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SPIELFELD (AUSTRIA).- “Tengo miedo, he pagado 1.500 euros para llegar hasta aquí y pueden rechazarme”, dice Said ─nombre ficticio─, refugiado sirio, minutos antes de cruzar la frontera de Eslovenia a Austria. Antes de que la ruta de los Balcanes empezara a cerrarse, alrededor de 500 personas atravesaban cada día el valle que separa los dos países. “Los controles que pasé en Eslovenia ya fueron muy duros y he oído que los de Austria son aún peores”. Los temores de Said son fundados, conforme la frontera con Alemania se acerca, el examen es más exhaustivo.
“Después de cinco años de guerra no tenía dónde ir”, prosigue Samir ─también nombre ficticio─. Los refugiados tienen tanto miedo que apenas quieren hablar. La casa de Samir, que también es sirio, fue destruida por los bombardeos y no pudo ni conservar su pasaporte. Los nervios están tan a flor de piel, que cuando la policía eslovena da el aviso de que van a cruzar la frontera, las sonrisas se borran. A Hassan, un joven de apenas 17 años, se le cae su hermano, enfermo mental y paralítico, de la silla de ruedas en la que lo lleva. No le faltan manos para devolverlo a su lugar, si un aspecto humano se ha desarrollado entre quienes huyen de la guerra frente a los controles de Europa, es la solidaridad.
Los refugiados tienen tanto miedo que apenas quieren hablar. Los nervios están tan a flor de piel, que cuando la policía eslovena da el aviso de que van a cruzar la frontera, las sonrisas se borran
La policía escolta la comitiva y la frena cada pocos metros para cuadrar a los refugiados en filas. Es difícil respetar el orden cuando se llevan semanas de viaje y se carga con todo tipo de hatos con los bienes más preciados que se han podido conservar. Los niños se encaraman a sus padres, no es momento de jugar y corretear. Las vallas metálicas, que pueden llegar a ser hasta tres, van estrechando el camino hasta desembocar en una única puerta por la que los refugiados pasan uno a uno. Todos quieren ir a Alemania porque, en palabras de Said, “es el único país que nos ofrece algo y que no nos devuelve a la miseria”.
Las respuestas correctas para llegar a Alemania
Al otro lado de la linde, en el campo de refugiados de Spielfeld, espera Leo Josefus, inspector de control de la policía austríaca. Enseguida procede con los datos. Antes de que la ruta de los Balcanes se cerrara, ya empezaba a bajar el número de refugiados que el país recibía, hecho que achaca a los “problemas de Macedonia y Grecia”: “Antes llegaban unos 800 al día y de ellos, el 80% había perdido sus papeles originales”. El agente admite que están rechazando a entre 20 y 30 cada día porque “los documentos son falsos, porque no tienen la ciudadanía que dicen tener o porque quieren ir a países que han cerrado su frontera o ponen muchas dificultades, como Holanda, Suecia o Dinamarca”.
“La única respuesta correcta es que digan que quieren ir a Alemania”, afirma Josefus. Preguntado sobre la posibilidad de que Austria deje pasar a quienes quieren ir a Dinamarca o Suecia ya que Viena no tiene frontera con ellos y no son su competencia, el agente se justifica con el argumento de que la decisión es política y la policía se limita a cumplirla. “Es la ley que tenemos hoy, puede que mañana cambie”, añade sonriente.
El registro de los refugiados en Austria, paso a paso
Hasta el cierre definitivo de la ruta de los Balcanes, cada mañana la policía austríaca recibe una llamada de la eslovena que le comunica cuántos refugiados les enviarán hoy. Las fuerzas de seguridad los separan en grupos de entre 100 y 150 personas para facilitar el control. Tras la puerta a la que conducen las vallas metálicas de la frontera se abre una enorme tienda con más vallas que estructuran la cola hasta el registro.
