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Los yemeníes festejan en la calle la marcha del dictador a Riad

Saleh afirma que regresará de Arabia Saudí, donde ha sido operado, pero muchos lo dudan

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La Plaza del Cambio de Saná, el kilómetro cero de la revuelta popular yemení, era ayer una fiesta. 'Libertad, libertad', coreaban las decenas de miles de personas que se congregaron allí no para exigir la dimisión del dictador Alí Abdalá Saleh, como habían hecho prácticamente cada día desde hace cuatro meses y medio, sino para celebrar su partida hacia Arabia Saudí.

Saleh voló a Riad para ser operado de heridas en el pecho, sufridas el viernes en un certero bombardeo al palacio presidencial, pero antes de entrar en el quirófano afirmó que regresará a Yemen en los próximos días. Nadie de los que festejaban su salida le creyó; prefirieron pensar que era otra más de las innumerables mentiras que les ha contado en los 33 años que ha estado al frente de Yemen.

'Se acabó, se acabó, Saleh huyó', coreaban eufóricos los manifestantes

'Se acabó, se acabó, Alí huyó', cantaban eufóricos los manifestantes, agitando pancartas en las que podía leerse: 'Yemen es más hermoso sin ti' o 'El pueblo ha hecho su revolución, enhorabuena'.

En otras ciudades del país, como las sureñas Taiz y Adén, los opositores al régimen también salieron a las calles. Envalentonados por la noticia, algunos de ellos intentaron entrar en el palacio presidencial de Taiz, pero la Guardia Republicana disparó contra ellos: dos murieron y otros dos resultaron heridos.

El jefe de Estado en funciones pacta un alto el fuego con el jefe tribal Al Ahmar

La euforia de los manifestantes, en su mayoría jóvenes que no han conocido otro mandatario que Saleh, no era compartida por toda la población. Muchos temen que la espiral de violencia actual degenere en una guerra civil entre facciones rivales por hacerse con el poder, tal y como ha presagiado una y otra vez el líder yemení, presentándose como el único capaz de mantener al país unido.

'La gente está preocupada por lo que pasará ahora. Preocupa mucho que haya un golpe militar o que se desencadenen luchas de poder dentro del Ejército', admitió a Reuters Faruq Abdel Salam, un residente de Adén.

Los politólogos son cautos. 'Todo lo que sabemos por ahora es que estamos en un momento muy peligroso', subrayó el yemení Ali Seif Hasan.

La población teme que el vacío de poder desencadene una guerra civil

La única posibilidad que tiene el autócrata yemení de seguir aferrado al poder recae en su hijo Ahmed, comandante de la Guardia Republicana, y en los tres sobrinos que encabezan los cuerpos de seguridad e inteligencia del país. Pero ayer había versiones contradictorias sobre su paradero y no se sabía si los poderosos familiares de Saleh le habían acompañado o no a Riad.

Incluso en el caso de que permaneciesen en Yemen, sus allegados deberían superar importantes obstáculos: por un lado, un Ejército dividido, donde se han producido importantes deserciones; por otro, el respaldo, más que dudoso, de Arabia Saudí, el principal donante económico del régimen yemení.

En los últimos meses, el rey saudí, Abdalá bin Abdelaziz, ha mediado sin éxito para lograr la dimisión del líder yemení. Tras tres tentativas frustradas, Riad tiene ahora una nueva oportunidad, recalcó el analista saudí Jalid al Dajil en declaraciones a Al Yazira. 'El presidente del Parlamento, el primer ministro y el presidente están aquí, así que el Gobierno [yemení] está aquí. Esto facilitará el acuerdo para la dimisión de Saleh', dijo Al Dajil.

A la espera de lo que ocurra en un futuro próximo, el jefe de Estado en funciones, el exvicepresidente Abdorabu Mansur Hadi, asumió el poder con voluntad conciliadora. Tras reunirse con el embajador estadounidense en Saná, Gerald Feierstein, Hadi ofreció retirar los tanques del barrio que ha sido escenario de los enfrentamientos más cruentos entre los fieles a Saleh y los partidarios del jefe tribal Sadek Abdalá al Ahmar. Horas después, sumó a su oferta un alto el fuego, que el jeque Sadek aceptó.

El pacto llega después de dos semanas de intensos combates en los que han muerto alrededor de 200 personas. Su efecto en las calles de Saná fue inmediato: disminuyeron los tiroteos y miles de personas, que habían permanecido encerradas en sus casas, huyeron con rapidez de la capital yemení por miedo a que la tregua dure poco.

'Hasta que estemos seguros de que no volverá, nuestra felicidad no será completa', aseguró a Reuters un habitante de Saná. Como él, otros muchos yemeníes estaban pendientes de las noticias que llegaban con cuentagotas del país vecino.

Fuentes médicas saudíes anunciaron ayer que habían extraído a Saleh la esquirla de metralla que se le incrustó bajo el corazón en el ataque, y que el líder yemení estaba consciente tras la intervención. En cambio, sobre las posibles maniobras políticas para convencer a Saleh de que se quede en el exilio, uniendo su destino al del dictador tunecino, Zin el Abidin Ben Alí, silencio sepulcral.

Un mutismo que contrastaba con los gritos de alegría que, al caer la noche, seguían resonando en Saná, narraba en Twitter Atiaf: 'La plaza sigue llena. Hay globos, música, gente bailando. Saleh no volverá, no le dejaremos volver'.

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