ERBIL
Hay dos grandes celdas por galería, y un pequeño patio en cuyos enrejados los presos anudan unas bolsas de hule de diseño muy pop, a mitad de camino de Chagall y la Sirenita, utilizadas como alacena, armario y guardarropa. Se las cobran a los reclusos, como todo. Y en los días de calor desprenden una vaharada de algo denso y mohoso que contamina aún más la asfixiante atmósfera de aquel agujero, el único lugar desde el que se alcanza a ver un jirón de cielo.
La enfermería está justo al otro extremo de ese mismo pasillo, jalonado por las celdas de castigo donde la Asayish -Seguridad, en kurdo- del Régimen de los Barzani suele torturar, o -tal y como se encuentra atestiguado- eventualmente asesinar a alguno prisioneros. Otros desaparecen o, se da por hecho, son transferidos a Turquía o al resto de las cárceles, organizadas en círculos concéntricos, a la manera del infierno de Dante. Algunos de los carceleros son turcómanos, lo que facilita más las cosas.
Cuanto peor es la consideración del supuesto delito, mayores las torturas. Algunos de los presos más antiguos aseguran haber pasado años en un cubículo de un metro cúbico, completamente privados de movilidad, y sin ser siquiera liberados de ese encierro para defecar. Sitúan algunos de estos centros especiales en las catacumbas de las villas de algunos poderosos. No se trata de rumores. La oposición de Suleymania ha proporcionado datos minuciosos y docenas de testimonios, que la Prensa del régimen silencia. La Media Luna Roja monitoriza la prisión de tanto en tanto, pero se da por hecho que sus empleados se hallan controlados por el régimen porque jamás han emitido un informe de denuncia. De hecho, durante sus visitas, se ocultan a los presos que permanecen en las celdas de castigo.
En los corredores de la cárcel de la Asayish Gisthi, dos internos de confianza suelen hacer guardia en una esquina, a cambio de un puñado de baldosas más de espacio. Aunque alguien consiguiera zafarse de ellos, debería vérselas con un grueso portón de acero trabado por tres cerrojos y dos guardias armados de la Seguridad. Y aún así, sólo lograría alcanzar el primero de los anillos de vigilancia que le separan de la calle: la zona de oficinas donde se organizan los interrogatorios, a su vez protegida por dos cancelas, y la gruesa muralla que circunda el corazón de la policía política. No rinden cuentas ni al Ministerio de Interior. Claro que eso no cambiaría nada.
Tampoco es un penal, sino una ratonera de diseño americano, concebida como centro temporal de detención, y posteriormente utilizada como conejera humana. Por sus corredores han caminado más de diez españoles, milicianos o voluntarios civiles de las milicias yazidíes, siriacas y kurdas que combaten contra el Daesh, Turquía y sus aliados nazi-islamistas.
La mayoría ha presenciado cómo los prisioneros hacen cola a menudo para implorarle a dos guardias violentos disfrazados de doctores una unidosis de antibióticos que se reparten como analgésicos o alguna clase de pastilla de colores caducada, más para aliviar el alma que para curar una dolencia. Placebo para los delincuentes comunes y los represaliados por el régimen y una incubadora humana de bacterias multiresistentes.
“Para saber qué es el fuego es preciso quemarse”, dice Delil. Lo que viene a funcionar como una poderosa analogía sobre las dificultades que quienes han pasado por allí suelen tener para describir el efecto en la psique de permanecer inmovilizado o incapacitado para cualquier actividad durante días, semanas, meses... Y en todos los casos, sin habeas corpus ni abogado; sin juicio, pruebas o siquiera un simulacro de legalidad y lo que es peor, sin conocer el cargo que se le imputa a uno. A los capos de la organización que gobierna este territorio autónomo kurdo con capital en Erbil se les lee a menudo en sus cuentas de Twitter hablando de su sistema judicial. “¿Qué sistema judicial?”, se preguntan, de manera unánime, las víctimas españolas del régimen de Erbil. La paradoja es que dentro del penal lo denominan el sistema, y la palabra evoca allá intramuros alguna clase de código secreto y arbitrario que nadie ha conseguido descifrar porque, esencialmente, se sustenta sobre la voluntad de los torturadores. El sistema es que no lo hay.
