En el templo budista birmano de Singapur, huele a incienso y se escuchan los susurros de los fieles rezando frente a un Buda dorado gigante. Pero la tranquilidad habitual de este templo, punto de encuentro de la numerosa comunidad birmana de esta ciudad, se ha visto perturbado esta semana por las tareas de recogida de ayuda humanitaria para las víctimas del ciclón Nargis.
'En un día, hemos recogido 40.000 cajas', dice Min Lwin Oo, un ingeniero birmano, empleado en una constructora de Singapur, mientras supervisa cómo una veintena de monjes descalzos y con las túnicas azafrán empapadas de sudor carga un camión aparcado frente al templo con cajas y bolsas.
Contienen desde ropa de segunda mano y comida enlatada, a juguetes y ollas de latón: muchas son donaciones de la comunidad birmana de Singapur, que asciende a 100.000 personas. 'Enviamos la ayuda en barco, a través de particulares y contactos con redes de empresas comerciales', dice Min. Enviar ayuda por la vía oficial 'es imposible' porque la Junta militar sigue imponiendo restricciones a la entrada de ayuda humanitaria, incluso si procede de ONG locales.
En lugar de enviar ayuda, Thu Zar, directora de la Asociación de Empresas Birmanas en Singapur, prefiere enviar dinero y que sus contactos en el país compren allí arroz. 'Es la única manera de garantizar que la comida llegue a los afectados', dice Thu.
Cajas lanzadas desde el coche
'No podemos esperar. La gente necesita ayuda inmediatamente', dice Nyi Nyi, de 32 años. La escasez de alimentos, agua potable y el deterioro de las condiciones sanitarias han agravado la situación en el delta del río Irawadi, donde podrían haber muerto más de 100.000 personas.
El 40% de los fallecidos son niños, según la organización Save the Children. Nyi almacena las cajas de ayuda en una habitación repleta de libros escritos en birmano y decorada con pósteres de Aung San Suu Kyi, líder de la oposición birmana, en arresto domiciliario en Rangún.
Las cajas se han entregado a birmanos que regresaban al país, y serán repartidas por particulares para evitar que el contenido sea confiscado por los militares. 'Lanzan las cajas por la ventanilla del coche, sin detenerse', explica Nyi. Sabe algunos casos en que los militares llegaron a arrebatar el arroz donado de las manos de las víctimas.
'No podemos confiar en nuestro Gobierno', dice Nyi. Gracias a la radio y el boca a oreja, 'la población sabe que la Junta está bloqueando la ayuda humanitaria', dice Nyi. Pero no espera que se produzcan revueltas violentas, como las que ocurrieron en Rangún en septiembre del año pasado.
'La gente sólo piensa en cómo sobrevivir', dice Min. Hijo del director de un periódico oficial de Rangún, Min goza de buenas conexiones sociales en su país, pero no piensa volver. Al menos, en Singapur puede decir con total libertad que 'viene de Birmania' y no de 'Myanmar', el nombre impuesto por la Junta Militar a su país. 'Sólo un milagro puede sacar a los militares del poder', dice Min.
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