Barack Obama ha vuelto al cole. Literalmente. Y ha comprobado que le va a costar aprobar las asignaturas que dejó para el otoño. El presidente estadounidense pronunció este martes en un centro escolar de Arlington, Virginia, lo que debía ser un discurso bastante inocuo animando a los chavales, en su primer día de clase, a estudiar, perseverar, asumir sus responsabilidades y contribuir al sueño americano, un discurso que debía haber pasado desapercibido.
Eso era sin contar con la crispación política que ha desatado el debate sobre la reforma sanitaria y que ha envenenado el enfrentamiento entre demócratas y republicanos durante el descanso parlamentario de agosto.
Antes incluso de conocer el contenido de la intervención, grupos ultraconservadores acusaron a Obama de politizar las aulas y llamaron a un boicot masivo. La Casa Blanca se vio obligada a colgar el texto en su página web, un día antes, para tranquilizar a ciertos padres. Aún así, algunos centros eligieron no retransmitir las palabras presidenciales.
Éste es el ambiente de la rentrée política estadounidense, que empieza realmente mañana, con un discurso formal de Obama ante la nación y ante el Congreso, reunido excepcionalmente en sesión conjunta por primera vez desde los atentados del 11-S.
El tema, por supuesto, será la reforma del sistema de salud pública, el pedrusco legislativo que amenaza con socavar seriamente la presidencia de Obama.
Las cosas no han avanzado mucho durante el mes de receso legislativo. Más bien todo lo contrario. Los republicanos han logrado sembrar dudas en una opinión pública siempre reacia a una intervención gubernamental, y en este momento el plan no goza de mucho apoyo. De ahí que Obama intente retomar la iniciativa.
La Casa Blanca lucha en varios frentes: el republicano pero también el demócrata. Los más conservadores se oponen a un nuevo gasto público la factura podría superar el billón de dólares en los próximos 10 años y los más radicales aseguran que se desmarcarán de un plan demasiado blando.
En este momento circula un borrador, elaborado por el presidente del Comité Financiero del Senado, el demócrata por el estado de Montana Max Baucus, que no incluiría un sistema de salud público alternativo propiamente dicho, sino una serie de cooperativas sin ánimo de lucro. Reduciría la factura en 880.000 millones pero también limitaría el número de personas que podrían acogerse al plan a 17 millones, en vez de los 47 en las que pensaba Obama.
La muerte del senador Ted Kennedy no ha facilitado la cosa. Además de su peso moral, la desaparición del senador deja a los demócratas sin los votos necesarios en la cámara baja (60 de 100) para aprobar una ley sin debate.
Obama no puede enemistarse del todo con los republicanos, los necesita para otra guerra, la de Afganistán, su otra gran asignatura del otoño. En las próximas semanas, el presidente deberá decidir si refuerza el contingente estadounidense tal y como se lo ha pedido el general Stanley McChrystal, comandante de las fuerzas de la OTAN en la zona. Las opciones varían entre 15.000 y 45.000 nuevos soldados que se sumarían a los 68.000 ya desplegados.
Afganistán tampoco cuenta con el apoyo de la opinión pública más preocupada, como el resto de las opiniones públicas del mundo, en superar la crisis económica. Por mucho que diga Washington, que multiplica los mensajes de optimismo y de 'final del túnel', la recuperación es lenta, el paro alcanza ya el 9,7%, se espera que llegue al 10% antes de finales de año y los estadounidenses no alcanzan a entender de qué han servido los 787 millones de dólares del paquete de emergencia.
En política exterior, la rentrée diplomática tendrá lugar la cuarta semana de septiembre, con la primera intervención de Obama ante la Asamblea General de la ONU y, sobre todo, unos días más tarde, el 24, como anfitrión de la cumbre del G-20 en Pittsburgh. Ahí enunciará su nueva política hacia Irán, pues se acaba el plazo de su oferta de diálogo. Especialmente ante el total estancamiento de las negociaciones entre la Organismo Internacional para la Energía Atómica y Teherán.
Y para rematar el regreso de vacaciones: Guantánamo. El presidente prometió que cerraría la cárcel a finales de este año. Quedan cuatro meses y 228 prisioneros por transferir y, de momento, ninguna solución a la vista.
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