“Cualquiera que desafíe a los Barzani es convertido de inmediato en un peligroso terrorista, incluso si el desafío no ha ido más allá de compartir alguna foto de la guerrilla kurda”, dice el Doctor Delil, uno de los primeros españoles torturados por la guardia pretoriana de Barzani; gallego, exsargento del Ejército español, y uno de los voluntarios que han servido en Siria o Irak con una historia más insólita. Ha sobrevivido a cien días en prisión; a una celda de aislamiento; a un ataque aéreo; a las palizas de los carceleros y a una vieja mina anticarro que le estalló en el rostro y le dejó el cerebro reventado de esquirlas de metralla. Es un superviviente. Esta vez lo hemos localizado en Almería. La anterior, en el pueblo leonés donde reside, Rabanal del Camino. Contra todo pronóstico y la voluntad de su familia, debe estar a punto de tomar un avión para volver a las cercanías de Sinoni (Irak), donde ejercía como paramédico de las YBS.
La Asayish de los Barzani infunde tanto miedo en Erbil como la vieja Stasi en la República Democrática Alemana o la Brigada política de Franco. Un escudo de impunidad ha terminado por convertirles en diestros torturadores. A Delil lo aíslaron y golpearon brutalmente en las celdas de aislamiento. Su pecado había sido salvar vidas humanas como médico en Sinyar.
Cuando hablan en confianza, los amedentrados habitantes de Hewler describen la Seguridad como una fuerza ciega y violenta al servicio de la cleptocracia de rateros que capitanean los Barzani. Envueltos en la bandera kurda y un trasnochado nacionalismo tribal y secular, se han ido apoderando, empresa tras empresa, de la práctica totalidad de los recursos del país.
No es un juicio de valor, ni el resultado del encono que, necesariamente, proyectan los excarcelados españoles al hablar tras dejar un lugar así. Hay pocos territorios en el mundo más corruptos que la porción del Kurdistán que ellos gobiernan y pocas policías más abonadas a la barbarie que la rama kurdo-iraquí de Erbil de la temida Asayish. Lo atestiguan en varios informes Amnistía Internacional, Human Rights Watch y Transparencia Internacional.
El saqueo sistemático del país incluye el petróleo, los negocios inmobiliarios y las compañías de telefonía, repartidas literalmente como una hogaza de pan tierno entre el caudillo de la tribu -Massoud-, los primos Masrour y Nechirvan (ahora presidentes y primer ministro de Basur), y algunos allegados de este clan articulado en torno al Partido Democrático del Kurdistán (PDK). Es, en rigor, una corporación de delincuentes con patente de corso occidental y ramificaciones internacionales. Se mantienen en el poder gracias al tupido tejido de favores clientelares que han tejido en torno a los miembros del partido y a sus mecenas europeos y norteamericanos. “A menudo, no hay forma de crear ni un pequeño negocio en el pedazo de Kurdistán de Irak dominado por los Barzani sin pagarles la mordida a los extorsionadores del partido”, nos dice un peluquero asirio de Dahok. Los aparcamientos de los edificios del Gobierno están llenos de vehículos de 60.000 dólares, pertenecientes a funcionarios del Partido con salarios nominales de 400 euros brutos mensuales. Retrasos en el pago de los salarios de los servidores públicos de hasta dos años no ha impedido que la familia siga amasando una fortuna colosal.
El PDK se dedica esencialmente a la rapiña, mientras la inflación, el desempleo, la falta de libertad y los salarios de miseria causan estragos entre un pueblo, cada vez más descontento, y más abierto a colaborar con los guerrilleros kurdos -el PKK y las YPG- a los que la guardia pretoriana de los Barzani, a imitación de los corifeos de Erdogan, denomina terroristas. Sólo Turquía y Qatar, además de los Barzani, insisten en llamar de ese modo a los milicianos de las YPG y las YBS. Al andaluz Juan Antonio Bayo Agir lo capturaron cuando dejaba atrás Sinoni (Irak), tras servir en las YBS, y los peshmerga le propinaron una brutal paliza, antes de transferirlo a Erbil. Coincidió durante su estancia con Robin y Delil.
