro episodio dramático e inédito en enero, con la matanza de 12 caricaturistas del semanario satírico Charlie Hebdo, a manos de dos hermanos presuntos militantes de Al Qaeda.

Y todo ello transmitido en directo a través de cientos de cadenas de televisión y redes sociales a todo el mundo.

Los terroristas también parecieron buscar ese efecto mediático tras ataques como el de la guerrilla Al Shabab en abril en Garissa, en Kenia, con casi 200 estudiantes muertos, o los atentados en Túnez, primero contra el emblemático Museo del Bardo, en la capital, y posteriormente contra dos hoteles en la localidad costera de Susa.

La existencia de víctimas muy jóvenes o extranjeras en estos dos sucesos, lograba ampliar su eco. Y lo mismo ocurrió en Bangkok cuando al parecer, 'lobos solitarios', cometen el mayor atentado terrorista de su historia al hacer estallar dos bombas en un centro comercial con las que matan a una veintena de personas, algunos extranjeros.

Los más de cien muertos del atentado de Ankara contra una marcha por la paz convocada por sindicatos y estudiantes izquierdistas y kurdos, atribuido al EI, y el avión con turistas rusos, saboteado por yihadistas antes de estrellarse en el Sinai, no hace más que mostrar al mundo el poder mortal y global de estos grupos.

Así han logrado, según los analistas, trasladar a los ciudadanos, especialmente en países occidentales, la sensación de que el peligro acecha en cualquier esquina y de que nadie está seguro.

Pero aunque el terror se extiende, los musulmanes siguen siendo las principales víctimas de sus acciones. Solo en Siria, tras más de cuatro años de guerra, los muertos superan los 250.000, muchos de ellos en acciones terroristas.

Cifras oficiales de 2014 aseguran que el 79 por ciento de las muertes por terrorismo se produjeron en Irak, Afganistán, Pakistán y Siria, todos ellos países musulmanes, además de Nigeria, que mayoritariamente práctica el islam.

Actos de extrema violencia han ocurrido este año en lugares que cuesta fijar en el mapa: Maidiguri (Nigeria), Biyi (Irak), Kunduz (Afganistán), Kerawa (Camerún), Yamena (Chad) o Al Qadih (Arabia Saudí), con cientos de muertos.

Sin embargo, parece más fácil para los occidentales recordar los que se producen en París, Madrid, Londres o Nueva York, con un impacto mediático que los terroristas usan en su beneficio.

Francia recibe su golpe más sangriento en 2015

El terrorismo ha propinado este año a Francia su golpe más duro, que bajo la firma del yihadismo ha provocado 149 muertes, 130 de ellas en noviembre, y ha colocado al país bajo un estado excepcional de emergencia.

La oleada de ataques, reivindicados tanto por Al Qaeda como por el autodenominado Estado Islámico (EI), comenzó la primera semana de enero, cuando Said y Chérif Kouachi, de 34 y 32 años de edad, con un nutrido historial delictivo a sus espaldas, irrumpieron el día 7 en los locales de la revista satírica Charlie Hebdo.

Armados con fusiles de asalto, acabaron con la vida de doce personas, incluido su director, Stéphane Charbonnier, 'Charb', y cuatro de los caricaturistas más famosos de Francia, y fueron abatidos dos días más tarde en una imprenta al noreste de París en la que se habían atrincherado.

Ese mismo día, fue neutralizado un cómplice de los dos hermanos, Amedy Coulibaly, que la víspera había asesinado a una agente de policía y después secuestró en un supermercado judío de la capital a una decena de rehenes, cuatro de los cuales murieron.

La afrenta contra la libertad de expresión, las fuerzas del orden y miembros de la comunidad judía, que elevó la alerta antiterrorista a su máximo nivel, despertaron en la sociedad francesa una indignación sin precedentes, que se resumió en la etiqueta #JeSuisCharlie.

French journalists holding up their Press card take part in a hundreds of thousands of French citizens solidarity march (Marche Republicaine) in the streets of Paris January 11, 2015. French citizens will be joined by dozens of foreign leaders, among them

Concentración en París tras los ataques a la revista Charlie Hebdo. REUTERS/Yves Herman

En abril, superada la conmoción de esos primeros ataques, la Policía desbarató un atentado que tenía como objetivo una o dos iglesias al detener de forma fortuita al presunto terrorista, un estudiante de electrónica argelino que recibía órdenes desde Siria y a quien se responsabiliza del asesinato de una mujer.

