'Nos hará sufrir hasta el final, ese es su estilo', pronosticaba Asharaf una hora antes de que Hosni Mubarak apareciera en televisión sin saber hasta qué punto acertaría su temor. Mubarak se vistió ayer de Nerón y decidió, a su manera, incendiar Egipto. El presidente anunció lo que nadie esperaba: que no dimite y que se queda en el poder. La reacción de los manifestantes en la plaza Tahrir fue furibunda: '¡Vamos al Palacio Presidencial!'
Parecía imposible que una persona hubiera creado tanta rabia en unos minutos. Se esperan horas muy delicadas para Egipto tras la provocación que supuso el mensaje a la nación de Mubarak. Para hoy, día de las oraciones, se espera otra manifestación masiva. 'El país va a explotar', advirtió ayer Mohamed el Baradei, una de las cabezas de la oposición, e instó al Ejército a evitar lo peor.
El desliz de la CIA adelantando su intención de dimitir le dio la justificación
Todo indicaba que 17 días de protestas iban a terminar ayer con 30 años de mano de hierro. Pero tras dos semanas viendo cómo el pueblo le insultaba y pedía su salida del país, el rais les tenía reservada su penúltima venganza. Mubarak torturó un rato a los espectadores, se gustó hablando sobre su nueva facultad para escuchar a los jóvenes egipcios y jugó con su ansiedad dejando lo peor para el final.
Al acabar el discurso resultó estremecedor ver la rabia que se extendía por la plaza. Para completar el incendio, el vicepresidente Omar Suleimán compareció ante los medios para pedir a los manifestantes que volvieran a casa y no vieran los canales internacionales. Suleimán calificó la situación de 'momento decisivo' y aseguró que 'la puerta está abierta a más diálogo', pero advirtió de que Egipto 'no será arrastrado al caos, ni los egipcios empleados como instrumentos de sabotaje'.
Mubarak había anunciado un nebuloso traspaso de poderes a Suleimán, sin fecha, y recordó que se había comprometido a no presentarse a las próximas elecciones, dando a entender que piensa seguir en el cargo hasta entonces. La zorra se queda cuidando el gallinero, y para ello utilizó ayer el argumento patriótico.
El Baradei advierte de que 'el país va a explotar' con la gran marcha de hoy
Refiriéndose a las presiones de Washington, Mubarak proclamó en tono altanero: 'Nunca aceptaré imposiciones del extranjero'. Horas antes, Leon Panetta, el director de la CIA, había escrito otro capítulo bochornoso para el historial de la Agencia. Ante el Congreso afirmó: 'Hay fuertes indicios de que el presidente egipcio dimitirá esta noche'.
Las palabras de Panetta y todas las informaciones difundidas durante la tarde llenaron de ilusión a los manifestantes egipcios. Parecía que la revuelta popular por fin iba a pasar a grado de triunfante revolución. Hasta el Ejército había afirmado a los manifestantes que 'todas sus demandas van a ser aceptadas'. La gente se lo creyó, se subió a los carros blindados y se hizo fotos con unos soldados que volvían a ser amigos.
'Estoy en shock y no me puedo ni enfadar', reconoce un manifestante
Algunas de las frases de Mubarak suponían insultos a la inteligencia de los manifestantes: 'Estoy orgulloso de vosotros, los jóvenes de Egipto, por vuestra búsqueda de un futuro mejor'. Tras presentarse 'como un padre que habla a sus hijos' dijo: 'Todos esos mártires no han muerto en vano. Investigaremos lo sucedido y los responsables serán castigados'. Volvió a recordar sus hazañas militares, todos sus sacrificios por Egipto, donde dijo que piensa morir.
Pero en la plaza durante todo el día se gritaron las consignas contra el Gobierno. 'Al shaab yorid esqaat el nezam!' ('¡el pueblo quiere que el régimen caiga!'), rugía la plaza. Ese ha sido el principal cántico opositor de los últimos días.
Su hijo menor, destinado antes de la revuelta a heredar el cargo, también fue recordado anoche. 'Cuéntanos Gamal, papá es un ladrón, ¿verdad?', coreaba una veintena de egipcios apiñados dentro de una tienda de campaña. La voz cantante la llevaba un joven con un altavoz y el resto repetía las rimas versionando canciones populares árabes en las que siempre se incluían consignas contra Mubarak.
Amna Shawkat consultaba una versión impresa de la Constitución egipcia. 'Estoy leyendo la parte en la que hay que tener a tu partido registrado durante un periodo de cinco años para poder presentarte a las elecciones', decía la egipcia de 29 años. Todos estaban interesados en saber qué tipo de chapuza iban a hacer en el Gobierno para traspasar el poder al vicepresidente Suleimán. 'Estoy superansiosa', reconocía Nora, junto a una de las tiendas de campaña. A su lado estaba su madre, Frekeia. 'El régimen pensaba que éramos unos ignorantes y le hemos dado una bofetada', sostenía Frekeia. 'Estoy muy orgullosa de esta generación, la de los chicos de Facebook, que ha dado una lección a la nuestra que no fuimos capaces de levantarnos', decía la madre.
El optimismo inundaba la plaza antes de la intervención de Mubarak. 'Entramos en una nueva era, no sé cómo será pero seguro que es mejor', decía Nasser Zamel, un profesor de yoga de 27 años. Después del discurso todo cambió para Nasser: 'Estoy en shock y no me puedo ni enfadar. Ha sido tan decepcionante Es exactamente lo que no quería que pasara. Lo único que ha logrado es que mañana venga más gente'.
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