Barcelona
Donald Trump y Angela Merkel nunca se han llevado bien. La lista de desencuentros es larga y arranca desde mucho antes que el magnate inmobiliario alcanzase la presidencia de los Estados Unidos. El último incidente de esa lista ocurrió a finales de mayo, cuando Merkel rechazó la invitación de Trump a asistir a una cumbre del G7 en la capital estadounidense que aspiraba a convertirse en un potente símbolo de retorno a la normalidad después del COVID-19. "La canciller federal agradece al presidente Trump su invitación a la cumbre del G7 a finales de junio en Washington", explicó a Político el portavoz del gobierno alemán, Steffen Seibert, "pero a fecha de hoy, considerando la situación general de la pandemia, no puede aceptar su participación personal en un viaje a la capital".
Más allá del feeling entre ambos líderes, las relaciones germano-americanas se han tensado por un amplio abanico de temas que van desde el superávit comercial alemán a la construcción del gasoducto Nord Stream 2, pasando por la contribución a la OTAN, la lucha contra el cambio climático o el acuerdo nuclear con Irán. Hay quien ha querido ver en la respuesta de Merkel una estocada destinada a debilitar al político republicano de cara a las elecciones de noviembre. "Los europeos sin duda recibirían una derrota de Trump en las elecciones, ¿pero después qué?", se preguntaba el economista Wolfgang Münchau. El G7, continuaba, "se ha convertido en un foro irrelevante para una coordinación política internacional efectiva" frente a otros formatos como el G20, y "el declive de su influencia comenzó mucho antes de Trump." Para Münchau, "el legado más duradero de Trump será el fin de la diplomacia tal y como la conocemos".
Menos tropas en Alemania, más soldados en Polonia
No tardó en llegar otro ejemplo de ese "fin de la diplomacia tal y como la conocemos". El 5 de junio The Wall Street Journal publicaba, citando fuentes de la administración estadounidense, que la Casa Blanca estudia la posibilidad de reducir el número de tropas en Alemania. De acuerdo con estos planes, que Washington todavía no ha confirmado, la presencia de tropas estadounidenses se quedaría en 25.000 soldados tras la retirada de unos 9.500 uniformados. Los planes, según el periódico, se diseñan desde septiembre y antecederían por tanto a la respuesta de Merkel a Trump por la cumbre del G7. Alemania es, con 34.674 soldados estacionados en el país (cifras de marzo, recogidas por el semanario Der Spiegel), la nación con mayor presencia de tropas estadounidenses. A esta cifra aún hay que sumar la de 17.000 civiles estadounidenses que trabajan en las diferentes instalaciones militares repartidas por todo el territorio y que sirven de apoyo a las misiones que EEUU lleva a cabo en Irak, Afganistán y África, desde el estacionamiento de tropas, vehículos y armamento hasta el tratamiento en hospitales militares de los soldados heridos en el campo de batalla pasando por el pilotaje remoto de drones.
Preguntado por la noticia, el ministro de Asuntos Exteriores alemán, Heiko Maas, afirmó discretamente al Bild am Sonntag que su país "tomaría nota" de producirse la retirada de tropas y recordó que ambos países son "estrechos socios en la alianza transatlántica", una cooperación que se lleva a cabo, subrayó, "en interés de ambos países". Su predecesor en el cargo, Sigmar Gabriel, recomendó al gobierno tomarse los planes "con tranquilidad", según Der Spiegel. Por su parte, la ministra de Defensa, Annegret Kramp-Karrenbauer, declaró haberse enterado de la noticia por la prensa. Desde el otro lado del Atlántico, un grupo de congresistas estadounidenses publicó a comienzos de la semana una carta apelando al presidente Trump que se replantease una medida, que, en su opinión, debilitaría la seguridad nacional de EEUU, especialmente frente a Rusia.
En Der Freitag, la comentarista Lutz Herden constataba que la distancia en "el Atlántico se ensancha" y se mostraba a favor de "deshacerse de reliquias de la guerra fría" y de apoyar, en definitiva, a la retirada: "Habría que reaccionar con soberanía y dignidad en vez de mostrarse abiertamente afectado y ofendido." Incluso desde las páginas del Handelsblatt, la cabecera económica de referencia en Alemania, Donata Riedel urgía a Bruselas a ser "independiente estratégicamente de EEUU" y desarrollar políticas propias, también en el ámbito de la defensa.
No se trataría de la primera vez que EEUU reduce su presencia de tropas en Alemania –tras la Reunificación pasó de 228.000 soldados en 1990 a 75.000 en el año 2002–, pero como no pasa desapercibido a nadie, llega en un momento particularmente sensible para las relaciones bilaterales. "Un paso así socava no solamente la confianza en Alemania, sino con todos los demás aliados, ya que otros socios podrían preguntarse: ¿Seré yo el próximo?", observaba en el Wall Street Journal James Townsend, un antiguo funcionario de alto rango del Pentágono.
Para complicar aún más las cosas, según otra fuente consultada por este medio, "más del millar de tropas que abandonen Alemania podrían ser enviadas a Polonia, ya que este país satisface el objetivo de gasto militar y se ha comprometido a dejar de comprar gas ruso después de 2022." El gobierno polaco, uno de los más cercanos a la administración Trump, ya se ofreció el año pasado para alojar una base militar permanente, preferiblemente una división de tanques, aportando dos mil millones de dólares de su presupuesto para su construcción. Semanas atrás, el 15 de mayo, la embajadora de EEUU en Varsovia, Georgette Mosbacher, sugirió la posibilidad de trasladar las armas nucleares estadounidenses estacionadas a Alemania a territorio polaco.
