Hablar del euro levanta pasiones. En especial, entre economistas ilustres y autoridades políticas. Tanto dentro de Europa como, y por encima de todo, en el mundo anglosajón. Porque la divisa común siempre ha estado en el disparadero.
En el intervalo entre su alumbramiento en los mercados y su puesta en circulación, una maniobra conjunta y multimillonaria de compra masiva de euros por parte de los grandes bancos centrales mundiales sostuvo su cotización cerca de la paridad con el dólar y logró reanimar al neonato. Fue el primer mal augurio. Y todo un acicate para las tesis negacionistas del euro que pregonan desde el Nobel Robert Mundell, al maestro de Paul Krugman, el alemán de nacimiento y americano de adopción, Rudi Dornbusch, pasando por otros economistas de prestigio como Peter Kenen, Tamim Bayoumi o, por supuesto, Milton Friedman, el padre de los Chicago Boys. Incluso desde fechas más recientes, el también Nobel y keynesiano Joseph Stiglitz. Todo ellos alertaron, en mayor o menor medida, sobre el deficiente proceso de convergencia previo a la UEM y los problemas que se derivarían, en su periplo vital, por desajustes fiscales descontrolados.
La Comisión ha respondido a la coexistencia pacífica de Macron y Merkel con propuestas de un presupuesto común, un Tesoro y un FMI europeos
Pero varias décadas y una profunda crisis financiera y económica después, el euro sigue latiendo. No sin dificultad. A pesar de las múltiples batallas que le plantea el mercado y de la ausencia de líderes europeos con capacidad para restablecer las constantes vitales a uno de los endémicos enfermos económicos globales. Con permiso de Japón.
Hasta ahora. Porque el ascenso al Elíseo de Emmanuel Macron y la más que probable victoria electoral de Angela Merkel, en septiembre, en Alemania, puede ser la última baza del euro. Divisa que no sólo ha salido airosa, en los últimos meses, de la afrenta del dólar fuerte decretada por Donald Trump. Sino también de la no menos dolorosa declaración de guerra de la libra, tras la declaración oficial del Brexit. Y de sus propios asuntos internos. Entre otras razones, por la derrota de Marine Le Pen en Francia y Geert Wilders en Holanda, que se entregaron a promesas de salida de la UEM; por el momentáneo freno al euroescepticismo en Italia y a la asumida bancarrota de su sector financiero, con 20.000 millones de euros en el disparadero, o por la eterna tragedia del rescate tutelado de la deuda griega.
Terapia de choque
Es como si el euro se resistiera a morir. Lejos de hundirse, su cotización frente al dólar, la libra o el yen, vive episodios coyunturales de gloria. Como los de esta semana.
Quizás estos vientos favorables han alentado el road map que la Comisión Europea acaba de proponer para superar los pecados originales del euro. Cambios tan cacareados desde su concepción como esenciales, a día de hoy, para consolidar su existencia futura. Pero que podrían encallar si la dupla Macron Merkel no aprovecha el recorrido inicial del trayecto para consensuar la arquitectura definitiva de la divisa: o un formato federal, con competencias específicas en el ámbito europeo y nacional, como le gustaría a Alemania, república con este formato constitucional, o una confederación de Estados, la evolución natural de la unión actual, aunque con mayores concesiones de soberanía para abordar, desde la órbita europea, los retos de la divisa común, y que sometería el gobierno del euro a las siempre acuciantes deliberaciones y compleja toma de decisiones entre los socios monetarios. Tesis que defiende Francia, país con un sello especial de centralización territorial.
El Presidente francés Emmanuel Macron y la canciller alemana Angela Merkel escuchando los himnos nacionales durante un acto en la Cancillería de Berlín REUTERS/Fabrizio Bensch
De momento, la Comisión se decanta por reformas de gran trascendencia. Entre otras terapias de choque, reclama un presupuesto común con instrumentos financieros para captar inversión privada y garantizar fondos públicos, reaseguros de empleo y un fondo anticrisis al que se le dota de poder de endeudamiento. Subrepticio, pero permitido.