Paradójicamente, las cárceles de los Barzani se están llenando también de peshmergas -sus fuerzas armadas- y de activistas del territorio autónomo que gobiernan, a quienes se acusa de colaborar o unirse a las milicias de Rojava y Turquía. Ha expirado el minuto de gloria del que disfrutaba la Familia. Mucha gente da por cierto que, tarde o temprano, Erbil arderá, como ardió Bagdad hace algunas semanas. Y cuanto más cunde el descontento, más jóvenes kurdos escapan a Qandil (base del PKK) o el Norte de Siria. Entre los presos del penal, hay niños capturados mientras entraban o salían de esas áreas y viejos frisando los ochenta. “Todo el mundo es bienvenido aquí”, se repite en el penal.
Álvaro Merxas, Marcos Delil, Juan Antonio Bayo Agir, Robin, el recientemente fallecido Fernando Sánchez Grassa Nanuk, Pablo Prieto, Alberto G. son sólo algunos de los secuestrados desde 2017 por la Seguridad de la dictadura kurda de Barzani y posteriormente confinados en un penal de Erbil. Se sabe de al menos cuatro más, además de un periodista, cuyo anonimato prefieren preservar.
La embajada se niega a proporcionar la cifra precisa de españoles, pero Público ha logrado contabilizar hasta once, y hablar con buena parte de ellos. Sánchez Grassa Nanuk, el ex voluntario de las YPG que perdió la vida hace unas semanas cuando trataba de plantar una bandera del PKK en la cumbre nepalí del Himlung Himal, también estuvo en esa cárcel.
El responsable directo del sistema penitenciario y el aparato represivo es el hijo de Massoud Barzani -Masrour-, quien tiene a su vez por lugarteniente a un opaco personaje conocido como Ismat Argoushi, tan despreciado y odiado por sus crímenes como temido por los presos. Él decidió el destino de todos los españoles que ingresaron en prisión sin ningún cargo conocido tras la mampara oscura de la sala de interrogatorios. Es el torturador por excelencia.
El activista y ex recluso de la Asayish Gisthi Pablo Prieto, de 41 años, recuerda, sobre todo, a los reclusos compartiendo una pomada de Permetrina con la que se frotaban todo el cuerpo para combatir la sarna y otro tipo de erupción que identificó como la variante humana de la leishmaniasis, una enfermedad de perros a la medida de los seiscientos hombres -viejos, niños, enfermos- a los que los Barzani arrojan como a bestias en el que no es el peor de sus penales. Quienes han pasado por allí cuentan historias de reclusos orinando sangre en el retrete o agonizando en una esquina de alguna enfermedad desconocida sin lograr que nadie los auxilie o de adolescentes golpeados brutalmente con un palo a las puertas de la celda, y devueltos al agujero desmochados e inconscientes por los carceleros del siniestro Ismat Argoushi.
En vano intentó el Doctor Delil traer de vuelta a un recluso del Daesh de un paro cardiaco. “En realidad, era un pobre campesino árabe que intentó salir huyendo de Kirkuk y a quienes arrojaron al agujero”, dice otro de los españoles secuestrados por el régimen, un malagueño conocido como Agir que ha servido como miliciano en dos unidades conocidas como YBS e YPG (ambas combaten de la mano y se rigen por el paradigma del Confederalismo Democrático). Coincidió en la cárcel con Delil y con otro miliciano llamado Robin.
Varios informes de organizaciones humanitarias respaldan con profusión de datos la magnitud de la caza al árabe patrocinada por el régimen de los Barzani, y el masivo confinamiento de iraquíes inocentes sin ningún vínculo con el Estado Islámico, tras llevar a cabo verdaderas monterías inspiradas por el racismo más cerril. La persecución se hace extensiva al movimiento político asirio, mientras la Administración de los Barzani insiste, ante Occidente, que es el gran protector de los cristianos. Las únicas fuerzas legítimas asirias en Erbil -Abnaa Al Nahrain- se negaron a participar en las últimas elecciones, dando por hecho el fraude masivo y sistemático que caracteriza los comicios en el Kurdistán del Sur.
