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La ONU no garantiza el final del tenebroso túnel en Siria

Un alto el fuego a partir de enero y el inicio de un proceso para llevar la democracia a Siria son los puntos principales de la resolución 2254 aprobada por el Consejo de Seguridad. Sin embargo, los obstáculos que hay en el camino son enormes y no permiten mirar el futuro con optimismo.

Un civil observa un lugar golpeado por un ataque israelí, en el barrio de Jaramana en Damasco, Siria. REUTERS/Omar Sanadiki

EUGENIO GARCÍA GASCÓN

JERUSALÉN.- La resolución 2254 que adoptó el viernes en Nueva York el Consejo de Seguridad de la ONU no garantiza el final de la cruenta guerra civil que en casi cinco años ha causado la muerte de más 250.000 sirios y el éxodo de millones de civiles, tanto al exilio como a otras zonas menos inseguras del país.

Aun así, la resolución enciende una pequeña luz de esperanza que según algunos diplomáticos ha sido posible gracias a la intervención militar de Rusia en Siria, que se inició hace 80 días, y a una implicación más intensa de Teherán, circunstancias que han restado protagonismo a otras partes en conflicto, principalmente a Arabia Saudí.

De hecho, la última reunión comenzó en Nueva York con una hora de retraso debido a los contactos de último momento entre el secretario de Estado, John Kerry, y su homólogo ruso, Sergei Lavrov, y los diplomáticos iraníes. Fue en estas reuniones a puerta cerrada donde se confirmó el texto definitivo.

La primera resolución del Consejo de Seguridad contiene dos aspectos importantes. En primer lugar, y muy a pesar de Estados Unidos y sus aliados, el Consejo de Seguridad deja abierta la puerta para que el presidente Bashar al Assad continúe en Damasco de manera indefinida, es decir por lo menos durante el periodo transitorio.

Y en segundo lugar permite la creación de un mecanismo para determinar qué organizaciones se descartan para la transición por considerarse terroristas, un punto que ni mucho menos se ha resuelto. Se ha asignado a cuatro países la misión nada fácil de determinar quién es y quién no es terrorista. Estos cuatro países son Rusia, Irán, Francia y Jordania.

La resolución establece la proclamación de un alto el fuego a partir de enero y la inmediata negociación entre el gobierno y la oposición para establecer, en el plazo de seis meses, un ejecutivo de transición del que, como ya se ha dicho, no estará excluido Assad. Una vez dado este paso se deberán convocar elecciones en el plazo de 18 meses contando ya con una nueva Constitución.

El primer obstáculo que deberá superarse es, naturalmente, la definición de qué es un grupo terrorista. Jordania ha censado nada menos que 167 organizaciones terroristas en Siria, y lógicamente no todo el mundo está de acuerdo en la definición. No solo hay desacuerdos entre Irán y Estados Unidos, como era de esperar, sino también entre Estados Unidos y Turquía por ejemplo, ya que Ankara quiere incluir en la lista negra a los kurdos del Partido de la Unión Democrática, que, sin embargo, reciben una cuantiosa ayuda financiera y militar de Washington.

Las divergencias entre las partes se dan en simples cuestiones de vocabulario. Los occidentales y sus aliados hablan del “régimen sirio” mientras que Rusia e Irán se refieren al “gobierno de la República Árabe Siria”. Los rusos y los iraníes no se cansan de denunciar el “terrorismo” mientras que Washington evita este vocablo en la medida de lo posible y tan solo lo utiliza metódicamente cuando se refiere al Estado Islámico.

El secretario de Estado John Kerry, junto al Secretario General de las Naciones Unidas Ban ki-Moon, habla con el ministro de Exteriores ruso Sergey Lavrov, antes del inicio de la reunión sobre Siria, en Nueva York. REUTERS/Jewel Samad/Pool

El secretario de Estado John Kerry, junto al Secretario General de las Naciones Unidas Ban ki-Moon, habla con el ministro de Exteriores ruso Sergey Lavrov, antes del inicio de la reunión sobre Siria, en Nueva York. REUTERS/Jewel Samad/Pool

El alto el fuego que debe entrar en vigor en enero no afecta ni al Estado Islámico ni al Frente al Nusra, el brazo de Al Qaeda, pero tampoco incluirá a decenas de grupos de mayor o menor tamaño que obran a título más o menos personal y que tienen intereses propios, lo que arroja dudas sobre el alcance real que tendrá.

Otro obstáculo que debe resolverse pronto es la elección de los miembros de la oposición que representarán a los insurgentes en la negociación con Damasco. Teniendo presente la naturaleza de la oposición, todo indica que no será tarea fácil satisfacer a todos los insurgentes.

Hay un punto de ingenuidad entre quienes creen que es posible crear un sistema democrático de corte occidental en Siria de la noche a la mañana, una idea que los ideólogos neoconservadores exportaron a Irak en 2003 y que en seguida se manifestó nefasta. Y es que teniendo en cuenta la materia prima que hay sobre el terreno, la angelical idea de exportar la democracia simplemente se revela como descabellada.

La resolución aprobada en Nueva York no fue acogida ni con frío ni con calor en Damasco, lo que significa que Bashar al Assad es escéptico con respecto a la idea. El embajador sirio en la ONU habló el viernes de que su país se va a tomar “seriamente” la 2254, pero aunque sea así, parece muy improbable que prospere la resolución.

A estas alturas, y máxime después de la intervención rusa, está claro que ninguna de las partes en conflicto cuenta con la suficiente fuerza militar para aplastar al enemigo, de ahí que la resolución haya despertado algunas expectativas. Con todo, arrojar las campanas al vuelo precipitadamente está fuera de todo realismo.

En consecuencia, la resolución 2254 se presenta como de difícil aplicación. Naturalmente, es necesario hacer algo para acabar con el conflicto sirio cuanto antes, pero de la misma manera que han sido necesarios casi cinco años para que el Consejo de Seguridad tome cartas en el asunto, nada garantiza que la resolución vaya a resolver el conflicto en los plazos previstos.

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