Es probable que la brutalidad que caracterizó a Afganistán durante el periodo 1996-2001 no se repita, al menos en los extremos a los que llegó entonces. Hay indicios de que los talibanes son los primeros que no quieren reeditar la experiencia y que los occidentales tampoco tienen interés en volver atrás. De unos y otros dependerá alcanzar un equilibrio que sea lo menos negativo posible para aquel país y para los demás.
Los talibanes no cuentan con aliados que los apoyen. Han llegado hasta donde están siguiendo una estrategia que les ha resultado positiva consistente en no financiarse con nadie, entre otras cosas porque nadie les quería financiar, a diferencia de lo que ocurrió en los años ochenta con la resistencia, cuando EEUU la consideraba cínicamente el prototipo de la libertad en su lucha contra los comunistas soviéticos.
En la anterior encarnación talibán, Afganistán fue un país casi completamente aislado, puesto que solo Paquistán, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos mantenían unas relaciones básicas con Kabul. Es muy posible que esa condición de estado paria no se repita ahora ya que las circunstancias generales no son las mismas ni para los talibanes ni para el resto del mundo.
Con su entrada en Kabul, los talibanes pueden jugar algunas bazas en el vecino Paquistán, donde durante muchos años se han refugiado un gran número de afganos radicales, aunque deberán comportarse con cuidado. En Paquistán existe una corriente religiosa importante, hasta el punto de que el país está profundamente dividido en dos y una parte considerable de la población ve con buenos ojos a los talibanes.
Un país vecino que puede jugar un papel constructivo es Turquía. El presidente Recep Tayyip Erdogan se ha expresado de una manera conciliadora para con los talibanes, o más bien sin hostilidad, dado que estratégicamente la estabilidad de Afganistán interesa a Ankara de una manera urgente. "Estamos decididos a movilizar todos los medios a nuestra disposición para conseguir la estabilidad de Afganistán", ha recalcado Erdogan.
Turquía está recibiendo un gran número de refugiados, y esta situación va a continuar así durante semanas o meses por lo menos. Aunque la oposición le ha criticado con dureza y ha pedido el cierre de las fronteras, Erdogan es consciente de que está ante una situación extrema, de manera que no es extraño que adopte posiciones moderadas y realistas, y haya pedido una estrecha colaboración con Paquistán.
Analistas turcos señalan que Ankara está esperando que las cosas se aclaren y que los talibanes realicen sus primeros movimientos políticos con el fin de tener una idea de cómo será el futuro más inmediato. Los talibanes han dado muestras de no ser los mismos que los de los años noventa, y solo cuando den sus primeros pasos se podrá determinar cómo será el juego de alianzas en la región.
Para EEUU y para Occidente en general es de la máxima importancia que haya canales abiertos con el nuevo régimen, de ahí que países como Turquía y Paquistán no cierren las puertas a los talibanes, máxime cuando todavía hay tantas incertidumbres.
Irán comparte una frontera de más de 900 kilómetros con Afganistán y según la ONU da cobijo a más 3,4 millones de refugiados afganos. EEUU ha acusado en alguna ocasión a Teherán de apoyar a los talibanes, si bien los iraníes han rechazado estas acusaciones y la realidad es que las relaciones entre las dos partes no pueden calificarse de fluidas.
El presidente Ebrahim Raisi dijo el lunes que el fracaso de EEUU en Afganistán abre una oportunidad para conseguir una paz prolongada en ese país. Como para Turquía, para Irán la estabilidad afgana es una prioridad, y en su comunicado Raisi señaló, sin mencionar expresamente a los talibanes, que va a trabajar en esa dirección desde una perspectiva de buena vecindad, y olvidando que en los noventa, los talibanes persiguieron destempladamente a los chiíes afganos.
Un inesperado aliado puede ser China, que según medios occidentales quiere realizar gigantescas inversiones en infraestructuras así como explotar yacimientos de tierras raras que aparentemente hay en el país. De esta manera, Pequín ampliaría su presencia en esa zona de Asia Central de gran importancia estratégica.
Rusia también sigue de cerca lo que está sucediendo y ha reconocido que está en contacto con representantes talibanes. Moscú no quiere que Afganistán se convierta de nuevo en un nido de terroristas que operen más allá de sus fronteras y está adoptando una posición realista.
Es evidente que los talibanes esta vez buscan alguna forma de reconocimiento internacional. Mientras que en los noventa ningún miembro permanente del Consejo de Seguridad reconoció a los talibanes, ahora existe la posibilidad de que a corto o medio plazo China y Rusia lo hagan, algo que en última instancia estará en función de la actitud de Kabul.
La espera de Washington
Volviendo a EEUU, responsables americanos insisten en que su actitud con respecto a los talibanes es de esperar a ver cómo se comportan, pero es significativo que Washington no haya ordenado el regreso de sus delegados desplazados a Qatar, donde han negociado las dos partes, y donde hasta ahora permanecen en contacto.
Todas estas observaciones dependen del comportamiento talibán, que es una incógnita pero que con toda seguridad no será el mismo que en los noventa. El aislamiento internacional no figura en los planes de la nueva Kabul, ni tampoco en los planes de los agentes más destacados de la comunidad internacional, lo que abre el camino a posibles compromisos realistas que no pudieron darse en los noventa.
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