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Kosovo, la bomba de relojería de la OTAN en los Balcanes

Las protestas serbias en Kosovo y su choque con tropas de la OTAN agitan el avispero balcánico y muestran una brecha de seguridad en el este de Europa en un mal momento para los aliados, involucrados en Ucrania y sin deseos de abrir más frentes.

Soldados de la Fuerza Internacional de Mantenimiento de la Paz de Kosovo (KFOR) liderada por la OTAN hacen guardia frente al municipio de Zvecan, Kosovo, el 1 de junio de 2023.
Soldados de la Fuerza Internacional de Mantenimiento de la Paz de Kosovo (KFOR) liderada por la OTAN hacen guardia frente al municipio de Zvecan, Kosovo, el 1 de junio de 2023. EFE

Las tensiones entre albanokosovares y serbios en la república de Kosovo siguen tan vivas como en tiempos de las guerras balcánicas en los años noventa. Kosovo fue parte de la antigua Yugoslavia y se desgajó de Serbia en 2008, como colofón de una cruenta guerra librada una década antes y en la que se mostraron los dientes Rusia, aliada de Belgrado, y la OTAN, que instauró la paz a cañonazos y dejó emponzoñarse una herida que ahora supura.

Unas elecciones locales fallidas y la imposición de ediles albaneses étnicos en una zona de mayoría serbia, en el norte de Kosovo, han prendido de nuevo la llama del conflicto. Una crisis que Europa y la OTAN no han sabido resolver y que, si no es manejada con prudencia, podría ampliar al sur de los Balcanes la pugna que enfrenta a Bruselas y Moscú en Ucrania.

En Kosovo no solo bulle la confrontación entre serbios étnicos y albanokosovares, un enfrentamiento de siglos en uno de esos rincones de Europa donde la invasión del Imperio Otomano en la Edad Moderna dejó bolsas de antagonismo perpetuo.

En el norte de ese territorio está presente un ultranacionalismo eslavo que ve en Belgrado y Moscú los paladines de su esencia nacional, y a Europa como un cuerpo ajeno empeñado en sofocar el paneslavismo dondequiera que brote.

Kosovo, tierra sagrada para los serbios

El 90% de la población de 1,8 millones de habitantes de Kosovo es de etnia albanesa. Un 6% es de origen serbio y el 4% restante corresponde a otros pueblos.

Y mientras que la mayoría de los kosovares de origen albanés se declaran musulmanes, los serbios subrayan su pertenencia a la Iglesia Ortodoxa, convertida en bandera de batalla ya durante la guerra de los Balcanes contra croatas y bosnios.

El 15 de junio de 1389, tuvo lugar la batalla de Kosovo, entre el principado de Serbia y el ejército del sultán Murad I. Las tropas del príncipe Lázaro fueron aplastadas y Serbia pasaría a depender del imperio otomano, pero desde entonces Kosovo y esa fecha se convirtieron en referentes de la identidad nacional serbia. En este sentido, el próximo 15 de junio se celebrará bajo los más oscuros augurios.

La carambola de la guerra de Ucrania en la ex Yugoslavia

La alineación europea con Ucrania y contra Rusia, por su invasión de ese país, ha desatado protestas en Belgrado, pero también en los territorios de mayoría serbia en el norte de Kósovo, donde están muy presentes los bombardeos de la OTAN contra territorio serbio en 1999.

Entonces, el único aliado internacional que le quedó a Serbia fue Rusia y eso nunca se olvidó en el país balcánico. Cuando el ejército ruso invadió Ucrania el 24 de febrero de 2022, Belgrado se negó a apoyar las sanciones internacionales impuestas a Moscú, aunque sí condenó la agresión.

Tras la desintegración de Yugoslavia en las guerras de los Balcanes de principios de los años noventa, el despotismo de Serbia sobre su entonces provincia kosovar derivó en la rebelión abierta en 1998 y una correspondiente represión a sangre y fuego que dejó más de diez mil muertos y un millón de desplazados.

El 24 de marzo de 1999, Estados Unidos y sus aliados de la OTAN comenzaron a bombardear Serbia y no pararon durante 78 días. Al concluir esta ordalía, Serbia había capitulado, Kosovo emprendió el camino hacia su emancipación con el respaldo principalmente de Washington y el odio quedó enterrado bajo los cascotes de los bombardeos, pero latente.

En el norte de Kosovo, un puñado de municipios, sobre todo Mitrovica y Zvecan, siguen reclamando su adscripción serbia. Y aunque son pocos, los serbios kosovares no han cedido un ápice de su identidad, con el aliento de Belgrado y de los amigos rusos.

Serbia no reconoce el estado kosovar y lo sigue considerando como parte indisoluble de su territorio. Por cierto, como también hacen cinco países europeos, entre ellos España, que no reconoce a Kosovo como estado. Tampoco Rusia o China.

