Con su contagiosa risita de pillín, el arzobispo surafricano y Nobel de la Paz Desmond Tutu, figura histórica de la lucha contra el racismo en su país, vierte guasa y bondad por donde pasa. Esta semana ha estado en Londres, animando a ser idealistas a los jóvenes de One Young World, una plataforma para fomentar el compromiso de los veinteañeros. El arzobispo habló con Público sobre el 20 aniversario, que se celebra hoy, de la puesta en libertad de Nelson Mandela, que pasó 27 años encarcelado por el régimen del apartheid.
¿Qué balance hace de estos 20 años en Suráfrica?
No se puede hacer balance ni poner valor a la libertad de las personas ni a la dignidad humana. Ahora somos libresja, ja, ja
¿La transición, hasta que Mandela fue elegido presidente en 1994, y el período posterior gobernado por el Congreso Nacional Africano (ANC), se desarrolló tal y como usted pensaba hace dos décadas que ocurriría?
Lo más importante es que somos libres, aunque las cosas en estos años no han ido siempre tan bien como esperábamos; hay mucha pobreza y demasiada violencia. Durante los años de la transición, las relaciones entre las autoridades del apartheid y los políticos pasaban altos y bajos. En el ANC también hay sus más y sus menos. Mandela logró mantener el pulso y la unidad del país. Ha ido todo muy deprisa. ¡Jesús! Veinte años, y yo me siento joven a punto de cumplir 79 años ji, ji, ji...
¿Qué hacía usted por estas fechas hace 20 años?
Trabajaba en la catedral de Sant George de Ciudad del Cabo [un nido y púlpito contra el apartheid], que tenía a mi cargo. Aquellos días de febrero [de 1990] en la congregación había más blancos que negros; el día 2 [el ex primer ministro] Frederik W. de Klerk anunció en el Parlamento el cambio político y la inminente liberación de Nelson Mandela.
El primer discurso en público que dio Mandela, tras 27 años encarcelado, lo hizo desde la casa de usted. ¿Cómo fraguó usted aquella intervención?
Fue muy emocionante. Cuando él salió de la cárcel, todos esperábamos algunas palabras, pero se plantearon cuestiones de seguridad para que hiciese un discurso público en la puerta de la prisión, así que me tocó a mí decirle que si no venía a mi casa y hablaba públicamente, nadie creería, con absoluta certeza, que era un hombre libre. Llegó y allí dijo aquello de que estaba sorprendido por la gran cantidad de blancos que le esperaban.
¿Cómo ve hoy a Mandela?
Es un icono de la reconciliación de los surafricanos y del mantenimiento de la unidad del país. Cuando voy por el mundo lo confirmo en todas partes. En momentos de nuestra historia reciente, muchas personas auguraban la desintegración de Suráfrica. Mandela ha hecho posible que esa desintegración no ocurriese, ha mantenido la unidad.
¿Contribuyó que le otorgaran el Premio Nobel de la Paz en 1984 al fin del apartheid?
He sido afortunado en algunas cosas que he hecho, pero yo soy muy consciente de que no son logros personales, sino corporativos o colectivos. El Nobel de la Paz, por ejemplo, me lo dieron porque tengo un nombre fácil, Tutu, y una nariz grande, pero en realidad el destinatario del premio no era yo, sino los cambios que se producían en Suráfrica en aquel momento.
¿La Comisión de la Verdad y la Reconciliación fue un encargo casi personal de Mandela a usted?
Nada es personal en los cambios políticos. Ha sido un logro de Mandela, que yo me encargué de llevar a cabo como presidente de la comisión. Fue necesaria para la esperanza de muchas personas. Había que abrir las heridas para curarlas bien porque si no se curan bien, nunca acaban de cicatrizar.
En Irlanda del Norte, usted sentó en la misma mesa a asesinos y familiares de sus víctimas para un programa de televisión de la BBC. ¿No funcionó allí una comisión?
En Irlanda del Norte fue increíble ver el coraje de algunas personas dispuestas a mirar a la cara a los autores de la violencia. El proceso de cura es el mismo en todas partes al margen del formato. Hay que intentar sanar las heridas.
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