Banderas palestinas, de Hamás y de la Yihad Islámica, luces de colores y focos decoran la entrada al patio de los Al Razem, en el barrio jerosolimitano de Ras al Amud. Dentro, la familia ha instalado sillas para las decenas de visitantes que acuden a felicitarles desde que se conoció que su hijo Fuad, de 54 años, será liberado tras 31 en prisión. Les reciben con zumos y café sin azúcar, amargo como el poso que ha dejado la noticia de su excarcelación. Fuad saldrá de la cárcel, pero no se le permitirá volver a Jerusalén: será desterrado a la franja de Gaza.
'Son días felices para Palestina. Estoy contento y doy gracias a Alá. Pero nuestra felicidad es incompleta, porque mi hijo no vuelve a casa, se lo llevan a Gaza', explica a Público su padre, Qasim, de 85 años y que lleva un lustro sin verlo.
Puede que tras su deportación vean aún menos a Fuad que cuando estaba en la cárcel, donde le podían visitar sólo los familiares de primer grado cada 15 días. Tienen residencia permanente en Jerusalén, por lo cual Israel no les permite entrar a Gaza. Ahora intentan averiguar si Egipto les dejará acceder por la frontera de Rafah, el único acceso no controlado por el Estado judío.
'A Fuad, nacido aquí, le expulsan de casa; Shalit vuelve a la suya', dice el padre
Fuad fue condenado en 1982 (cuando tenía 23 años) a cadena perpetua por ser miembro de la Yihad Islámica y confesar (según sus familiares, bajo presión) el asesinato de dos soldados israelíes.
'No tenemos ningún familiar en Gaza, nadie va a ir a recibirle', se lamenta el anciano, tocado con una kufiya blanca tradicional. A sus espaldas cuelgan fotos de su hijo y las placas de apoyo y reconocimiento que ha recibido de instituciones y amigos durante tres décadas de ausencia.
'Lo sacan de una prisión para meterlo en otra', sentencia su hermana Jairat, que se queja de que tras tantos años de espera, nadie podrá abrazarlo. 'Estamos angustiados. Contentos pero tristes al mismo tiempo. Supimos de su excarcelación por la televisión y no nos han dejado ni siquiera hablar con él por teléfono', explica esta mujer, que se ha pasado la vida viajando a distintas cárceles israelíes para visitarle.
Lo único que han sabido de él son unas palabras suyas que aparecían escritas en la cadena de televisión Al Quds, que le citaba diciendo que 'la amargura de estar lejos de la familia y de Jerusalén es mejor que la injusticia de prisión'.
Su padre no consigue entender por qué será exiliado a la Franja. '¿Qué peligro puede suponer alguien que ha estado 31 años encarcelado?', se pregunta, y se responde a sí mismo que 'los israelíes consideran un peligro a un niño de 8 años que tira una piedra y lo encarcelan. Todo el pueblo palestino es para ellos una amenaza'.
El entusiasmo inicial al conocer la salida de Fuad ha ido dejando paso a distintos miedos. Les inquieta que ocurra algo en el último momento que frustre el pacto. Temen que el Ejército israelí lo mate una vez en Gaza. Tienen miedo de no volver a verle nunca.
'Nos da igual quién gobierne, queremos que la ocupación acabe', añade Qasim
Jairat acusa a Israel de mantener a los presos en 'condiciones terribles, con diez personas por celda compartiendo un baño y una pequeña cocina, una comida asquerosa, registros nocturnos y abusos... Una vida que no se puede vivir'.
A lo largo de tres décadas, ella y sus hermanos cogían un día libre cada dos semanas y se levantaban al alba para trasladarse hasta Ramle, Bersheva o Ashkelon (en el sur del país), donde atravesaban exhaustivos controles militares para visitarle.
Qasim defiende la inocencia de su hijo, se muestra apolítico y dice no apoyar a ninguna facción y desear que llegue la paz. Sin embargo, no oculta que quiere 'que secuestren más soldados para que suelten a todos los presos palestinos', ya que 'con Israel no hay otra manera de hacer las cosas'. 'A nosotros nos da igual que gobierne Hamás o cualquier otro. Queremos que se acabe la ocupación, que nuestra gente pueda ir de un pueblo a otro sin ser humillada en un control militar', explica.
Samir, otro de los hijos, apunta que 'a una persona como Fuad, que ha nacido aquí, cuyos antepasados desde hace siglos son de aquí, que lucha por su tierra, le expulsan de su casa, mientras que a Shalit, que es francés [tiene doble nacionalidad francesa e israelí], lo devuelven a la suya en la tierra que nos han quitado'.
Pero Qasim afirma que no pierde la esperanza de que su hijo Fuad regrese a casa algún día, 'cuando se libere Jerusalén'.
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