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Periodistas sin entrañas

La insensibilidad de algunos reporteros y la lucha por conseguir una imagen “en exclusiva” del sufrimiento de los refugiados son la otra cara del directo en la frontera húngara. Las patadas y zancadillas de la reportera Petra László son el episodio difundido más miserable

Petra László pone la zancadilla a un refugiado que corre con un niño en brazos en Röszke (Hungría).

CORINA TULBURE

ROSZKE (HUNGRÍA).- Un hombre atraviesa con una niña a la espalda el campo que separa la valla fronteriza de la carretera. Va acompañado de otro varón, de mediana edad, que grita y gesticula. Corren en dirección a la policía, que trata de bloquear a los refugiados que van llegando. A escasos metros, su mujer, con otro pequeño en brazos, llora y pide ayuda. Un cámara les enfoca desde lejos, apunta con su objetivo.

A medida que se acercan a la carretera, donde se encuentran los agentes y la carpa de voluntarios, más de diez cámaras se abalanzan sobre el padre que carga la niña. Ningún periodista esboza el gesto de coger a la menor o de abrirles camino hacia la carpa, desde donde llamarán a una ambulancia. Todos graban y sacan fotos. Es imposible saber qué sienten los cámaras mientras graban a la madre, que grita asustada unos metros atrás: su pequeña se tambalea inerte encima del hombro de su marido.

Unas horas más tarde, otro cámara busca la noticia en las vías del tren. Los refugiados caminan por los raíles, que atraviesan la valla fronteriza inacabada que deja un hueco por el que pasa la gente. Las familias, cansadas, huyen de las fotos, pero los niños están contentos con los primeros planos. Un cámara empieza a jugar con ellos, los atrae a las vías de tren donde debe producir su foto, echando una sonrisa a los padres: “¿Qué tal? ¿Cómo te llamas?”. Tal vez esté a la caza de una foto espectacular que remueva la conciencia europea. Al final, consigue que los niños jugueteen sonriendo encima de la vía. Foto sacada, misión cumplida. Se despide de ellos gesticulando. Vuelve a su coche, los niños siguen por los raíles.

Otro cámara se centra en las mascarillas que llevan los policías y la basura que rodea a los grupos de hombres y mujeres que están en el suelo. No encuadra nada más. No sabemos qué palabras pondrá detrás de estas imágenes.

Varios grupos de hombres y mujeres hacían gestos de hastío ante los periodistas, que les sacaban fotos sin siquiera dirigirles la palabra o pedir permiso. “No foto. Veinte euros si quieres una foto. Tú haces dinero con eso”, nos dice una familia afgana al ver cómo nos acercamos. Otros, todo lo contrario, quieren que se muestre todo, que se cuente y sobre todo que haya una reacción en Europa: “Graba todo, para que el mundo lo vea, y luego muestra a los gobernantes estas fotos. Pregúntales por qué. Solo queremos pasar por Hungría”, denuncia un hombre que camina por la vía del tren con su niño a cuestas, directo hacia el cordón policial. Él no piensa esquivarlo, está demasiado agotado y con mucho equipaje.

Unos chicos sirios nos proponen que les acompañemos por la noche: cruzarán el maizal para sortear a la policía y llegar a la autopista donde, si tienen suerte, algún voluntario los llevará en su coche. O un traficante, a cambio de sumas de más de trescientos euros: “Así tienes tu artículo y nosotros caminamos más tranquilos”. En su confusión, piensan que la presencia de los periodistas puede ayudarles de alguna manera en caso de que sean interceptados por la policía.

“Un niño es un niño, no un juguete para una foto”

“Los sirios nos hemos convertido en material para la prensa”, comenta Sipan Ahmed, un periodista sirio que actualmente vive en el centro de refugiados en régimen abierto. Ha enviado artículos a varios periódicos árabes para informar sobre lo que están viviendo los refugiados, pero los grandes medios no los han aceptado. “Creo que solo los que viven esta situación pueden contarla con honestidad”, explica.

Por eso, está escribiendo un libro sobre su huida de Siria hacia Alemania, donde su hermano ya ha puesto un pie. Cree que muchos periodistas ven en el terreno lo que ya querían ver, sin muchas ganas de escuchar a la gente: “He perdido a mis amigos, mi novia y mi familia están en Siria... Toda mi vida hasta ahora se ha acabado. No queda nada de ella, solo tengo lo puesto. ¿Cómo puedes tú contar eso? ¿Tú lo comprendes? Yo no. Me cuesta mucho aceptar que nunca volveré a ver a algunos amigos. Que mientras yo me he ido, ellos han sido asesinados o han desaparecido. Mis amigos periodistas”.

Sipan ha entrado en la UE por la frontera entre Turquía y Bulgaria, saltando la alambrada. La policía turca no tiene reparos en disparar con balas a los que intentan cruzar.

Sipan Ahmed:“Si Petra László odia a la gente, no puede ser periodista. Le deseo que nunca viva lo que hemos vivido nosotros"

“Durante cinco minutos tuve la muerte a mi lado. Suspendido en la alambrada, mientras la policía disparaba, los perros ladraban y una madre lloraba con sus hijos al lado. Y yo intentado salvarme. Nadie te echa una mano, y tú mismo no ayudas a nadie cuando la muerte está muy cerca de ti”, explica.

Cuando llegó a Bulgaria empezó a escribir cada día poemas sobre el cruce de la valla: “Porque es una experiencia dura e irreal, no puedo comprender nada. Solo sé que estoy vivo.” Se une a la conversación Rachid, un señor de Damasco, bien entrado en sus cincuenta, que huye de su pasado político en Siria, donde había sido torturado. Rachid nos dice sin rodeos: “En vez de grabarnos cada día, los periodistas deberíais preguntar a los políticos por qué sigue habiendo guerra en Siria. Si no se detiene, nuestras vidas irán cada día a peor. Yo fui encarcelado y torturado por el régimen antes de la guerra, no soy ni de lejos su defensor. Pero lo que pasa ahora en Siria es un infierno mucho peor”.

A Sipan no le extraña la labor de los periodistas buitre: “El dolor de la gente es un buen negocio para muchos periodistas. Eso ya lo he visto en Siria, donde he trabajado como fixer con periodistas extranjeros. Hay médicos que están implicados en el tráfico de órganos y hay médicos que salvan vidas. Igual con los periodistas”.

Opina que si un periodista no cree en la verdad y en la sinceridad de lo que cuenta, la labor de informar es un negocio como cualquier otro, miserable, porque juega con las vidas humanas. Quiere dirigir un mensaje a los periodistas occidentales: “Tenéis que trabajar duro para empujar a una reacción por parte de los políticos de la UE, encontrar una solución para la gente de Siria. No una foto. Un niño es un niño, no un juguete para una foto. ¿Cuántas fotos de niños ahogados hacen falta para que cambien las cosas?".

Para Petra László tiene otro mensaje: “Si odia a la gente, no puede ser periodista. Le deseo que nunca viva lo que hemos vivido nosotros."

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