a bordo del astral
Actualizado:No hizo falta navegar mucho más para avistar la primera patera. La isla italiana de Lampedusa había quedado cuatro millas atrás cuando los prismáticos de David Lladó, miembro de la tripulación del Astral, enfocaron una barcaza con 40 personas a bordo. O eso parecía a simple vista. El mar estaba en calma, pero la embarcación iba sobrecargada y casi nadie llevaba chaleco salvavidas. Era el primer avistamiento de la 85ª misión de observación y vigilancia del Astral, el velero de la ONG Open Arms, y ni siquiera había dado tiempo a realizar el primer ensayo con el nuevo equipo que iba a patrullar el Mediterráneo central el busca de migrantes en apuros. Lladó alerta y el rescate se pone en marcha.
En la patera, uno de los ocupantes se levanta y alza en brazos a un niño. "Bambini", grita con todas sus fuerzas. Piden auxilio. En el Astral comienza el zafarrancho. Los socorristas, Gastón y Fátima, se enfundan el neopreno, se cuelgan las aletas y se colocan el casco. En cubierta, Savvas, el capitán griego del velero, empieza a dar indicaciones y a poner en marcha la grúa. La lancha rápida que aguarda en popa desciende en varios intentos con Lladó al timón mientras Tomás tensa los cabos para dirigirla recta hacia el agua. En apenas cinco minutos, el equipo ya está al lado de la barcaza repartiendo chalecos y botellas de agua y pidiendo calma a sus ocupantes. Pero en el bote no iban 40 personas, sino 72. Entre ellos cuatro niños y seis mujeres. Son todos tunecinos, una diáspora en aumento al otro lado del Mediterráneo, ciudadanos de un país en crisis económica, política y social que ya tiene décadas de experiencia en mirar hacia su vecino europeo como asidero de porvenir.
La embarcación parece estable, aunque no es más que un tosco lanchón de madera pintada de gris con un motor fueraborda y una bodega claustrofóbica y sofocante, como si hubiera sido construido exclusivamente para transportar migrantes en sus entrañas. Desde una de sus bandas, Ahmed, de 25 años, explica en un inglés entrecortado que han navegado durante más de 20 de horas, que salieron de alguna de las playas de Chebba, una localidad tunecina a unas 70 millas de Lampedusa, y que tienen hambre, porque ya pasa el mediodía y apenas llevaban unas galletas y cartones de leche. Han consumido una garrafa y media de combustible, pero aún les quedaba la misma cantidad para continuar la travesía si se desorientaban y si el motor lo permitía.
La lancha de Open Arms tiene que volver al Astral a por más chalecos y, en ese breve lapso, Esther Camps, jefa de la misión, informa de que han avistado otra embarcación con migrantes en las inmediaciones. La Guardia Costera italiana ya ha sido alertada de la situación y Lladó conduce de nuevo a toda velocidad a la vera de los migrantes con buenas noticias. "Os van a rescatar pronto. En poco más de una hora desembarcaréis en Lampedusa. Estáis en Europa", les dice el socorrista.
'Bella ciao' en el Mediterráneo
El silencio dura lo que Ahmed tarda en traducir al resto. Los brazos se levantan con la señal de victoria, hay aplausos y, por unos segundos, en el Mediterráneo se escucha un tímido Bella ciao con acento árabe. En cierto modo, ellos también son partisanos, la resistencia a la Europa fortaleza, al blindaje de fronteras, a las leyes de extranjería que les obligan a echar a cara o cruz la moneda de la vida en un cascarón de madera.
Hay quien prefiere llamarlos clandestinos, ilegales, incluso criminales. No son pocos, sobre todo en Lampedusa, la pequeña puerta hacia Europa de apenas 20 kilómetros cuadrados por la que no caben todos a la vez, la isla más al sur de Italia, el territorio de la Unión Europea más cercano a Libia y a Túnez y la que carga, "en solitario", según su propio alcalde, con la presión migratoria del país sin que la Unión Europea sea capaz de alcanzar un nuevo pacto común sobre migración y asilo.
Ahmed explica como puede que no hay alternativa. Que en Túnez no tiene nada salvo una familia cada vez más pobre
"Vamos a esperar aquí hasta que vengan a por vosotros", explica Lladó. En eso consiste la misión, en asistir a embarcaciones endebles por muy cerca que estén de la costa. "Acompañamos hasta que son rescatados para reducir riesgos en caso de naufragio, porque puede ocurrir en cualquier momento", apunta mientras dirige la lancha rápida. De hecho, pasa con frecuencia, aunque ya se vea desde la patera el inmenso acantilado de la isla, el aún lejano espejismo de la tierra prometida.