La decapitación de un hombre el 26 de junio en Saint Quentin- Fallavier, a las afueras de Lyon, cuyo cuerpo fue rodeado de banderas del EI, volvió a concienciar a los franceses de la amenaza constante de ese peligro.

Esa muerte se produjo apenas dos días después de que la Asamblea Nacional francesa aprobara con carácter definitivo la polémica ley que da cobertura a la acción de los servicios secretos para luchar contra el terrorismo.

La sombra del yihadismo reapareció en agosto, el día 21, cuando un ciudadano marroquí armado con un kalashnikov, nueve cargadores, una pistola automática y un cúter protagonizó una nueva tentativa de ataque en un tren de alta velocidad Thalys que unía Ámsterdam con la capital gala.

Tres pasajeros estadounidenses, junto a otro británico y uno francés, consiguieron reducirlo y recibieron la máxima condecoración francesa, la Legión de Honor, en reconocimiento a su valentía.

La masacre de mayor magnitud, el peor acto violento en Francia desde la Segunda Guerra Mundial, llegó a mediados de noviembre, el día 13, con una serie de ataques coordinados en París y en la periférica Saint Denis, en la que hubo 130 muertos, 89 de ellos en la sala de conciertos Bataclan, y más de 350 heridos.

El belga de origen marroquí Abdelhamid Abaaoud, presunto cerebro de esos últimos atentados, fue abatido cinco días después, en un asedio policial en Saint Denis en el que murieron otros dos yihadistas y tras el que se supo que planeaba un nuevo ataque en el distrito financiero parisino de La Défense.

Agentes de la Policía francesa junto a la entrada de la sala de conciertos  'Bataclan', el pasado viernes, tras el atentado yihadista en París. REUTERS/Christian Hartmann

Agentes de la Policía francesa junto a la entrada de la sala de conciertos 'Bataclan' tras el atentado yihadista en París. REUTERS/Christian Hartmann

"Sean cuales sean las precauciones que tomemos, el riesgo cero no existe", ha advertido el ministro del Interior, Bernard Cazeneuve, consciente que la declaración del estado de emergencia, vigente hasta finales de febrero, no puede blindar del todo al país.

Este '11-S a la francesa' -como se ha denominado a los ataques en los medios- tras el que Francia ha pedido ayuda a sus socios europeos, ha obligado también al país a cuestionar las fisuras en su sociedad.

Tras los atentados de enero, el primer ministro, Manuel Valls, recurrió al término "apartheid social, territorial y étnico" para calificar la situación de las zonas más conflictivas.

Y aunque después de la última matanza subrayó que nada justifica "tomar las armas contra tus compatriotas", el titular de Economía, Emmanuel Macron, dejó caer que la población debe asumir una parte de la responsabilidad sobre el terreno en el que ha proliferado el yihadismo, ante la pérdida, en su opinión, de los valores republicanos.

El auge de yihadismo y la crisis política amenazaron la transición tunecina

El auge del yihadismo, que logró golpear tres veces el país, y las luchas en el seno del partido mayoritario Nida Tunis sembraron nuevas minas en el frágil proceso de transición en Túnez, al que solo el Premio Nobel de la Paz permitió un cierto alivio.

El país arrancó 2015 con una nueva esperanza tras dos años en el que se habían acumulado las tensiones y las críticas desde todos los sectores a una frágil revolución que ha pasado de ser el ejemplo del mundo árabe a convertirse en la excepción.

Las elecciones celebradas meses antes permitieron que, en enero, el presidente del país, Beji Caid Essebsi, lograra que los laicos de Nida Tunis, ganadores de los comicios, y los islamistas moderados de Al Nahda, principal grupo de la oposición, formaran un gobierno de consenso.

Como jefe del gabinete, al que también ofreció su apoyo el tercer partido en liza, la Unión Patriótica Libre (UPL), fue designado Habib Essid, un antiguo alto funcionario de la dictadura derrocada en 2011 sin adscripción partidista.