A Agir lo golpearon los peshmerga de Barzani el mismo día de su detención en la cárcel de Sinoni (Sinyar, Irak), desde donde fue transferido, como todos, a la de Erbil. Con arreglo a los datos conocidos, ostenta el primer lugar en la marca de permanencia en el presidio: cerca de cuatro meses. Le obligaban a él y a sus compañeros a permanecer en pie, y de espalda a la pared, durante las 24 horas del día. Golpeaban salvajemente al que se desplomaba.
El árabe al que Delil no consiguió traer de nuevo de la muerte murió, como otros muchos, en el interior de aquella celda colectiva donde han llegado a concentrar hasta a 180 personas en un espacio útil de 55 metros cuadrados. Es un Tetris humano de una brutalidad casi inefable, que desencadena con frecuencia peleas por el espacio -poco más de una baldosa- o que mantiene a veces durante años a los presos permanentemente privados del sueño, lo que ocasiona una especie de estado de narcolepsia colectiva.
Es una sensación abotargante y de algún modo dolorosa que amarillea sensu stricto el humor acuoso de los ojos y lo torna turbio, casi opaco, como una catarata de resentimiento y estupidez causada por el insomnio recurrente que inducen los torturadores, a sabiendas de su efecto devastador en los humanos. Todos los reclusos adquieren al final esa mirada que se derrumba en el vacío. La etiqueta de la cárcel consiste en no quejarse; nunca; y en insistir en que estás bien, especialmente en presencia de los carceleros, o a la vista de las cámaras que controlan los pasillos. Las pocas fuerzas que a menudo los represaliados políticos aún conservan se dedican a preservar la dignidad.
La alimentación no ayuda nada. Muchos días -coinciden en señalar los españoles-, uno debe conformarse con un cuenco de arroz almidonoso y mal cocido; dos sábanas de pan azimo y un puñado de alubias o un tomate podrido. Cuando hay pollo es una fiesta. Se da por asumidos -hay pruebas de ello- que Argoushi se queda con el grueso del dinero que se asigna a la comida de los presos. Al igual que los Barzanis, suele moverse en grandes coches alemanes de 120.000 dólares de una a otra de sus villas, mientras sus hijos estudian en las más caras universidades europeas.
Por el patio exterior de la cárcel de la Asayish Gishti han visto sido a menudo amistosos soldados de las tropas aliadas, con el escudo canadiense o de países europeos. No le sorprende a nadie que los enviados de Occidente entren o salgan de allí, ajenos a las atrocidades que tienen lugar dentro y fuera de la fortaleza de Masrour Barzani. Al fin y al cabo, varios mandatarios occidentales como el secretario de Estado norteamericano Mike Pompeo o el francés Emmanuel Macron han refrendado su apoyo al Ejecutivo kurdo en diferentes encuentros personales con los dictadores. Los caudillos de ese territorio autónomo son considerados, de hecho, como algunos de los más fieles peones de los aliados en la lucha contra el Estado Islámico, lo que explica que su ejército haya sido armado durante los años precedentes gracias a países como Estados Unidos o Alemania. Esas mismas armas proporcionadas por los europeos han sido utilizadas para reprimir a la Resistencia kurda, en desplazamientos de tropas junto a la frontera turca.
El propio embajador español en Bagdad, Juan José Escóbar Stemman, se reunió el pasado mes de febrero con Masrour Barzani para discutir cuestiones relativas a las relaciones bilaterales entre ambos países. Durante el encuentro, se excluyó cualquier referencia al paupérrimo historial en derechos humanos de la dictadura kurda o, más específicamente, a las torturas practicadas contra españoles por parte del aparato de seguridad que dirige el propio Masrour. El Gobierno de España no ha juzgado conveniente pedir explicaciones por el secuestro y las torturas de sus ciudadanos.