El Ejército es la primera autoridad con la que se ven los refugiados en Austria. Los militares se encargan de cachearles y registrar sus bultos en busca de armas o drogas. “Los primeros días encontrábamos cuchillos, ahora ya no. La última vez que pensamos que alguien llevaba drogas se trataba en realidad de talco para bebés”, cuenta Josefus.
Si todo está en orden, la siguiente parada es la entrevista con la policía austríaca. En unas mesas altas con sillas de barra de bar, que quieren recrear un ambiente relajado, un agente, acompañado de un traductor, pregunta a cada persona de dónde viene, adónde va, por qué huía y qué quiere hacer en el país de destino, al más puro estilo de un proceso de selección laboral. Pero tiene trampa: “En realidad, el traductor está para detectar si efectivamente la persona es de donde dice que es, por su dialecto”, explica el inspector. En la mesa hay dos pulseras. La blanca da vía libre a la huida hacia Alemania y la roja es la señal de que el sueño ha terminado.
“En realidad, el traductor está para detectar si efectivamente la persona es de donde dice que es, por su dialecto”, explica el inspector Leo Josefus
Si el traductor duda del origen de su interlocutor, hay dos opciones: empezar con la tanda de preguntas sobre geografía o “estructura” del país de origen ─¿cuánto puede saber un joven sirio sobre su país si lleva cinco años en guerra?─ o mandarlo directamente de vuelta a Eslovenia. En el segundo caso, se espera a que haya un grupo de 10 ó 15 rechazados para llevar a cabo la devolución.
“No diferenciamos entre nacionalidades” puntualiza Josefus, “sólo rechazamos a quien miente sobre su lugar de origen, o a quien da la respuesta incorrecta de querer ir a Holanda o Dinamarca”. De nuevo, el agente recuerda que a día de hoy Alemania es “la única respuesta correcta” pero con matices. Sólo quien quiera llegar al país para salvar su vida puede continuar el viaje. Quienes digan que buscan reunirse con su familia, estudiar, o trabajar en el país germano también son devueltos a Eslovenia, porque escapar de la guerra sigue siendo el único motivo alegable para demandar el asilo.
Si el refugiado sale de la entrevista con la pulsera blanca, deberá pasar una última prueba. Dos policías examinan los pasaportes y toman la huella dactilar a cada persona. “No creo que ningún país les controle como nosotros”, se jacta el inspector de policía. Sólo después de todo ese proceso que puede llevar unas cuatro horas, los refugiados podrán descansar antes de que distintos autobuses los transporten a centros de estancia media, donde aguardarán hasta poder viajar a Alemania.
“Están exhaustos, no han tomado su medicación, o tienen resfriados y muchos vienen con fiebres altas, especialmente niños”, denuncia Cruz Roja
En ese descanso es cuando actúa la Cruz Roja, que se encarga de proporcionar la comida y chequear su estado de salud. La dieta está siendo también uno de los problemas en la ruta. En Serbia pasaron días comiendo pan y una lata de atún, alimentación que se repetía casi sin variación en Croacia y Eslovenia, con sopas o sucedáneos de pollo. En Austria, Josefus menciona que es mejor “darles plátanos que manzanas, porque les sientan mal” en un tono jocoso.
“Muchas personas siguen llegando enfermas a este campo”, reflexiona Marion Ziegler, médica de Cruz Roja en Spielfeld. “Están exhaustos, no han tomado su medicación, o tienen resfriados y muchos vienen con fiebres altas, especialmente niños”, lamenta. Ziegler ve problemático que en cada país se les estén proporcionando diferentes medicamentos porque “al final no es muy sano”.
El campo de Spielfeld, que cambia cada día, como las decisiones políticas, va montando y desmontando tiendas. En el montículo vecino al campo, una pequeña zona desierta marca una inesperada falta de árboles: “Los refugiados los talaron al principio de la crisis migratoria para encender hogueras con las que calentarse”, recuerda el inspector de policía, “fue horrible”. Adoptando otras formas, la crisis no parece estar alejándose del espanto.
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