El presupuesto europeo es el primer paso hacia la paulatina homogeneización fiscal, pero también laboral de la UEM. Es decir, hacia la equiparación con la Reserva Federal, que fija la política monetaria de EEUU con dosis de convergencia económica inimaginables, en la mayoría de edad del euro, para el BCE. Otra de las transformaciones en ciernes es la creación de un Tesoro único. Idea que fue lapidada … ¡por Margaret Thatcher en 1991, en Maastricht! como aval al cheque británico. Sin ni siquiera formar parte de la incipiente UEM.
Bruselas quiere solventar este fracaso histórico con un ente al que se le encargaría la emisión de eurobonos y la gestión del presupuesto. Eso sí, este primer paso mutualizador, el gran repelente en Alemania durante la crisis, se consumará en 2025. Bajo la supervisión de un ministro de Finanzas del euro, que sustituiría al presidente del Eurogrupo y que tendría que rendir cuentas a la EuroCámara. En sus manos, además, tendría la opción de un Fondo Monetario Europeo, surgido a través del MEDE o Mecanismo Europeo de Estabilidad, la institución surgida durante la crisis para facilitar las ayudas financieras a socios en dificultades.
Como remache final, el Ejecutivo comunitario deja abierta la puerta a los eurobonos. El dolor de cabeza de Berlín, incapaz de encontrar argumentos lógicos a sus exigencias de austeridad hacia el Sur sin claudicar en un punto, la comunitarización de las deudas soberanas de sus socios bajo el manto protector del bund alemán, pese a ser el colofón de la unión bancaria. La pretensión de Bruselas es relegarlos más allá de 2019. Aunque advierte sin tapujos a Alemania de que las emisiones conjuntas de deuda resultan esenciales para gestionar el rampante endeudamiento de los socios periféricos de la UEM. Bajo el principio motriz de la solidaridad que está asociado al club comunitario. Dicho de otro modo: compartiendo riesgos sistémicos.
El tándem Macron-Merkel
No parece casual que el planteamiento reformista de la Comisión haya surgido a las horas del polémico carrusel de Donald Trump por Europa. O en plena campaña electoral británica, con el Brexit duro, que defienden los tories, o blando, del laborismo de Jeremy Corbyn, como telón de fondo del adelanto de los comicios que decretó la conservadora primera ministra, Theresa May. Los desplantes de Trump a cuenta de las contribuciones europeas a la OTAN; a la plena libertad comercial del Viejo Continente, en general, y al “tramposo” superávit alemán, en particular, y su decisión de sacar a EEUU de la agenda contra el cambio climático, en paralelo al dubitativo, pero seguro seguimiento que May le ha declarado a su homólogo americano en estos asuntos, ha terminado por agotar la paciencia de Merkel y Macron.
“El mundo no es seguro y no deberíamos contar con nadie más para que lo arregle por nosotros”
Al unísono, han proclamado el distanciamiento del bloque anglosajón, históricos aliados de la UE. Aunque también de Rusia, su vecino nuclear del Este. Merkel ha hecho una lectura correcta de la deriva de EEUU y Reino Unido y ha llegado a afirmar que “los europeos tenemos que tomar las riendas de nuestro destino”, porque “los tiempos en los que podríamos depender de otros, en cierto modo, han terminado”. Fue su conclusión del periplo de Trump y de la flema británica de May.
El desplante, en las formas, de Macron al presidente estadounidense, con su efusivo saludo inicial a Merkel en la cumbre de la OTAN, y en el fondo, a Vladimir Putin, a quien criticó en Versalles, por el intervencionismo ruso en Ucrania, sobre el que Europa estará “en vigilancia constante” y al que acusó de emplear “agentes de influencia y propaganda” para interferir en la contienda electoral que le llevó a la presidencia de Francia, también reflejan que el eje francés está comprometido en los cambios en la UE y, en especial, en el euro.
El dúo Merkel-Macron quiere resituar a Europa como centro global del soft-power -defensa del multilateralismo y de la resolución diplomática de conflictos-, precisamente cuando Washington ha abandonado esta estrategia con la salida de Barack Obama. Para ello, cuentan con un tupido colchón político.