No pueden alegar ignorancia. De hecho, la legación diplomática ha tenido que terciar en numerosas ocasiones durante los dos últimos años para acelerar la liberación de los ciudadanos de nuestro país, secuestrados, golpeados y torturados con el pleno conocimiento de Barzani y de su lugarteniente Ismat Argoushi. Esta se ha servido para ello de los oficios del cónsul honorario en el Kurdistán de Irak, Dawood Sardar Jaff, hijo del líder de la tribu de los jaff, multimillonarios y muy respetado por la cleptocracia de Erbil o, eventualmente, de los de su empleado Belan, un amistoso muchacho kurdo -apreciado por los reclusos liberados- que ha estado presente en la excarcelación de todos los españoles y que, sin excepción alguna, ha prestado ayuda a los secuestrados.
Su patrón, Dawood Sardar, ni siquiera habla español. Tampoco es un funcionario de la Administración de Madrid. Se desconoce, de hecho, las condiciones en las que presta ese servicio o los emolumentos que recibe por allanar el terreno a las empresas que, como Repsol a través de sus filiales, tratan de operar en el Kurdistán. En su despacho podían verse, según Marcos Delil, banderas de la misma formación -el PDK- a la que los voluntarios españoles han acusado de secuestro y de torturas.
La consigna habitual de la embajada a las familias es no revelar ningún detalle acerca de lo sucedido ahí dentro, ni airear los casos de malos tratos en la Prensa "para no comprometer futuras negociaciones”, lo que viene a ser una asunción implícita, de que los españoles seguirán cayendo en esa tela de araña. En buena parte de los casos, la ayuda de los medios de comunicación a los que no han conseguido silenciar ha sido determinante para facilitar la liberación de los secuestrados por el régimen.
Aunque nominalmente se encuentran unidas; en la práctica, no existe una sino dos ramas de la llamada Asayish, o fuerzas kurdas de seguridad, en el Kurdistán de Irak. La primera -con sede en Erbil- es dirigida en sus territorios de influencia por el citado PDK y la segunda, es tutelada por la Unión Patriótica del Kurdistán, un partido fundado por Jamal Talabani, que a su vez domina otro pedazo del Kurdistán iraquí con capital en Suleimania. A ambas se atribuyen crímenes truculentos, aunque suele convenirse que la libertad de expresión en el área de los Talabani es mayor, lo que explica que Suleimania se haya convertido en el refugio de algunos de los perseguidos políticos de los Barzani, además de un paso intermedio seguro para los milicianos que tratan de ganar Rojava. Ambos gobiernos comparten su orientación tribal, la práctica del nepotismo, la corrupción rampante y el saqueo sistemático de recursos públicos.
Al activista Pablo Prieto lo metieron en la trena durante un viaje a Erbil desde el campo de refugiados de Majmur, donde trabajaba como voluntario en labores civiles. A excepción de él y un periodista secuestrado cuando dejaba atrás el valle cristiano de Nahla, todos los españoles han sido capturados cuando trataban de entrar o salir a Sinyar o Rojava a través del paso obligado del territorio autónomo de los Barzani.
Si te dicen que caí en Rojava, un documental producido por el colectivo de reporteros Freedom & Worms para Rojo y Negro -de la organización sindical CGT- retrata las miserias y persecuciones a las que se han visto sometidos el más de un centenar de voluntarios comprometidos con los pueblos yazidí, asirio y kurdo de Rojava y Sinyar, antes y después de volver del frente. Este trabajo recoge igualmente los testimonios de algunos de los brigadistas que forman parte de la Resistencia kurda, y que han sido apresados por los Barzani.
El estreno oficial de este trabajo tendrá lugar el próximo 19 de diciembre, a las 20 horas, en la Sala Mirador (calle del Dr. Fourquet, 31) Madrid. Tomarán parte en la presentación, entre otros, la secretaria de Relaciones Internacionales de la CGT, Sandra Iriarte; el secretario de Comunicación, José Manuel Fernández Mora, y el miliciano catalán Demhat, quien combatió en Rojava en las filas del tabur Antifa y del International Freedom Batallion.
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