Sin embargo, de tomar una decisión así, EEUU tendría problemas a la hora de justificar la vigencia del Acta Fundacional OTAN-Rusia de 1997, por la que la Alianza Atlántica reiteraba su voluntad de garantizar la defensa colectiva y desempeñar sus misiones por otros medios "antes que con el estacionamiento permanente adicional de una cantidad sustancial de fuerzas de combate", al menos mientras la situación de defensa no cambiase significativamente.
Steven Pfifer, un analista del Instituto Brookings, consideraba esta posibilidad una "mala idea", ya que además de provocar políticamente a Rusia era económicamente costosa y militarmente equivocada, al poner las armas nucleares estadounidenses al alcance de un hipotético ataque preventivo ruso en cuestión de minutos. En Alemania, el presidente del grupo parlamentario de La Izquierda, Dietmar Bartsch, recogió en cambio el guante y aseguró que recibiría positivamente una retirada de las armas nucleares: "El gobierno debería aceptar agradecido esta propuesta y preparar para el futuro inmediato una retirada completa de los soldados estadounidenses con la administración Trump", dijo Bartsch en declaraciones a n-tv. "Si se retiran los soldados, deberían llevarse consigo las armas nucleares", agregó.
¿Menos EEUU y más China?
Que las políticas de Trump en el país y fuera de él tienen repercusiones en Alemania, quizá también de largo alcance, lo demuestra un sondeo de Kantar para la Fundación Körber del que se hizo eco el diario Die Zeit el pasado 18 de mayo, según el cual un 73% de los alemanes tiene una opinión negativa de EEUU. Según ese mismo sondeo, un 37% está a favor de estrechar relaciones con EEUU frente a un 36% que prefiere hacerlo con China. Por comparación, en septiembre de 2019 un 50% se decantaba a favor de EEUU y un 24% lo hacía por China. Münchau ponía el acento en cómo este desplazamiento "es particularmente marcado entre los jóvenes de 18 a 34 años, especialmente en Alemania oriental".
La directora del área de internacional de la Fundación Körber, Nora Müller, calificaba los resultados de "desarrollo preocupante" que "debería dar que pensar a los políticos a ambos lados del Atlántico". "La imagen de EEUU ha empeorado dramáticamente en los últimos meses, no sólo en Alemania, sino en toda Europa", comentó a propósito de esta encuesta el profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Colonia Thomas Jäger al South China Morning Post. "La ciudadanía está completamente conmocionada por la manera en que EEUU ha gestionado esta crisis", continuó, "no pueden creer lo que ven sus ojos: la única nación en la que pensaban que siempre podían confiar en cuanto a liderazgo y ayuda no es ni siquiera capaz de ayudarse a sí misma."
La prensa conservadora alemana ya ha movido ficha. El pasado martes Die Welt daba cuenta de cómo China ha pasado de ser un asunto secundario en la agenda del país a algo de lo que se habla "hasta en el desayuno". El artículo incluía declaraciones del profesor del Instituto de Estudios de Asia de la Universidad de Nottingham Andreas Fulda, quien mostraba su preocupación por la posibilidad de que Merkel acabe viendo en China "el mal menor" ante el progresivo deterioro de las relaciones con EEUU.
El Frankfurter Allgemeine Zeitung mostraba una preocupación similar por el hecho de que "las dos mayores economías del mundo se encuentren en una trayectoria de colisión en lo político, lo económico y lo tecnológico", algo que alberga "el mayor riesgo de la globalización para las empresas alemanas". "¿Sacará China a Alemania de la crisis?", se preguntaba el semanario Der Spiegel el viernes. Frente a los desplantes del presidente estadounidense, China ha tendido la mano a Berlín. En una conversación telefónica mantenida el pasado 3 de junio con Merkel, el presidente chino, Xi Jinping, volvió a mostrar su disposición para estrechar la cooperación estratégica con Alemania y la Unión Europea con miras a reforzar el multilteralismo y en pos de una mayor estabilidad mundial, según informaron los medios chinos.
En ese pulso entre EEUU y China, tanto Alemania como la Unión Europea se encuentran en medio, y no sólo geográficamente. La pregunta que muchos se hacen es si el equilibrista podrá seguir reuniendo fuerzas para continuar ejecutando este número malabar, especialmente en un escenario post-COVID-19 en el que el mercado chino será clave para la recuperación económica. El medio chino Global Times destacó en sus páginas esta semana el rechazo de Alemania y Japón a apoyar las sanciones de EEUU contra China por la polémica ley de seguridad ciudadana aprobada en Hong Kong. La noticia se hacía eco de la entrevista de Maas a Deutsche Welle del 3 de junio, en la que éste juzgaba las sanciones como una decisión equivocada a largo plazo que obstaculizaban el diálogo entre Europa y China. Maas, recordaba Global Times, se reunió en septiembre de 2019 a pesar de las quejas del gobierno chino con el líder de las protestas en Hong Kong, Joshua Wong, pero en la entrevista con Deutsche Welle modificó su posición y dijo que las opiniones de éste constituyen una defensa del separatismo y, en consecuencia, no se ajustan a las políticas de Alemania hacia China.
A la espera del desenlace, de todos estos hechos no conviene inferir que Alemania esté maniobrando tácticamente. De momento, Berlín se mantiene, como de costumbre, discretamente en guardia y a la espera de los resultados de las elecciones del próximo 3 de noviembre, con la incógnita todavía por despejar si las protestas por la muerte de George Floyd acabarán pasando factura a Trump y beneficiando al candidato del Partido Demócrata, Joe Biden. Con todo, debajo de Alemania, el suelo, lentamente, se desplaza.
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