Madrid
Un cisma familiar se cierne sobre los rescoldos del sandinismo. Humberto Ortega, general en retiro y exministro de Defensa, vive horas de incertidumbre entre el hospital y la prisión domiciliaria decretada contra él por el Gobierno de su hermano mayor, Daniel Ortega. Entre ambos comandantes de la Revolución emerge la pérfida, esotérica y todopoderosa figura de Rosario Murillo, esposa de Daniel y vicepresidenta de Nicaragua, a quien las voces opositoras atribuyen la maniobra de acallar a Humberto y enviar así un mensaje aleccionador al resto de críticos con la senda autoritaria emprendida por la pareja presidencial.
Todo comenzó hace unas semanas tras unas declaraciones de quien fuera el jefe del Ejército Popular Sandinista al periodista Fabián Medida, autor del libro El preso 198, una suerte de biografía no autorizada de Daniel Ortega. Humberto, de 77 años, apostaba en esa entrevista publicada en el digital Infobae por un "reencuentro entre todas las fuerzas de la sociedad", un gran consenso nacional de cara a las elecciones de 2026: "En mi consideración solamente hay una vía para resolver el empantanamiento del conflicto, que se ahondó en la crisis del 2018. Ese camino es buscar cómo sentar a las partes, altamente polarizadas y llenas de desconfianzas por las acciones mutuas que se recelan y se cuestionan".
Para Humberto, en ausencia de su hermano Daniel, el Ejército sería el garante para pilotar un proceso electoral
Pero la chispa que encendió la furia de Murillo fue la reflexión de Humberto respecto al postorteguismo en Nicaragua: "Cuando hay un poder de tipo autoritario, dictatorial, como el actual, que depende muchísimo de la figura de un líder que ejerce la presidencia, ante la ausencia de éste, es muy difícil que haya una continuidad del grupo de poder inmediato". El exministro de Defensa se mostraba contrario a una eventual sucesión dinástica ejercida por Murillo (73 años) o Laureano Ortega Murillo (41 años), uno de los hijos de la pareja, asesor presidencial, politólogo y cantante de ópera. Sin llegar a citar a ninguno por su nombre, ambos quedaban retratados en sus palabras: "Sin Daniel veo muy difícil que haya uno, dos o tres que se junten. Mucho menos uno en particular, y más difícil en la familia". Al régimen le ha debido sentar también a cuerno quemado las predicciones de Humberto Ortega sobre una ausencia repentina de su hermano, que en noviembre cumplirá 79 años: "Habría primero un enorme desconcierto (...) Las instituciones sandinistas en el Gobierno o el partido no tendrían, a mi modo de ver, la capacidad para llenar ese vacío". El Ejército sería, en su opinión, el garante de controlar la situación y pilotar un proceso electoral.
Unas horas después de la publicación de la entrevista, la Policía irrumpió en la casa de Humberto Ortega y le requisó móviles y ordenadores. Más tarde se le decretaría prisión domiciliaria. De salud precaria, el general retirado sufría un infarto el pasado 12 de junio e ingresaba en el Hospital Militar de Managua. Su caso constituye el enésimo capítulo de una ola represiva que se agudizó a partir de las protestas estudiantiles de 2018 (en las que murieron varios cientos de personas, según organismos de derechos humanos). El régimen vetó en 2021 a varios precandidatos presidenciales y detuvo a destacados integrantes de la Revolución Sandinista, como Dora María Téllez, la legendaria Comandante Dos, hoy en el exilio. En la cárcel de máxima seguridad de El Chipote moriría en febrero de 2022 Hugo Torres, el Comandante Uno, otro ilustre exguerrillero del FSLN. Daniel Ortega lo había encarcelado a sabiendas de que estaba enfermo. ¿Recordaría el autócrata centroamericano que Torres formó parte del comando que consiguió su liberación durante la lucha contra Somoza en los años 70?
Negocios y política
Las relaciones entre los hermanos Ortega han ido deteriorándose con el paso del tiempo. Humberto abandonó la política a mediados de los años 90. Había sido el jefe militar de la Revolución durante una década y tras la victoria de la oposición en las elecciones de 1990, Violeta Chamorro decidió mantenerlo al frente del Ejército para coordinar el desarme tras años de guerra con los mercenarios de la Contra financiados y entrenados por Estados Unidos. La influencia de Humberto Ortega dentro del entramado del Frente Sandinista de Liberación Nacional fue decisiva para que su hermano fuera nombrado coordinador de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional en 1979. Daniel continuó en la primera línea de la política en los años 90, perdió varias veces en las urnas y pactó con la Iglesia reaccionaria del cardenal Obando y con el sector derechista de Arnoldo Alemán para recuperar el poder en 2007. Un cetro del que ya no se ha vuelto a bajar. Va por su cuarto mandato consecutivo.
Cualquier voz disidente será acallada, en eso se ha convertido la Nicaragua organizada por el régimen Ortega-Murillo
Humberto, por su parte, se dedicó a los negocios y a escribir libros. Muy lejos queda ya su pasado revolucionario. Hoy se dice partidario de un "centrismo humanista", que poco o nada significa. Sus críticas al régimen le han valido los calificativos de "traidor" y "vendepatrias" por parte de su hermano, a quien, en todo caso, no cree capaz de urdir un asesinato contra él: "Daniel no es un asesino (...) Ha habido algunos que han llegado a pensar en eliminarme. De Daniel nunca lo he sabido, pero sí de gente que está con él", declaró en la entrevista con Medina.
La prisión domiciliaria de Humberto Ortega es un aviso más para navegantes. Ya apenas quedan tres o cuatro dirigentes históricos en el círculo de poder. Como Humberto, otros comandantes sandinistas se convirtieron en empresarios y críticos con el régimen. Es el caso de Henry Ruiz o Bayardo Arce. El mensaje es diáfano para todos ellos. Cualquier voz disidente será acallada. De eso se trata en la Nicaragua de Ortega y Murillo. Triste epílogo para un sandinismo que en 1979 iluminó a toda América Latina.
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