Las esperanzas sufrieron el primer latigazo el 18 de marzo, cuando dos pistoleros de un grupo local vinculado a la organización terrorista Estado Islámico (EI) aprovecharon los fallos de seguridad para asesinar a 22 turistas extranjeros en el museo El Bardo de la capital.

Las fuerzas de seguridad toman posición en los alrededores del museo Bardo, en el centro de la capital de Túnez. - AFP

Las fuerzas de seguridad toman posición en los alrededores del museo Bardo, en el centro de la capital de Túnez. - AFP


Apenas cuatro meses después, un tercer pistolero yihadista repitió la masacre en un hotel de la ciudad costera de Susa, donde mató a 38 visitantes extranjeros y dio el golpe de gracia a la industria del turismo, uno de los pilares económicos del país.

El Gobierno enseguida miró a Libia, donde al parecer se formaron los tres atacantes, y a las montañas de Kasserine, una zona vecina a la frontera con Argelia convertida en bastión de grupos radicales locales y en centro de reunión y reclutamiento de yihadistas de todo el Sahel.

Analistas y expertos recordaron, sin embargo, que el yihadismo es un problema que proviene de los años ochenta en Túnez, y que el país es, en la actualidad, el primero del mundo en número de ciudadanos que se suman al EI, con más de 5.000 voluntarios, de los que cerca de un diez por ciento ha regresado al país.

Y apuntaron a los servicios de Inteligencia, que fueron remodelados tras la huida del dictador Zine el Abedin Ben Ali y que cuatro años después carecen de profesionalidad y medios, además de haber sido infiltrados.

Una situación que se ha agravado con el imparable avance del yihadismo en Libia, donde la nacionalidad preponderante entre los terroristas también es tunecina.

Pese a que el Ejecutivo impuso medidas restrictivas como la recuperación del Estado de emergencia y el refuerzo de las patrullas en Kasserine y de la acción policial y los arrestos en todo el país, los yihadistas lograron dar un último golpe el pasado 24 de noviembre.

Un joven suicida tunecino, al parecer también vinculado con grupos en Libia, mató a 12 guardias presidenciales al hacer estallar un cinturón explosivo junto al autobús en el que circulaban por el centro de la capital.

Los esfuerzos del primer ejecutivo post transición por sacar al país de la crisis social y económica en la que naufraga se vieron igualmente obstaculizados por las disputas en el seno de Nida Tunis, un partido coral que mezcla diversas sensibilidades con un débil hilo conductor.

Los problemas arrancaron nada más formarse el gobierno, momento en el que miles de seguidores abandonaron la formación al sentirse traicionados por la inclusión en el gabinete de los islamistas de An Nahda, que habían hecha campaña contra Nida Tunis.

Una desbandada que se agudizó cuando semanas después Hafidh Essebsi, hijo del presidente del país y fundador del partido, fue promovido al cargo de vicepresidente de la formación y comenzó a acaparar poder.

A principios de noviembre, 32 diputados de Nida Tunis enviaron una carta al mandatario en la que denunciaban una agresión por parte de seguidores de su hijo antes de entrar en un comité ejecutivo y amenazaban con abandonar la disciplina en el Parlamento.

Essebsi obligó a su hijo a negar en público las acusaciones de que maniobraba para sucederle al frente del país y del partido y logró frenar la rebeldía convocando un congreso que probablemente se celebre antes de fin de año.

El gabinete, que parece será remodelado antes de 2016, también se ha visto sacudido por las criticas a la ley de amnistía fiscal, que la oposición considera un salvoconducto para el regreso de los corruptos del antiguo régimen.

Y por la renuncia de uno de sus miembros, el cese de otro, y la retirada de confianza por parte de la ULP.

Una batería de malas noticias a la que solo puso un punto de esperanza el Premio Nobel de la Paz concedido este año al Cuarteto tunecino que en 2013 logró salvar la revolución cuando también parecía que iba a descarrilar.

Irak, entre el Estado Islámico y la pared

El grupo yihadista Estado Islámico (EI) se mantiene firme en el territorio iraquí a pesar del continuo acoso aéreo de la coalición internacional y las sucesivas ofensivas lanzadas por el Ejército de Irak, un país sumido en una profunda crisis política y económica.