La irrupción de Macron coincide con un consenso político en Alemania de transformar el euro antes de que llegue la próxima crisis
Macron acaba de acceder al Elíseo y tiene por delante toda una legislatura para desarrollar su nuevo paradigma, en su país, y desde Europa. Permanece a la espera de si su novel formación, En Marche, logra el respaldo suficiente en los inminentes comicios legislativos, para acelerar sus reformas.
Merkel, por su lado, tiene el pleno apoyo, no sólo de la CDU y su hermana bávara, la CSU, sino también del SPD, liberales y Verdes. Todos sus contrincantes tradicionales han hecho causa común con las proclamas europeístas de la canciller.
Fuera de sus países, socios como Holanda, también han avanzado su involucración en “el nuevo impulso” que Berlín y París desean dar a la construcción europea y al euro, en plena sintonía con las directrices marcadas por Merkel. “El mundo no es seguro y no deberíamos contar con nadie más para que lo arregle por nosotros”, precisó su jefe de la diplomacia, Bert Koenders, antes de enfatizar que “debe hacerse desde los valores europeos y centrándonos en nuestros propios intereses”. Las voces más discordantes proceden, sobre todo, de socios poco euro-entusiastas del Este como Polonia o Hungría.
Aportaciones del eje a la causa del euro
La secuencia del euro promete modificarse con relativa urgencia. Merkel señaló que el estado actual de debilidad de los lazos transatlánticos no debe detener a Europa de su camino, mientras el presidente del BCE, Mario Draghi, en la misma línea, expresó su convicción de que el creciente y peligroso proteccionismo estadounidense “no repercutirá en la gestión monetaria del euro”, enfocada hacia la reducción y a la decisión final sobre la prórroga o conclusión del programa de compra de bonos, que asciende a 2,3 billones de euros.
Si bien la declaración más contundente ha partido de la Comisión, donde se incide en que Europa no puede permitirse el lujo de reforzar la zona del euro en una próxima crisis financiera. Un mensaje cargado de razón. Y de vigente actualidad.
La dirigente del Banco Santander, Ana Mría Botín, llega a una rueda de prensa tras el anuncio de la compra de Banco Popular por la entidad REUTERS/Juan Medina
La reciente adquisición, por un euro, del Banco Popular por parte del Santander deja claro que la tormenta sistémica no ha remitido por completo. Casi un año de caídas bursátiles de la quinta entidad bancaria española, meses de una gestión renovada pero incapaz de suturar los problemas de liquidez del banco, con un agujero de más de 8.000 millones de euros, por el que ha tenido que pedir ayuda diaria a la Provisión de Liquidez de Emergencia (ELA, según sus siglas en inglés) del BCE hasta cerrar la oferta de Ana Patricia Botín, sin respuesta de los reguladores españoles hasta que el emisor europeo, pone en entredicho la solidez real del mapa financiero del euro.
En esencia, porque el foco de emergencia se había puesto sobre los italianos Monte dei Paschi di Siena y, en menor medida, UniCredit e, incluso, sobre el Deutsche Bank. Pero, sobre todo, porque el Popular superó los, en principio, exigentes stress-test del BCE -pese a acumular 36.000 millones en activos inmobiliarios tóxicos-, y su defunción ha sembrado un mar de reclamaciones entre los clientes que dudan de la viabilidad de sus créditos y 300.000 accionistas que han perdido sus cuentas de valores.
Las normas bancarias europeas no contemplan aún las secuelas sociales de estas operaciones. La decisión de la junta del Mecanismo Único de Supervisión (MUS, parte del BCE) de considerar al Popular -la entidad con la que inaugura su protocolo- como “inviable”, evita el rescate directo. Pero revela que su procedimiento de urgencia para resolver amenazas de quiebra está lejos de parecerse a la Dodd-Frank Act estadounidense, de 2010, cuyo segundo apellido, detrás del de la admisión de rescate del Tesoro americano, reza “para la protección de los consumidores”. Y que facilitó las indemnizaciones multimillonarias de la banca a damnificados por las subprime.
La lista de bancos en riesgo latente, que podría alcanzar a Liberbank, donde se integraron activos de dudosa reputación de cajas como la de Castilla La Mancha o Cajasur, denota que el duro y sinuoso proceso de consolidación financiera del euro no acaba de concluir. Además de refrendar que la unión bancaria y la convergencia Norte-Sur deja al eje franco-alemán con un arduo trabajo por delante y que el modelo definitivo, federal o confederal, será determinante en su colofón.