A Lladó no se le olvida que tan solo a 800 metros de esa orilla, un pesquero con más de 500 personas volcó en 2013. "Estaban ya a punto de tocar tierra", recuerda. Hubo más de 300 ataúdes llenando de fúnebres líneas rectas un hangar de Lampedusa, muchos féretros blancos y algunos lazos negros en las banderas europeas que ondearon a media asta al día siguiente. Pero el drama sigue como ellos, a la deriva en aguas del Mediterráneo, y no hace tantos días que la isla volvió a recibir otro pesquero atestado con 539 migrantes que hubo que desembarcar de urgencia por riesgo de zozobra.
Ahmed explica como puede que no hay alternativa. Que en Túnez no tiene nada salvo una familia cada vez más pobre, cada vez más desesperada, que allí no hay trabajo ni para él ni para las más de 14.500 personas que han zarpado desde sus playas y llegado a Italia en lo que va de año, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), que alerta del repunte de este año en la ruta.
"Traficantes de carne humana"
Pero no hay tiempo para más explicaciones. El Astral avisa por radio a la lancha de que los guardacostas italianos no están muy contentos con la entrega de chalecos, a pesar de que el trasbordo de personas entre embarcaciones es uno de los momentos con más riesgo en un rescate. Ordenan que la lancha y el velero se retiren a más de una milla. No los quieren cerca de la operación, ni tampoco de la que efectuarán minutos después, con la otra embarcación avistada desde por el Astral. No son los únicos que recelan de la presencia de la ONG. Mientras Savvas da indicaciones de la posición a los guardacostas, el rugido de un velero sin identificar se cuela por la radio. "Traficantes de carne humana. Mercenarios", brama la emisora. "Ya veis, esto se parece mucho a Twitter", bromea la jefa de misión. El discurso anti ONG de Salvini sigue aún muy presente en grandes sectores de Italia.
Los guardacostas recatan al segundo bote y, minutos después, la embarcación de la Guardia di Finanza pasa con otro grupo de rescatados a bordo. El día está siendo intenso y no se espera que haya un respiro. Apenas ha dado tiempo a probar bocado en el Astral cuando otra patera se dibuja en los prismáticos. Son 17 chavales que, a primera vista, no superan los 20 años.
El discurso anti ONG de Salvini sigue aún muy presente en grandes sectores de Italia
Uno de ellos, sin camiseta, no da abasto achicando agua con un cubo desde el interior de la barquilla de pescadores que los lleva. La operación de asistencia se repite, pero el motor de los chicos sigue funcionando, y Lampedusa solo está a unas diez millas. No tienen pensado parar, no se ven en una situación de peligro, aunque sí lo están y, por un momento, parece que van a llegar a tierra. La lancha rápida se aproxima cargada de chalecos y se coloca a su altura.
"Venimos de Chebba. Llevamos tres días de viaje y delante de nosotros han salido otras tres o cuatro barcas", grita uno de ellos. En la distancia corta, puede adivinarse que varios de ellos son menores de edad. No está claro si es temeridad o inconsciencia lo que les empuja adelante. Lo único que puede hacerse es escoltarlos hasta que la Guardia Costera los ponga a salvo, explica Lladó. "Tienen bastante agua dentro y si se paran para coger chalecos puede empezar a hundirse en el momento", matiza. Pero los guardacostas no llegan hasta que Lampedusa queda a siete millas, más de media hora después del aviso.
Un final anticipado
De vuelta al Astral, el capitán Savvas no tiene buenas noticias. Uno de los dos motores no refrigera bien. El conducto que debería mover agua dulce ahora está lleno de aceite usado. La misión podría continuar si no fuera porque el jueves se espera un temporal que elevará olas de dos metros durante varios días. "Tenemos que volver a puerto, es una reparación delicada y no podemos arriesgarnos a que la tormenta nos coja sin los motores en buen estado", explica cabizbajo.
"En cinco años, esta es la primera misión que tiene que suspender el Astral", lamenta el capitán
El desánimo cunde en el puente del barco, saben que son días de muchas llegadas, que el éxodo va a seguir con el mismo ritmo que durante la misión anterior, cuando asistieron a más de 200 personas, al mismo ritmo que esta primera y última jornada de rescates, con la misma intensidad que este 2021 que ya ha dejado casi 40.000 migrantes en Italia procedentes de Libia y Túnez, 5.000 más que en todo el año pasado, más del triple que en todo 2019, sin contar las más de 22.500 personas interceptadas en medio camino por los guardacostas libios en lo que va de año.
"Todavía no me lo puedo creer. En cinco años, esta es la primera misión que tiene que suspender el Astral", lamenta Savvas mientras pone rumbo al puerto de Badalona. La misión ha concluido con dos intervenciones y casi 90 personas puestas a salvo por la ONG. En Lampedusa, lugar de desembarco por excelencia para los antiguos griegos, romanos, fenicios y bereberes, han desembarcado este miércoles 305 personas. Seguirán llegando durante los próximos meses, aunque ahora hay un barco menos al que pueden pedir auxilio.
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