El ejército iraquí, aunque ha logrado este año recuperar amplias zonas de la provincia de Saladino del control del EI, no ha tenido el mismo éxito en Al Anbar, ni ha podido comenzar la esperada campaña para liberar la segunda mayor ciudad del país, Mosul, principal feudo yihadista en su autoproclamado califato.

El experto en seguridad, el general Husein Ali Saleh, aseguró a Efe que el Ejército iraquí con apoyo de las milicias chiíes 'Multitud Popular' y la coalición "Han cumplido muchos objetivos", entre los que destacó "la estratégica refinería de Biyi", la mayor de Irak.

Salah agregó que en Saladino la presencia del EI se limita a la zona de Al Sharqat, aunque advirtió de que su liberación debe ir precedida de "cuidadosos preparativos, así como de una gran cooperación entre las fuerzas de seguridad, la Multitud Popular y la coalición internacional" liderada por EEUU.

En la provincia de Al Anbar, los yihadistas resisten en Al Ramadi, cercada desde hace semanas por las fuerzas gubernamentales y que se ha convertido en "el objetivo más importante" en el camino hacia Mosul.

Además de Al Anbar, en esta provincia hay otros dos frentes abiertos, uno en la zona Al Karama, y el tercero en Faluya, a 15 kilómetros al este de Al Karama, y donde yihadistas y fuerzas regulares se enfrentan desde hace más de un año.

En Nínive, cuya capital es Mosul, también se han logrado algunos avances, pero protagonizados por fuerzas kurdas, como la liberación de Sinyar, donde fue izada la bandera del Kurdistán Iraquí y no la enseña nacional.

Precisamente, la diferencias entre el Gobierno central y el autónomo del Kurdistán o los recelos de las tribus árabes suníes de Al Anbar hacia las milicias gubernamentales chiíes Multitud Popular, son factores que dificultan la lucha contra el EI, según sostiene Saleh.

Un estancamiento, que sumado a la fortaleza del EI en Siria, donde el régimen de Bachar al Asad está más concentrado en luchar contra los rebeldes al régimen que contra los yihadistas, permite a los extremistas mantener casi intacto su territorio.

Estado Islámico controla grandes franjas de territorio en Irak y Siria.

Estado Islámico controla grandes franjas de territorio en Irak y Siria.

Para el analista político Aziz al Yaburi, Irak sigue sumergido en el conflicto que estalló tras la ocupación estadounidense de 2003 y la caída del régimen de Sadam Husein, sin que ningún gobierno hasta el momento haya encontrado una solución.

El analista explicó que entre las cuestiones pendientes entre los distintos bloques políticos iraquíes destacan la distribución de los beneficios del petróleo, la justicia, la ley de amnistía general, así como las regiones en disputa entre el Gobierno federal y el Gobierno Regional de Kurdistán.

Estos problemas, argumenta Al Yaburi, allanaron el camino para que el EI pudiera ocupar en el verano de 2014 más de un tercio de los territorios iraquíes y proclamar inmediatamente después su califato sobre gran parte Irak y Siria.

Además -apunta- estas disputas, sumadas a la guerra contra el EI, han tenido un grave efecto en la situación económica y financiera, que amenaza con empujar al país a la quiebra, lo que dificultaría aún más la lucha entablada contra los extremistas.

El primer ministro iraquí, Haidar al Abadi, ha intentado poner freno este año al continuo deterioro que se había traducido también en un descontento de la población e incluso de parte del influyente clero chií.

Con una batería de reformas ha tratado de reducir los gastos de las Administraciones, y poner límites a la corrupción administrativa y financiera rampante en el país, reduciendo salarios, así como el número de altos cargos, funcionarios o diputados de la cámara alta del Parlamento.

Para Al Yaburi, estas reformas son un paso en el camino correcto, "pero aún le falta mucha audacia, y un apoyo político y legislativo para transformarlas en leyes y en verdaderas reformas que puedan acabar con las mafias de corrupción impulsadas por los bloques políticos que tienen peso en el país".

Sin una solución política global es difícil vislumbrar una victoria total sobre el Estado Islámico.

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