Los expertos dicen que la concepción federal no garantiza la corrección fiscal entre el norte y el sur
La opinión de los expertos Charles Grant, director del Center for European Reform (CER), recuerda que el euro fue un plan conjunto de París y Berlín, pero que, desde esta decisión, “el desacuerdo entre el eje que ha reinado a la hora de resolver los problemas de la divisa europea ha sido constante”. Alemania siempre ha querido “reglas estrictas” y ha vencido con el estatuto del BCE, sometido a la ley inexorable del control de la inflación, a imagen del Bundesbank, su hospedaje en Fráncfort, su rechazo a los pagos de las facturas de sus “despilfarradores socios periféricos del sur” y a exigir a países como Italia o la propia Francia reformas estructurales dolorosas para avanzar en la convergencia.
Por contra -rememora Grant- en la tradición gala, al margen del color político de su inquilino en El Elíseo, se debe anotar su idea de configurar un gobierno económico o la mutualización de la deuda conjunta a través de los eurobonos. Proyectos con vitola de construcción europea. Pero, hasta ahora, “Berlín ha logrado ignorar las ideas francesas”, afirma. A su juicio, Macron, como ministro de Economía del socialista Hollande, protagonizó una misiva conjunta con el líder del SPD, Sigmar Gabriel, que recogía casi la totalidad del reciente programa reformista de Bruselas.
“Recibió la rotunda negativa de Merkel y Wolfgang Schäuble, el ministro de Finanzas germano, bajo el argumento, publicado en el prestigioso diario The Frankfurter Allgemeine Zeitung de que “Macron salvará Europa y Alemania pagará la fiesta”. Sin embargo, tras su victoria presidencial, el dirigente galo ha persuadido al otro lado del eje de que ha llegado el momento de la acción, con argumentos como la necesidad de estimular las inversiones y la demanda interna, que entusiasman a los halcones de la CDU y que quedaron plasmados, primero, a través de los economistas Jean Pisani-Ferry, asesor del presidente galo, y Henrik Enderlein, del Instituto Jacques Delors de Berlín y, casi sin razón de continuidad, por el Ejecutivo comunitario. “Ahora o nunca”, resume el director del CER.
La maniobra parece haber quitado el ribete de keynesiano de Macron, a los ojos de Schäubel, por ejemplo. Hasta forjar casi un ideario único entre los cuatro grandes partidos alemanes en torno al futuro de Europa a tres meses vista de la cita electoral. Con una salvedad, el armazón político, que quedará a expensas de cómo avance el road map de cambios, si corrige las tensiones norte-sur y a la espera de que, en el Este, países como Polonia o Hungría, reacios al euro, decidan si continúan siendo ciudadanos europeos de segunda o se incorporan a la vanguardia de la UEM. Entonces se producirá el debate ideológico entre los dos motores del euro.
Tras su victoria electoral, el dirigente galo ha persuadido al otro lado del eje de que ha llegado el momento de la acción
En parecidos términos se manifiesta Guntram Wolf, del Instituto Bruegel, para quien la aparición en escena de Macron “ha generado un nuevo ímpetu europeísta”. Aun así, confiesa que la visión de conjunto de las reformas genera tantos aspectos convincentes como incertidumbres. En su opinión, un presupuesto del euro es prioritario, pero su concepción federal no garantizará la convergencia fiscal entre sus socios. De igual modo que los instrumentos de reactivación de las inversiones, bajo reglas de federalismo, podrían hacer retornar los niveles de capitales previos a la crisis, aunque tampoco pueden asegurar la adecuada dispersión del capital por todas las latitudes de la zona del euro.
Una opción factible -dice Wolf- sería crear un organismo federal que gestione el ciclo de negocios en su etapa alcista y en la época de vacas flacas. Al igual que los mecanismos, también federales, de apoyo al acceso al mercado a socios en riesgo de quiebra. Porque demuestran mayor capacidad de eficacia. Pero sin la visión tan federalista de Alemania. Quizás Macron y Merkel encuentren en el futuro este punto de equilibrio.
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