Tablero de juego de rusos, estadounidenses y europeos

En Belgrado nadie se olvida de que la independencia de Kosovo en 2008 tuvo el respaldo y el diseño de Estados Unidos, con la intención de reducir la importancia de Serbia en la nueva configuración de fuerzas de los Balcanes y, al tiempo, recortar la presencia rusa en la región y dar paso a la influencia europea.

Serbia y Kosovo se han acercado a la Unión Europea con razones diferentes. Los albanokosovares para forjar una entidad mayor junto a Albania que pueda formar parte de la UE y los serbios con el temor de quedar aislados en un este europeo donde la influencia de los primos rusos ha ido decreciendo sin pausa.

Si hasta ahora las promesas y perspectivas para avanzar hacia la rica UE habían domeñado los más perniciosos impulsos de la confrontación étnica tanto en Kosovo como en Serbia, sin embargo, la guerra de Ucrania y los odios nacionalistas que la sustentan han recuperado la atmósfera más original del avispero balcánico.

Pero al contrario que ocurre en Ucrania, en Kosovo sí hay fuerzas de la OTAN sobre el terreno. La Alianza Atlántica lidera la fuerza internacional estacionada en ese territorio, la KFOR, para mantener la paz. Cuenta con unos 4.000 efectivos y será ahora reforzada con otros 700 después de que el enfrentamiento reciente con manifestantes serbios se saldara con decenas de heridos en sus filas.

La chispa de la nueva revuelta serbia en Kosovo

La chispa de estas tensiones que ya duran una semana la prendieron las elecciones locales organizadas por el Gobierno central kosovar, con su primer ministro, Albin Kurti, al mando y apoyadas desde Bruselas y Washington. Sin embargo, en el norte, los serbokosovares se negaron a aceptar esta imposición. Boicotearon los comicios y cientos de funcionarios de ese origen dejaron sus puestos en noviembre pasado.

Las elecciones fueron aplazadas hasta abril, cuando se celebraron con una abstención masiva del electorado serbio. El Gobierno de Prístina cometió entonces el error de dar por buena la victoria mínima de los albanokosovares en esos municipios de mayoría étnica serbia y hace una semana despachó a los flamantes alcaldes de etnia albanesa para que ocuparan sus puestos en tres de esos municipios.

Las protestas estallaron con violencia, especialmente en Zvecan, y desbordaron a la policía kosovar. Al tiempo, el presidente de Serbia, Aleksandar Vucic, ponía al ejército de su país en zafarrancho de combate y lo desplegaba en la frontera con Kosovo.

Fue necesario entonces, y con un claro mensaje dirigido a Belgrado, que las unidades de la KFOR actuaran contra los manifestantes serbios de Kosovo, aunque la contundencia con la que desbandaron la protesta ha provocado, si cabe, más resentimiento.

Serbios y kosovares recelosos de la ambigüedad europea

Kosovo, después de Ucrania, es el punto más caliente del este de Europa, si se deja a un lado el Cáucaso. Rusia lo sabe. También sabe que una adecuada presión sobre Serbia podría hacer descarrilar los intentos de la OTAN de completar la integración de toda la antigua Yugoslavia en sus filas con la eventual adhesión de Belgrado, y abrir un agujero en el flanco suroriental de la Alianza.

No lo tiene difícil Moscú. El presidente serbio ha rechazado repetidas veces la entrada de su país en la OTAN. Ha recordado los bombardeos sobre Belgrado y otras localidades en 1999, y los muchos muertos serbios que figuran en el haber de la Alianza Atlántica en Serbia.

Aunque sí hay interés en unirse a la UE, sin embargo, tanto kosovares como serbios saben que esto nunca será posible si no pactan. Y tal acuerdo debería pasar por el reconocimiento serbio de la soberanía de Kosovo o por la partición de este territorio. Nada de eso ocurrirá ni a corto ni medio plazo.

Los esfuerzos realizados por la OTAN y la UE han fracasado hasta el momento a la hora de encontrar ese consenso. Pero además, la actuación de Bruselas tanto en los ámbitos político como militar es desdeñada por su ambigüedad por serbios y por kosovares, que miran en última instancia a Moscú y a Washington como mejores garantes de sus aspiraciones nacionalistas.

Si Serbia entra en Kosovo, se repetirá el escenario ucraniano

Cualquier intervención militar directa de Serbia en Kosovo sería considerada como un acto de guerra por Estados Unidos y la OTAN. Y posiblemente Belgrado obtendría el inmediato apoyo, al menos con armas y asesores de Moscú. Nadie en su sano juicio en Occidente quiere, en tales circunstancias, que la situación se desborde más y que pueda trazar una nueva línea de confrontación con Rusia.

Pero, por otra parte, si Estados Unidos comete el error de presionar a Serbia y a su presidente Vucic, el fuego podría extenderse hasta Bosnia, otro lugar donde los serbios étnicos podrían provocar más revueltas y donde las masacres de la guerra de los Balcanes aún tienen muchas cuentas que saldar.

El desastre estaría servido de nuevo y Ucrania podría no ser el mayor de los problemas a nivel humanitario al que haría frente Europa.

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